martes, 20 de septiembre de 2016

Cristóbal Nonato



La región más pestilente

Carlos Fuentes
Foto: Lola Álvarez Bravo
En Cristóbal Nonato (FCE, 1987), la caricaturesca y abigarrada novela del multiapapachado y superglorificado Carlos Fuentes [Panamá, noviembre 11 de 1928- mayo 15 de 2012], el ser y futuro engendro que habita el vientre de su madre, es el testigo omnisciente y ubicuo que observa el momento corporal y biológico en que sus padres lo conciben (para ganar el rimbombante y demagógico concurso con que el gobierno mexicano celebrará el Quinto Centenario del descubrimiento de América); por ende, sigue paso a paso las minuciosas transformaciones desde el segundo en que el espermatozoide fecunda al óvulo, hasta el minuto en que nace. 
Al cabo de tales nueve meses (que es la duración de la novela), en el papel de ojo avizor del génesis y omnisciente y ubicua voz narrativa que le charla al arquetipo del desocupado lector, presencia y observa la evolución que conforma y acuña su individualidad; pero sobre todo narra una serie de sucesos pretéritos y presentes que viven sus progenitores, cierta parentela y otros personajes, y que tienen como objetivo bosquejar el statu quo (social, cultural, político y económico) de la Ciudad de México y del territorio mexicano durante un hipotético 1992, lo que configura en sí la herencia familiar y la genealogía ancestral, histórica y congénita que lo espera y recibe con bombo y platillo aún antes de que pegue a todo cogote su primer chillido en la región más pestilente del país: Makesicko City, la metrópoli más poblada y contaminada sobre la que permanentemente se cierne una pestífera lluvia ácida y negra.
Carlos Fuentes
Foto: Rogelio Cuéllar
Tal es el punto nodal. Carlos Fuentes, para ello, parte de datos extirpados de la historia y la leyenda, de mitos precortesianos y de la tradición, y los mezcla y amasa con otros ingredientes surgidos de sus conjeturas y de su fantasía y salpimentados con ella. Sus supuestos atisbos visionarios (crítico-moralistas), de pitoniso de huitlacoche que lee y traduce los oscuros signos del espejo humeante, no revelan a un infalible clarividente de feria, turbante, culebra en el cogote y bola de cristal, ni a un sociólogo agudo que da en el blanco, sino a un novelista (del establishmnet y del star system) con sentido del humor que se maquilla con la máscara de quien supuestamente descree del tiempo mexicano y de su bonanza retóricamente nacionalista y dizque democrática. En Cristóbal Nonato, Carlos Fuentes imagina un apocalíptico y caótico país que ha perdido territorio a causa de la impagable deuda externa y por el estrepitoso crack de 1990; más agringado que nunca y hundido en la polución y en el desempleo; donde los subterráneos humanoides,  sino establecieron el trueque, transportan el dinero en carretillas para comprar alimentos; donde subsiste un nauseabundo presidente panista con corazón de masa priísta y estereotipado copetín engominado; donde el poder se “legitima” mangoneando los medios masivos (quezque 
Moviendo a México, dizque Por el bien de México) y enarbolando un plan de símbolos “nacionales” exacerbado a través de concursos frívolos; donde el ministro Robles Chacón, quien controla al gobierno, destruye Acapulco para acabar con el poder del cacique Ulises López; donde para detener el avance de una horda de guadalupanos se ordena su cruenta matanza, etcétera, etcétera. 
Tal agresivo fracaso social, político y económico, con lo trágico y dramático que conlleva, el autor lo traza y pergeña a través de una caricaturización exagerada y esperpéntica (que puede inducir o no a la risa). Cada personaje, con sus rasos, interrelaciones y vicisitudes, es grotesco, absurdo e hilarante. Esto es vertido con un lenguaje desenfadado y muchas veces populachero (en buena parte invención de Carlos Fuentes), procaz, desmadroso, aparentemente iconoclasta, híbrido, repleto de palabras y palabrejas en inglés o en un pseudoespaninglish. Pero no obstante el agringamiento del empequeñecido y aún más achaparrado país, la Unión Americana, con todo y penetración local (incluso introduce marines y tanques en el Estado de Veracruz) está dividida y sucumbe a imagen y semejanza de un gigantesco, babeante y supurante leviatán, genocida y voraz imperio.
        Mas tal cóctel, brebaje y menjurje narrativo a veces resulta muy sufrible y el lector pide a gritos raudos cafés y una abultada beca del COLACULTA para soportar la lectura culiatornillado en tal zona de desastre y tormento (propia para una ardua y banal disquisición en un somnífero y petulante simposio cacaendémico): páginas y páginas terriblemente aburridas y el desocupado lector da cabezada tras cabezada recordando a las mamacitas de todos los cabezotas nonatos habidos y por haber, pues tal lectura no lo transforma en un pensador de alta estofa, que amén de meditar en el incierto futuro, se divierte e intriga con la fascinante y maravillosa trama de un narrador sin igual. Pero lo que más cansa y enfada (y quizá divierte, ¡vaya contradicción!) ocurre cuando el titiritero y Mago de Oz, o sea Carlos Fuentes, se engolosina con el puro relajo, con el vil desmadre callejero, ya con reiteraciones prescindibles, con vericuetos tediosos, con burbujas palabreras, con largos fárragos colocados entre paréntesis consecutivos, o con el caprichoso jugueteo tipográfico: visual o efectista, nada eufónico, y poco o nada significativo.
En realidad, el tema central de Cristóbal Nonato es sencillo, muy simplote, alargado por las múltiples y desbordantes digresiones que constituyen el grueso del mamotreto, descendiente natural o putativo de Miguel de Cervantes y de Laurence Sterne.
En la portada: Xipe Totec (c. 900-1200)
La pieza es propiedad del Kimbell Art Museum
Fort Worth, Texas
En Cristóbal Nonato, como en varias de sus laureadas obras, la visión de la historia de México está urdida con resabios de mitos y arquetipos prehispánicos inmersos en la vida cotidiana. En este sentido, en Jipi Toltec resoplan los vestigios del pasado indígena; Mamadoc es la síntesis mestiza de la imagen de la mujer que el mexicano común quezque alienta en su inconsciente colectivo y en la que transluce su uterina vulnerabilidad enajenada y manipulable, pues es asumida a modo de emblema (inventado por el poder) de integración nacional; el Ayatola Guadalupano es el explosivo latente de un pueblo supersticioso, fanático y harapiento capaz de ser arrastrado a la sacralización violenta y criminal; Robles Chacón, Ulises López y Homero Fagoaga son estereotipos de funcionarios transas, auténticas mazacuatas prietas sin escrúpulos; Fernando Benítez, antropólogo maiceado y protegido por el Estado, adora a los indios en tanto adolece de un izquierdismo ingenuo y anacrónico. Pero no sólo ellos, otros personajes claves, folclorizados en su vestimenta, en sus rasgos, en su habla y en su comida, encarnan paradigmas que se entrecruzan y urden entre sí para ilustrar y contrastar los mil y un rostros del mexicano tipificado, decadente, finisecular, que marcha veloz a su extinción al atravesar y sorber las últimas gotas de la crisis que le quedan en el marasmo de la peste (incluyendo el fugaz fantaseo solidario que suscitaron los sismos de septiembre de 1985), con lo cual el autor parece concluir el decurso de su proyecto narrativo, donde por entonces ya había novelado hasta la saciedad, con mitos y estereotipos (urdimbre reprochada por los que esperaban el “montaje verídico”), ciertas respuestas y preguntas ante el constante escrutinio de la ontología mexicana, arribando y declinando en la modernidad.
Fernando Benítez
(1912-2000)
  Cristóbal Nonato, novela festiva, paródica, pantagruélica y bufa en nimios y numerosos detalles y anécdotas. Obra que confirma la habilidad de Carlos Fuentes para aparecer-desaparecer-reaparecer-y-entrecruzar a sus personajes en momentos inesperados. Páginas olvidables y somníferas que tal vez inciten una reflexión en torno a la responsabilidad (no sólo moral) de engendrar un hijo en un medio hostil y agresivo. Líneas que ridiculizan la democracia inexistente del lector al llamarlo con cinismo y sorna “Elector”. Mirada lúdica y aparentemente sin fe en un México del hipotético futuro [ya rebasado], donde entre la corrupción y lo derruido del hábitat, el PRI busca perpetuarse por los siglos de los siglos. Mundo catastrófico donde Pacífica (un lugar donde las contradicciones sociales se concilian para incentivar el progreso científico-tecnológico y la libertad artística, pero sin omitir la naturaleza dramática del ser humano) no es una utopía, como probable es que al achaparrado y achicado resto de México lo devoren las inmundas y malolientes aguas del mar, como ya lo hicieron con Chile. Por ende, Pacífica resulta ser, más que una esperanza, una ironía abismal, un espejismo de huitlacoche difícil de concebir en la trágica y evanescente realidad.
La mafia en La Ópera: Carlos Monsiváis, José Luis Cuevas,
Fernando Benítez y Carlos Fuentes
Ciudad de México, 1965
Foto: Héctor García
Cristóbal Nonato, novela chocarrera de Carlos Fuentes que es al unísono una celebración o un homenaje a diversos autores citados por nombre o por obra o colocados en la trama en calidad de personajes: Ramón López Velarde, Francisco de Quevedo, José Vasconcelos, Juan Rulfo, Franz Kafka, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez y otros más; nómina donde descuella Fernando Benítez, puesto que además de ser uno de los tíos de los progenitores del omnisciente Cristóbal, desempeña particular relevancia en el curso de los sucesos. 
Novela publicada por la burocrática y oficiosa editorial del Estado (el rimbombante Fondo de Cultura Económica), que carnavalescamente critica al Estado del otrora partido único (¡oh inocua válvula de escape!), y con la que nosotros —supuestos “Electores” carnavalescos e ingenuos, sin voz y sin voto ante los moches y tinglados de los trepadores de la Cámara de Diputeibols y del Senado— jugamos a la “libertad de expresión”, a la “circulación libre de las ideas”, al pensamiento crítico y criticoide, y a la “lectura democrática” de una novela sin igual o equiparable a La silla del águila, que según el presidente Enrique Peña Nieto escribió Krauze.




Carlos Fuentes, Cristóbal Nonato. Colección Tierra Firme, FCE. México, 1987. 552 pp.


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Lo que pensó Carlos Fuentes del entonces candidato a la Presidencia de la República

1 comentario:

  1. Hola saludos estoy leyendo el libro y llevo más de la mitad, me encanta, no comparto tus impresiones, a mí me ha dejado pasmado con su conocimiento del México del día a día, que fue, es y será.

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