martes, 23 de agosto de 2016

Diálogos Borges-Sabato

Sócrates era un filósofo de café

“Compaginados por Orlando Barone”, los Diálogos entre Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato aparecieron por primera vez en 1976, en Buenos Aires, impresos por Emecé Editores, aciago año, pues el 24 de marzo el general Jorge Rafael Videla (inminente dictador y genocida) encabezó el golpe de estado que derrocó a Isabelita (María Estela Domínguez de Perón) y por ende asumió de facto la presidencia de la Argentina tres días después. Derrocamiento que alegró a Borges y que elogiaría, en septiembre de 1976, en su discurso en la Academia Chilena de la Lengua, donde fue homenajeado y nombrado Miembro de Honor, luego de que la Universidad de Santiago de Chile le entregara, de manos de su general-rector, un doctorado honoris causa, anunciado a los cuatro pestíferos vientos de la recalentada aldea global “el 21 de julio de 1976”, día en que en la embajada de Chile en Buenos Aires, Borges recibió, “junto con el doctor Luis Federico Leloir” (Premio Nobel de Química en 1970), la Gran Cruz de la Orden al Mérito Bernardo O’Higgins (héroe de la independencia y de la libertad de Chile), otorgada por el dictador y genocida Augusto Pinochet. Según bosqueja Juan Gasparini en “Los diálogos prohibidos”, capítulo 17 de su corrosivo libro-reportaje: Borges: la posesión póstuma (Foca, 2000), María Kodama —la viuda y heredera universal de los derechos de autor del celebérrimo escritor que nunca recibió el Premio Nobel de Literatura— trató de censurar e impedir, con una gresca que no llegó a los tribunales, que el libro de los Diálogos de Borges y Sabato continuara reeditándose, porque, apunta Gasparini, Kodama le espetó “tergiversación” a Barone; es decir y en resumidas cuentas, “La puñalada fue despiadada: [María Kodama declaró:] ‘¿Esos diálogos? No. Borges ha dicho en muchos reportajes que en ese libro todo está mal: que lo que él dijo se le adjudica a Sábato y que lo que dice Sábato se pone en boca de Borges. Se puede comprobar en los recortes de los diarios, en archivos. No, no. Ese libro no se edita más...”   
Borges y Sabato
(Buenos Aires, sábado 21 de diciembre de 1974)
        Sin embargo, las aguas negras no se desbordaron, la bronca de callejón del mole quedó en un deshago viperino y “La tirria que pudo llevar al delito de sangre” se encausó por la vía de la negociación; de modo que “Kodama terminó permitiendo que el libro se reeditara en 1996, distribuyéndose por igual los derechos de autor entre los protagonistas con un 5 por 100 a cada uno más 4 por 100 para Barone.”

   
(Emecé, Buenos Aires, 5ª impresión, agosto de 1996)
         En este sentido, para la reedición de “agosto de 1996” pergeñada por la misma empresa editorial, Orlando Barone incluyó un prólogo titulado “Borges y Sabato en aquel verano” (fechado en “Buenos Aires, Otoño de 1996”), donde reseña las circunstancias que originaron, “en el atardecer del 7 de octubre de 1974”, un breve reencuentro entre Borges y Sabato, acogidos por un grupo de amigos que se hallaban en la librería La Ciudad, en Buenos Aires, departiendo “en el cálido clima de la presentación de un libro”. 
Por entonces habían transcurrido 18 años desde la furibunda polémica suscitada en torno al folleto antiperonista de Ernesto Sabato: El otro rostro del peronismo. Carta abierta a Mario Amadeo (Imprenta López, 1956); es decir, desde que el rencor político los alejó. Controversia y rencor político que, bosquejan algunos biógrafos (Edwin Williamson y Horacio Salas, por ejemplo), se desencadena cuando Sabato cuestiona la postura moral y ciertas omisiones de Borges, precisamente en su artículo “Una efusión de Jorge Luis Borges”, publicado en el número 4 de la revista Ficción (noviembre-diciembre de 1956), cuyo título parafrasea el artículo-respuesta que Borges publicó en el número 242 de la revista Sur (septiembre-octubre de 1956) con el rótulo: “Una efusión de Martínez Estrada” —póstumamente compilado en Borges en Sur (Emecé, 1999)—. No obstante, pese a la rencilla y al distanciamiento, Sabato, en el afectuoso prólogo de su libro Tango, discusión y clave (Losada, 1963), recordó su redescubrimiento de Buenos Aires a través de los poemas de Borges, simbólicamente fumaba la pipa de la paz con él, y le rendía tributo al compartirle su libro. Anneliese von der Lippen, traductora alemana y amiga de Borges, no hacía mucho que le había leído a éste las fraternales palabras de Sabato, las cuales rezan a la letra:
Páginas 8 y 9 de Tango, discusión y clave (Losada, 2ª ed., Buenos Aires, otoño de 1997)
        “Las vueltas que da el mundo Borges: Cuando yo era muchacho, en años que ya me parecen pertenecer a una especie de sueño, versos suyos me ayudaron a descubrir melancólicas bellezas de Buenos Aires; en viejas calles de barrio, en rejas y aljibes, hasta en la modesta magia que a la tardecita puede contemplarse en algún charco de las afueras. Luego, cuando lo conocí personalmente, supimos conversar de esos temas porteños, ya directamente, ya con el pretexto de Schopenhauer o Heráclito de Efeso. Luego, años más tarde, el rencor político nos alejó; y así como Aristóteles dice que las cosas se diferencian en lo que se parecen, quizá podríamos decir que los hombres se separan por lo mismo que quieren. Y ahora, alejados como parece que estamos (fíjese lo que son las cosas), yo quisiera convidarlo con estas páginas que se me han ocurrido sobre el tango. Y mucho me gustaría que no le disgustasen. Créamelo. Sabato”.  

        Así, en el reencuentro en la librería La Ciudad (situada casi frente al edificio donde Borges vivía en el departamento B del sexto piso de Maipú 994), el ciego escritor le agradeció tales palabras. Y dentro de la efervescencia de la charla propiciatoria en la que también incidió “un bello ejemplar de Don Quijote”, Orlando Barone, dice, tuvo la idea de convocarlos para “una serie de diálogos intensos y amplios que pudieran convertirse en libro”. Borges, días más tarde, aceptó allí mismo en la librería La Ciudad; y a Sabato, apunta Barone, tuvo que convencerlo “en una mesa del bar El Dandy”.
Se acordó, como “regla de juego” propuesta por Borges, que “no se tocarían las cuestiones ‘peronismo-antiperonismo’ ni la actualidad política”. Sabato cedió, no sin observar que la política “suele entrar por la ventana o por una hendija cuando uno menos se lo espera”.
Dice Barone que “El encuentro se acordó así bajo una envoltura coloquial, de tertulia; coincidimos en que la charla se iría anudando sobre la marcha, espontáneamente, como suele suceder entre amigos donde puede hablarse de Dios, del amor, y enseguida contarse un chiste.”
Borges y Sabato dialogando en el departamento de la pintora
Reneé Noetinger (sábado 14 de diciembre de 1974)
  Al inicio de los Diálogos, Borges tenía 75 años, Sabato 63 y Barone 35. Las reuniones, “de dos y tres horas”, se sucedieron durante siete sábados. De ahí que cada charla lleve como título la fecha del sábado en que se celebró: “14 de diciembre de 1974”, “21 de diciembre de 1974”, “11 de enero de 1975”, “15 de febrero de 1975”, “1º de marzo de 1975”, “8 de marzo de 1975” y “15 de marzo de 1975”. La segunda sesión se efectuó “en el bar de Maipú y Córdoba”. Las otras seis en el departamento de la pintora Reneé Noetinger, amiga de los protagonistas, ubicado en un edificio de la calle Maipú, cuyo piso daba exactamente al del sexto piso del edificio donde los Borges (el escritor y su madre) vivían, al parecer desde 1946, en el susodicho departamento B, y donde doña Leonor Acevedo de Borges, con casi 99 años, se hallaba en cama y casi paralítica, y cuya muerte ocurriría el 8 de julio de 1975.

Borges, Sabato y Barone
  El papel de Orlando Barone iniciado, dice, como “bisagra o Celestina literaria” entre esos dos grandes que “no eran amigos ni presumían serlo”, consistió en manipular la grabadora y los casetes, en ejecutar la transcripción mecanográfica, el cotejo y la corrección con Borges y con Sabato, quienes “obraron por separado”, dice, con un mutuo desapego “tan distinto de la vivida y compartida cordialidad de los largos momentos del diálogo”. De ahí que tras las primeras ediciones del libro, ninguno “volvió a preguntar por el otro” (sic).

Horacio Ratti, el general Videla, Borges, Sabato, el padre Leonardo Castellani y José Villarreal,
general y secretario de la presidencia del dictador.
Miércoles 19 de mayo de 1976, Casa Rosada, Buenos Aires, Argentina.
  Pero además de que entre las palabras y silencios de los dialogantes, Orlando Barone de vez en cuando mete su cuchara con una pregunta, sugerencia u opinión, siempre matiza con sus siete brevísimos prólogos, con palabras insertadas entre los parlamentos de Borges y de Sabato (tal si fuera un libreto teatral), y con escuetos comentarios y reflexiones personales que intercala en medio del fluir de las secuencias. Por si fuera poco, también hizo un trabajo de edición, quizá con el consentimiento de ambos escritores (por separado o no), pues hubo fragmentos que fueron omitidos; siendo así las cosas quizá el libro debió titularse Triálogos. Cabe preguntarse, además, desde el radiofónico patio de algún populoso conventillo de la aldea global (no necesariamente porteño ni exento de compadritos): ¿qué fue lo excluido y condenado al silencio? Y si este libro, pulido hasta la asepsia (a imagen y semejanza de un huevo sin sal y sin chile jalapeño), es sólo un mero artilugio de lo que en realidad fueron las charlas.

Vale subrayar que el fragmentario esbozo que Orlando Barone hizo en 1975 del contexto en que se desarrollaron los Diálogos no está glosado con un tratamiento de crónica periodística, sino con apuntes de índole subjetiva y literaria, casi minimalista. Apenas y alude el departamento de Reneé Noetinger, la silueta y el movimiento de los protagonistas y lo que solían beber al dialogar (Borges agua y Sabato whisky); y casi no dice nada de la expectación que Borges y Sabato despertaron entre los parroquianos al reunirse “en el bar de Maipú y Córdoba”. Más bien se concentró en enmarcar la pretendida relevancia y trascendencia que implican sus azarosas palabras dichas al vapor.
Sabato y Borges
(Buenos Aires, sábado 21 de diciembre de 1974)
  Al inicio de los Diálogos, Borges llevaba “cuatro o cinco meses” sin cobrar su pensión de profesor de literatura inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, pues no le habían confirmado su jubilación (en las burocráticas y kafkianas oficinas administrativas le habían dicho que hasta que no se confirmara ese dato no debía molestarse ni molestar; indolente menosprecio que evoca que esa alma mater, donde dictó cátedra de literatura inglesa desde 1956, nunca le otorgó un doctorado honoris causa, pese a que doctorados y premios le llovieron en Estados Unidos, en Europa y en América Latina); no tardarían en aparecer los cuentos de El libro de arena (Emecé, 1975) ‒varios urdidos con el amanuense y lazarillo apoyo de Norman Thomas di Giovanni; los poemas de La rosa profunda (Emecé, 1975); los Prólogos con un prólogo de prólogos (Torres Agüero, 1975); su poemario La moneda de hierro (Emecé, 1976); su antología de narrativa breve Libro de sueños (Torres Agüero, 1976) y su libro de ensayos breves Qué es el budismo (Columba, 1976), urdido con la colaboración de Alicia Jurado, su amiga y autora de la primera escueta biografía sobre su vida y obra: Genio y figura de Jorge Luis Borges, publicada en “octubre de 1964” por la Editorial Universitaria de Buenos Aires (número 2 de la serie Genio y Figura), que preludia allí una antología de 17 textos de Borges (poemas, cuentos y ensayos) y una selección de 9 “Opiniones sobre Jorge Luis Borges”, entre las que figura un laudatorio fragmento de Ernesto Sabato que reza:

   
(Eudeba, Buenos Aires, octubre de 1964)
         “A usted, Borges, heresiarca del arrabal porteño, latinista del lunfardo, suma de infinitos bibliotecarios hipostáticos, mezcla rara de Asia Menor y Palermo, de Chesterton y Carriego, de Kafka y Martín Fierro.

“A usted, Borges, ante todo, lo veo como un Gran Poeta.
“Y luego: arbitrario, genial, tierno, relojero, débil, grande, triunfante, arriesgado, temeroso, fracasado, magnífico, infeliz, limitado, infantil, inmortal.” 
     
Portada de la revista Sur núm. 94 (julio de 1942)
donde se publicó el Desagravio a Borges
        Fragmento transcrito por Alicia Jurado —al igual que el de Pedro Henríquez Ureña, el de Francisco Romero, el de Amado Alonso y el de Enrique Anderson Imbert— del número 94 de la revista Sur, correspondiente a julio de 1942, donde se publicó el colectivo, corifeo y legendario Desagravio a Borges, crítica y protesta por no haberle otorgado, en 1942, el Premio Nacional de Literatura por su libro de cuentos El jardín de senderos que se bifurcan (Sur, 1941). Cuya laureada reivindicación se sucedería en diciembre de 1944, cuando la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) crea ex profeso y le entrega, “en una cena en julio de 1945”, el Gran Premio de Honor por su libro Ficciones (Sur, 1944), cuyo discurso de recepción está compilado en Páginas de Jorge Luis Borges seleccionadas por el autor (Celtia, 1982) y en el susodicho Borges en Sur.
     Pero además no hacía mucho que había empezado a dirigir y a escribir (con el tácito e implícito auxilio de María Esther Vázquez, su periódica entrevistadora y futura biógrafa) los prólogos para los libros antológicos de La Biblioteca di Babele, que en 1975, en Parma, Italia, y en italiano, Franco Maria Ricci comenzó a editar con exquisitez de bibliófilo. Ricci, hasta 1985, publicó 33 títulos; de los cuales, en español, se hicieron dos series: 6 títulos impresos en Buenos Aires, entre 1978 y 1979, por Ediciones Librería de La Ciudad; y 33 impresos en Madrid, entre 1983 y 1988, por Ediciones Siruela.
Y seguía siendo un notable merecedor del Premio Nobel de Literatura (proscrito por los académicos suecos tras su escandaloso e inmoral apoyo a las sanguinarias y represivas dictaduras militares de Augusto Pinochet en Chile y de Jorge Videla en Argentina), cuyas Obras completas (Emecé, 1974), “un grueso volumen único encuadernado y en papel biblia” (que dedicó a su madre y que ella conservaría en la cabecera de su cama hasta el día de su muerte), aún estaban en el candelero del mundanal orbe. 
Borges dictándole a su madre en su departamento de Maipú 994.
Encima del secreter: un retrato de su padre Jorge Guillermo Borges.
        Y quizá por el hecho de que Sabato fue su juvenil lector, años antes de conocerlo en persona durante ciertas tertulias que en los años 40 se sucedían en la casa de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo ‒cuyo matrimonio ocurrió el 15 de enero de 1940, con Borges entre los testigos‒, éste, imposibilitado para leer y escribir por sí mismo desde 1955 (año en que en octubre comenzó a dirigir la Biblioteca Nacional de Buenos Aires tras la caída de Perón el 21 de septiembre de 1955 ‒lo hizo hasta jubilarse, pese a él, tras el retorno de Perón al poder el 12 de octubre de 1973), resulta el personaje central, ante el que no obstante Sabato esgrime y defiende sus opiniones, sus discrepancias y sus ideas. 

    Y si Borges y Sabato (en Latinoamérica, en Europa y en Estados Unidos) suscitaron masivo interés por lo que pudieran decir y opinar de un modo más o menos espontáneo, el producto (el show business intelectual) no es muy favorable. Borges, por ejemplo, es mucho más luminoso, profundo y erudito en otros inolvidables coloquios (de colección); por ejemplo y por citar algo: Borges el memorioso (FCE, 1982), conversaciones con Antonio Carrizo (donde Roy Bartholomew mete su cuchara) originadas en Radio Rivadavia, estación comercial de Buenos Aires; Borges, sus días y su tiempo (Javier Bergara, 1984), entrevistas con María Esther Vázquez, que ella aumentó y prologó, en el “Invierno de 1999”, para Punto de lectura; las conferencias de Borges oral (Emecé/Universidad de Belgrano, 1979); las ponencias transcritas y revisadas en Siete noches (FCE, 1980) con el amanuense auxilio de Roy Bartholomew; y Diálogos (Seix Barral, 1992), charlas con Osvaldo Ferrari (originadas en Radio Municipal de Buenos Aires), antología de tres libros: Borges en diálogo. Conversaciones de Jorge Luis Borges con Osvaldo Ferrari (Grijalbo, 1985) ‒donde apareció por primera vez el recurrente “Prólogo”, para Ferrari, que Borges fechó el “12 de octubre de 1985”‒, Libro de diálogos (Sudamericana, 1986) y Diálogos últimos (Sudamericana, 1987), a los que se les sumó Reencuentro. Diálogos inéditos (Sudamericana, 1999), cuya propiedad intelectual María Kodama le disputó en ríspidos pleitos judiciales, pero a la postre no le ganó y por ende Osvaldo Ferrari hizo una Edición definitiva en dos libros titulados En diálogo/I y En diálogo/II, publicados en México, el “11 de noviembre de 2005”, por Siglo XXI. Pero en los presentes Diálogos, Borges resulta más bien vago y simplón. 
Y lo mismo puede decirse de Ernesto Sabato, quien antes de postular,  a modo de incontestable y cincelada categoría filosófica de café, que “Sócrates era un filósofo de café”, observa categórico: “aquí siempre hay un argentino dispuesto a opinar y resolver cualquier tema universal desde una mesa de café. Los griegos era muy parecidos a nosotros”.
Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato.
Obsérvese la corbata del primero:
con las rayas y el amarillo del tigre de Bengala.
  Borges, cafetero, está de acuerdo. Y ante esto y frente al conjunto de los presentes Diálogos, se puede decir que no son más que una serie de divagaciones misceláneas, sintéticas y menores, de café, de un día gélido y gris, en las cuales, si bien no faltan los aforismos, las frases ingeniosas, los fragmentos librescos, los versos, las anécdotas, las alusiones autobiográficas, las bromas e ironías, abundan más las diferencias, que las coincidencias, siempre dichas rápida y superficialmente, en torno a un buen número de consabidos y recurrentes temas sacados de la manga y del sombrero de copa, tales como el Martín Fierro, el Quijote, el tango, la música, la filosofía, Dios, el catolicismo, la identidad argentina y la identidad latinoamericana, la creación del cuento y de la novela, el suicidio, las ciudades, el plagio, la traducción, los diccionarios, el castellano, la Academia Argentina, la muerte, los sueños y las pesadillas, entre otros más.



Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato, Diálogos Borges-Sabato, Compaginados por Orlando Barone. Emecé Editores, 5ª impresión. Buenos Aires, agosto de 1996. 178 pp.

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