En tus ojeras se ven las palmeras borrachas de sol
Narrativas hispánicas núm. 177 Editorial Anagrama (Barcelona, 1995) |
Enrique Vila-Matas |
Según Enrique Tenorio, fue invitado a Guadalajara, donde en un congreso se le rindió pleitesía a su hermano Antonio, nacido en 1954, en el puerto de Veracruz, célebre autor de libros de viajes, recién suicidado en Barcelona. De regreso a la Ciudad de México, en el Hotel Majestic, frente al Zócalo, quezque oyó “una voz misteriosa” que lo indujo a escribir el relato “Es que soy de Veracruz”. Así, ante el dolor que significaba el retorno a España, decidió prolongar su estancia en México al oír hablar de Sergio Pitol y del “ambiente de Xalapa” (sic), el preámbulo de su ida a Veracruz, sitio del que pese a la nostalgia, dice y repite con meloso sentimentalismo a la Agustín Lara, que a sus playas lejanas no piensa volver.
Sergio Pitol |
Según él —dado que despreciaba el tufo de la cultura y “la peste de la tradición artística de la familia”—, aspiró solamente a vivir, a que su obra maestra fuera su vida de viajero incorregible. Pero luego, pese a sus trotes por el mundo, después de haber sido un grandísimo burro, resultó que el cúmulo de sus desventuras y fracasos lo transformaron en un voraz lector: dizque en los últimos dos años ha leído “cerca de dos mil libros (tres por día)”.
En este sentido, parece consecuente que ante los primeros libros leídos (Robinsón Crusoe, la Odisea, La metamorfosis, el Quijote) a sí mismo se diga: “en mi vida de lector el verdadero gran acontecimiento me iba a llegar a través de un librito titulado Pedro Páramo...”; “...me dije, ‘requetebién, porque es verdad lo que suponía. Estoy muerto.’” Así, definido por tal síndrome fantasmal y mortuorio (“la vida no es más que nostalgia de la muerte”, se dice con aliento villaurrutiano), llega a Xalapa y busca a Sergio Pitol y con él viaja a Veracruz, el maloliente puerto donde desciende a los bajos fondos del infierno de sí mismo; es decir, en medio de una conjura de sus fobias, incitadas por el tequila y el mezcal, asesina a Dios (en el cuerpo de un marino), el culpable de todas sus desgracias e infortunios.
En este sentido, si El descenso es el título del libro sobre los Tenorio que iba a escribir el suicidado Antonio, el rótulo le queda como anillo al dedo a lo escrito en el cuaderno (dizque secreto) por el manco de Barcelona, lo cual implica que quedó un poco atrás ese “apotegma de dispéptico” que se dijo al iniciar su vida de lector: los libros o el suicidio; y que se encuentra navegando en el ojo del huracán de la frase hallada en su Robinsón Crusoe, su iniciático libro: “Después de tantos años de infortunios sentí vivos deseos de relacionarme con aquella tribu” (que para el caso es la rapaz tribu de los lectores y escritores). Así, si hace unos años ignoraba quién era el tal Valle-Inclán o el tal Canetti, ahora resulta que se las sabe de todas a todas, que las baraja al derecho y al revés, de la A a la Zeta.
Sin embargo, no puede decirse lo mismo de su evocación turística y literaria del puerto de Veracruz. Ahí está el somero, carnavalesco y folcloroide ambiente que mira y describe en Los Portales y en La Parroquia. Y el hecho de que al hablar de La Antigua, dice “Antigua”, donde según él dizque “Hernán Cortés mandó edificar su primer fortín” (pero La Antigua no es precisamente Chalchiuecan ni mucho menos el sitio en el que se halla el histórico fuerte de San Juan de Ulúa), donde dizque barrenó las naos, de las cuales quezque allí “quedan, y emociona verlas, las anclas todavía” —quizá etílico delirio derivado del final de Cinema Paradiso, por lo que se podría corear con Agustín Lara:
y en tus ojeras
se ven las palmeras
borrachas de sol.
Enrique Vila-Matas |
Otra azarosa aventura es la que Enrique Tenorio vivió en África, donde además de experimentar en carne propia el famoso aforismo sartreano: “el infierno son los otros”, aprendió que “el hombre es un lobo para el hombre”; es decir, que “hay que matarlos si pretenden ellos matarte a ti”.
Una aventura más es la que narra la pérdida de Carmen, la mujer con quien se casó. O aquella que se remonta a la India, país que visitó, ciego e ignorante, y que fue el ámbito que lo convirtió en el manco de Barcelona, lo cual signa su condición de solitario, de enterrado en sí mismo al pie de un famélico Cancerbero, de insomne y chillón. Una nostálgica, barrigona y triste figura que en nada se parece a la acuñada por el célebre e ingenioso manco de Lepanto.
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Enlace a "Palmeras", canción de Agustín Lara en las voces de Toña la Negra y Pedro Vargas.
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