Al mundo le falta un tornillo
En 2005 el chileno Marcelo Simonetti (Valparaíso, 1966) ganó en España el VI Premio Casa de América de Narrativa con su novela La traición de Borges, impresa en “agosto de 2005”, en Madrid, con el número 104 de la Colección Nueva Biblioteca de Ediciones Lengua de trapo.
Borges estrechando la mano a monseñor |
Pese a lo aparentemente amarillista e iconoclasta del título, la trama de La traición de Borges implica un homenaje y un tributo al escritor que “fue capaz de meter el universo en una cajita de cerillos” (para decirlo con palabras de Eugenio Montale), pero una pleitesía lúdica, irreverente, paródica y bufa, con suficientes fantaseos y libertades, más una buena dosis de desfachatez.
En Santiago de Chile, Antonio Libur, un oscuro narrador y plagiario, lee en una revista una nota sobre el encarcelamiento de un Borges apócrifo: “un chileno fue detenido frente a la Casa Rosada, en pleno corazón de Buenos Aires, haciéndose pasar por el célebre escritor argentino fallecido hace una semana”. Esto y otros datos son suficientes para que Antonio Libur intuya y deduzca que con el falso Borges se encuentra Emilia Forch, una veinteañera a quien no ve desde hace casi un año y a quien añora en frecuentes remembranzas y desahogos onanistas, cuyas minucias quizá resulten eróticas para ciertos lectores, pero para otros tal vez no.
Antonio Libur, con escasos recursos monetarios, emprende el viaje a Buenos Aires con el propósito de recuperar a Emilia Forch. En este sentido, los 79 capítulos de la novela de Marcelo Simonetti se desglosan en dos direcciones alternas y paralelas. Por un lado se trazan los pormenores del trayecto y del rastreo que en la capital argentina realiza Antonio Libur, entreverado por sus íntimas digresiones evocativas e imaginativas y por sus personales vivencias, entre las que destaca su reencuentro con Adriana Honcker, una hermosa bióloga recién conocida en el autobús que los trasladó de Santiago a Buenos Aires, en cuya casa subrepticiamente él se topa con los manuscritos de una novela inédita (al parecer escrita por el padre de ella, ya fallecido), los cuales roba y aspira a publicar como obra suya, cosa que ya hizo, sin pena ni gloria, con dos novelas de su tío Custodio de los Ángeles Libur (también muerto).
Por otro lado se bosqueja la azarosa acuñación y construcción del personaje pergeñada por el paupérrimo, mediocre y bufonesco actor chileno Julio Armando Borges y cómo éste, seducido e inducido por la locura de Emilia Forch, acomete la megalómana y delirante tarea de anunciarle a toda la aldea global que Jorge Luis Borges no murió en Ginebra el sábado 14 de junio de 1986, ni está enterrado allá en el Cementerio de Plainpalais, sino que con 86 años a cuestas está vivito y coleando en Buenos Aires, dispuesto a publicitarse con locuaces actos públicos (e ineludiblemente chuscos, inverosímiles y grotescos) que dizque demuestren y den fe de que él es el único y auténtico Borges.
Es el caso de la conferencia que brinda ante estudiantes universitarios que frenéticamente berrean y corean: “¡Borges está vivo, Borges inmortal; ningún hijo de puta lo podrá enterrar!”; o la reunión que se efectúa en el departamento de Adolfo Bioy Casares, la cual termina con Borges apoteósicamente paseado en hombros por las calles circunvecinas, manifestación deglutida por las avalanchas de alharaquientos hinchas que súbitamente se arrojan a las vertientes de la urbe porteña a celebrar sin freno el triunfo y la deificación de Maradona y de la selección argentina tras la final ganada en el Estadio Azteca de la Ciudad de México, cuya polimorfa masa de “reptil de lupanar” evoca la descripción del fútbol hecha en Los dos Borges (Hermes, 1996) por el chileno Volodia Teitelboim al referir su brote durante la primera estancia de Borges en Europa (entre 1914 y 1921): “un monstruo de cien mil cabezas creció bullicioso y copó buena parte del horizonte argentino”.
Si bien son cuatro los personajes principales de la novela: el falso Borges, Antonio Libur, Emilia Forch y Adriana Honcker, contrasta el hecho de que Marcelo Simonetti sólo en lo que concierne a los dos varones entrevera intromisiones que dan luz sobre su vida intrínseca y mental (historial clínico, fobias, fantasías, debilidades, reflexiones).
Pero lo que cobra mayor énfasis es el hecho de que la historia de un actor que en Buenos Aires intenta suplantar a Borges (recién fallecido en Ginebra) sólo es posible en los ámbitos teatrales y literarios, pues además de que en la vida real lo tildarían de loco y quizá iría directamente al manicomio, en La traición de Borges sobran los mil y un detalles inverosímiles (hilarantes o grotescos) que indican que tal Borges no es Borges, amén de que es improbable que personas que conocieron al Georgie de carne y hueso y tras bambalinas se traguen la píldora de que el impostor es nada menos y nada más que el auténtico Borges; tal es el relevante caso de Adolfito: Adolfo Bioy Casares, quien no podría ser tan locuaz y tan tonto como para apadrinar al falso Borges y creer a pie juntillas en el embuste de éste y sólo discernir el engaño tras la lectura del libelo desenmascarador que Antonio Libur publica en La Nación); o el caso de Fani (Epifanía Uveda de Robledo), la llevada y traída criada de los Borges (a quien en la novela de Marcelo Simonetti tampoco le va nada bien), la cual, en El señor Borges (Edhasa, 2004), con Alejandro Vaccaro de amanuense, cuenta lo que quiso contar y maquillar sobre su estancia, por más de 30 años, en el célebre departamento B del quinto piso de la calle Maipú 994 donde Borges vivió con su madre, Leonor Rita Acevedo de Borges, quien murió allí el 8 de julio de 1975 a sus 99 años, y donde él guardaba sus objetos y libros más queridos, como fueron los inveterados tomos de su Encyclopedia Britannica de 1911.
Ahora que si bien el falso Borges en su caracterización solía trastocar los poemas y cuentos del verdadero Borges y ciertos episodios de su biografía, esto da pie para que Marcelo Simonetti, si metió la pata, tales minucias no trasciendan o se justifiquen, pues se trata de una novela y no de un riguroso y sabiondo ensayo sobre la vida y obra del autor de “El Aleph”. Sin embargo hay varios yerros que descuellan por su inexactitud; por ejemplo, el craso error que quizá sea un lapsus pendeji del falso Borges o del propio novelista, pues todo borgeseano de hueso colorado no ignora que Victoria Ocampo, la controvertida mecenas y directora de la revista Sur, murió (aquejada de un cáncer de garganta) en su casa de San Isidro “la noche del 27 al 28 de enero de 1979”, y que la esposa de Adolfo Bioy Casares no fue Victoria sino la hermana de ésta: la escritora Silvina Ocampo, con la cual se casó el 15 de enero de 1940 y entre cuyos testigos estuvo Borges, con quien además el 24 de diciembre de ese año publicaron, con el número uno de la Colección Laberinto de la Editorial Sudamericana, la celebérrima Antología de la literatura fantástica. Pues bien, durante el episodio de la fiesta en el departamento de Bioy (el día que lo pasean en hombros y la Argentina gana el mundial de fut), dice del falso Borges la omnisciente y ubicua voz narrativa: “Otra vez habría de apostar a la intuición, a sus recuerdos, a su autónoma memoria. E iba a abrazar a Silvina Ocampo, a quien le suponía una belleza aristocrática y una elogiable salud, y lo mismo esperaba hacer con Victoria, la mujer de Bioy...”
Otro yerro se halla en el “Epílogo”. Este dizque lo escribió un tal Marcelo, que obviamente es Marcelo Simonetti en calidad de personaje de su novela. Allí, en la página 215, dice al inicio que el “23 de marzo de 2003” estuvo con su mujer en Puerto Deseado, un pequeño pueblo argentino no muy distante de La Patagonia, donde se hospedaron en una pensión de sonoro y elocuente nombre: La memoria de Shakespeare, cuya patrona, de unos 38 años, resulta ser Emilia Forch, ya viuda (del falso Borges), cuyos cuartos no tienen números, sino nombres de los cuentos del auténtico Borges; y en la carta del comedor se ofrecen cosas como “el desayuno Serrano 2134”, “la dirección de la casa en la que Borges vivió sus primeros años”, anota Marcelo, lo cual, por ejemplo, no coincide con lo que apunta Ricardo-Marcos Barnatán en la cronología que se lee en Borges. Biografía total (Temas de hoy, 1995): “calle Serrano 2135/47”; ni tampoco con lo que se lee en la cronología de Un ensayo autobiográfico (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores/Emecé, 1999), de Borges, “edición del centenario”, “ilustrado con imágenes de su vida”, con “prólogo y traducción de Aníbal González” y “epílogo de María Kodama”, pues en ésta se dice que el número era “2135”, en Palermo, “una casa de dos plantas, con jardín, patio y molino”.
Pero además la doble numeración que apunta Barnatán está en consonancia con un breve pasaje que se lee en Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, 1996), la biografía de María Esther Vázquez que “en septiembre de 1995” obtuvo “el VIII Premio Comillas de biografía, autobiografía y memorias”: “Al lado de Serrano 2135, en el número 47 había un terreno baldío; los Borges lo compraron, agrandaron el jardín, y la casa, de dos plantas, quedó en el centro”. Asimismo, esto no riñe del todo con un fragmento de Alejandro Vaccaro que se lee en Una biografía en imágenes. Borges (Ediciones B, 2005): “En 1901 [el año en que nació Norah, la hermana de Georgie] la familia Borges se mudó a la casa de Fanny Haslam [la paterna abuela británica del escritor] ubicada en Serrano 2135, al tiempo que se iniciaba la construcción de una casa de estilo art noveau en el terreno lindero”. Y en un pequeño recuadro se observa una reproducción fotográfica de la solicitud manuscrita que el adolescente “Jorge Borges” hizo en febrero de 1913 para ingresar al Colegio Nacional No. 6 Manuel Belgrano en donde dice vivir en “Serrano 2147”.
Se puede deducir, entonces, que en tal ámbito es donde estuvo la legendaria biblioteca del padre de Georgie, “de ilimitados libros ingleses”, donde aprendió a leer y a escribir y donde la abuela paterna Fanny Haslam o la británica institutriz Miss Tink, a él y a su hermana Norah les leían o les contaban historias en inglés, y de la que Borges llegaría decir que nunca salió de ella, pese a que dejó de verla a partir del primer viaje a Europa que la familia de Georgie inició “el 3 de febrero de 1914”. La estancia de los Borges en el viejo continente se prolongó hasta el 4 de marzo de 1921, día que zarparon de Barcelona rumbo a Buenos Aires; y según Vaccaro, la casa de Serrano 2147 (de la que también ofrece un minúsculo detalle fotográfico) la tenían rentada y sólo regresaron a ella hasta fines de 1922.
Y bueno, la equivocación radica en que Marcelo, en la página 217, dice: “en el verano de 2002 volví a Puerto Deseado esperando hallar a Emilia Forch, pero tal como ella lo había anunciado, no quedaba rastro suyo ni de La memoria de Shakespeare”, pues el obvio seguimiento temporal implica que no debió leerse “2002”, sino una fecha posterior a “2003”, lo cual se confirma en la siguiente página cuando el narrador sostiene: “han pasado más de dos años desde que me hospedé en La memoria de Shakespeare”.
Marcelo Simonetti, La traición de Borges. Colección Nueva Biblioteca núm. 104, Ediciones Lengua de trapo. Madrid, 2005. 224 pp.
VI Premio Casa de América de Narrativa (Lengua de trapo, Madrid, 2005) |
Marcelo Simonetti |
Por otro lado se bosqueja la azarosa acuñación y construcción del personaje pergeñada por el paupérrimo, mediocre y bufonesco actor chileno Julio Armando Borges y cómo éste, seducido e inducido por la locura de Emilia Forch, acomete la megalómana y delirante tarea de anunciarle a toda la aldea global que Jorge Luis Borges no murió en Ginebra el sábado 14 de junio de 1986, ni está enterrado allá en el Cementerio de Plainpalais, sino que con 86 años a cuestas está vivito y coleando en Buenos Aires, dispuesto a publicitarse con locuaces actos públicos (e ineludiblemente chuscos, inverosímiles y grotescos) que dizque demuestren y den fe de que él es el único y auténtico Borges.
Es el caso de la conferencia que brinda ante estudiantes universitarios que frenéticamente berrean y corean: “¡Borges está vivo, Borges inmortal; ningún hijo de puta lo podrá enterrar!”; o la reunión que se efectúa en el departamento de Adolfo Bioy Casares, la cual termina con Borges apoteósicamente paseado en hombros por las calles circunvecinas, manifestación deglutida por las avalanchas de alharaquientos hinchas que súbitamente se arrojan a las vertientes de la urbe porteña a celebrar sin freno el triunfo y la deificación de Maradona y de la selección argentina tras la final ganada en el Estadio Azteca de la Ciudad de México, cuya polimorfa masa de “reptil de lupanar” evoca la descripción del fútbol hecha en Los dos Borges (Hermes, 1996) por el chileno Volodia Teitelboim al referir su brote durante la primera estancia de Borges en Europa (entre 1914 y 1921): “un monstruo de cien mil cabezas creció bullicioso y copó buena parte del horizonte argentino”.
Borges y Maradona |
Pero lo que cobra mayor énfasis es el hecho de que la historia de un actor que en Buenos Aires intenta suplantar a Borges (recién fallecido en Ginebra) sólo es posible en los ámbitos teatrales y literarios, pues además de que en la vida real lo tildarían de loco y quizá iría directamente al manicomio, en La traición de Borges sobran los mil y un detalles inverosímiles (hilarantes o grotescos) que indican que tal Borges no es Borges, amén de que es improbable que personas que conocieron al Georgie de carne y hueso y tras bambalinas se traguen la píldora de que el impostor es nada menos y nada más que el auténtico Borges; tal es el relevante caso de Adolfito: Adolfo Bioy Casares, quien no podría ser tan locuaz y tan tonto como para apadrinar al falso Borges y creer a pie juntillas en el embuste de éste y sólo discernir el engaño tras la lectura del libelo desenmascarador que Antonio Libur publica en La Nación); o el caso de Fani (Epifanía Uveda de Robledo), la llevada y traída criada de los Borges (a quien en la novela de Marcelo Simonetti tampoco le va nada bien), la cual, en El señor Borges (Edhasa, 2004), con Alejandro Vaccaro de amanuense, cuenta lo que quiso contar y maquillar sobre su estancia, por más de 30 años, en el célebre departamento B del quinto piso de la calle Maipú 994 donde Borges vivió con su madre, Leonor Rita Acevedo de Borges, quien murió allí el 8 de julio de 1975 a sus 99 años, y donde él guardaba sus objetos y libros más queridos, como fueron los inveterados tomos de su Encyclopedia Britannica de 1911.
Ahora que si bien el falso Borges en su caracterización solía trastocar los poemas y cuentos del verdadero Borges y ciertos episodios de su biografía, esto da pie para que Marcelo Simonetti, si metió la pata, tales minucias no trasciendan o se justifiquen, pues se trata de una novela y no de un riguroso y sabiondo ensayo sobre la vida y obra del autor de “El Aleph”. Sin embargo hay varios yerros que descuellan por su inexactitud; por ejemplo, el craso error que quizá sea un lapsus pendeji del falso Borges o del propio novelista, pues todo borgeseano de hueso colorado no ignora que Victoria Ocampo, la controvertida mecenas y directora de la revista Sur, murió (aquejada de un cáncer de garganta) en su casa de San Isidro “la noche del 27 al 28 de enero de 1979”, y que la esposa de Adolfo Bioy Casares no fue Victoria sino la hermana de ésta: la escritora Silvina Ocampo, con la cual se casó el 15 de enero de 1940 y entre cuyos testigos estuvo Borges, con quien además el 24 de diciembre de ese año publicaron, con el número uno de la Colección Laberinto de la Editorial Sudamericana, la celebérrima Antología de la literatura fantástica. Pues bien, durante el episodio de la fiesta en el departamento de Bioy (el día que lo pasean en hombros y la Argentina gana el mundial de fut), dice del falso Borges la omnisciente y ubicua voz narrativa: “Otra vez habría de apostar a la intuición, a sus recuerdos, a su autónoma memoria. E iba a abrazar a Silvina Ocampo, a quien le suponía una belleza aristocrática y una elogiable salud, y lo mismo esperaba hacer con Victoria, la mujer de Bioy...”
Día de la boda de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares Las Flores, enero 15 de 1940 Detrás, los testigos: Jorge Luis Borges, Enrique Drago Mitre y Oscar Pardo |
Pero además la doble numeración que apunta Barnatán está en consonancia con un breve pasaje que se lee en Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, 1996), la biografía de María Esther Vázquez que “en septiembre de 1995” obtuvo “el VIII Premio Comillas de biografía, autobiografía y memorias”: “Al lado de Serrano 2135, en el número 47 había un terreno baldío; los Borges lo compraron, agrandaron el jardín, y la casa, de dos plantas, quedó en el centro”. Asimismo, esto no riñe del todo con un fragmento de Alejandro Vaccaro que se lee en Una biografía en imágenes. Borges (Ediciones B, 2005): “En 1901 [el año en que nació Norah, la hermana de Georgie] la familia Borges se mudó a la casa de Fanny Haslam [la paterna abuela británica del escritor] ubicada en Serrano 2135, al tiempo que se iniciaba la construcción de una casa de estilo art noveau en el terreno lindero”. Y en un pequeño recuadro se observa una reproducción fotográfica de la solicitud manuscrita que el adolescente “Jorge Borges” hizo en febrero de 1913 para ingresar al Colegio Nacional No. 6 Manuel Belgrano en donde dice vivir en “Serrano 2147”.
Los hermanos Norah y Georgie en el Jardín Zoológico Buenos Aires, junio de 1908 Foto en Un ensayo autobiográfico (GG/CL/Emecé, 1999) |
Y bueno, la equivocación radica en que Marcelo, en la página 217, dice: “en el verano de 2002 volví a Puerto Deseado esperando hallar a Emilia Forch, pero tal como ella lo había anunciado, no quedaba rastro suyo ni de La memoria de Shakespeare”, pues el obvio seguimiento temporal implica que no debió leerse “2002”, sino una fecha posterior a “2003”, lo cual se confirma en la siguiente página cuando el narrador sostiene: “han pasado más de dos años desde que me hospedé en La memoria de Shakespeare”.
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