miércoles, 1 de abril de 2020

El Evangelio según Jesucristo


Todo cuanto interesa a Dios, interesa al Diablo 


En su momento, el anuncio mundial del Premio Nobel de Literatura 1998 otorgado al escritor José Saramago [nacido en Azinhaga, Santarém, Portugal, el 16 de noviembre de 1922; muerto en Tías, isla de Lanzarote, España, el 18 de junio de 2010] exacerbó, como es tradicional, las numerosas ediciones y reediciones masivas y las traducciones múltiples de sus libros. E ineludiblemente a tal golosa publicidad y tumultuosa venta (tal si se tratara de rosquillas milagrosas o de gladicroquetas afrodisíacas para resucitar al muerto) contribuyó la condena del Vaticano a su novela El Evangelio según Jesucristo, traducida al español por Basilio Losada, cuya primera edición en portugués data de 1991. Quizá no venga al caso, pero algo semejante sucedió, también en su momento y aún más terrible en el ámbito musulmán, cuando el 14 de febrero de 1989 el ayatollah Jomeini ordenó la búsqueda y el asesinato del escritor anglo-hindú Salman Rushdie (Bombay, 1947) por las presuntas “blasfemias” de su novela Los versos satánicos (1988), obra maldita y apestada, que por maldita y apestada (¡qué buen marketing!) se volvió aún más célebre y multitraducida.

Primera edición en México: noviembre de 1998
Alfaguara/Biblioteca José Saramago
   Desde las primeras páginas de El Evangelio según Jesucristo (Alfaguara, 1998), las que describen el grabado en madera, en cuya estampa (reproducida en el libro) se ve a Jesús recién crucificado en el Gólgota, rezuma el afán iconoclasta, irónico, erótico y crítico de José Saramago, que es el corrosivo que predomina a lo largo de la novela al cuestionar, imaginariamente, ciertos cánones que en toda la aldea global preserva y dicta la poderosa Iglesia católica. 

Grabado sin título reproducido en
El Evangelio según Jesucristo (Alfaguara, México, 1998)
   Repleta de digresiones, comentarios desde el siglo XX, bagazo y palabrería de la que se place la voz narrativa (y que celebran hasta el hartazgo los corifeos de aquí, allá y acullá que idolatran a José Saramago y queman cirios e incienso por él), la novela El Evangelio según Jesucristo narra la vida de Jesús, desde que nace hasta que muere crucificado. Sin embargo, la obra no se apega al pie de la letra a lo que rezan los libros canónicos, los Evangelios apócrifos y la mistificada tradición católica, sino que a manera de un palimpsesto y como le viene en gana al autor, trastoca y manipula los episodios más populares y consabidos (incluso integrando versículos); es decir, según los propósitos novelísticos de José Saramago, que no son los de un teólogo erudito que dicta cátedra con los pelos de la burra en la mano, sino los de un mortal sin fe con nociones religiosas e históricas que juzga y arremete a mazazos contra la catedral católica; el resultado de la ostia: literatura repleta de anécdotas perversas, sangrientas y crueles que ponen en tela de juicio los cruentos, legendarios y míticos cimientos sobre los que se erige la colosal y todopoderosa idea de Dios y de Cristo en la cruz con que a lo largo de los siglos ha gobernado la Iglesia con mayor poder e influjo en el inconsciente e imaginario colectivo del mundo occidental, en su pensamiento e historia.
Cuando el muchachito Jesús tiene 14 años, después de que José, su padre, carpintero de Nazaret, fue crucificado entre un grupo de 39 guerrilleros de las huestes de Judas de Galilea, obliga a María, su madre, a que le cuente la pesadilla que atormentaba y perseguía al carpintero José desde que Jesús nace en una cueva próxima a Belén, y en la que José se veía como un soldado del roñoso rey Herodes dispuesto a consumar el asesinato de los niños de Belén menores de tres años (lo que contrasta con el sueño que tuvo el rey Herodes donde el profeta Miqueas le reveló que en Belén había nacido el que gobernará Israel), matanza que se conmemora cada 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes. Al enterarse de la culpa onírica y moral que perseguía y martirizaba al carpintero José, su fallecido padre, y al suponer que éste pudo salvar a los 25 niños sacrificados y que por ende fue uno de los asesinos (cosa absurda y vil infundio, puesto que se trató de una orden inapelable, no hubo tiempo de avisarles a los demás, y a José ni siquiera se le ocurrió e inmediatamente hubiera sido ejecutado en caso de oponerse a la brava), Jesús, adolorido por la nauseabunda y sangrienta noticia, abandona la casucha familiar. Es decir, pese a ser el primogénito y a contravenir sus obligaciones atávicas y éticas, deja en la miseria a su madre María y a sus ocho hermanos menores, y no tarda en encontrarse ante un pastor con el que vive durante cuatro años en el desierto como aprendiz de su rebaño, y que luego resulta ser nada menos y nada más que el mero Diablo, quien también fue el Ángel de la Anunciación, el que otrora visitara a María el día en que Dios introdujo en ella su simiente a través de la simiente de José y de la que nació Jesús. 
   La ubicuidad y omnisciencia del Diablo no son fortuitas, puesto que de un modo axial y neurálgico en El Evangelio según Jesucristo, el Diablo comparte su poder con los misterios y decisiones inescrutables de Dios; por ejemplo, en el papel secundario destinado a la mujer. De ahí que cuando Jesús ya tiene 25 años de edad y se entrevista por segunda y última vez con Dios (la primera ocurre en el desierto y rubrica, a sus 18 años, el fin de su estancia con el Diablo), el Diablo también está presente e incluso los rasgos físicos de éste y los de Dios son muy parecidos, casi como una gota de agua se parece a otra gota de agua, con lo que se subraya lo bien que se sobrentienden y equilibran sus intereses y fuerzas dentro del siniestro artilugio universal creado por Dios, dicotomía y dualidad que el mismo Dios reitera diciendo: “todo cuanto interesa a Dios, interesa al Diablo”.
   Allí, durante la segunda y última entrevista con Dios, la revelación otrora dicha a Jesús por el Diablo/los diablos que habitaban a un poseso: que Jesús es el hijo de Dios, le es confirmada por el propio Dios. Pero lo más trascendente es el hecho de que Dios, para quien el hombre es un simple títere con el que hace y deshace como le dé su regalada, inescrutable, cruel, maldita, sangrienta y espeluznante gana, le vocifera la cifra de su destino: “Serás la cuchara que yo meteré en la humanidad para sacarla llena de hombres que creerán en el Dios nuevo en el que me convertiré”. Pero también, como poniéndolo ante una bola de cristal, le revela el futuro de la nueva religión; y numerosos cruentos detalles que ilustran los miles de tormentos y muertes que implica su procreación, sostenimiento, expansión y cisma a lo largo de la historia. 
   Así, a través de Jesús y de los sucesos que fermenten sus milagros, predicas y crucifixión, Dios, sangriento e insaciable titiritero, se dispone a edificar el nuevo templo; es decir, que sobre las piedras de la minúscula y aldeana iglesia de los judíos, construirá la todopoderosa y ubicua Iglesia católica que dominará el globo terráqueo sobre la base de miles y miles de torturas y asesinatos múltiples, habidos y por haber.
José Saramago
Premio Nobel de Literatura 1998
En El Evangelio según Jesucristo, la novela de José Saramago, como se ve, Dios no es amor, sino un monstruo sanguinario, un ogro cruel, un vampiro despiadado que todo lo ordena, manipula y controla: no vuela un zancudo ni alguien eructa ni restalla una hedionda flatulencia sin que él lo permita o lo haya dispuesto. Jesús, por el poder y la voluntad de Dios, tiene el poder de favorecer a los pescadores, de curar a los desahuciados, de darle la vista a los ciegos de nacimiento, de hacer caminar a los paralíticos, de revivir a los muertos, de desaparecer las tempestades, de transformar en pájaros vivos un puñado de aves de barro amasadas por él, de alimentar a una multitud de quince mil personas hambrientas a partir de seis panes y seis pescados, de exorcizar a un poseso habitado por mil y un diablos/el Diablo. No obstante, tal poder, siempre bajo el ubicuo escrutinio del omnisciente ojo avizor, tiene sus límites, como en el caso de la higuera que Jesús, en un berrinche de escuincle, condena a la esterilidad y muerte y luego no puede otorgarle nueva vida. 
   Pero lo que a lo postre resulta singular es el hecho de que Jesús, pese a su origen divino, está marcado por rasgos y contradicciones humanas. Por ejemplo, cuando por primera vez Dios se le aparece y le ofrece “el poder y la gloria” a cambio de su fiel y ciega obediencia, Jesús, con tal de obtener el cetro, el manto y la corona, no duda en sacrificar a la oveja de sus afectos, que es como su hijita de inocentes y tiernos ojitos aborregados, lo cual equivale a un asesinato (casi un infanticidio), pese a que el animal también haya sido manipulado por Dios, quien, casi sobra decirlo, degusta con harto placer los buches de sangre de la oveja con que se atiborra su gran panza de insaciable ogro. 
   Varias veces se hace evidente que Jesús no es muy listo; por ejemplo, cuando al exorcizar al poseso de los mil y un diablos/el Diablo, permite que los demonios infesten una piara de dos mil cerdos, lo cual supone que “podrían los gentiles ingerir también a los demonios que encerraban y quedar posesos”. 
    Jesús, junto a cierta nobleza y bondad que lo distingue, es también un engreído y un resentido incorregible que nunca perdona ni vuelve a querer a su madre y a sus hermanos menores, sólo por el irrelevante hecho de que no le creyeron que había visto nada menos y nada más que a Dios. A ello se agrega su notable e inveterado egoísmo cuando dos veces los abandona en su miseria (las monedas que les deja la segunda vez sólo son un fugaz y momentáneo paliativo), en lugar de involucrarse con ellos para solventar la pobreza extrema, según dicta el canon del primogénito y bueno por antonomasia. 
   Vive en unión libre con María de Magdala, legendaria prostituta mayor que él, cuyos siete días de iniciación sexual que Jesús pasa con ella conforman excelentes páginas eróticas, de lo mejor de esta novela de José Saramago. Pero Jesús es un burro, un reverendo inútil cuando intenta ganarse la vida trabajando como si fuera el marido de ella, pues el escarnio y el desprecio de los aldeanos de Magdala los obliga a irse de allí. 
   Al conocer a Jesús, María de Magdala abandona para siempre su antiguo oficio y se entrega a una relación amorosa de mutua y recíproca confianza y complicidad, que poco antes de que empiecen a sucederse las anécdotas finales que preludian la prisión de Juan el Bautista y su consecuente degollamiento, la lleva a decirle a su amado: “Miraré tu sombra si no quieres que te mire a ti”; “Quiero estar donde mi sombra esté, si es allí donde están tus ojos”; palabras que fascinan a Pilar del Río, la otrora joven esposa de José Saramago a quien dedicó El Evangelio según Jesucristo.
Pilar del Río y José Saramago
Lo más significativo y trascendente de los rasgos humanos de Jesús empieza a fermentarse durante la susodicha segunda y última entrevista con Dios en medio del mar rodeado de niebla espesa (un día para él, cuarenta días para el común de los mortales). Ante los siniestros y despóticos actos y planes del terrible y sanguinario Dios, Jesús intenta oponerse, negarse a ser su instrumento; sin embargo, se somete y comienza a cumplir con la misión que el sumo vampiro y titiritero dispuso para él. “Todo cuanto la ley de Dios quiera es obligatorio, las excepciones también”, le dice, lapidario y dictatorial. 
   Pero lo más notable que logra pergeñar por sí mismo, según cree él, es adelantar su crucifixión con el fin de evitar cientos de torturas y muertes. Así, ante los doce apóstoles, planea que Judas de Iscariote simule que lo traiciona y delata en Jerusalén yendo con el chisme de que Jesús de Nazaret, el tipo de los milagros, el que pregona el arrepentimiento, el fin de los tiempos y la llegada del reino de Dios, se dice rey de los judíos y por ende instigador del pueblo para derribar al rey Herodes del trono y expulsar de Israel a los romanos.


José Saramago, El Evangelio según Jesucristo. Traducción del portugués al castellano de Basilio Losada. Alfaguara. México, 1998. 520 pp.

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