domingo, 26 de abril de 2020

Tiempos recios

Rapsodia del crimen de arte acá

I de IV
Editada por Alfaguara, en octubre de 2019 apareció en la Ciudad de México la primera edición mexicana de Tiempos recios, decimonovena novela del escritor peruano Mario Vargas Llosa (Arequipa, marzo 28 de 1936), Premio Nobel de Literatura 2010, a la que se le otorgó, en Madrid, el Premio Francisco Umbral al Libro del Año 2019.
   
Primera edición mexicana
Alfaguara, octubre de 2019
         La novela Tiempos recios comprende treinta y dos capítulos numerados con romanos, enmarcados por un preludio denominado “Antes” y un epílogo titulado “Después”. Vistos en conjunto, el preludio y el epílogo comprimen y revelan la tónica y la esencia intrínseca de la obra, que es un artilugio literario para discurrir por distintos puntos de vista (y no sólo en torno a un mismo suceso), por diferentes voces e ideas, tiempos y lugares. Urdido con documentación histórica, en “Antes”, con una enciclopédica e impersonal perspectiva omnisciente, el novelista bosqueja las señas de identidad de los personajes extirpados de la exhumada realidad histórica, las fechas y los datos elementales que dan visos de por qué, en las oligopólicas e imperialistas entrañas de los megalómanos y colonialistas Estados Unidos de América se pergeñó, entre la extinta United Fruit Company, el petulante gobierno norteamericano y la bélica y sucia CIA —antes de que se entroncara y cundiera la Guerra Fría y el macartismo en los años 50—, una mentirosa, propagandística y difamatoria conspiración política, mafiosa, criminal, asesina, racista y mercenaria para impedir que en Guatemala se construyera un ámbito democrático y reformista, abierto al capitalismo y al libre comercio, primero frente al gobierno democrático del presidente Juan José Arévalo (1945-1951), emanado de las urnas y de la Revolución de Octubre (el movimiento cívico-militar que el 20 de octubre de 1944 derrocó el gobierno del general Federico Ponce Vaides), y luego encarnizada y belicosamente contra gobierno democrático del coronel Jacobo Árbenz (1951-1954), promotor e instaurador de una ley agraria (“el Decreto 900”), promulgada “el 17 de junio de 1952”, que expropió terrenos inactivos de la United Fruit, además de obligarla a pagar impuestos, cosa que nunca había hecho desde que en el siglo XIX, en Centroamérica y en el Caribe, paulatinamente la creara Sam Zemurray (1877-1961), un aventurero gringo de origen ruso y judío, quien para maquillar y encubrir de humanismo civilizatorio su sanguinario emporio trasnacional contrató, en 1948 y en un rutilante rascacielos de Manhattan, los servicios, el ideario y los nefandos tejemanejes y contactos políticos, jurídicos y empresariales de Edward Louis Bernays (1891-1995), judío de origen vienés y sobrino de Sigmund Freud (1856-1939), dizque el padre “de la publicidad y las relaciones públicas”, autor del canónico libro: Propaganda (1928), del que el novelista, a través de la voz narrativa, extrae un elocuente botón de muestra: “La consciente e inteligente manipulación de los hábitos organizados y las opiniones de las masas es un elemento importante de la sociedad democrática. Quienes manipulan este desconocido mecanismo de la sociedad constituyen un gobierno invisible que es el verdadero poder en nuestro país... La inteligente minoría necesita hacer uso continuo y sistemático de la propaganda.” O sea, se trata de la manipulación industrial de las conciencias en las sociedades de consumo por un grupo minoritario en la cúpula, diría Hans Magnus Enzensberger; de la estandarización y cosificación del estereotipo del hombre masificado, del hombre masa
       
Edward Louis Bernays
        Y en el postrero “Después”, a modo de lúdico leitmotiv, el propio novelista, “don Mario”, se presenta como un escritor que “no muy lejos de Langley”, “entre Washington D.C. y Virginia”, donde “está la casa matriz de la CIA”, recaba información y contrasta y completa anecdóticos matices para el libro que el desocupado lector tiene en sus manos y está a punto de concluir. Es decir, en calidad de personaje de su novela (el mismo que en la página 337 dice haber llegado “a Piura en el año 1946, a mis diez años de edad”), Mario Vargas Llosa se halla por esos lares en la peculiar casa de la anciana Marta Borrero Parra con el objetivo de entrevistarla, gracias a la mediación de dos de los tres conocidos de él a quienes dedicó su libro: “Soledad Álvarez, una antigua amiga dominicana que es, además una magnífica poeta, y Tony Raful, poeta, periodista e historiador dominicano”. 
    En la novela, Marta Borrero Parra fue la muchachita guatemalteca que “a fines de 1949”, a sus 15 años de edad recién cumplidos, frente al quebranto moral y prejuicioso de su atávico y conservador padre el doctor Arturo Borrero Lamas, se descubrió embarazada, nada menos que por un contemporáneo suyo y amigo cercano desde la niñez (en el marista Colegio San José de los Infantes) que participaba en las anacrónicas partidas sabatinas de rocambor: el médico Efrén García Ardiles, en las que el corro solía charlar y chismear sobre la situación política en Guatemala. En 1955, tras abandonar a su pequeño hijo en la casa de su marido, Marta Borrero Parra, apodada Miss Guatemala desde que nació bellísima, quiso que su padre la perdonara y le diera cobijo. 
 
Carlos Castillo Armas y Richard Nixon
         Pero ante el rotundo rechazo y agresivo desprecio, fue directamente a la Casa Presidencial a pedirle apoyo al presidente de la República de Guatemala, el coronel Carlos Castillo Armas, nada menos que el cabecilla de las tropas mercenarias (el eufemístico Ejército Liberacionista), que con la participación y manipulación del Departamento de Estado de los Estados Unidos de América (a cargo de John Foster Dulles), de la CIA (a cargo del hermano de éste Allen Dulles), del embajador gringo (John Emil Peurifoy), de la Iglesia católica (mangoneada por el arzobispo Mariano Rossell y Arellano), y de sobornados y traidores mandos militares del ejército guatemalteco, propició el golpe militar y la renuncia, transmitida por radio en cadena nacional, del presidente Jacobo Árbenz, precisamente la noche del 27 de junio de 1954; acosado, además, por una orquestada, embustera y calumniadora propaganda (auspiciada por la United Fruit Company y liderada por Bernays) esparcida a través de relevantes mass media norteamericanos (“que leen y escuchan los demócratas”): “en The New York Times o en The Washington Post o en el semanario Time” (dizque progresistas y liberales), que lo acusaba y tipificaba de “comunista” y de querer convertir a Guatemala (un empobrecido, débil, pequeño y saqueado país bananero) en un peligrosísimo y beligerante satélite de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).
     
Jacobo Árbenz la noche de su renuncia
(Guatemala, junio 27 de 1954)
        Desde la primera noche que la recibió en la Casa Presidencial, Marta Borrero Parra fue la popular querida del coronel Carlos Castillo Armas (casado con Odilia Palomo), a quien incluso le puso casi chica. Y cuando en el escenario de esa dictadura guatemalteca aparece el teniente coronel Johnny Abbes García en calidad de agregado militar de la embajada dominicana en Guatemala, cuya secreta misión es matar a ese dictadorzuelo por órdenes del Chivo, es decir, del Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo Molina, el dictador de República Dominicana desde 1930 (que también colaboró, con dinero y armamento, en la caída de Jacobo Árbenz), persuadida por un tal Mike, gringo y encubierto agente de la CIA compinchado con Johnny Abbes García, a espaldas de su amante el presidente Carlos Castillo Armas, no tarda en convertirse en espía e informante de “la Madrastra” (la CIA), seducida y enganchada por unos dólares que ella no tiene ni nadie le da.  
   
Trujillo y Johnny Abbes García
        Y cuando la noche del 26 de julio de 1957 ocurre el asesinato del presidente y dictador Carlos Castillo Armas, sin saber quién lo mató, e ignorante de por qué y para qué, Miss Guatemala, advertida por Mike de que su vida corre peligro y por ende tiene que huir ipso facto, es llevada subrepticiamente a San Salvador en un auto que maneja el cubano Carlos Gacel Castro (“el hombre más feo del mundo”), pistolero de Johnny Abbes García, quien más adelante, cuando ya patéticamente se ha satisfecho sexualmente con ella, le revela que tras el asesinato del Cara de Hacha (Castillo Armas), el teniente coronel Enrique Trinidad Oliva, jefe de Seguridad Nacional del gobierno de Guatemala, ordenó su detención acusándola de participar en el magnicidio. La tácita e implícita razón de esto: está compinchado con Odilia Palomo y aspira a convertirse en el presidente de ese país bananero. 
     
Carlos Castillo Armas y Odilia Palomo
        En Ciudad Trujillo, capital de República Dominicana, Marta Borrero Parra es la consabida amante del teniente coronel Johnny Abbes García, quien tiene por esposa a una lésbica y sádica mujer, mientras él, experto en torturas, asesinatos, masacres y exterminios, es ahora jefe del SIM (Servicio de Inteligencia Militar). En Ciudad Trujillo, Miss Guatemala se convierte en una popular comentarista política en la Voz Dominicana, una poderosa radiodifusora del régimen dictatorial con cobertura en Centroamérica y el Caribe, donde sus demagógicos temas son la adulación del gobierno del coronel Carlos Castillo Armas, el incendiario linchamiento del comunismo, y la apología y magnificación de todas las dictaduras militares, las del presente y las del pasado, incluidas las dictaduras del Cono Sur. Y por si fuera poco, el susodicho agente de la CIA, el mimético y escurridizo gringo llamado Mike, reaparece ante ella y por la información que le requiere le paga los convenientes y pactados dólares.
   
Trujillo manipulando al Negro
      La venturosa estancia en Ciudad Trujillo se interrumpe luego de que en 1960, el Negro (Héctor Bienvenido Trujillo Molina), el presidente fantoche de República Dominicana, la cita en el Palacio Nacional, donde le ofrece un cheque en blanco a cambio de servicios sexuales. Pero Marta Borrero Parra se siente ofendida no sólo por la impúdica manera con que la recorre y desnuda con los ojos, sino por la brutal forma en que le expone el trato. De modo que ataca al Negro y éste la encierra en un sótano del Palacio Nacional, donde pasa 48 horas cautiva en ese claustrofóbico y asfixiante cuartucho donde sólo hay una silla y un foco, nada que beber ni comer, ni dónde recostarse ni dónde hacer sus necesidades corporales. Del encierro y de las alucinantes pesadillas la rescata el propio Generalísimo en compañía de Abbes García. Y el modo en que Trujillo insulta, zarandea y humilla a su hermano, es una minucia de la repulsiva personalidad de ese legendario dictador que Mario Vargas Llosa explora, disecciona y mata en su celebérrima novela La fiesta del Chivo (Alfaguara, 2000). Luego de la escueta y timorata disculpa que el Generalísimo le ordena rebuznar al Negro, le vocifera: “Ésa es una pobre y mediocre manera de pedir perdón [...] Debiste decir, más bien: Me porté como un cerdo maleducado y un matón, y con las rodillas en el suelo, le pido perdón por haberla ofendido con esa grosería que le hice.” Y luego ladra rabioso e imperativo: “Ahora puedes irte [...] Pero, antes, recuerda una cosa muy importante, Negro. Tú no existes. Recuérdalo bien, sobre todo cuando te vengan ganas de hacer estupideces como la que le hiciste a esta señora. Tú no existes. Eres una invención mía. Y así como te inventé, te puede desinventar en cualquier momento.”
     
Richard Nixon y el dictador Trujillo
       Así que el teniente coronel Johnny Abbes García, obedeciendo las órdenes del Chivo, le dice a la maltrecha y casi desfalleciente Miss Guatemala: “Primero, pasa unos días en el Hotel Jaragua, tratada a cuerpo de rey por el Generalísimo”. Y añade “bajando mucho la voz”, casi en secreto (pues las paredes oyen y él es las paredes y las orejas del Chivo): “Apenas estés bien, hay que sacarte de aquí. El Jefe ha ofendido moralmente al Negro Trujillo y éste, que es un mulato rencoroso, tratará de hacerte matar. Ahora cálmate, descansa y recupérate. Hablaré con Mike y veremos la manera de que salgas de acá cuanto antes.”
     Vale inferir, entonces, que algo o mucho hizo el gringo Mike para salvar y beneficiar a Marta Borrero Parra en su papel de espía e informante de la CIA, pues en la susodicha entrevista en su casa que el personaje Mario Vargas Llosa narra en “Después”, éste observa elocuentes evidencias de sus andanzas por todo el globo terráqueo, de su irreductible filiación ideológica anticomunista y de su cercanía con las derechas del poder más poderoso de la recalentada y envirulada aldea global. En ese sentido, reporta de esa vivaz y serpentina viejecilla que tenía 83 años recién cumplidos cuando el megalómano, racista y nefasto Donald Trump llegó al cómodo de la Casa Blanca el 20 de enero de 2017: 
     
Donald Trump en el cómodo de la Casa Blanca
        “Está sentada junto a una gran foto en la que aparece abrazada con los Bush de tres generaciones, los dos que fueron presidentes de Estados Unidos y Jeb, el ex gobernador de Florida. Me dice que ella ha sido una activa militante del Partido Republicano, está afiliada a él, igual que al Partido Ortodoxo de los exiliados cubanos, y todavía trabaja para los republicanos entre los votantes latinos en todas las campañas electorales de los Estados Unidos, su segunda patria, a la que quiere tanto como a Guatemala. Ahora está muy contenta, no sólo porque Donald Trump se halla en la Casa Blanca haciendo lo que es debido, sino también porque unos bonos de China que, no me quedó muy claro, compró o heredó, han sido finalmente reconocidos por el gobierno de Beijing. De modo que, si todo sale bien, pronto será millonaria. Ya no le servirá de mucho por los años y achaques que tiene encima, pero dejará ese dinero en un fondo a las organizaciones anticomunistas de todo el mundo.” 

II de IV
Aunado al perfil íntimo y psicológico de sus protagonistas, y a la proclividad del autor por los diminutivos, los interrogantes y los apodos, en Tiempos recios también descuella el talento de Mario Vargas Llosa para narrar controvertidos y escabrosos entresijos de algunos de sus personajes, entre los que destaca Johnny Abbes García y sus recurrentes palabrotas y perversiones sexuales. Pero, sin duda, lo más relevante es lo que rodea y concierne a la personalidad y al ideario íntimo, democrático, humanista, reformista y liberal de Jacobo Árbenz (incluidas ciertas debilidades, contradicciones y episodios oscuros); e inextricable a ello: el modo mafioso, criminal, conspirativo e infamante en que se pergeña su caída y su renuncia, trasmitida por Radio Nacional la noche del 27 de junio de 1954; así como el asedio y el acoso que, desde sus intereses y trincheras, protagonizan el coronel Carlos Castillo Armas, el arzobispo Mariano Rossell y Arellano, la United Fruit Company, la CIA (“Operación PBSuccess”) y John Emil Peurifoy, el embajador norteamericano en Guatemala, empeñado en descarrilar al Cara de Hacha y sus mercenarios, y en encausar y subsidiar un corrupto, manipulable y supuesto “golpe institucional”.
   
Sam Zemurray
(1877-1961)
Fundador y presidente de la United Fruit Company
        En el mismo sentido, figuran los episodios peliculescos y las cinematográficas escenas bélicas sucedidas durante la invasión militar y mercenaria, por tierra, mar y aire, y por las ondas hertzianas a través de la mercenaria Radio Liberación. Y desde luego, el episodio audaz, defensivo, patriótico e idealista que encabeza y protagoniza el joven Crispín Carrasquilla, cadete de la Escuela Politécnica (donde otrora se formaron el coronel Carlos Castillo Armas y el coronel Jacobo Árbenz y otros militares cercanos a él), precisamente tras caer, el 25 de junio de 1954, “una bomba en el patio de honor de la Escuela Politécnica”, lanzada por uno de los dos Thunderbolt, pilotados por un par de gringos rapaces, que ese día causaron destrozos, muertos y heridos en la capital guatemalteca, pero también en Chiquimula y Zacapa.
   
El presidente Jacobo Árbenz y la plana mayor del Ejército de Guatemala
       Y entre los capítulos y episodios peliculescos, hay que contar el destino del teniente coronel Enrique Trinidad Oliva, jefe de Seguridad Nacional durante el régimen del dictadorzuelo Carlos Castillo Armas, desde que se avecina y ocurre el asesinato de éste, hasta que se sucede el suyo (perpetrado por una camuflada joven de una facción guerrillera y subterránea), después de cinco años de cárcel, de un tiempo con la facha de un hediondo y desarrapado vagabundo tras la amnistía que lo puso de patitas en la calle y sin un clavo en el bolsillo; y luego de que con otro nombre y otra apariencia trabajara para el Turco (Ahmed Kurony), un poderoso capo, corruptor sistémico y narcotraficante que controla el mercado de la cocaína y clandestinas casas de juego en Guatemala. Y, desde luego, el destino fatal de Johnny Abbes García, desde que “once días después del asesinato de Trujillo” (ocurrido el 30 de mayo de 1961) el presidente de República Dominicana, Joaquín Balaguer, lo destituye del SIM y de su rango militar y lo manda en un tris al exilio dándole un incierto y vaporoso empleo: cónsul en Tokio, hasta que luego de deambular por Suiza (donde tenía una cuenta secreta con más de un millón de dólares), París y Canadá, cuando en su papel de distinguido asesor militar del dictador de Haití (François Duvalier, alias Papa Doc) ya lleva un par de años impartiendo “clases sobre temas de seguridad” e infalibles técnicas de terrorismo y tortura en la Academia Militar de Pétionville, se sucede su espeluznante asesinato (narrado con sangrientos pelos y señales), junto con su nueva esposa y sus dos pequeñas hijas. Despiadada masacre ordenada por Papa Doc, y ejecutada sin chistar por sanguinarios y desalmados tonton macoutes que despotrican en créole y francés, tras descubrirlo involucrado en una estúpida conspiración liderada por el coronel Max Dominique y su esposa Dedé (Marie-Denise), hija de Papa Doc, quien mandó a éstos al exilio en la España del dictador Francisco Franco (donde Max Dominique será el “nuevo embajador”) e hizo “fusilar a diecinueve oficiales del Ejército por haber formado parte de un connato golpista”.
 
François Duvalier
        Vale apuntar que en esa postrera conversación que el personaje Mario Vargas Llosa tiene en “Después” con la parlanchina anciana Marta Borrero Parra, ella le comenta y matiza el destino triste, legendario y dramático de Jacobo Árbenz, ex presidente de Guatemala, y de su estirpe familiar condenada al exilio y al estigma:
    “—Esos años de exilio debieron ser terribles para él y su familia —suspira de nuevo—. Por todas partes donde iba, la izquierda y los comunistas le echaban en cara que hubiera sido un cobarde, que en vez de pelear renunciara y se fuera al extranjero. Fidel Castro se dio el gusto, incluso, de insultarlo en persona, en un discurso, por no haber resistido a Castillo Armas, yéndose a la montaña a formar guerrillas. Es decir, por no haberse hecho matar.
 
Jacobo Árbez y familia en el exilio
     “—¿O sea que ahora comprende usted que Árbenz nunca fue un comunista? —le pregunto—. Que era más bien un demócrata, algo ingenuo tal vez, que quería hacer de Guatemala un país moderno, una democracia capitalista. Aunque, ya en el exilio, se inscribiera en el Partido Guatemalteco del Trabajo, nunca fue un comunista de verdad. 
   “—Era un ingenuo, sí, pero al que lo rojos manipulaban a su gusto —me corrige—. A mí me dan pena él y su familia sólo por los años del exilio. Yendo de un lado al otro sin poder echar raíces en ninguna parte: México, Checoslovaquia, Rusia, China, Uruguay. En todas partes lo maltrataban y parece que hasta hambre pasó. Y, encima, las tragedias familiares. Su hija Arabella, que era tan hermosa, según todos los que la conocieron, se enamoró de Jaime Bravo, un torero muy mediocre, que encima la engañaba, y terminó pegándose un tiro en una boîte donde él estaba con la amante. Y hasta parece que la propia mujer de Árbenz, la famosa María Cristina Vilanova, que se [las] daba de intelectual y de artista, lo engañaba con un cubano, su profesor de alemán. Y que él lo supo y tuvo que tragarse los cuernos, calladito. Y, para colmo, su otra hija, Leonora, que estuvo en varios manicomios, también se suicidó hace pocos años. Todo eso acabó de destruirlo. Se entregó a la bebida y en una de esas borracheras terminó ahogándose en su propia bañera, allá en México. O, tal vez, suicidándose. En fin, espero que antes de morir se arrepintiera de sus crímenes y Dios pudiera acogerlo en su seno.”
   
María Cristina Vilanova y Jacobo Árbenez
       Según apunta el personaje Mario Vargas Llosa casi al término del libro, “Esa misma noche [luego de su entrevista con la parlanchina anciana Marta Borrero Parra], Soledad Álvarez y yo nos vamos a comentar la experiencia en un restaurant de Washington, el Café Milano, en Georgetown, un lugar muy animado, siempre lleno de gente muy ruidosa, donde se comen buenas pastas y se toman excelentes vinos italianos. Hemos pedido un reservado y aquí podemos charlar tranquilamente.”
    Y entre lo que conversan, destaca la compartida conclusión de los tres. Y la especie de evaluación y corte de caja que expresa y resume las ideas y la visión crítica y catedrática del auténtico Mario Vargas Llosa, coleccionista de doctorados y hacedor de novelas, libretos, ensayos, artículos periodísticos y conferencias magistrales:
   
Mario Vargas Llosa
       “Los tres coincidimos en que fue una gran torpeza de Estados Unidos preparar ese golpe militar contra Árbenz poniendo como testaferro al coronel Castillo Armas a la cabeza de la conspiración. El triunfo que obtuvieron fue pasajero, inútil y contraproducente. Hizo recrudecer el antinorteamericanismo en toda América Latina y fortaleció a los partidos marxistas, trotskistas y fidelistas. Y sirvió para radicalizar y empujar hacia el comunismo al Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro. Éste sacó las conclusiones más obvias de lo ocurrido en Guatemala. No hay que olvidar que el segundo hombre de la Revolución cubana, el Che Guevara, estaba en Guatemala durante la invasión, vendiendo enciclopedias de casa en casa para mantenerse. Allí conoció a la peruana Hilda Gadea, su primera mujer, y, cuando la invasión de Castillo Armas, trató de enrolarse en las milicias populares que Árbenz nunca llegó a formar. Y tuvo que asilarse en la embajada argentina para no caer en las redadas que desató la histeria anticomunista reinante en el país aquellos días. Pero de allí extrajo probablemente unas conclusiones que resultaron trágicas para Cuba: una revolución de verdad tenía que liquidar al Ejército para consolidarse, lo que explica sin duda esos fusilamientos masivos de militares en la Fortaleza de la Cabaña que el propio Ernesto Guevara dirigió. Y de allí saldría también la idea de que era indispensable para la Cuba revolucionaria aliarse con la Unión Soviética y asumir el comunismo, si la isla quería blindarse contra las presiones, boicots y posibles agresiones de los Estados Unidos. Otra hubiera podido ser la historia de Cuba si Estados Unidos aceptaba la modernización y democratización de Guatemala que intentaron Arévalo y Árbenz. Esa democratización y modernización era lo que decía querer Fidel Castro para la sociedad cubana cuando el asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 en Santiago de Cuba. Estaba lejos entonces de los extremos colectivistas y dictatoriales que petrificarían a Cuba hasta ahora en una dictadura anacrónica y soldada contra todo asomo de libertad. Testimonio de ello es su discurso La historia me absolverá, leído ante el tribunal que lo juzgó por aquella intentona. Pero no menos grave fueron los efectos de la victoria de Castillo Armas para el resto de América Latina, y sobre toda Guatemala, donde, por varias décadas, proliferaron las guerrillas y el terrorismo y los gobiernos dictatoriales de militares que asesinaban, torturaban y saqueaban sus países, haciendo retroceder la opción democrática par medio siglo más. Hechas las sumas y las restas, la intervención norteamericana en Guatemala retrasó por decenas de años la democratización del continente y costó millares de muertos, pues contribuyó a popularizar el mito de la revolución armada y el socialismo en toda América Latina. Jóvenes de por lo menos tres generaciones mataron y se hicieron matar por otro sueño imposible, más radical y trágico todavía que el de Jacobo Árbenz.” 

III de IV
Vale observar que en la portada de Tiempos recios se aprecia un detalle central de Dualidad (1964), mural de Rufino Tamayo, donde una especie de descomunal, mítica y pesadillesca serpiente emplumada pelea a muerte con una especie de descomunal jaguar. 
     
Dualidad (1964)
Mural de Rufino Tamayo
       No obstante, Gloriosa victoria, mural de Diego Rivera, datado el 7 de noviembre de 1954, hubiera sido muchísimo más idóneo y preciso para ilustrar los forros de la novela, dado que el epicentro y su narrativa están en consonancia con lo que minuciosamente se narra en la obra de Mario Vargas Llosa. 

       
Gloriosa victoria (1954)
Mural de Diego Rivera
        En el centro del mural, en medio de indígenas maniatados y derrumbados, torturados y masacrados (menores de edad entre ellos), John Foster Dulles, el secretario de Estado de los Estados Unidos de América, posa con sombrero y ropas de campaña y mira directa y desafiante a los ojos del espectador (que son los escrutadores ojos del planeta y de la historia); al unísono, con su manaza izquierda sostiene una bomba aérea encajada en territorio guatemalteco formando un charco de sangre, la cual, en su vertical superficie cóncava, tiene trazado el fantasmal y sonriente rostro del presidente norteamericano Dwight Eisenhower, anuente testigo (desde el cómodo de la Casa Blanca) del cruento e impositivo hecho; y con la manaza derecha estrecha la mano del coronel Carlos Castillo Armas, cabecilla visible de las tropas militares y mercenarias que el 18 de junio de 1954 iniciaron el ataque y la invasión de Guatemala, por tierra, mar y aire. El coronel Carlos Castillo Armas (alias Cara de Hacha) hace una servil reverencia al estrechar la manaza del secretario de Estado norteamericano (nótese el anillo de oro en la mano izquierda con que abanica y sostiene su quepis); mientras en el bolsillo izquierdo de su chaqueta asoma un fajo de dólares y en el cinto deja ver la amenazante cacha de una pistola. Vale subrayar, que esa vestimenta de paisano, con la camisa a cuadros y el arma, es idéntica o semejante a la que usó, según documentan algunas fotografías de la época que ahora se pueden localizar en la web.

El coronel Carlos Castillo Armas
       Según se lee en “Antes”, el preludio de la novela de Mario Vargas Llosa, los hermanos John Foster Dulles y Allen Dulles eran “miembros de la importante firma de abogados Sullivan & Cromwell de Nueva York”, y a través de los oficios de Edward L. Bernays convinieron “en ser apoderados de la empresa”; es decir, de la United Fruit Company, también “llamada la Frutera y apodada el Pulpo”. En este sentido, vale observar que colocado detrás del hombro derecho de John Foster Dulles, su hermano Allen Dulles, director de la CIA, le secretea algo al oído (algo que debe ser inmoral, deslenguado, nauseabundo y sanguinario); su manaza derecha, indicando posesión, agarra un silla en la que hay una penca de plátanos verdes embalados y listos para el transporte, y junto a éstos, se ve un costal repleto de semillas con el rótulo “MADE IN USA”; y en la bolsa de cuero que lleva terciada sobre la chaqueta y la cadera, asoman fajos de dólares y por ende se logra ver que con la manaza izquierda soborna y gratifica con billetes a los mandos y oficiales militares que se hallan detrás y sobre la cabeza de Castillo Armas (véase que el militar con gorra de plato es el coronel Elfego Monzón, jefe de la Junta Militar tras la dimisión del coronel Carlos Enrique Díaz de León, presidente provisional y efímero sucesor de Jacobo Árbenz); y al unísono, el par de soldados que están detrás de la espalda de Castillo Armas, con una servil y perruna inclinación y con las palmas hacia arriba en actitud de viles limosneros, reciben su correspondiente fajo de los dedos flamígeros del Carnicero de Grecia.

     
John Emil Peurifoy
Es decir, de John Emil Peurifoy, el embajador norteamericano en Guatemala que jugó un maquiavélico y corruptor papel en la conspiración para urdir y manipular el golpe militar contra el presidente Jacobo Árbenz; e incluso, y pese a su criterio y a sus objeciones, en la asunción presidencial del vulgar e inculto dictadorzuelo Carlos Castillo Armas, del que sin duda, por excrementicio y por lo que se lee en la novela, hubiera dicho de éste lo mismo que dijo Howard Hunt, agente de la CIA (becario Guggenheim en 1946 y consabido fontanero en el histórico Watergate que el 8 de agosto de 1974 suscitó la caída y la renuncia del presidente Richard Nixon), y participante en la “Operación Éxito (PBSuccess)” que defendió la candidatura del Cara de Hacha, a quien sus coterráneos en la Escuela Politécnica apodaban “Caca” (por Carlos Castillo): “Míster Caca es algo aindiado y, no se olviden, la gran mayoría de los guatemaltecos son indios. ¡Estarán felices con el!”  

     Detrás del grupo central se observan las hojas de una plantación de plátanos que se prolonga en lontananza hasta las faldas del Volcán de Fuego. En el ángulo superior, del lado izquierdo del mural (visto de frente), asoma la proa y el borde de un barco atracado; tiene estampada una bandera norteamericana y míseros y esclavizados indios cabizbajos cargan hacia él enormes y embaladas pencas de plátanos verdes (uno con el calzón desarrapado), lo cual indica que paralelas e interminables filas de indios en harapos, salidas de lo profundo de la infinita plantación, lo están rellenando de la fruta que las buenas conciencias norteamericanas disfrutarán y disfrutan en su placentero, sacrosanto y cómodo “hogar dulce hogar”, ya en el desayuno, en la cena, o de postre o de simple golosina, no sólo para los chiquillos rubios, mofletudos y regordetes. En el ángulo inferior izquierdo, a los pies de un soldado malencarado y armado con una pistola, una metralleta y un rifle, yacen los cadáveres de una pareja de indios: hombre y mujer; ella sin huipil; es decir, yace bocabajo sobre el cuerpo de él, con la espalda desnuda y la larga cabellera sobre la cabeza; tiene las manos atadas hacia atrás, y sobre sus glúteos, para denigrarla aún más, el soldado reposa la culata de su fusil. 
Visto de frente, en el fondo del cuadro, del lado derecho de la plantación de plátanos y del Volcán de Fuego, asoma la Catedral de Guatemala, y junto a ella, el Palacio Nacional. Y ya en el ángulo superior derecho, detrás de una celda enrejada y signada por la bandera de Guatemala, un grupo de prisioneros guatemaltecos (sin duda presos políticos) observa los trágicos y dramáticos sucesos provocados en su país por la cruenta invasión imperialista, militar y mercenaria. Debajo de la celda, hay un grupo de milicianos atrincherados tras una cerca de troncos; dos se ven desfallecientes y a punto de caer; y otros dos empuñan un machete en actitud guerrera y de combate; y junto a éstos, una miliciana de camisa roja empuña una metralleta y dirige su mirada hacia los ojos del jefe de la CIA. (Su rostro sereno es el rostro de la joven Rina Lazo, una de los Fridos; pintora comunista, guatemalteca de nacimiento y asistente de Diego Rivera, junto a Ana Teresa Ordiales Fierro, en la factura del presente mural, quien por petición del muralista pintó la susodicha bandera de su país.) Del otro lado de la cerca, hacia el frente del espectador, tres dolientes indígenas lloran frente a su muertos masacrados y tirados en la tierra: dos mujeres inclinadas y un niño que se cubre los ojos con los puños; en los cadáveres yacentes se observan indicios de tortura y detención forzada; y los bancos derribados aluden el violento estropicio de la invasión y el bombardeo. Y entre la barricada de milicianos, y el grupo de militares sobornados por los gringos, se enarbola la ominosa y detestable figura del arzobispo Mariano Rossell y Arellano, dizque bendiciendo, con la Biblia abierta y la señal de la Cruz, a los masacrados y vejados en sus derechos humanos más elementales y esenciales. 
El arzobispo Mariano Rossel y Arellano
y el coronel Carlos Castillo Armas
(Guatemala, 1954)
          Según cuenta la novela de Mario Vargas Llosa, el arzobispo Mariano Rossell y Arellano fue condecorado “por su apoyo a la revolución liberacionista”; es decir, al eufemístico Ejército Liberacionista, las sanguinarias tropas mercenarias, asesinas y militares que encabezó el coronel Carlos Castillo Armas, cuya premio mayor fue la presidencia de la República de Guatemala, a la que siempre aspiró con sus turbias y delincuenciales maquinaciones, apoyadas, financiadas y orquestadas por la CIA, la United Fruit Company y el gobierno de los Estados Unidos de América; negra y sucia maquinación en cuya propaganda, logística y entrenamiento también participaron y contribuyeron Juan Manuel Gálvez (presidente de Honduras), Anastasio Somoza (dictador de Nicaragua) y Leónidas Trujillo (dictador de República Dominicana). Y dado que en su hipócrita campaña católica (contra el supuesto comunista Jacobo Árbenz) el arzobispo Rossell se abanderó con el Cristo Negro de Esquipulas, para asombro del realismo mágico y de la historia, el Cristo Negro, una figura de bulto que en la realidad se resguarda en la Basílica de Esquipulas, fue proclamado “General del Ejército de la Liberación Nacional con los entorchados correspondientes”.


IV de IV
Quizá vale recordar que, si bien ahora en páginas de la web desde cualquier parte del globo terráqueo (desbastado y asediado por el terrible Covid-19, la depresión económica, la corrupción sistémica y el cambio climático) se puede observar y analizar la narrativa y el simbolismo del mural Gloriosa victoria, era (o es) bastante legendario, puesto que además de que se daba por perdido desde finales de los años 50 del siglo XX, en las biografías y en las iconografías de la obra mural de Diego Rivera por lo regular no se reproduce, ni se dice nada o casi nada sobre él. Por ejemplo, en Diego Rivera. Obra mural completa (Taschen, 2007), que es un pesado y grandote volumen (44.07 x 29.08 cm) con hojas desplegables y 674 páginas, sólo se lee una breve información en la “Cronología”, urdida entre los críticos, curadores e historiadores de arte Juan Rafael Coronel Rivera, Luis-Martín Lozano y María Estela Duarte. En este sentido, en lo que corresponde al año “1954”, se lee:
Imagen incluida en el libro de Raquel Tibol:
Frida Kahlo, una vida abierta (Oasis, 1983).

En el pie de foto consignó:

El viernes 2 de julio de 1954 más de diez mil personas desfilaron
desde la Plaza de Santo Domingo al Zócalo, pasando por la Alameda
Central, para protestar por la caída del gobierno democrático de
Jacobo Árbenz en Guatemala. Desde su silla de ruedas Frida se
unió al coro multitudinario que exigía:
¡Gringos asesinos, fuera de Guatemala!
      “El 13 de julio fallece la pintora Frida Kahlo, y sus restos son velados en el Palacio de Bellas Artes. [La sorpresiva colocación de la bandera comunista sobre el ataúd por uno de los Fridos, el esposo de Rina Lazo, suscitó el despido del director del INBA (Instituto Nacional de Bellas Artes).] El 25 de septiembre, Diego Rivera es finalmente readmitido en las filas del Partido Comunista Mexicano. A juzgar por las fotografías de la época, ese año comienza a trabajar en su estudio de Altavista [el hoy Museo Diego Rivera y Frida Kahlo], en San Ángel, una pintura de formato mural con tema político.

   
Diego Rivera, Juan O'Gorman y Frida Kahlo
(México, julio 2 de 1954)
       “Tras ser derrocado el gobierno del presidente guatemalteco Jacobo Árbenz, los intereses capitalistas de empresarios estadounidenses propiciaron la intervención militar en el país centroamericano, lo que resultó en el bombardeo a la ciudad de Guatemala. [En realidad la invasión militar y el bombardeo ocurrieron antes de la caída de Jacobo Árbenz.] Éste fue el tema que Rivera eligió para el encargo que le solicitó el Frente Nacional de Artes Plásticas de México, que deseaba integrar la obra en una exposición de arte mexicano a celebrarse en la República de Polonia. [Entonces bajo la dictatorial y totalitaria férula de la Unión Soviética.] Rivera resolvió la pintura a la manera de un mural trasportable de 2,60 x 4,50 m; lo tituló Gloriosa victoria y lo terminó el 7 de noviembre [de 1954]. En la composición pintó al coronel Castillo Armas en actitud sumisa frente al canciller de Estados Unidos, Fuster Dulles, y junto al embajador estadounidense en aquel país. El proyecto estuvo nuevamente involucrado en la polémica entre el artista y el personal de la embajada de Guatemala en México. Como Pesadilla de guerra [y sueño de paz (1950-1951)], el mural Gloriosa victoria se dio por perdido durante muchos años. En el año 2005, la entonces presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México, Sari Bermúdez, confirmó físicamente, tras varias gestiones, que el mural se encuentra en buenas condiciones en las bodegas del Museo Estatal de Bellas Artes A.S. Pushkin, en Moscú, desde 1958, como una donación del propio pintor. Durante la investigación de la obra mural de Diego Rivera, que se llevó a cabo en el Museo de Arte Moderno de México, en preparación a este libro, se descubrió una fotografía donde Diego Rivera está pintando en su estudio de Altavista, en San Ángel, a la modelo Lucía Retes en 1954; la fotografía también muestra una pintura de formato mural aún en proceso. Ahora sabemos que este proyecto [de] mural, nunca antes documentado, está pintado en la parte posterior, de la misma tela, en que Rivera ejecutó el mural de Gloriosa victoria; y por lo tanto también se encuentra en el Museo Estatal de Bellas Artes A.S. Pushkin, de Moscú. Todo parece indicar que esta composición inconclusa, con trazos de dibujo y pintura al óleo fue la primera propuesta iconográfica para el mural Gloriosa victoria, la cual se advierte con mayor dinamismo y marcados puntos de fuga en el manejo del espacio, así como el uso de una retórica gestual más violenta, que la versión final que el muralista terminó.”
    Cabe preguntarse, no obstante, si esa presunta donación al Museo Pushkin, datada por los críticos en “1958”, no es una fecha errada, pues si bien Diego Rivera, en compañía de Emma Hurtado, su cuarta y última esposa desde el “29 de julio de 1955”, en el mes siguiente viajó a Moscú para someterse a un tratamiento médico por el cáncer que padecía en los testículos y sólo regresó a México hasta el “4 de abril de 1956”, murió en su casa de San Ángel el 27 de noviembre de 1957. ¿O acaso fue una donación post mortem? ¿O lo donó durante su última estancia en la Unión Soviética?
   
Diego convaleciente con su esposa Emma Hurtado
(Moscú, invierno 1955-1956)
       Pero el caso es que Gloriosa victoria, título que con las imágenes cuestiona y pone en entredicho la cínica y envilecida declaración de John Foster Dulles tras el triunfo de la invasión mercenaria, sólo se exhibió en México por primera vez hasta el 27 de septiembre de 2007, día de la inauguración de la muestra “Diego Rivera, Epopeya Mural”, montada en el Museo del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, en cuya curaduría participó el citado Juan Rafael Coronel Rivera, nieto del muralista, e hijo del pintor Rafael Coronel y de la arquitecta Ruth Rivera Marín, una de las dos hijas que Diego Rivera tuvo con la celebérrima y legendaria Lupe Marín.

Diego Rivera retratando a su hija Ruth (San Ángel, 1948)



Mario Vargas Llosa, Tiempos recios. Narrativa Hispánica, Alfaguara. Primera edición mexicana. México, octubre de 2019. 360 pp.




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