viernes, 6 de enero de 2023

La isla del día de antes



El navío de nunca jamás

Decía el narrador y ensayista italiano Umberto Eco (Alessandria, Piamonte, enero 5 de 1932-Milán, Lombardía, febrero 19 de 2016) que un 5 de enero concluyó su novela El nombre de la rosa (1980). Algo parecido le sucedió con El péndulo de Foucault (1988) y con La isla del día de antes (1994). Esta coincidencia, que remite a su nacimiento y a la Adoración de los Reyes Magos, resulta proverbial. Alberto Moravia, tras leer la primera de las novelas de Umberto Eco, “dijo que el autor era un hombre que de niño disfrutó mucho leyendo a Julio Verne”. Observación que Umberto Eco confirmó al decir que además leía La isla del tesoro, Aventuras de tierra y mar, Los tres mosqueteros, a Salgari y a Ariosto; y que entre sus primeros intentos infantiles por escribir historias ilustradas había títulos como Los piratas del labrador; pero también al responder: “cuando escribo novelas escribe el niño”, “cuando escribo ensayos, quien lo hace es el señor Eco”. 

Umberto Eco
(1932-2016)
        En este sentido, La isla del día de antes es una novela de aventuras. Pero si bien hay suspense, cierta acción, digresiones y múltiples minucias y detalles, las aventuras que descuellan bogan por vertientes del conocimiento y del lenguaje; es decir, Umberto Eco,  como un pequeño energúmeno, rey mago de sí mismo que juega y se divierte con sus tejemanejes, aventuró un vocabulario que deviene del barroco italiano e implicó, libre y fantásticamente, un enciclopédico bagaje intelectual y literario extraído de los cismas y de la efervescencia especulativa que en los siglos XVI y XVII Europa vivía en ámbitos como la filosofía, las supersticiones, la religión, la política, la geografía, la navegación, la astronomía y las ciencias en general.
       
Colección Palabra en el Tiempo número 238
Lumen/Patria
México, septiembre de 1995

        La isla del día de antes
está narrada por un cronista que hizo la relación de los hechos a partir de un puñado de fragmentos manuscritos que Roberto de la Grive, el protagonista, escribió y abandonó en el Daphne, la nave, aparentemente desierta, a la que arribó como náufrago amarrado a un tablón, un día de 1643. La novela comienza en ese momento. Y a partir de éste navega por dos rumbos. Por un lado Roberto de la Grive explora el barco y escribe cartas a la amada que dejó en París. Por el otro hay un viaje retrospectivo que atraviesa por su infancia en la propiedad de la familia De la Grive, por el asedio del Casal (donde muere su padre), por su aprendizaje en las tertulias y salones parisinos (donde conoce a Lilia), y por el episodio de 1642 en que mientras fallece Richelieu, el futuro cardenal Mazarino, auxiliado por Colbert, lo involucran como espía en el Amarilis, un navío que no es cualquier navío. Su objetivo: vigilar al doctor Byrd, quien en secreto y con el Polvo de Simpatía pretende resolver el misterio de las longitudes; es decir, el modo de fijar el antimeridiano de la Isla del Hierro y al unísono acceder a las riquezas de las Islas de Salomón. Tal es el meollo y el punto beligerante entre los estados que buscan ser el más poderoso del planeta mediante el dominio de tal misterio y riqueza. Pero cuando el doctor Byrd y los suyos (a través de un método que parece de magia negra) están a un paso de precisar el punto fijo, ocurre una peliculesca tempestad que hace naufragar al Amarilis, de cuyos restos el único sobreviviente es Roberto de la Grive.
        El náufrago descubre que el Daphne, a imagen y semejanza de los navíos que exploraban el Nuevo Mundo, está repleto de animales y plantas nunca antes vistos por sus ojos. Además de los víveres, halla los papeles, mapas e instrumentos científicos de un hombre versado en navegación y astronomía; pero también comienza a advertir la presencia de un intruso, de una especie de fantasma inasible que se mueve con sigilo. A Roberto de la Grive primero le da por pensar en Ferrante, su hermano natural, que quizá exista en Europa y al que supone idéntico a él; y que allá, de niño, adolescente y joven, encarnó la sombra imaginaria (sosias u otro yo) para justificar sus culpas y ciertos paradójicos asedios. Pero luego descubre que se trata del padre Caspar, un jesuita muy erudito que busca, también, precisar el meridiano 180, el antípoda de la Isla del Hierro, el cual, según el jesuita, se halla en las Islas de Salomón, frente al Daphne. En este sentido, la ínsula que se advierte desde el bajel es la más salomónica entre las Islas de Salomón, inaccesible para el padre Caspar y para Roberto de la Grive, puesto que además de que no saben nadar, en la nave no hay bote ni, al parecer, manera de sortear los corales que la protegen. Pero lo fascinante para Roberto de la Grive estriba en que mientras que en el Daphne es hoy, en la isla es ayer.
        El padre Caspar, un sabio prejuiciado por sus conceptos de astronomía divina que aún no digiere del todo la concepción heliocéntrica, escribe una obra sobre el Diluvio Universal. Auxiliado por Roberto de la Grive, a través del Instrumentum Arcetricum (un utensilio prefigurado por Galileo) se propone confirmar lo que ya dizque precisó en la isla con la Specola Melitense, que es algo más que un poderoso telescopio: especie de bola de cristal (o de aleph borgeseano) “capaz de revelar todos los misterios del Universo”. 
Con el Instrumentum Arcetricum fracasan estrepitosamente. Luego, para trasladarse a la isla, intentan que Roberto de la Grive aprenda a nadar durante sesiones en las que debaten sobre cosmogonías y otros desvaríos. A Roberto de la Grive no lo mueve un interés científico, sino el hecho de nadar, literalmente, al día de antes, a la ínsula donde según el jesuita vive una solitaria pareja de palomas, una de ellas naranjada, símbolo de todo lo evanescente e inasible que Roberto de la Grive sueña, idealiza, desea y espera para el futuro. Aunado a esto, la Specola Melitense, un oráculo para él, podría revelarle “donde y qué estaba haciendo en aquel momento la Señora” de sus sueños y pesadillas.
       Ante el herético parloteo de Roberto de la Grive, el padre Caspar decide que por la salud del alma de su interlocutor, él irá a la isla caminando bajo las aguas. Para ello emplea una rudimentaria escafandra armada con sus manos, a la que añade un par de botines con suelas de hierro. Tal ocurrencia, absurda y risible, es uno de los inventos descritos con detalle (como el Instrumentum Arcetricum, la Specola Melitense, el órgano del Daphne, la Máquina Aristotélica del padre Emanuel, entre otros) que ejemplifican, de un modo caricaturesco, la ebullición experimental y cognoscitiva de la ciencia y la filosofía durante el Renacimiento. 
      Luego de fantasear los modos en que pudo morir el padre Caspar en el fondo de las aguas del mar, Roberto de la Grive, nuevamente solo, se hunde en la melancolía amorosa y se esmera por aprender a nadar. Pero también empieza a escribir una novela protagonizada por Lilia y Ferrante; es decir, imagina una serie de aventuras y amoríos, que son la contraparte y complemento de la historia en la que él se encuentra escrito. Así, después de sufrir la picadura de un pez piedra, logra regresar al Daphne y atosigado por la fiebre vive una serie de pesadillas, una urdimbre en la que se entretejen su novela y el palimpsesto del cronista. Al recuperarse, se abandona a su delirio y declive. Literalmente trata de convertirse en piedra y piensa lo que podrían pensar las piedras. Pero también, expuesto al sol, afiebrado y haciendo coincidir su destino con el destino de los personajes de su novela, escribe los últimos capítulos en los que imagina el castigo del malvado Ferrante; y a Lilia, envejecida y maltratada por la travesía y el naufragio, la ve arribando a un peñasco, exactamente en el lado opuesto de la isla: la parte que no se observa desde el Daphne. Incendia el barco y se arroja al mar.

Umberto Eco
      
        Evidentemente, La isla del día de antes no es sólo esto. Y si el lenguaje, el regodeo barroco, las digresiones, las interpolaciones, el parafraseo y los excesos pueden ser disfrutados por ciertos lectores, también es posible que para algunos, por momentos, todo o algo de ello resulte abrumador.  


Umberto Eco, La isla del día de antes. Traducción del italiano y nota sobre la traducción de Helena Lozano Millares. Serie Palabra en el Tiempo número 238, Lumen/Patria. México, septiembre de 1995. 432 pp. 



12 comentarios:

  1. Hola. Sería bueno que pusieras la fuente de estas aseveraciones: "cuando escribo novelas escribe el niño"; "cuando escribo ensayos, quien lo hace es el señor Eco". Estoy bastante interesado en ello.

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  2. Lamentablemente no he podido pasar de la superficialidad de la complejidad lingüistica en esta novela. Es lo primero que leo de Eco y espero que no todo sea así, pues me parece que sabe y muy bien escribir. Como tu bien dices, abrumado es la palabra, naufragado tampoco estaría mal. El caso es que me temo, que no es una lectura para todo el mundo y por ello debo desrecomendarla.

    Saludos!

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  3. Excelente reseña, mi estimado. A la altura de una gran obra, tan fascinante como todas las de Eco. ¡Felicidades!

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  4. Eco es una obra maestra..... una maquinaria sofisticada ...y como tal, me cuesta manejar su lectura

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  5. Eco es una obra maestra..... una maquinaria sofisticada ...y como tal, me cuesta manejar su lectura

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  6. Recomendable para los que les gustan los textos inteligentes. Salvando las inmensas diferencias, la anecdota del naufragio hace recordar al cuento de Poe "Mensaje en una botella". Ideal para los que gustan de historias de barcos e imaginación sin límites. Me gustó muchísimo.

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  7. Humberto Eco, en el momento de leerlo realmente se convierte en eco constante en mi manera de razonar.

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  8. Hola.Lei El nombre de la Rosa y luego El Cementerio de Praga. El año pasado leí La Isla del día de antes y no terminé de leerla, pero como mencionas era un poco abrumadora. Este año retome nuevamente desde el inicio y logré terminarla, necesariamente se tiene que tener un soporte bibliografico más para poder comprenderla mejor. Es un buen reto para leerla y comprenderla. Muy didáctico tu reseña.Saludos desde Perú

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  9. Había leído el nombre de la rosa allà por los 90, posteriormente decidí leer La isla del dia antes, lo hice por fuerza bruta, fué un trabajo duro me abrumó y no volví a leer a Eco.
    Algo de esa novela ha vuelto a mí esta noche de aislamiento y he llegado a tu blog. Me fascina cómo el personaje maneja los conceptos científicos como cuando un niño juega con la vajilla de su abuela.

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  10. Obvio es decir de la ingente erudicción de Umberto Eco,llover sobre mojado. La estrategia de esta novela brega como un palimpsesto un Algebra General de una novela total con incognitas y raices multiples de un polinomio de Ruffini, un inasequible limite metematico al que nos acercamos infinitamente pero sin alcanzarlo, pues de lo contrario se cometeria la herejia cuantica de cambiarlo todo.Hay imagenes y preimágenes, planos multiples paralelos, espejos enfrentados ,puntos imaginarios tan necesarios como los números imaginarios para los ingenieros, con alter egos multiples y sosias.Novela y antinovela sin llegar a una abstracción fragmentaria ni facetas caóticas de geometria fractal,con su ironico texto barroco donde se atisba las imagenes empañadas de semiotica, tan afin a Eco. Empero, no obstante, no es esta obra maestra para cualquier Lector..Desde uruguay gracias por tu comentario..

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  11. Todas sus obras son muy buenas, te obligan a buscar datos, desde El nombre de la rosa, Baudolino, El péndulo de Foucault, El cementerio de Praga y La isla del día antes, de esta voy por la mitad, cuesta bastante porque usa muchas citas en latín, francés y barroco italiano y se me complica un poco!¡ pero quiero saber el final.

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  12. Se requiere gran comprension de lectura. Pero asi es que se aprende a manejar ese intrincado campo de ser uno con el escritor y lo que quiso plasmar en su obra. Todos los libros de umberto eco son excelentes.

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