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miércoles, 3 de marzo de 2021

Un daño irreparable

 El Peje es un personaje que polariza

 

Impreso en México por Editorial Planeta Mexicana, en enero de 2021 se publicó la primera edición de Un daño irreparable. La criminal gestión de la pandemia en México, libro de la doctora Laurie Ann Ximénez-Fyvie, cuya campaña publicitaria empezó antes de que físicamente apareciera en las librerías del país (con acceso restringido) y por ende se pudo comprar en preventa a través de varias cadenas con tienda virtual. (Yo mismo así lo adquirí el viernes 29 de enero y lo recibí en mi casa, en Xalapa, el viernes 5 de febrero.)

           

Editorial Planeta Mexicana
México, enero de 2021

          Además de la foto del rostro (¿angustiado?, ¿azorado?) del impune y hablantín doctor Hugo López-Gatell (“subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud de México”), en el encabezado de la portada se pregonan (a los cuatro pestíferos vientos de la recalentada y envirulada aldea global) las altas calificaciones de la autora del libro: “Jefa del Laboratorio de Genética Molecular de la UNAM, Doctora en Ciencias Médicas por la Universidad de Harvard”, mismas que se reiteran y amplían en la segunda de forros (debajo de su fotografía y encima de su twitter): “Laurie Ann Ximénez-Fyvie se doctoró en la Universidad de Harvard y es profesora e investigadora de Microbiología. Actualmente es jefa de Laboratorio de Genética Molecular de la Facultad de Odontología de la UNAM [que ella fundó y encabeza ‘desde el año 2000’], directora general de la iniciativa Salvemos con ciencia [ONG con plataforma en la web que orienta y apoya a los contagiados con el virus SARS-CoV-2] y asesora proyectos para ayudar a controlar la pandemia de COVID-19 en México. A raíz de su artículo ‘El fiasco del siglo’ en el periódico Reforma se volvió una de las referentes expertas que han trabajado para exponer la verdad detrás de la gestión de la pandemia en México.”

          El libro Un daño irreparable, si bien está escrito por una científica e investigadora muy documentada y analítica que a sí misma se llama “cazadora de microbios” (cuyo objetivo es entender y admirar “la vida microscópica y las relaciones que guarda con nosotros y con el resto de las especies con las que cohabitamos en este planeta”), es de índole periodística, testimonial y autoanecdótica (con visos autobiográficos); en este sentido, sin discriminar a la comunidad médica y científica, se dirige al lego y al público en general para denunciar y compartir constancia de lo que desde el inicio fue (y aún es a inicios de marzo de 2021) La criminal [e impune] gestión de la pandemia en México. Yo, como muchos lectores mexicanos confinados en el interior del país, no leí su seminal artículo en Reforma (“publicado el 5 de mayo de 2020”) ni ninguno otro escrito por ella; pero sí la oí en varios programas del canal televisivo El Financiero Bloomberg, y por ello me percaté de que era una mujer muy parlanchina, pero crítica e inteligente, con una oratoria fácil, polémica y puntillosa, y al unísono amena, pedagógica, sarcástica, dicharachera, lúdica, juvenil, dispuesta a no dejar títere con cabeza, a señalar errores y omisiones, y a proponer lo que debería ser la ruta más óptima para confrontar, individual y comunitariamente, el curso y la propagación de la pandemia en territorio mexicano. Y esto es, precisamente, la pulsión y el tono conversacional o de charla de su libro: la leo y me parece que la estoy oyendo en uno de los programas de El Financiero Bloomberg.      

       

Dra. Laurie Ann Ximénez-Fyvie

        En el “Epílogo” de Un daño irreparable, la doctora Laurie apunta: “Ha comenzado un nuevo año. Estamos a 11 de enero de 2021.” Esto implica que lo concluyó antes de que el Estado Mexicano empezara (morosa y caóticamente y con abusiva propaganda de Morena) a vacunar a la población que reside en territorio mexicano. Y que si bien lo empezó a urdir (quizá aún sin saberlo) desde el momento de 2020 en que decidió ser crítica y activista, y no indiferente al dolor de los demás, ni omisa ante las mortales barrabasadas y tonterías del subsecretario López-Gatell, del Peje (Manuel López Obrador), del fantasmal secretario de la Secretaria de Salud y del no menos fantasmal e ineficiente Consejo de Salubridad General, apenas concluido, se fue a la imprenta. Y quizá por ello le faltó cierta corrección y cierta concordancia en algunas líneas. Claro que lo relevante y trascendente de su libro, además de las cifras duras y del bosquejo histórico del surgimiento y propagación planetaria del virus SARS-CoV-2 y de la mortal enfermedad COVID-19, es que exhibe y pone en la palestra una serie de equivocadas decisiones, erradas estrategias, ridículos argumentos (entre los más memorables están los referentes a la supuesta inutilidad del uso del cubrebocas, al menosprecio de las pruebas diagnósticas y al supuesto hecho de que los asintomáticos no contagian), inextricables a la flagrante impunidad de las autoridades mexicanas (reflejada en el creciente número de muertos, contagiados, asintomáticos y enfermos), supuestamente encargadas de contener y mitigar la dispersión de la pandemia; de oír, por sentido ético y común, los señalamientos y recomendaciones de los especialistas y críticos; de brindar a los pacientes el tratamiento adecuado y digno; de proveer los insumos necesarios y la protección debida a todo el personal sanitario que estaba en la primera línea y falleció, dando por resultado que sea México el país del mundo que presenta el mayor número de muertos por COVID-19 en esa área angular y básica de la salud pública. 

       Ejemplo uno. En la página 24 dice la doctora Laurie: “Hoy sabemos que COVID-19 no es una enfermedad respiratoria, sino un síndrome microvascular.” Pero en la página 164 resulta que sí es una enfermedad respiratoria, pues apunta (y añade el plus): “Hoy sabemos que COVID-19 es un síndrome sistémico microvascular, no sólo una enfermedad respiratoria, y produce daños en órganos y tejidos, que finalmente pueden resultar en la muerte.”

       Ejemplo dos. En la página 19 anota: “El 27 de febrero [de 2020], en México se confirmó el primer caso de COVID-19.” Y en la página 95: “los dos primeros casos de COVID-19 en México se dieron a conocer el 28 de febrero de 2020 en Ciudad de México.”

       Ejemplo tres. Entre las páginas 21 y 22 apunta (observe el paciente lector el patético cantinfleo del subsecretario Hugo López-Gatell, pues es él quien parlotea en la transcripción entrecomillada por ella):

      “Para marzo [de 2020] era claro que el discurso y las decisiones en torno a la pandemia en nuestro país adoptaban cada vez tintes más político-demagógicos que académico-científicos: ‘Vamos a suponer que tenemos una escuela de mil niños, nadie está infectado y de repente, de esos mil, un niño tiene la infección; si yo cierro la escuela en ese momento, voy a tener un efecto positivo, porque estoy evitando que un niño contagie a 999 niños. Si yo, en lugar de cerrar la escuela en ese momento, me espero a que la escuela tenga, por ejemplo, 10 niños infectados, puedo cerrar la escuela y esa medida aplicada a 10 contra 990 es más efectiva que si la cierro cuando es solo uno contra 999. Si me espero aún más y tengo, por ejemplo, 100 niños infectados, es todavía más efectiva la intervención, porque estoy evitando que 100 tienen una mayor fuerza de infección [sic], así se llama técnicamente, para contagiar a los 900 restantes, y así sucesivamente hasta llegar a un punto en donde llego a la máxima utilidad de la intervención y es cuando un volumen muy grande, vamos a pensar 400 niños, tienen la fuerza de 400 para infectar a los 600 que restan, esa sería la máxima utilidad de la infección.’

     

Detalle de la cuarta de forros

       “López-Gatell dijo lo anterior en la conferencia de prensa del 14 de marzo de 2020. Lo escuché por televisión durante la transmisión en vivo.

       “Su explicación contradecía los principios básicos de la contención epidemiológica de las enfermedades transmisibles y evidenció la estrategia que el gobierno mexicano había emprendido para enfrentar la pandemia, misma que habría de sentenciar la vida [de] más de 134368 personas —en cifras oficiales— al cierre de este texto. Cuatro días atrás, la Organización Mundial de la Salud (OMS) había declarado la expansión de COVID-19 en el mundo como una pandemia.”

       

Tedros Adhanom Ghebreyesus
Director General de la OMS

        O sea: según reporta la doctora Laurie: la OMS, tardíamente, declaró la pandemia el 10 de marzo de 2020. Fecha que reitera en la página 171 al apuntar: “el 13 de marzo, cuando la OMS hacía apenas tres días que había decretado la pandemia mundial”. Pero en la página 69 dice que fue el 11 de marzo, pues apunta: “Para el 25 de marzo, apenas 14 días después de la declaración tardía de pandemia por parte de la OMS, Italia registraba 7527 víctimas fatales y 74349 casos.” No obstante, en la página 47 había optado por “el 9 de marzo”: “Un mes después del aviso por parte de las autoridades chinas, con casos reportados en cuatro continentes, la OMS finalmente declaró la emergencia, pero no fue hasta el 9 de marzo cuando decidió declararla oficialmente pandemia; habían ya más de 110 países que en conjunto reportaban alrededor de 113000 casos y cerca 4000 defunciones.”

      Ejemplo cuatro. Entre las páginas 99 y 100 apunta: “Para que quede claro: como lo grafica un artículo de El Financiero, ‘las industrias que regula Cofepris producen todo aquello que ingerimos, tomamos, nos untamos, nos aplicamos, inhalamos; es decir, todo lo que entra de una u otra manera a nuestro organismo. Esta industria tiene su propio peso dentro de la producción económica de país. En años anteriores se ha estimado que los sectores industriales que regula el organismo sanitario representan el 10% del producto interno bruto (PIB) de México’.” Cita cuyo pie de página es el número 32; no obstante, en la página 260 el número 32 remite a una página web de El Economista, no de El Financiero.

      Vale resaltar que el preludio de tal cita es la crítica que la doctora Laurie formula en torno al hecho de que, frente al cuestionamiento mediático que polemizaba sobre la desatinada gestión del subsecretario López-Gatell, el Peje, en lugar de destituirlo o de exigirle un cambio certero y eficaz que pusiera punto final a sus erradas y erráticas estrategias, decidió empoderarlo aún más. Lo cual está en la lógica autoritaria, ególatra, caprichosa (el Tren Maya, el Aeropuerto Felipe Ángeles, la Refinería Dos Bocas, la remodelación del estadio de beisbol en Palenque para el equipo de su hermano Pío), antidemocrática y concentradora del poder supremo que caracteriza al populista, aldeano, misógino, machista y demagogo presidente de México, proclive al monopolio y manipulación de todos los poderes subalternos y paralelos, y no sólo al retrógrado regreso y monopolio estatal de las arcaicas y encarecidas energías sucias y fósiles. En este sentido, apunta la doctora Laurie en la página 99:

      “El nombramiento de López-Gatell como máximo responsable de conducir al país durante esta tormenta, que es la de COVID-19, no sería nepotismo. Es verdad que el niño mimado de López-Obrador no se cansa de adular en público a su jefe —en realidad, el único que tiene, pues Alcocer Varela [el afásico secretario de Salud de México] es a todas luces un secretario fantasma—. A diferencia del doctor Anthony Fauci, su par estadounidense que varias veces y en forma pública ha contradicho a su jefe, el ahora expresidente Donald Trump, López-Gatell permanece sin chistar, pues en apariencia el pacto que hizo fue el siguiente: obedecer ciegamente al presidente a cambio de obtener favores y ascensos.

      

El Peje y su cuate Hugo López-Gatell

       “Prueba de ello es que, en agosto [de 2020], Andrés Manuel López Obrador [alias el Peje] le cedió a la subsecretaría de López-Gatell el control de 13 unidades administrativas y órganos desconcentrados de la SSA [Secretaria de Salud], entre los que destacan la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) y la Comisión Nacional contra las Adicciones (Conadic). Que hoy el subsecretario de prevención y promoción de la salud esté a cargo de la Cofepris, un órgano hasta agosto independiente y hoy degradado, lo convierte en uno de los funcionarios más poderosos del actual gobierno.”

        Ejemplo cinco. En la página 229, dentro del subcapítulo “Los errores de la OMS”, apunta la doctora Laurie Ann Ximénez-Fyvie dirigiéndose a un lector plural:

        “En caso de que no lo recuerden, vuelvo a citar la primera parte del documento [‘Un mundo en peligro. Informe anual sobre preparación mundial para las emergencias sanitarias’, elaborado por la OMS y difundido en ‘septiembre de 2019’]: ‘Nos enfrentamos a la amenaza muy real de una pandemia fulminante, sumamente mortífera, provocada por un patógeno respiratorio que podría matar de 50 a 80 millones de personas y liquidar casi 5% de la economía mundial.”

     

Dra. Laurie Ann Ximénez-Fyvie

        Quizá no es la intención de la doctora Laurie, pero me parece que trata al lector de marras con cierta soberbia, dando por hecho que es un pobre desmemoriado que lee cabeceando o echándose un coyotito entre las páginas, casi como el clásico aquel, que en la feria de Guadalajara, rebuznó que La silla del águila era de Krauze; o aquel otro que, dándoselas de “muy leído”, dizque citó a José Luis Borgues. Ese pasaje, tal cual, se lee primero en la página 81 con el siguiente añadido del mismo informe de la OMS que cita la doctora: “Una pandemia mundial de esa escala sería una catástrofe y desencadenaría caos, inestabilidad e inseguridad generalizadas. El mundo no está preparado.”

       Tal fragmento la doctora Laurie lo cita en el subcapítulo “Nadie escucho las alarmas” (p. 79-82). Y según mi experiencia de lector ese subcapítulo se torna indeleble (o memorable y ubicable en su libro) porque allí alude tres advertencias (que nadie oyó) sobre la inminencia de una catastrófica pandemia a escala mundial. Me parece que la mayor gravedad de la paradójica sordera (sin excluir al subsecretario Hugo López-Gatell) recae en la propia OMS, pues es un organismo científico, dependiente de la ONU, que éticamente vela por la salud y sobrevivencia del género humano que habita e infesta la aldea global. De ahí que la doctora apunte, en la página 81, antes del citado fragmento: “en septiembre de 2019, es decir, muy poco antes de que se detectara el primer brote en Wuhan, la misma Organización Mundial de la Salud emitió un grito que pocos oyeron”. Pero años antes hubo otro vaticino, casi de hollywoodense y restringido top secret, pues según reporta la doctora Laurie: “Como indica el periodista Ignacio Ramonet, hubo otra alerta, en 2017, en un informe elaborado por el Pentágono y destinado al presidente de Estados Unidos, Donald Trump.” De ese impresentable y obtuso presidente (inculto, mentiroso, tramposo, gandalla, culocéntrico y racista) se puede inferir que lo desdeñó tras saber de él a priori. De ahí que no sorprenda que al ver el voraz aumento de muertes y la multitudinaria propagación del apostrofado por él de vairus chainís, haya rebuznado ante los medios que era “algo que nadie esperaba”. (Sorprendentemente, el pasado viernes 26 de febrero de 2021, en el noticiero de las 8 pm del canal televisivo de El Financiero Bloomberg, al conmemorar el primer aniversario del primer caso en México de un enfermo de COVID-19, la periodista Sofía Villalobos dijo, también, “que nadie lo vio venir”, que era “algo que nadie esperaba”.) En este sentido, creo que vale la pena transcribir (para todo el disperso orbe de habla hispana que navega por la web) los fragmentos del subcapítulo “Nadie escuchó las alarmas”, donde la doctora Laurie comenta y reseña lo que parece fue (y quizá es) la primera advertencia del inminente y cercano arribo de una pandemia a escala planetaria:

        “En Estados Unidos, el primer deceso por COVID-19 se produjo el 29 de febrero de 2020, cerca de Seatle. Hacía casi tres meses que la epidemia había estallado en Wuhan y velozmente había saturado el sistema hospitalario de China primero y luego de varias naciones europeas; o sea, en Estados Unidos hubo tiempo para prepararse.

       

Páginas 80-81 de Un daño irreparable (Planeta, 2021)

       “Donald Trump, por ejemplo, no dudó en afirmar repetidas veces —cuando ocurrieron en su país las primeras muertes por coronavirus, meses después de China o Europa— que ‘nadie sabía que habría una pandemia o una epidemia de esta proporción’, y que se trataba de ‘un problema imprevisible’, ‘algo que nadie esperaba’, ‘surgido de ninguna parte’.

      “¿Pero realmente nadie esperaba esta pandemia? ¿No hubo forma de anticiparla?

       “Tristemente sí.

        “Hubo varias advertencias e informes provenientes de organismos de distinto tipo, empezando por la que emitió en 2009 —sí, leyeron bien, 2009— el National Intelligence Council (NIC), la oficina de anticipación política de la CIA. Aquel año, ese organismo de inteligencia publicó el reporte Global Trends 2025: A Transformed World, basado en estudios realizados por más de 2000 expertos de universidades de 35 países. Un megainforme que luego se convirtió en libro y que desde 2010 se consigue en Amazon por poco más de 400 pesos, más envío. Increíble, ¿no?

       “Más increíble aún es lo que contiene ese reporte respecto a las tendencias en temas que moldearán y afectarán a todo el planeta para 2025: migración, terrorismo, alimentos y agua, cambio climático, energía, ascenso de la clase media global, economía, urbanización. En efecto, en la página 95 se alerta sobre algo que provocaría una especie de madre de todas las pandemias: ‘La aparición de una enfermedad respiratoria humana nueva, altamente transmisible y virulenta para la cual no existen contramedidas adecuadas, y que se podría convertir en pandemia global’.

       “El libro alertaba, además, de que ‘la aparición de una enfermedad pandémica depende de la mutación o del reordenamiento genético de cepas de enfermedades que circulan actualmente, o de la aparición de un nuevo patógeno en el ser humano que podría ser una cepa de influenza aviar altamente patógena como la H5N1, u otros patógenos, como el SARS-CoV-1, que también tiene ese potencial’.”

       

Dra. Laurie Ann Ximéz-Fyvie

        Ejemplo cinco. Puede ser, pero no imagino a un romo pejezombi, renuente al uso del cubrebocas (y por ende seguidor a ultranza de las necias posturas del Peje y del subsecretario López-Gatell), leyendo el presente libro de la doctora Laurie Ann Ximénez-Fyvie. No lo veo, además, gastando $298.00 para comprarlo y atesorarlo en su biblioteca personal o familiar. Me parece que el lector promedio de su libro no es ese previsible estereotipo, sino aquel que ya tiene, con antelación, una postura crítica y cuestionadora ante La criminal gestión de la pandemia en México y por ende usa, motu proprio, el cubrebocas y observa, día a día, las consabidas medidas higiénicas y de “sana distancia”, y el doméstico uso del oxímetro y del termómetro. Desde luego que no resulta inaceptable y baladí la reiterada defensa que la doctora Laurie hace del uso del cubrebocas; pero sí parece chocante, y fuera de sitio (con falta de respecto al lector que compró su libro), que entre las páginas 184 y 186 (o sea: muy avanzada la lectura) se le suba el tepache y adopte un papel de regañona mamá de los pollitos del octavo día y vocifere y vuelque una jocosa e hilarante diatriba para que, ya por fin, los necios (entre los mil y un necios de nunca acabar) se enteren y usen el cubrebocas. Truena la doctora Laurie en el salón de clases ante los demudados alumnos que no aprueban ni de panzazo y sacan cero en conducta:

     


         “Y si hay quien todavía tenga dudas sobre la utilidad de este pedazo de tela que se sujeta de las orejas, diré lo siguiente: a estas alturas no me voy a tomar el tiempo de escribir un tratado sobre la utilidad de los cubrebocas para el control de las infecciones, porque me parece una verdadera necedad.

      “Mejor les hago algunas preguntas para que ustedes las contesten solos y saquen la conclusión que, desde un inicio, debería haber sido obvia e intuitiva para todos. Si los cubrebocas/mascarillas no sirven para controlar la transmisión de las infecciones,

        “1. ¿Por qué un cirujano que realiza —digamos— una cirugía rutinaria, como podría ser una colecistectomía por laparoscopía, se coloca un cubrebocas en el quirófano? (aquí la intención es proteger a quien no porta el cubrebocas, es decir, el paciente).

        “2. ¿Por qué, desde hace décadas, uno de los dogmas centrales para el control de infecciones durante la realización de cualquier procedimiento odontológico es la utilización de cubrebocas por parte del clínico? (aquí la intención es proteger tanto a quien porta el cubrebocas como a quien no lo porta: paciente y clínico).

       “3. ¿Por qué una de las indicaciones principales que se hace a los pacientes seriamente inmunocomprometidos, cuando tienen que deambular por donde hay otras personas, es que se coloque un cubrebocas? (aquí la intención es proteger a quien porta el cubrebocas).

       “¿Todavía son tan ingenuos como para pensar que, en la OMS, como en cualquier otra gran institución u organismo —incluyendo la Iglesia católica, la ONU y todas las demás—, en donde existen jaloneos de poder, todos los que toman decisiones son querubines, discípulos de la madre Teresa de Calcuta, y que no predominan los intereses económicos y políticos muchas veces por encima de cualquier otro?

      “¿Necesitan que ‘papá López-Gatell’ les dé luz verde y autorización para protegerse a ustedes mismos, a sus familiares y a la gente que los rodea de una enfermedad que los puede matar? ¿Acaso el afán por la obediencia rebasa el sentido común?

   “¿Requieren que alguien —yo o quien sea— les escriba un tratado sobre el tema para tener un ‘arma’ que les permita justificar el uso de medidas preventivas, que de antemano saben que son efectivas, con tal de esquivar las posibles críticas de una multitud de ignorantes? ¿Acaso el temor al ‘oso’ supera el instinto de supervivencia?

      “Contéstense las preguntas anteriores y, si después les queda alguna duda de lo que opino sobre el uso generalizado de los cubrebocas por parte de toda la población que deambula fuera de sus hogares, entonces mándenme un mensaje para que se los explique con dibujitos.”

       Curiosamente, y pese a su airado y chistoso discurso de dogmática bolchevique defensora del uso y utilidad del mentado cubrebocas, en un despiste y exceso de confianza se lo quitó para conversar y debatir, en grupo, en un programa en vivo (en YouTube) conducido por la periodista Adela Micha, y por ende se contagió del virus SARS-CoV-2 y padeció los síntomas de la COVID-19, e incluso llegó a necesitar un tanque de oxígeno y pensó en la fóbica cercanía de la muerte, dado que, con 51 años, padece de obesidad y de esclerosis múltiple (y por ello utiliza unas muletas para moverse), según lo narra en el “Epílogo” de su libro.

        

Los cuatro jinetes del Apocalipsis:
el Peje, el fantasma, Gatell y Ebrard

          En contrate con toda la crítica y el cuestionamiento que hace sobre las paradójicas declaraciones y la errada tarea del subsecretario Hugo López-Gatell, incluido el presidente de México y el canciller Marcelo Ebrard cuando desatinadamente cantó “¡Misión cumplida!” ante el arribo de las insuficientes vacunas y de las que luego no llegaron, la doctora Laurie Ann Ximénez-Fyvie alude y elogia las gestiones, con reconocibles resultados, emprendidas por varias mujeres de la aldea global: Tsai Ing-wen, presidenta de Taiwán; Jacinta Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda; Angela Merkel, canciller de Alemania; y Claudia Sheinbaum, jefa de Gobierno de Ciudad de México, de quien apunta:

       “En relación con el manejo de la pandemia, la física e ingeniera, que también es investigadora de la UNAM, ha tratado de hacer las cosas mejor que el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud. Ha implementado medidas sencillas, mínimas, las cuales, para las dimensiones de esta tragedia, deben ser reconocidas pero no aplaudidas. Hablo, por ejemplo, del cubrebocas. Sheinbaum se lo puso desde el inicio de la pandemia. De hecho, es una de las pocas dirigentes en México que lo ha usado consistentemente en público.

     

Claudia Sheinbaum
Jefa de Gobierno de Ciudad de México

        
“Sólo se lo quitó una vez ante las cámaras, cuando estaba frente al presidente de la nación. Mal hecho. Pero, ante la indolencia y el cinismo de López-Gatell, estamos frente a una funcionaria que se ha tomado más en serio su vocación de servir a la sociedad.”

        Vale añadir, no obstante, que a Claudia Sheinbaum también le observa fallos estratégicos y proyectos no del todo concretados, como son el plan de las pruebas diagnósticas, la localización y seguimiento de los probables infectados, y las insuficientes medidas para lograr la contención y mitigación de la pandemia.

        En una entrevista a tres bandas en La Silla Roja, programa televisivo de El Financiero Bloomberg, la doctora Laurie Ann Ximénez-Fyvie habló de una posible segunda parte de su libro. Ojalá lo haga, pues además de que siempre es relevante oír los argumentos de una voz autorizada y crítica que piensa de manera oral y escrita, la historia del COVID-19 en México, con sus trágicos y escandalosos números rojos, aún está en curso; y todo indica que en esos cáusticos menesteres el Peje y el subsecretario Hugo López-Gatell no son, ni serán, los héroes de la patria ni de la llamada, con demagogia, 4T. 

 

Laurie Ann Ximénez-Fyvie, Un daño irreparable. La criminal gestión de la pandemia en México. Editorial Planeta Mexicana. México, enero de 2021. 264 pp.

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 Laurie Ann Ximénez-Fyvie charla con Adela Micha.

Enlace a la plataforma COVID-19: Salvemos con ciencia (ONG).

domingo, 1 de noviembre de 2020

Un hogar sólido

La raíz de todas las hierbas

En 1957 el narrador xalapeño Sergio Galindo, al frente de un grupo de jóvenes intelectuales, fundó en Xalapa y en el seno de la Universidad Veracruzana, la revista La Palabra y el Hombre. Y “el 25 de marzo de 1958” al autopublicarse su novela Polvos de arroz inició, con el número 1, la no menos legendaria y emblemática colección Ficción, auspiciada por la misma casa de estudios. En este sentido, “el 29 de noviembre de 1958” editó, con el número 5 de la colección Ficción, Un hogar sólido, el primer libro de la dramaturga y narradora poblana Elena Garro (1916-1998), donde ella reunió seis libretos teatrales, cada uno en un acto; de ahí el título completo que se lee en interior, normalmente omitido u olvidado: Un hogar sólido y otras piezas en un acto.  
       
Uno hogar sólido y otros piezas en un acto
Colección Ficción núm. 5, Universidad Veracruzana
Xalapa, 1958
       Por iniciativa (o apoyo) del poeta y traductor Jaime García Terrés, entonces director de Difusión Cultural de la UNAM, en 1956 se proyectó el programa Poesía en voz alta, el cual comprendería dos vertientes: poesía española, con “selección de Juan José Arreola” y “escenografía de Juan Soriano”; y poesía surrealista, con “selección de Octavio Paz” y “escenografía de Leonora Carrington”. 

            Según se dice en una nota anónima que figura en La hija de Rappaccini, libreto teatral de Octavio Paz, coeditado en 2008 por Ediciones Era y El Colegio Nacional:   
     
(Ediciones Era/El Colegio Nacional, 2008)
      “En la primera reunión Octavio Paz y Leonora Carrington propusieron que, en lugar de recitar poemas, se montasen obras teatrales, de preferencia en un acto, ya que se contaba con un notable grupo de actores.

       “La idea se aceptó y así se transformó Poesía en voz alta en una compañía teatral. Los principales animadores fueron Juan Soriano, Octavio Paz, Héctor Mendoza y José Luis Ibáñez. La hija de Rappaccini fue escrita para el segundo programa (que incluía también una corta pieza de Ionesco), y fue representada por primera vez el 30 de julio de 1956, en el Teatro del Caballito, en la Ciudad de México. Director de escena: Héctor Mendoza; escenografía y vestuario: Leonora Carrington; música incidental: Joaquín Gutiérrez Heras.”
      Con sus previsibles altibajos, la compañía teatral Poesía en voz alta estuvo activa durante siete años, entre 1956 y 1963. Y en ella Elena Garro, esposa de Octavio Paz desde el 25 de mayo de 1937, debutó como dramaturga, pues “el 19 de julio de 1957, en el cuarto programa de Poesía en Voz Alta”, montado en el Teatro Moderno de la capital del país, ya prácticamente sin el apoyo pecuniario de la UNAM, estrenó, bajo la dirección de Héctor Mendoza, tres obras en un acto: “Andarse por las ramas”, “Los pilares de doña Blanca” y “Un hogar sólido”.  
       Esas tres obras, junto con otras tres: “El Rey Mago”, “Ventura Allende” y “El Encanto, Tendajón Mixto”, conformaron el citado libro Un hogar sólido y otras piezas en un acto, editado en 1958 por la UV, en Xalapa, con el número 5 de la susodicha Colección Ficción; donde, en abril de 1962, con el número 34 de la serie, el colombiano Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982, dio a conocer su libro de cuentos Los funerales de la Mamá Grande, que fue (y es) su primer libro editado en México, país donde concibió y escribió su novela central: Cien años de soledad (Buenos Aires, Sudamericana, 1967).
        
Elena Garro y Gabriel García Márquez bailando twist
(México, 1964)
      Sólo hasta el “3 de enero de 1983” la Universidad Veracruzana, en la Colección Ficción, llevó a la imprenta la segunda edición de Un hogar sólido —ya sin número de serie y retitulado en el interior: Un hogar sólido y otras piezas—, ilustrada con viñetas y dibujos del pintor y escultor Juan Soriano, entre ellas las ilustraciones de la edición príncipe. A las seis obras iniciales se añadieron otras seis: “Los perros”, “El árbol”, “La Dama Boba”, “El rastro”, “Benito Fernández” y “La mudanza”.

      
Un hogar sólido y otras piezas
Col. Ficción, Universidad Veracruzana
Xalapa, 1983
      “La mudanza” había sido publicada en el número 10 de La Palabra y el Hombre, correspondiente al trimestre abril-junio de 1959; y “La señora en su balcón” en el número 11 de tal revista, correspondiente al trimestre julio-septiembre de 1959.

     
     Vale añadir que en Tramoya, cuaderno de teatro —revista editada por la UV, fundada y dirigida por el dramaturgo Emilio Carballido—, precisamente en el número 21-22 (conmemorativo de su quinto aniversario), correspondiente a septiembre-diciembre de 1981, Elena Garro publicó su libreto “El rastro”. Y que en el número 84 de Tramoya (“nueva época”), correspondiente a julio-septiembre de 2005, de manera póstuma se publicó su libreto “Parada de San Ángel”, compilado entre los dieciséis libretos teatrales que integran el volumen Obras reunidas II. Teatro, editado en 2009 por el FCE, con una “Introducción de Patricia Rosas Lopátegui”; los cuales conforman el libro Teatro completo, editado en 2016 por el FCE con una “Nota de la autora” (“Escrita originalmente para presentar la segunda versión teatral de El árbol”), más una “Nota editorial” de Álvaro Álvarez Delgado y un prefacio de Jesús Garro Velázquez y Guillermo Schmidhuber de la Mora: “Elena Garro, dramaturga. Ensayo celebratorio del centenario 1916-2016”.
   
(FCE, 2016)
        Impreso en “noviembre de 1963” por Joaquín Mortiz, el segundo libro publicado en México por Elena Garro fue su primera novela: Los recuerdos del porvenir (al parecer escrita en Berna, Suiza, en 1953, y luego guardada en un baúl), que mereció el Premio Xavier Villaurrutia de 1963. Y luego, el “15 de octubre de 1964”, editado por Sergio Galindo en la UV, apareció en Xalapa su tercer libro con el número 58 de la colección Ficción: La semana de colores, su primer libro de cuentos, todavía en la época de oro de esa trascendente labor editorial patrocinada por Universidad Veracruzana (su mejor época, sin duda).  
     
La semana de colores
Col. Ficción nún. 58, Universidad Veracruzana
Xalapa, 1964
        Si bien el libreto teatral “Un hogar sólido” se publicó el 3 de agosto de 1957 en la revista mexicana Mañana y en el número 251 de Sur —la prestigiosa revista argentina dirigida en Buenos Aires por Victoria Ocampo—, correspondiente a marzo-abril de 1958, entre su notable y trascendente destino descuella el haber sido seleccionado en la celebérrima Antología de la literatura fantástica, de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. 

     
Antología de la literatura fantástica
Col. Piragua núm. 100, Sudamericana
Buenos Aires, 1965
         La primera edición de la Antología de la literatura fantástica, impresa en Buenos Aires por Editorial Sudamericana con el número 1 de la Colección Laberinto, data de 1940 (se terminó de imprimir el 24 de diciembre, se lee en el colofón), el año en que Borges fue uno de los testigos de la boda de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo (se casaron “el 15 de enero en Las Flores, un pequeño poblado situado a unos 200 kilómetros al sudoeste de Buenos Aires”), y el del surgimiento de La invención de Morel, novela de Bioy, editada por Losada en noviembre de 1940, con un laudatorio y canónico prefacio de Borges. Sólo hasta 1965 apareció la segunda edición de la Antología de la literatura fantástica, editada en Buenos Aires por Sudamericana con el número 100 de la Colección Piragua, que es la sucesivamente reeditada, por diversas editoriales, hasta lo que va del siglo XXI. Al “Prólogo” con que la signó Bioy en 1940, además de ciertos cambios y correcciones, se añadió su cuento “El calamar opta por su tinta” y una “Posdata” firmada por él, más un conjunto de textos de varios autores, entre ellos: Ryunosuke Agutagawa, Léon Bloy, Martin Buber, Richard Francis Burton, Jean Cocteau, José Bianco, Julio Cortázar, Elena Garro, Silvina Ocampo, Edwin Morgan, Carlos Peralta, H. A. Murena, Barry Perowne, Juan Rodolfo Wilcock y Gerald Willoughby-Mead.

       La inclusión de Elena Garro en la Antología de 1965 ineludiblemente recuerda la legendaria relación amorosa, más o menos furtiva, que ésta sostuvo con Adolfo Bioy Casares entre 1949 y 1969 (según lo indica la leyenda y la correspondencia de Bioy a Elena Garro, vendida por ésta en 1997, junto con otros documentos, a la Universidad de Princeton, institución norteamericana que la abrió al público y a los investigadores), pues al inicio ambos estaban casados y él tenía fama de galán y donjuán. (Bioy, además, nunca se divorció de Silvina Ocampo; mientras que Elena Garro y Octavio Paz formalizaron su divorcio “el 15 de julio de 1959”.) 
       
Elena Garro y Adolfo Bioy Casares
Octavio Paz y su hija Helena Paz Garro
(Nueva York , 1956)
       Sobre tal vínculo amoroso, en una carta más o menos autobiográfica fechada en “Madrid, 29 de marzo de 1980”, que se lee en el libro Protagonistas de la literatura mexicana (México, Ermitaño/SEP, 1986), Elena Garro le dijo al crítico y entrevistador Emmanuel Carballo: 

      “Guardé la novela [Los recuerdos del porvenir] en un baúl, junto con algunos poemas que le escribía a Adolfo Bioy Casares, el amor loco de mi vida y por el cual casi muero, aunque ahora reconozco que todo fue un mal sueño que duró muchos años.” 
      Vínculo amoroso y pasional hecho trizas y sonoro polvo alrededor de una serie de malos entendidos que suscitaron cuatro gatos que Elena Garro le envió a Bioy de México a la Argentina, pues él era y fue aficionado a los perros y no a los felinos. En una entrevista que le hizo José Alberto Castro, publicada el 9 de noviembre de 1997 en el número 1097 de la revista Proceso, Elena Garro lo recordó así:
       
Elena Garro en 1964
(Foto: Kati Horna)
         “Lo conocí a fines de los cuarenta en París, en el hotel George V, el más elegante de París, con su esposa Silvina Ocampo. Él llegó atribulado con la fama de ser un hombre rico, amable, risueño y encantador. Mantuvimos una amistad que se prolongó durante 20 años, pero de repente se acabó. Fue un gran amor y creo que yo fui el amor de su vida. Cuando me fui de México después de 1968 tenía cuatro gatos y no los quería dejar aquí. Me vino a la mente recurrir a Bioy, entonces le mandé mis bichitos en una caja por avión a Buenos Aires, porque sabía que era muy rico y tenía casas grandes donde acogerlos. Aceptó y dijo ‘los recojo a todos’. Los tuvo un tiempo en su casa. Sin embargo, Pepe Bianco me escribió que luego se los había llevado a una casa de campo, a una Quinta, y los había dejado ahí. Me dio coraje. El adujo que lo hizo para darles más libertad. Yo, en cambio, me dije: pobrecitos de mis gatos. El amor que sentía por él se secó. Haga de cuenta que nunca estuve enamorada.”

       Sin embargo, si el nexo afectivo y amoroso con Adolfo Bioy Casares incidió en su elección para la Antología de 1965 (y quizá también para su citada publicación en la revista Sur), también es verdad que el libreto “Un hogar sólido” posee su propio valor literario, fantástico y estético: un inextricable y lírico tejido de drama, ópera bufa, divertimento, farsa y poesía metafísico-religiosa.
        No hay diferencias esenciales entre las dos ediciones de la obra “Un hogar sólido” publicadas por la UV (1958 y 1983); que es la misma versión que figura en la compilaciones editadas por el FCE (2005 y 2016). Pero en la versión que se lee en la Antología de 1965 se dice que “el traje blanco antiguo” que viste la niña Catita es “de los usados hacia 1865”. Y a un parlamento de Mamá Jesusita (anciana de 80 años) se le añadió la frase: “¡Éramos pocos y parió la abuela!”, consabida expresión lúdica y popular de anónimo origen que también vocifera Horacio Oliveira, protagonista de Rayuela (Buenos Aires, Sudamericana, 1963), la novela central de Julio Cortázar. Y si en las ediciones de la UV (y del FCE) se dice que Mamá Jesusita está acostada en su litera de piedra: “en camisón y en cofia de dormir de encajes”, en la Antología se dice que está “en camisón de encajes y en cofia de dormir de encajes”.
     
Antología de la literatura fantástica
(Editorial Sudamericana, 16a edición especial, 1999)
         En “Un hogar sólido” palpita y subyace una heterodoxa y fantástica imagen de la muerte, y de la eternidad, que evoca y remite a los sueños y anhelos de trascendencia más antiguos e íntimos del imaginario e inconsciente colectivo e individual, cuyos fantaseos y visión mítica implica el idealismo religioso que en México suele manipular la vox populi de la tradición cristiana, particularmente de la católica.

        
(UV, 1958)
       Siete personajes, decimonónicos y de las primeras décadas del siglo XX, se hallan muertos en una subterránea cripta familiar de un panteón mexicano. Cada uno lleva la vetusta ropa con que fue enterrado (“Los trajes lujosos de todos están polvorientos y los rostros pálidos”) y conserva la edad con que murió. El más antiguo de los siete muertos es Catita, la juguetona e ingenua chiquilla de 5 años. Vicente Mejía, el segundo en descender a la tumba, tiene 23 años y viste “traje de oficial juarista”.  

       Mientras la última en llegar, Lidia, de 32, desciende a la cripta (y por ende ya son ocho los muertos) se oye (en off) al orador que parlotea en su entierro: “don Gregorio de la Huerta y Ramírez Puente, presidente de la Asociación de Ciegos”, “de la Banca, de los Caballeros de Colón, de la Bandera y del Día de la Madre”; un pudiente y doliente de rancio y estereotipado conservadurismo, se transluce, quien en su discurso de circunstancias le dice a la fallecida que ha dejado “un hogar cristiano y sólido en la orfandad más atroz”.
       Allí, en la oscura y subterránea tumba, los muertos esperan la lejana hora del Juicio Final. Mientras tanto, cifran su nostalgia de un Paraíso Terrenal: un hogar sólido, edénico, ideal y hogareño, repleto de armonía, amor, bienestar y eterna felicidad de angelitos alados y mofletudos. 
      Muni, de 28 años, un melancólico incurable en pijama y con el “rostro azul” porque se suicidó con cianuro para huir de su vida marginal y de apaleado perro callejero, lo expresa así dirigiéndose a su prima Lidia: 
     
Viñeta de Juan Soriano
(UV, 1958)
         “¿No has visto a los perros callejeros caminar y caminar banquetas, buscando huesos en las carnicerías llenas de moscas, y el carnicero, con los dedos remojados en sangre a la fuerza de destazar? Pues yo ya no quería caminar banquetas atroces buscando entre la sangre un hueso. Ni ver las esquinas, apoyo de borrachos, meadero de perros. Yo quería una ciudad alegre, llena de soles y de lunas. Una ciudad sólida, como la casa que tuvimos de niños: con un sol en cada puerta, una luna para cada ventana y estrellas errantes en los cuartos. ¿Te acuerdas de ella, Lilí? Tenía un laberinto de risas. Su cocina era cruce de caminos; su jardín, cauce de todos los ríos; y ella toda, el nacimiento de los pueblos”.

      Eva, la rubia y extranjera madre de Muni, suicida de 20 años, refrenda algo parecido en el trasfondo de sus palabras: 
      “También yo, Muni, hijo mío, quería un hogar sólido. Una casa que el mar golpeara todas las noches, ¡bum! ¡bum!, y ella se riera con la risa de mi padre llena de peses y de redes.”
       Y lo mismo expresa Lidia, la recién llegada a la catacumba, mientras relata sus avatares de la vida: 
      
Viñeta de Juan Soriano
(UV, 1958)
       “¡Un hogar sólido, Muni! Eso mismo quería yo... y ya sabes, me llevaron a una casa extraña. Y en ella no hallé sino relojes y unos ojos sin párpados, que me miraron durante años... Yo pulía los pisos, para no ver las miles de palabras muertas que las criadas barrían por las mañanas. Lustraba los espejos, para ahuyentar nuestras miradas hostiles. Esperaba que una mañana surgiera de su azogue la imagen amorosa. Abría libros, para abrir avenidas en aquel infierno circular. Bordaba servilletas, con iniciales enlazadas, para hallar el hilo mágico, irrompible, que hace de dos hombres uno [...] Pero todo fue inútil. Los ojos furiosos no dejaron de mirarme nunca. Si pudiera encontrar la araña que vivió en mi casa —me decía a mí misma— con su hilo invisible que une la flor a la luz, la manzana al perfume, la mujer al hombre, cosería amorosos párpados a estos ojos que me miran, y esta casa entraría en el orden solar. Cada balcón sería una patria diferente; sus muebles florecerían; de sus copas brotarían surtidores; de las sábanas, alfombras mágicas para viajar al sueño; de las manos de mis niños, castillos, banderas y batallas... pero no encontré el hilo, Muni...”

        Ante esto, es don Clemente, el padre de Lidia, viejecillo de 60 años que ya chochea, quien juega cierto papel de inequívoco oráculo y Profeta del Nopal del más allá: 
   “Hallarás el hilo y hallarás la araña”, le dice. “Ahora tu casa es el centro del sol, el corazón de cada estrella, la raíz de todas las hierbas, el punto más sólido de cada piedra.” […] “Después de haber aprendido a ser todas las cosas, aparecerá la lanza de San Miguel, centro del Universo. Y a su luz surgirán las huestes divinas de los ángeles y entraremos en el orden celestial.”
         
Elena Garro de actuando con Carlos Fuentes y Rita Macedo
(México, 1964)
         Así, mientras en la bóveda celeste aún gire el globo terráqueo y aún no se oiga la estentórea trompeta del Juicio Final y luego empiece la vida eterna (en el Paraíso o en el Infierno) y por lo siglos de los siglos, amén, el aprendizaje de “ser todas las cosas” implica que tienen la virtud y la facultad de ser todo tipo de pequeñeces microscópicas y fenómenos naturales (o no), cuyas alusiones evocan las efímeras minucias que al unísono ve (como si lo hiciera a través de la esfera mágica de Alejando de Macedonia) el personaje Borges (el eterno e infructuoso pretendiente de la inasible Beatriz Viterbo) al acceder en la oscuridad a la visiones del minúsculo y esférico aleph, ubicado en la parte inferior del decimonoveno escalón de la escalera del sótano de la casona en la calle Garay (a punto de ser derruida) del poeta Carlos Argentino Daneri (“un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos”, “el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos”): 

       “¡Yo quiero ser el pliegue de la túnica de un ángel!”, dice Muni, el suicida (de “cara azul”) de 28 años. 
      “¡Yo quiero ser el dedo índice de Dios Padre!”, dice Catita, la traviesa y juguetona chiquilla de 5. 
      “¡Y yo una ola salpicada de sal, convertida en nube!”, dice Eva, la nostálgica extranjera, ahogada a los 20. 
       “¡Y yo los dedos costureros de la Virgen, bordando... bordando...!”, dice Lidia, de 32. 
       “Y yo la música del arpa de Santa Cecilia”, dice doña Gertrudis, de 40.
   
Arturo Ripstein y Elena Garro bailando rocanrol
(México, 1964)
      “Y yo el furor de la espada de San Gabriel”, dice Vicente Mejía, de 23, listo para el virulento combate con su “traje de oficial juarista”.
      “Y yo una partícula de la piedra de San Pedro”, dice don Clemente, el Profeta del Nopal del más allá. 
      “¡Y yo la ventana que mira al mundo!”, dice Catita.
       Así, en el interior de la oscura cripta familiar (que es el escenario) cada uno empieza a desaparecer en un mágico y fugaz destello, puesto que se supone que en un tris se transforma en lo que declara: 
   “Me voy. Soy el viento. El viento que abre todas las puertas que no abrí, que sube en remolino las escaleras que nunca subí, que corre por las calles nuevas para mi uniforme de oficial y levanta las faldas de las hermosas desconocidas... ¡Ah, frescura!”. Dice Vicente Mejía. 
    “¡Ah, la lluvia sobre el agua!”. Dice don Clemente. 
   “¡Leño en llamas!”. Dice doña Gertrudis. 
   “¿Oyen? Aúlla un perro. ¡Ah, melancolía!”. Dice Muni, el triste suicida de “cara azul”. 
  “¡La mesa donde comen nueve niños! ¡Soy el juego!” Dice Catita, la escuincla de “botitas negras y un collar de corales en el cuello”.
  “¡El cogollito fresco de una lechuga!”. Dice Mamá Jesusita, la anciana de 80 confinada en su litera de piedra, siempre en camisón de dormir y “con la cofia de encajes”.
  “¡Centella que se hunde en el mar negro!” Dice Eva, la extranjera ahogada en las violentas aguas del mar, añorando siempre su indestructible casa en lo alto de las rocas (su hogar sólido) frente al eterno movimiento del agreste y salvaje océano.
 “¡Un hogar sólido! ¡Eso soy yo! ¡Las losas de mi tumba!” Dice Lidia, la recién llegada.  

Octavio Paz, Elena Garro y su hija Helena Paz Garro
(París, 1949)



Elena Garro, “Un hogar sólido”, en Un hogar sólido y otras piezas en un acto, p. 9-34; primera edición editada en Xalapa por la Universidad Veracruzana con el número 5 de la Colección Ficción, impresa en los “Talleres Gráficos de la Nación el 29 de noviembre de 1958” con 152 páginas.


Colofón de Uno hogar sólido y otros piezas en un acto
Colección Ficción núm. 5, Universidad Veracruzana
Xalapa, 1958