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domingo, 3 de diciembre de 2023

Proverbios del Infierno y Hombre Muerto

La voz del Diablo

 

I de VII

Emanuel Swedenborg
(1688-1772)

Una y otra vez el argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) recordó que el sueco Emanuel Swedenborg (1688-1772) solía recorrer las regiones de los cielos y de los infiernos y conversar con los muertos, con los demonios y con los ángeles. Precedido por premoniciones oníricas, todo comenzó una fría y brumosa noche de 1745 en las calles de Londres, cuando Swedenborg fue seguido por un desconocido que luego apareció en su cuarto. Allí el desconocido le dijo que era el Señor (Jesús o Dios) y le encomendó la tarea de rehabilitar la decadencia de la Iglesia fundando una tercera: la Nueva Jerusalén. Arduo empeño al que Swedenborg se dedicó el resto de sus días estudiando en hebreo los libros sagrados y escribiendo en latín toda su extensa y voluminosa obra basada en tales lecturas, en sus oníricos y visionarios viajes, y en sus conversaciones metafísicas.

Emecé Editores España
(Barcelona, 1996)

          El “camino de salvación” signado por Swedenborg implica la práctica de una vida ética e intelectual, a lo que el británico William Blake (1757-1827), “discípulo rebelde de Swedenborg”, añadió “el ejercicio del arte”, dice Borges. De Swedenborg
—además de “una iglesia, que es muy linda”: “una suerte de invernáculo, como de cristal”—, “Quedan algunos testimonios de sus últimos días, de su anticuado traje negro de terciopelo y de una espada con una empuñadura de forma extraña. Su régimen de vida era austero; el café, la leche y el pan eran su alimento. A cualquier hora de la noche o del día, los sirvientes lo oían caminar por su habitación, hablando con sus ángeles.” Esculpe Borges con la sierra y el martillo en “Emanuel Swedenborg”, su prefacio a Mystical Works (edición neoyorquina, sin fecha, de la New Jerusalem Church), compilado en su libro Prólogos con un prólogo de prólogos (Buenos Aires, Torres Agüero, 1975), póstumamente reunido en el volumen Obras completas IV (Barcelona, Emecé editores, 1996), donde también figura Borges, oral, libro que reúne la transcripción de las cintas magnetofónicas, a cargo de Martín Müller, de las cinco conferencias que Borges dictó, en junio de 1978, en la Universidad de Belgrano, en Buenos Aires; la tercera de ellas también se titula “Emanuel Swedenborg”, ídem el poema de Borges que cierra su citado prefacio a Mystical Works. Pero también en ese tomo IV figura el libro Biblioteca Personal. Prólogos, previamente publicado en Buenos Aires, en abril de 1988, por Alianza Editorial con el número 7 de la serie Alianza Literatura, y por ende allí se halla el prólogo de Borges a la Poesía completa de William Blake, libro coeditado en Barcelona, en 1986, por Hyspamérica y Orbis, con el número 4 de la Colección Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges.

   

William Blake (1807)

Retrato de Thomas Phillips

           El conocimiento heterodoxo de Swedenborg que tuvo William Blake comenzó con el hecho de que su padre era un “no conformista de tendencia swedenborgiana”, anota el poeta español Luis Cernuda (1904-1963) en su preámbulo a la edición bilingüe que en 1983 hizo la madrileña Colección Visor de Poesía de Matrimonio del Cielo y del Infierno (c. 1790-1793), Cantos de inocencia (1789) y Cantos de experiencia (1789-1794), libros de William Blake, traducidos del inglés al castellano por Soledad Capurro. Conocimiento no exento de crítica, antagonismo, acritud, sosa cáustica y bilis negra de predicador gesticulante y callejero, como bien puede leerse, por ejemplo, en una página del citado Matrimonio del Cielo y del Infierno:

     

Colección Visor de Poesía, Volumen LXXXVII
Madrid, 1983

          “Siempre me ha parecido que los Ángeles tienen la vanidad de hablar de sí mismos como los únicos sabios; lo hacen con una confiada insolencia nacida del razonamiento sistemático.

            “Así Swedenborg alardea de que lo que escribe es nuevo, aunque sólo es un Índice o Catálogo de libros ya publicados.

            “Un hombre llevaba consigo un mono para mostrarlo, y como era algo más sabio que el mono, se envaneció y se consideró a sí mismo más sabio que siete hombres. Así es con Swedenborg: él muestra la idiotez de las iglesias y denuncia a los hipócritas, hasta que imagina que todos son religiosos y que él es el único sobre la tierra que nunca rompió una red.

            “Ahora escucha un hecho claro: Swedenborg no ha escrito una verdad nueva.

            “Ahora escucha otro: ha escrito todas las viejas falsedades.

            “Y ahora escucha el motivo. Él conversaba con los Ángeles, que son todos religiosos, y no conversaba con los Demonios que odian todos la religión, porque él era incapaz por sus engreídos conceptos.

            “Así, los escritos de Swedenborg son una recapitulación de todas las opiniones superficiales y un análisis de las más sublimes, pero nada más.

            “He aquí otro hecho evidente: cualquier hombre de talento mecánico puede sacar de las obras de Paracelso o Jacob Böhme diez mil volúmenes de igual valor que los de Swedenborg, y de las de Dante o Shakespeare un número infinito.

            “Pero cuando lo haya hecho no le dejéis que diga que sabe más que su maestro, porque sólo sostiene una vela en pleno sol.”

II de VII

Mas si Swedenborg visitaba los cielos y los infiernos y discutía con los demonios y con los ángeles e incluso con Cristo, William Blake tuvo sus propias visiones: “ocho años tenía cuando vio un árbol poblado de ángeles”. Y antes o después, Dios mismo asomó su rostro a la ventana de su cuarto y miró al niño Blake. Y cuando ya “es alumno del grabador Basire, con el cual estudia siete años, durante los cuales traza copias de las tumbas y esculturas yacentes en la abadía de Westminster”, en ésta tiene “otra de sus visiones: un día ve a Cristo y los doce apóstoles recorriendo una de las naves”.

   

Libro del Cielo y del Infierno (Emecé, 1999)
p. 96

        Siendo las cosas así de tangibles y fehacientes (ídem el beso de la princesa que transformó en príncipe al horrorosísimo sapo de las cavernas de ultratumba), no sorprende que también visitara las regiones del más allá y retornara convertido en el incontestable cartógrafo de los cielos y de los infiernos: “No salió nunca de Inglaterra, pero recorrió, como Swedenborg, las regiones de los muertos y de los ángeles. Recorrió las llanuras de ardiente arena, los montes de fuego macizo, los árboles del mal y el país de tejidos laberintos. En el verano de 1827 murió cantando. Se detenía a ratos y explicaba ‘¡Esto no es mío, no es mío!’ para dar a entender que lo inspiraban los invisibles ángeles. Era fácilmente iracundo.” Cincela Borges en su citado prólogo a la Poesía completa de William Blake. De ahí que se tenga la mórbida impresión de que William Blake era un gruñón marca Diablo que descubrió la gnóstica fórmula para llegar a la Isla Perdida después mordisquear el prohibido fruto del Árbol del Conocimiento, y entonces supo, para decirlo con Umberto Eco, cómo atrapar un basilisco con la sola ayuda de un espejuelo de bolsillo y de una fe inconmovible [tanto] en el Bestiario, como en la Biblia.

        


        Uno de los títulos más célebres de William Blake es Matrimonio del Cielo y del Infierno (c. 1790-1793). A tales páginas pertenecen los Proverbios del Infierno que tradujo al español el poeta mexicano Xavier Villaurrutia (1903-1950), reeditados en abril de 1994 por Fósforos, colección dirigida por Raúl Renán y Alfredo Herrera. Se trata de una pequeña caja, cuyo diseño, a partir de la idea original del poeta Carlos Isla, semeja ser una cajilla de cerillos de cocina, con hojas sueltas y sin número de páginas, coeditada en la Ciudad de México por Verdehalago, Revista quincenal de poesía y La Máquina Eléctrica.

    Aunque no se apunta en la minúscula edición de Fósforos, los setenta Proverbios del Infierno traducidos por el autor de Nostalgia de la muerte (Buenos Aires, Sur, 1938) aparecieron por primera vez, en la capital mexicana, en el número 6 de la revista Contemporáneos (noviembre de 1928), junto a otros textos iniciales de Matrimonio del Cielo y del Infierno.

 

Edición facsimilar 
Col. Revistas Literarias Mexicanas Modernas, Vol. II, FCE
México, 1981

            En la “Visión memorable” que precede a los Proverbios del Infierno traducidos por Xavier Villaurrutia para la revista Contemporáneos, William Blake reporta su viaje al Infierno y el origen de éstos:

     “Mientras paseaba entre las llamas del Infierno, deleitado con los goces del genio que a los ángeles parece tormento y locura, recogí algunos de sus proverbios pensando que, así como los dichos de un pueblo llevan el sello de su carácter, los proverbios del Infierno muestran la naturaleza de la Sabiduría Infernal mejor que ninguna descripción de edificios o vestiduras.”

           

Libro del Cielo y del Infierno (Emecé, 1999)
p. 163

           Uno de tales Proverbios describe los rasgos de lo que parece un fantástico, espeluznante y luciferino ser del averno, un diablo hediondo a azufre:

      “Los ojos de fuego, la nariz de aire, la boca de agua, la barba de tierra.”

      Lo que imanta, con los pelos de punta a la ponketa de huitlacoche, la enigmática imagen de un demonio que traza William Blake en la citada “Visión memorable”:

   

Poesía completa (Hyspamérica, 1986), de William Blake
p. 234

         “Cuando volví a mi casa, sobre el abismo de los cinco sentidos, allá donde una doble llanura se desploma sobre el presente mundo, vi un poderoso demonio envuelto en nubes negras, aleteando en las paredes de las rocas; con llamas corrosivas escribió la sentencia siguiente, comprendida por el cerebro de los hombres y leída por ellos en la tierra: ¿No comprendes que cada pájaro que hiende el camino del aire es un mundo inmenso de delicias cerrado para tus cinco sentidos?”

III de VII

Quizá el desocupado lector, lectora o lectore, haya visto en la pantalla grande, en DVD, en Blue-Ray o en streaming, la película Dead Man (1995), en español: Hombre Muerto, wéstern guionizado y dirigido por el cineasta norteamericano Jim Jarmusch (Akron, Ohio, 1954), cuyo epígrafe de Henry Michaux reza: “Es preferible no viajar con un hombre muerto.” Sugestiva y por instantes distorsionada y estridente música de Neil Young con su lira eléctrica, en cuyo soundtrack en CD se llega a oír fundida al estruendo del oleaje marino, e incluso se llega a escuchar la voz del contadorcito William Blake (Johnny Depp) recitando unos versos del poeta maldito William Blake. Magnética fotografía en blanco y negro de Robby Müller. Sugerentes localizaciones, escenarios, vestuarios, y tipología de indos pieles rojas y hombres blancos (caras pálidas). Persuasivas actuaciones de Johnny Depp (William Blake) y Gary Farmer (el piel roja Xebeche, alias Nobody o sea: Nadie), etc.; en cuyo reparto descuella la breve aparición de Robert Mitchum corporificando al duro, autoritario y vengativo John Dickinson, dueño de la metalistería de Machine, avérnico e inmoral pueblo extraviado en lo profundo del salvaje y lejano Oeste, que le pone precio a la cabeza de William Blake (homónimo del poeta, pintor y grabador inglés), el joven contadorcito de Cleveland atildado como payaso de circo, quien tras un largo viaje en tren, ingenuamente llega a Machine (al término de la línea ferroviaria) en busca de empleo en las oficinas de la Dickinson Metal Works (lleva consigo una inútil carta de aceptación datada hace dos meses). Pero al enredarse en un inesperado y sorpresivo crimen en un cuarto del hotel (mueren baleados el hijo del señor Dickinson y la ex amante del vástago, ex prostituta y vendedora de flores de papel en la cantina del pueblo), se transforma ipso facto en un asesino y en un perseguido.

     


         Pues bien, el regordete y bufonesco piel roja Xebeche alias Nobody, como prefiere llamarse, está muy lejos del retorcido o convencional raciocinio de un colono sin escrúpulos de origen europeo, de esos que se mueven bajo las pulsiones de la codicia, del exceso, y de la azarosa y cruenta ley del revólver: o matas o te matan. Su idiosincrasia y psique es la de un esquizoide cuyo pensamiento y cosmovisión oscilan entre lo mágico, supersticioso, ritual, poético y mítico. Piénsese, por ejemplo, que cuando tropieza con el cuerpo de William Blake, herido por una bala cerca del corazón, trata de rehabilitarlo con el poder de sus canturreos, malabares, sahumerio y rudos apretujones sobre la herida: como hundiéndole la bala, en vez de sacársela con la punta de un arma blanca y unos tragos de aguardiente, según presupone el consabido canon cinematográfico. “Hay metal de los blancos cerca del corazón”, le dice. “Traté de sacarlo, pero está muy profundo. Mi cuchillo cortaría tu corazón y sacaría el espíritu de ahí. Estúpido, maldito hombre blanco.”

   Después de consultar la omnisciente sabiduría de las piedras, el indio piel roja, con un matiz de vidente y médium, le dice a William Blake: “Las piedras redondas bajo la tierra han hablado a través del fuego. Las cosas que son parecidas crecen así por naturaleza. Las piedras que hablan vieron mucho el sol. Unos creen que bajan con el rayo. Yo creo que están en la tierra y el rayo las hunde más.” Y luego, no menos enigmático, da por hecho que el contadorcito es un hombre muerto: “¿Mataste al hombre blanco que te mató?”. Lo cual se agudiza in extremis al enterarse, con asombro y un susto que lo catapulta hacia atrás, que el contadorcito se llama William Blake, pues ipso facto supone que corporifica al poeta y grabador inglés (una sombra, un fantasma de carne y hueso). “Tú fuiste poeta y pintor. Y ahora eres asesino de hombres blancos”, le receta; dado que en su niñez conoció, en Inglaterra, la biografía, los poemas y las imágenes del artista y poeta William Blake, luego de que unos soldados ingleses se lo llevaron de Norteamérica a Europa encerrado en una jaula en calidad de criatura salvaje para exhibición, observación y tipificación.

         De ahí que empiece a parlotearle al contadorcito William Blake citando los proverbios del poeta William Blake (que el cara pálida ignora y no comprende): “Cada noche y cada mañana algunos nacen para la miseria”. “Cada mañana y cada noche, unos nacen para un dulce placer. Otros nacen para la noche eterna.”

    Y más adelante, el indio piel roja, con su olfato de perro de caza, le advierte a William Blake que lo están siguiendo para matarlo (pese a que según él ya es un hombre muerto): “Muy seguido, el hedor del hombre blanco lo antecede.” Y entonces el contadorcito lo interroga sobre lo que deben hacer y Nobody le responde manipulando uno de los Proverbios del Infierno: “El águila perdió mucho cuando se conformó con aprender del cuervo”, que Xavier Villaurrutia tradujo así: “Nunca perdió más tiempo el águila que cuando escuchó las lecciones del cuervo”.

   Ironía a la que el piel roja vuelve a recurrir después de abandonarse —oculto bajo una enorme, negra y peluda piel de oso o de búfalo, a una fiera comunión sexual con una voraz y feraz india: “Levántate y guía tu carreta y tu arado sobre los huesos de los muertos” (“Conduce tu carro y tu arado sobre los huesos de los muertos”, según Villaurrutia), proverbio precedido por una de sus paródicas lisuras de autor de sus propios proverbios: “No dejes al sol hacer un hoyo en tu trasero”.

         

Fotograma de Hombre muerto (1995)

             Al inicio del vínculo con el indio, el contadorcito William Blake ignora la destreza de las armas de fuego, pese a que por un reflejo, defensivo y de autoconservación, mató al hijo del señor Dickinson. Y aunado a su presunta amnesia o dizque modesto olvido de sus versos que Xebeche le atribuye, el indio piel roja le vaticina la cifra de su destino de hombre muerto: “Esa arma sustituirá tu lengua. Aprenderás a hablar con ella y tu poesía se escribirá ahora con sangre.” Cosa que William Blake cumple al pie de la letra sin evitarlo y con la eficacia que pergeña su meteórica leyenda negra: destino de poeta maldito (muerto y sin espíritu) extraviado en el infierno del salvaje y lejano Oeste, donde escribe con sangre sus rápidos y onomatopéyicos asesinatos-poemas; incluso, en un pasaje, esgrime como suya la borrosa e inasible identidad del verdadero poeta: “¿Eres William Blake?”, le rebuzna uno del par de marshals, calvos y cazarrecompensas, que lo rastrean para matarlo. Y él responde: “Sí, lo soy. ¿Conocen mis poemas?”. Y ¡pum! ¡pum!, truenan los balazos que los borran del mapa del tesoro andante, lo cual el contadorcito rubrica con uno de los proverbios de William Blake que le oyó al vociferino Xebeche: “Algunos nacen para la noche eterna”.

 


         En el wéstern de Jim Jarmusch el lejano y salvaje Oeste es un infierno, una laxa e inmoral tierra de nadie donde los pieles rojas, los caras pálidas y los negros son unos demonios, recíprocamente desconfiados y mezquinos, que se embriagan, fornican, engañan, insultan, maldicen, manipulan, hacen trampas, roban y matan por la menor causa, precio, equívoco, capricho, orden o provocación. Recuérdese, entre otras cosas, lo relativo a Johnny The Kidd Pickett, un jovencillo pistolero de raza negra, con una cicatriz de arma blanca en el lado izquierdo del rostro, que ya ha matado a 14 personas; pero sobre todo lo que concierne a Cole Wilson, el diabólico pistolero antropófago que asesinó y se comió a sus propios padres (y que luego asesina y devora, incluso chupándose los dedos, al pistolero hablantín que dormía con un osito de peluche), vestido de negro (con botonadura plateada, balas de plata y cacha de nácar) como dicta al canon del más malo y maldito del Oeste, quien además conlleva al demoníaco ángel exterminador que le clava la última bala a la leyenda negra del contadorcito William Blake, ya en la canoa de su viaje al más allá. 

     

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

            O el nocturno asesinato de los tres tramperos en un claro del bosque que incita Xebeche con el contadorcito como carnada, donde una de las víctimas, el ridículamente travestido de tosca mujer, relata, alrededor de la hoguera y mientras cocina y sirve en platos metálicos, varias visiones del infierno dentro del infierno:

 

Ilustración de Arthur Rackham para
Ricitos de Oro y los tres osos

          “...con el cabello dorado [mamá osa] le hizo un suéter al osito”, dice al contar, frente a la hoguera, una chusca versión de Ricitos de Oro y los tres osos. Y luego relata un sangriento pasaje pseudohistórico, extirpado de la noche de los tiempos, que evoca el legendario y encarnizado festín caníbal de Vlad Tepes El Empalador: “Hoy recuerdo al emperador del mal, Nerón Augusto. Iba a arrasar con todos los cristianos.” “Para entretener a sus invitados, Nerón iluminaba su jardín con cuerpos de cristianos quemándose vivos en aceite atados en cruces flamantes; crucificados. Y durante la cena ordenaba que frotaran a los cristianos con hierbas de olor y ajo. Les cortaban el sexo y en costales los arrojaban a los perros salvajes.” Lo cual es signado por la cruenta y negra bendición a los frijoles sazonados con especias, leída heréticamente dizque de la Biblia, que resulta el presagio y preámbulo del asesinato a balazos de los tres tramperos: “Este día Dios te entregará en mis manos y yo te destruiré y decapitaré y daré el cadáver del anfitrión de los filisteos a las aves del aire y a las bestias de la tierra. Amén.”                    

     

Vlad Tepes almuerza rodeado de empalados

          En este sentido, el asesinato no riñe y hace íntimas migas (y danza de cachetito la macabra danza de la muerte) con algunos de los Proverbios del Infierno que parecen una apología o incitación al asesinato y a considerar el asesinato como una de las bellas artes, para deglutirlo y rumiarlo con el llevado y traído título de las memorias de Thomas de Quincey (1784-1859). “El asesinato exige, en su opinión, ser tratado estéticamente y apreciado desde un punto de vista cualitativo a la manera de una obra plástica o de un caso médico”, pontifica el heresiarca surrealista André Breton sobre De Quincey en su Antología del humor negro, urdida y prologada en 1939 e impresa al año siguiente en París, en francés, por Les Editions du Sagittaire.  

   

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

         ¡Ha llegado el tiempo de los asesinos!, podría gritarse a los cuatro pestíferos y deletéreos vientos bajo los efectos de varias onzas de Rimbaud y Diablo Verde, sintiéndose, obviamente, el más malo y maldito pistolero del viejo, lejano y salvaje Oeste, echando bala en las inmediaciones de la cantina de Machine. Véanse, si no, algunos maléficos y atronadores ejemplares de los Proverbios del Infierno de William Blake traducidos por Xavier Villaurrutia, publicados en el número 6 de la revista Contemporáneos (noviembre de 1928), junto con otros textos iniciales del libro al que pertenecen: Matrimonio del Cielo y del Infierno (c. 1790-1793):

   

Xavier Villaurrutia (c. 1930)

Foto: Manuel Álvarez Bravo

           “Un cuerpo muerto no venga las injurias”; “Antes asesina a un niño en su cuna que nutras deseos que no ejecutes”; “Sumerge en el río a aquel que ama el agua”; “El gusano perdona el arado que lo aplasta”; “Del agua estancada espera veneno”; “Nunca pregunta el manzano o el haya cómo crecer, ni el león al caballo cómo coger su presa”; “Los tigres de la cólera son más sabios que los caballos del saber”; “La cólera del león es la sabiduría de Dios”.

    “Era fácilmente iracundo”, vale repetir que sigue puntualizando Borges de William Blake en el susodicho prólogo a su Poesía completa.  

   

Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges núm. 4

Hyspamérica Ediciones Argentina/Ediciones Orbis
Barcelona, 1986

          Pero como tan solo en unas cuantas líneas de William Blake apenas corrieron algunos chorreantes baldes de sangre, tal vez quepa sacar de la chistera un cuchillo sin hoja al que le falta el mango de Geor Christoph Lichtenberg (1742-1799), traducido del alemán por Juan Villoro en el breviario Aforismos (México, FCE, 1989): “Siempre es preferible darle el tiro de gracia a un escritor que perdonarle la vida en una reseña”.

IV de VII

Al vaticinio que el indio piel roja Xebeche, alias Nobady, le cifra al contadorcito de Cleveland (homónimo del poeta y grabador inglés William Blake) sobre el destino que lo arrastra en el infierno del salvaje y lejano Oeste (hombre muerto, sin espíritu, que escribirá sus poemas con sangre) mientras el impoluto cara pálida viaja en tren observando las mutaciones del desolado paisaje (mira grandes y solitarias estructuras rocosas en lontananza, carretas deshilachadas y tipis abandonados) y las características de los cambiantes pasajeros que lo observan a él—, lo preludia el presagio que al inicio del wéstern, sin decir aguas negras van, le recita, casi como un acertijo, el fogonero analfabeta maquillado de hollín, el mismo que le señala que esos cazadores del vagón (ataviados con ásperos gorros y abrigos de pieles peludas) que de pronto por las ventanas disparan sus fusiles Winchester, ya han masacrado un millón de búfalos el año pasado y que Machine es el infierno y que tal vez allí halle su tumba:

  “Mira hacia la ventana”. “¿No recuerdas esto cuando vas en un barco? Y más tarde en la noche, estabas recostado viendo el cielo y el agua en tu cabeza no era distinta del paisaje y piensas: ¿por qué será que el paisaje se mueve pero el barco está inmóvil?”.

    Palabras-espejo (en lo futuro), pero un galimatías para el pálido y lampiño contadorcito William Blake que tampoco las entiende mirándose la nariz y parando las orejas, y cuyo sentido se explica por sí solo al término del filme, cuando Xebeche ha dispuesto bocarriba, en una canoa que evoca la mítica barca de Caronte, el cuerpo moribundo del contadorcito. Canoa india preparada por el piel roja con ramas de cedro, tabaco, un retrato en miniatura del hombre muerto y otros enseres, que transportará a William Blake por el Gran Mar al ámbito donde se halla su espíritu, el sitio de donde supuestamente vino.

 

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

        Sin embargo, el sentido de las palabras-espejo empieza a prefigurarse mucho antes; por ejemplo, cuando ambos van a caballo en el bosque y se encuentran, clavados en los troncos de varios árboles, los primeros retratos hablados del rostro de William Blake con el clásico: “Se busca”, “500 dólares”. Pero ante el desconcierto y berrinche del contadorcito, Xebeche le cifra uno de sus propios proverbios: “No pararás las nubes construyendo un barco”. Lo cual irrita aún más al contadorcito cara pálida, harto de las para él ininteligibles frases (los Proverbios del Infierno de William Blake), junto con los retruécanos y proverbios de su autoría con que el piel roja le parlotea. Pero éste sólo remata, burlándose, con el repetitivo, variado y bufo estribillo del tabaco (que incluso reitera casi al término de la película): “¿Seguro que no tienes tabaco?”

V de VII

El indio piel roja Xebeche, alias Nobody, le narra al joven William Blake su índole mestiza y marginal, y el significado de su nombre y sobrenombre, y la causa de que vague solo por el solitario bosque:  

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

             “Mi sangre está mezclada. Mi madre era Ungumpe Piccana. Mi padre Absolucca. Esta mezcla no fue respetada. De niño, seguido me dejaban solo, así que pasé meses acechando a la gente alce para probar que sería buen cazador. Un día, mis parientes alces, se compadecieron y un joven alce me dio su vida. Sólo con mi cuchillo le quité su vida. Cuando iba a cortar la carne vinieron hombres blancos a mí. Eran soldados ingleses. Corté a uno, pero me dieron en la cabeza con un rifle. Todo se volvió negro. Mi espíritu pareció dejarme. Luego me llevaron al Este. En una jaula. Me llevaron a Toronto [en tren], luego a Filadelfia y luego a Nueva York. Y cada vez que llegaba a otra ciudad de algún modo, el blanco, había pasado a su gente allá, adelante de mí. Cada ciudad nueva tenía la misma gente que la anterior y no podía entender cómo una ciudad de gente podía moverse tan rápido. Finalmente, me llevaron en barco a través del Gran Mar a Inglaterra. Me pasearon ante ellos como un animal cautivo. Una exhibición. Entonces yo los remedé imitando sus modales, esperando que perdieran interés en ese joven salvaje. Pero su interés sólo aumentó. Así que me metieron a una escuela de blancos. Y ahí fue que descubrí las palabras que tú, William Blake, escribiste. Eran palabras poderosas y me hablaron. Pero hice planes cuidadosos y finalmente escapé. Una vez más crucé el gran océano. Vi muchas cosas tristes de camino a la tierra de mi pueblo. Cuando se dieron cuenta de quién era, los relatos de mis aventuras los enojaron. Me dijeron mentiroso: Xebeche. El que habla fuerte sin decir nada. Me ridiculizaron. Mi propio pueblo. Me dejaron vagar solo por la tierra. Soy Nadie.”

          Pero el sentido nodal y nom plus ultra del filme de Jim Jarmusch, es el que gira en torno al hecho quintaesencial de que para el indio piel roja Xebeche, el contadorcito de Cleveland es un hombre muerto, un muerto sin espíritu que es el poeta, pintor y grabador inglés William Blake. Así, la misión que el indio colige y se impone a sí mismo hasta las últimas consecuencias (jugarse la vida en todo momento e incluso renunciar a ella) es conducir al hombre muerto al lugar “de donde vinieron todos los espíritus. Y a donde todos los espíritus vuelven.”

          Su asumida misión de guía al más allá empieza a cobrar un rumbo más definido cuando en uno de sus personales ritos de brujo sabio, visionario y vidente, ingiere peyote, que él llama el Abuelo Peyote, el alimento del Gran Espíritu: “los poderes de la medicina te dan visiones sagradas que no son para ti, William Blake”, le dice. Y en tales visiones le mira el rostro, al hombre muerto, como si fuera el cráneo de un esqueleto, en cuyas mejillas le traza un par de símbolos semejantes a rayos, cuya críptica índole sólo entiende el indio.

        No obstante, Xebeche induce al contadorcito al ayuno: “Buscar la visión es una bendición. Para hacerlo, debemos ir sin comida, ni agua, pues todos los espíritus sagrados reconocen a aquellos que ayunan. Es bueno prepararse así para un viaje.” Ayuno, tácita e implícitamente salpimentado y reforzado con peyote, lo que explica las alucinaciones pesadillescas que luego tiene William Blake: mientras desde su diálogo y fantaseo consigo mismo se prepara para aclararle el equívoco al señor Dickinson (el dueño de la metalistería de Machine que le puso precio a su cabeza), oye aullidos y ve a hieráticos y dispersos pieles rojas maquillados de mapaches que lo observan confundidos y ocultos entre las ramas de la floresta; pero luego, en el mismo follaje, como si se tratara de un móvil y cambiante trampantojo, sólo mira a un solitario mapache que se aleja entre las matas. Más tarde halla, abandonado en un claro del bosque, a un pequeño ciervo con el sangrante y cauterizado orificio de una bala en el corazón, casi su espejo o su doble, puesto que imita su postura y sueño eterno al dormir junto al animal.

 

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

         Pero el instante climático de las vertientes míticas y poéticas de la película empieza a entreverse en las palabras que Xebeche le dice al hombre muerto al cruzar, cada uno montado en su caballo, un paraje de árboles inmensos, luego de canturrear para sí una cantaleta, con soniquete de vocalización india, que parece un sarcástico blues: “No me importa si te casaste 17 veces. Aún te amo”. Chispa que es una minucia de toda la dosis de comedia y humor (muchas veces negro) que el filme también tiene. “Te llevaré al puente hecho de aguas”, le dice Xebeche. “El espejo. Te llevarán al siguiente nivel del mundo. El lugar de donde vienes, William Blake. Donde debe estar tu espíritu. Debo ver que pases por el espejo donde el mar se une al cielo.”

VI de VII

Que había en William Blake una buena pócima de veneno, una negra toga y un matiz de vidente, oráculo de las tinieblas, herético profeta, psicótico y tóxico poeta maldito, ni duda cabe. Los Proverbios del Infierno lo refrendan. E incluso él mismo, en cierto modo (y de muchos modos) lo dijo. 

     

Libro del Cielo y del Infierno (Emecé, 1999)
p. 61

          En una nota de William Blake al “Discurso VIII” de Sir Joshua Reynolds (director de la Royal Academy a la que el poeta, pintor y grabador ingresó en 1778) que cita Luis Cernuda en su citado prólogo a la edición conjunta de Matrimonio del Cielo y del Infierno, Cantos de Inocencia y Cantos de Experiencia, se lee: “Sentía el mismo desprecio y aborrecimiento que siento ahora. Se burlan de la inspiración y la visión. Inspiración y visión eran entonces, son ahora, y espero que sean para siempre, mi elemento, mi morada eterna. ¿Cómo podría oír que las condenan sin devolver desprecio por desprecio?”. Intrínseca, visceral y ortodoxa declaración de principios, equivalente a la milenaria ley del talión, que ineludiblemente remite a uno de sus Proverbios (traducido por Villaurrutia): “Como el aire al pájaro o el agua al pescado, así el desprecio al despreciable.”  

         

Libro del Cielo y del Infierno ((Emecé, 1999)
p. 55

          Y si otros Proverbios del Infierno implican una apología o incitación al asesinato (y por ende a reflejar, en un espejo de piedra, que el verdadero culpable y asesino es el hipócrita lector), citados en la segunda parte de la presente cibernota, y a considerar (por capricho o sin él) el asesinato como una de las bellas artes
“Tenía ganas de envenenar a un monje”, apostilló Umberto Eco sobre la idea seminal que daría cosmológico origen a El nombre de la rosa (1980)—, su petulancia de inspirado, visionario y vidente, también se transluce en el que postula: “El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría.” (Parecido al que reza: “Nunca sabrás lo que es suficiente a condición de que sepas lo que es más que suficiente”, según Villaurrutia.) Cuyo sentido evoca un fragmento de la carta que el enfant terrible Arthur Rimbaud (1854-1891) le dirigió, el 15 de mayo de 1871, a Paul Demény:

 

La nave de los locos núm. 27, Premià editora
Tercera edición, México, 1981

        “Digo que es preciso ser vidente, hacerse vidente.

       “El Poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; él busca por sí mismo, agota en él todos los venenos para conservar sólo las quintaesencias. Inefable tortura en la que hay necesidad de toda la fe, de toda la fuerza sobrehumana, en la que él llega a ser entre todos el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito ¡y el supremo Sabio! Porque él llega a lo desconocido: ¡Puesto que él ha cultivado su alma, ya rica, más que ningún otro! Llega a lo desconocido, y cuando, loco, termina por perder la inteligencia de sus visiones, ¡él las ha visto! ¡Que reviente en su salto por las cosas inauditas e innombrables: vendrán otros horribles trabajadores: ellos comenzarán por los horizontes en los que el otro se ha desplomado!” (Versión del francés al español de Marco Antonio Campos, incluida en la edición bilingüe de Una temporada en el Infierno, publicada en México, por Premià, en 1979, con traducción, prólogo, una nota y un poema suyos.)

VII de VII

En los Proverbios del Infierno de William Blake (traducidos por Xavier Villaurrutia) late una visión maldita, anarca y herética de la vida terrestre, entendida como una temporada en el Infierno, donde el hombre, ser infinitesimal, efímero, contradictorio, y plagado de debilidades y defectos, apenas vislumbra una minucia de lo cosmogónico e inescrutable que lo rodea: “El rugido de los leones, el aullido de los lobos, la cólera del mar tempestuoso y la espada destructora son porciones de eternidad demasiado grandes para el ojo del hombre.” La religión (católica y protestante), dueña y manipuladora del pensamiento (de los anhelos de trascendencia, de los sueños, de las pesadillas), y los hipócritas religiosos (feligreses y prelados), son una despreciable ralea digna de su flagelo y de la condenada eterna a las llamas del averno: “Las prisiones están construidas con piedras de la Ley; los burdeles con piedras de la Religión”; “Así como la oruga elige las hojas más hermosas para poner sus huevos, el sacerdote deposita su maldición sobre los mejores goces”; “La Prudencia es una vieja solterona rica y fea cortejada por la Incapacidad”.

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

            Y aquí se podría recordar un pasaje del wéstern Hombre Muerto, donde un vendedor de municiones (estereotipo de religioso que manosea la religión a su antojo como si fuera el coño de una prostituta) le dice al contadorcito William Blake que las balas que vende están bendecidas por un obispo de Detroit (cosa posible); así, cuando el piel roja Xebeche asoma la cabeza y entra al tendajón con su enorme penacho de plumas y el vendedor de municiones le niega el tabaco que exhibe frente a sus narices (al blanco se lo regala), esgrime el persignarse a modo de escudo protector y su verborrea religiosa a modo de flamígera, corrosiva y xenofóbica arma infalible: “Que Jesús lave la tierra con su santa luz y lave los sitios más oscuros de salvajes y filisteos”.

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

             Y en el intento de frustrar su inminente asesinato por parte de William Blake que lo apunta de frente con su revólver (después de que primero el vendedor de municiones intentara matarlo a traición de un balazo), le dispara y vocifera su última maldición dizque creyente y religiosa: “Que Dios condene tu alma al fuego del Infierno”.

        Sin embargo, pese a lo antes dicho, otros Proverbios del Infierno de William Blake (oh paradoja) parecen un allegro de palpitación angelical y divina: las sabias y cantarinas consejas de una tierna abuela en tiempos de Navidad; o las observaciones de un benévolo y recto moralista con pulsiones puritanas y religiosas de hueso colorado (¡aleluya!): “Jamás se convertirá en estrella aquel cuyo rostro no irradie luz”; “El acto más sublime consiste en colocar otro delante de ti”; “El alma llena de dulce placer no puede ser manchada”; “El necio no ve el mismo árbol que el sabio”; “En tiempo de siembra, aprende; en tiempo de cosecha, enseña; en invierno, goza”; “Usa número, pesa y medida en un año de escasez”; “Como el arado obedece las palabras, Dios recompensa las plegarias”; “La abeja laboriosa no tiene tiempo para la tristeza”; “El que agradece lo que recibe soporta el peso de su abundante cosecha”; “Aquel que desea pero no obra, engendra peste”; “El pájaro, un nido; la araña, una tela; el hombre, la amistad”; “Está pronto a decir siempre tu opinión, y el ruin te evitará”; “El reloj cuenta las horas de la locura, pero ningún reloj puede contar las horas de la sabiduría”; “Exceso de pena, ríe. Exceso de alegría, llora”; “Piensa por la mañana, obra al mediodía, come por la tarde y duerme por la noche”; “Ningún pájaro se eleva demasiado alto, si vuela con sus propias alas”; “Las plegarias no aran; las alabanzas no maduran”; “El orgullo del pavo real es la gloria de Dios”; “La zorra se provee; pero Dios provee al león”; “Lubricidad del chivo, generosidad de Dios”.

          Por otro lado, el que reza: “La maldición, fortifica; la bendición relaja”, parece recordar el carozo de la mazorca de la vulgarizada apología del hombre fuerte atribuida a Friedrich Nietzsche: “Lo que no me mata, me fortalece”. (Que Efraín Huerta reviraría, quizá, con el consabido refrán a modo de poemínimo: “Lo que no mata, engorda.”)

      Pero también, entre los setenta Proverbios del Infierno que Xavier Villaurrutia tradujo al español para el número 6 de la revista Contemporáneos (noviembre de 1928), hay algunos (verdaderas illuminations, quizá cantaría exultante algún Rimbaud de vecindario perdido en el ciberespacio) que más o menos (o totalmente) reconfortan y reconcilian al ateo de a pie, al panteísta en el laberinto, al agnóstico de bolsillo, o al esteta intelectual, con lo efímero e inescrutable de la existencia no siempre placentera ni divina: “La desnudez de la mujer es la obra de Dios”; “La Eternidad está enamorada de las obras del tiempo”; “Crear una sola flor es trabajo de siglos”; “Un pensamiento llena la inmensidad”.

 

 

Audiovisual

Jim Jarmusch, Dead Man/Hombre Muerto. DVD. Film House, México, 2006.

Neil Young, Dead Man. CD. Soundtrack de Dead Man (1995), largometraje en blanco y negro con guion y dirección de Jim Jarmusch. Cuadernillo adjunto con textos e iconografía. Vapor Records. New York, 1996.

 

Bibliografía

Bioy, Casares Adolfo y Borges, Jorge Luis, Libro del Cielo y del Infierno. Antología de textos de Emanuel Swedenborg y otros autores. Prólogo de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares fechado en Buenos Aires, 27 de diciembre de 1959. Iconografía anónima y sin datar en blanco y negro. Emecé Editores. Buenos Aires, junio de 1999. 192 pp.

Blake, William, “El matrimonio del Cielo y del Infierno”, “Proverbios del Infierno”, etcétera. Traducción del inglés de Xavier Villaurrutia, en Contemporáneos núm. 6, noviembre de 1928, en Contemporáneos, tomo II (de XI), Septiembre-Diciembre de 1928, p. 213-243. Edición facsimilar. Colección Revistas Literarias Mexicanas Modernas/FCE. México, abril 15 de 1981.

Blake, William, Matrimonio del Cielo y el Infierno. Los cantos de Inocencia. Los cantos de Experiencia. Traducción del inglés de Soledad Capurro. Prólogo de Luis Cernuda. Colección Visor de Poesía, Volumen LXXXVII. Madrid, 1983. 212 pp.

Blake, William, Poesía completa. Traducción del inglés de Pablo Mañé Garzón. Prefacio de la serie y prólogo de Jorge Luis Borges. Ilustraciones anónimas en blanco y negro. Colección Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges núm. 4, Hyspamérica Ediciones Argentina/Ediciones Orbis. Barcelona, 1986. 256 pp.

Blake, William, Proverbios del infierno. Traducción del inglés de Xavier Villaurrutia. Cajita con hojas sueltas s/n de páginas. Colección Fósforos. Verdehalago/Revista quincenal de poesía/La Máquina Eléctrica. Ciudad de México, abril de 1994.

Borges, Jorge Luis, Biblioteca personal (prólogos). Alianza Literatura núm. 7, Alianza Editorial. Buenos Aires, abril de 1988. 136 pp.

Borges, Jorge Luis, Obras completas IV. Emecé Editores España. Barcelona, 1996. 550 pp.

Borges, Jorge Luis y Ferrari, Osvaldo, Diálogos. Editorial Seix Barral. Barcelona, abril de 1992. 384 pp.

Breton, André, Antología del humor negro. Traducción del francés de Joaquín Jordá. Compactos núm. 33, Editorial Anagrama. Barcelona, 1991. 406 pp.

Eco, Umberto, “Apostillas a El nombre de la rosa”, p. 631-664, en El nombre de la rosa. Traducción del italiano de Ricardo Pochtar. Traducción de los textos en latín de Tomás de la Ascensión Recio García. Colección Palabra Seis núm. 2, Editorial Lumen. 2ª reimpresión de la 3ª edición mexicana. México, diciembre de 2001. 672 pp.

Lichtenberg, Geor Christoph, Aforismos. Antología, prólogo, notas y traducción del alemán de Juan Villoro. México, febrero de 1989. 304 pp.

Märtin, Ralf-Peter, Los “Drácula”. Vlad Tepes, el Empalador y sus antepasados. Traducción del alemán de Gustavo Dessal. Iconografía en blanco y negro. Fábula núm. 150, Tusquets Editores. Barcelona, noviembre de 2000. 232 pp.

Miller, Henry, El tiempo de los asesinos. Un estudio sobre Rimbaud. Traducción del inglés de Roberto Bixo. El libro de bolsillo núm. 975, Alianza Editorial. Madrid, 1983. 128 pp.

Rimbaud, Arthur, Una temporada en el infierno. Edición bilingüe. Prólogo, antología, poema, y traducción del francés de Marco Antonio Campos. Ilustraciones en blanco y negro. La nave de los locos núm. 27, Premià editora. 3ª ed., segundo semestre de 1981. 120 pp.

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Trailer de Hombre Muerto (1995), wésterm con guion y dirección de Jim Jarmusch.

 

 

sábado, 7 de octubre de 2023

El gato negro y otros relatos de terror

Con la lengua de fuera y los ojos al revés

 

No pocos lectores (de la recalentada y envirulada aldea global) recordarán la infantil cantaleta de ese cuento de nunca acabar que se repite y repite hasta la consumación de todos los tiempos: “Éste era un gato con su colita de trapo y sus ojos al revés. ¿Quieres que te lo cuente otra vez? Éste era un gato con su colita de trapo...” Y así ad infinitum. Esto evoca los mil y un libros de nunca acabar dedicados a contar y a volver contar —o sea: a explotar y a difundir en español— aspectos o vertientes de la inmortal obra del norteamericano Edgar Allan Poe, quien, fallecido a los cuarenta años el 7 de octubre de 1849 en Baltimore (precisamente en una desolada, fría y oscura celda del Washington College Hospital), parece estar más vivo que nunca con su controvertida y vaporosa leyenda negra.

       

Libros del Zorro Rojo
(China, febrero de 2021)

           Uno de esos insaciables y numerosos títulos de nunca acabar es El gato negro y otros relatos de terror. Se trata de una preciosista antología impresa en China en “febrero de 2021”, editada con mucho mimo por Libros del Zorro Rojo (presente en Barcelona, Buenos Aires y Ciudad de México), “Con la colaboración del Institut Català de les Empreses Culturals” y espléndidas ilustraciones en blanco y negro del artista gráfico Luis Scafati (Mendoza, 1947), quien también ilustró la celebérrima Narración de Arthur Gordon Pym (Libros del Zorro Rojo, 2015), con prólogo y traducción de Julio Cortázar. De 2005 data la primera edición en formato más o menos bolsillo con pastas blandas y solapas; pero la presente (quizá una especie de libro objeto no sólo para bibliófilos y fetichistas) es más grande: mide 21.01 x 24.01 centímetros. Y además de que fue encuadernada en cartoné con tela negra en el lomo y de que las ilustraciones se aprecian mucho mejor (debido a la amplitud del libro y pese a que a varias las fracturan las líneas divisorias de las páginas), luce unas viñetas y dibujos de gatos en las guardas rojas, más otras en el interior y en la página aleñada a la destinada a los retratos y a los créditos del escritor y del artista gráfico.

Viñetas de Scafati

         Quizá por privilegiado antojo, el anónimo antólogo de la presente antojolía optó por reunir sólo tres de los 67 cuentos de Edgar Allan Poe: “El gato negro”, “El pozo y el péndulo” y “El entierro prematuro”, traducidos del inglés por Elvio E. Gandolfo. Y dado que en el libro únicamente se lee una brevísima ficha anónima sobre la vida y obra del autor de “El cuervo” (y otra sobre Luis Scafati), el nocturno e insomne bibliófago, aterrorizado y con los pelos de punta a la punketa de huitlacoche, se ve inducido a buscar algunos datos biográficos y bibliográficos. Muy útil, para ese desvelo con un candelabro de siete brazos, puede ser el volumen de Edgar Allan Poe editado por Cátedra en la Bibliotheca AVREA: Narrativa completa (Madrid, 2011), que comprende las celebérrimas traducciones que Julio Cortázar hizo de los 67 cuentos y de La narración de Arthur Gordon Pym; más Julius Rodman, traducido por Margarita Rigal Aragón, quien además es la erudita autora del muy documentado y extenso aparato crítico: “Edición, introducción y notas”, etc.

   

Bibliotheca AVREA, Ediciones Cátedra
(Madrid, octubre 7 de 2011)

         Con el título “The Black Cat” —apunta Margarita—, “El gato negro” se publicó el “19 de agosto de 1843” en United States Saturday Post. Y según reporta: “Algunos críticos han apuntado la presencia de elementos autobiográficos en este magistral cuento de Poe, pues de niño mató a palos un cervatillo, propiedad de Mrs. Allan”; quizá un desquite o neurótica y transpuesta descarga, pues ese míster era su autoritario, opulento, desamorado, intolerante y odioso padrastro durante su infancia, adolescencia y primera juventud.

    Con el título “The Pit and the Pendulum”, “El pozo y el péndulo”, —anota Margarita—, se publicó en “Octubre de 1842” en The Gift: A Christmas and New Year’s Present for 1843. Pero además tradujo el epígrafe en latín que lo preludia; fragmento que normalmente los traductores pasan por alto (incluidos Gandolfo y Cortázar), pues suelen limitarse a la apostilla de Poe que lo prosigue; mismo que Elvio E. Gandolfo colocó al pie de página y que a la letra reza: “Cuarteto compuesto para las puertas de un mercado que debía alzarse sobre el emplazamiento del Club Jacobino de París.” Mientras que Cortázar lo colocó a la cabeza: después de las líneas en latín y entre paréntesis: “(Cuarteto compuesto para las puertas de un mercado que había de ser erigido en el emplazamiento del Club de los Jacobinos en París.)” En este sentido, Margarita Rigal Aragón traduce y apunta: “‘Aquí la malvada muchedumbre, insaciable, desde hacía mucho tiempo anhelaba el derramamiento de sangre inocente. Ahora que la patria ha sido salvada y la gruta de la muerte destruida, allí donde reinaba la nefasta muerte, florecen ahora la salud y la vida’. (Según Baudelaire, el mercado al que alude Poe es el de St. Honoré, pero no tuvo puertas y tal inscripción.)”

Baudelaire

       Dejando de lado al decimonónico introductor de la obra de Poe en el imaginario y habla francófona (nada menos que el demiurgo de Las flores del mal y de los poetas malditos), vale añadir y contrastar que Félix Martín, en la antología crítica de trece Relatos de Poe (traducidos por Doris Rolfe y Julio Gómez de la Serna) que hizo para Cátedra (Letras Universales, 1988; Mil Letras, 2009), también se lee una traducción de ese “(Cuarteto compuesto para las puertas del mercado que había de ser construido en el emplazamiento del Club de los Jacobinos de París.)” Pero no de él, sino del “traductor” y con arbitrarias perpendiculares: “Aquí la turba impía de verdugos/ alimentó con sangre de inocentes/ su gran furor y no quedó nada./ Salvada ya la patria, quebrantado/ el antro de la muerte,/ donde reinaba el crimen monstruoso/ la vida y la salud ahora florecen.” Y entre sus eruditas notas destaca la novena y última de ese relato, pues si bien se trata de un cuento fantástico en el que se narran y descuellan los pavorosos tormentos del condenado en Toledo por la sádica e inhumana Inquisición y al unísono (o quizá sobre todo) el subterráneo, pesadillesco e inaudito artilugio de paulatina tortura y muerte, brinda contexto histórico a los sucesos sólo al puntualizar una alusión que puede pasar desapercibida. Apunta telegráficamente el crítico: “El general Antonine Lasalle (1775-1809), conde de Lasalle, entró en Toledo durante la campaña de Napoleón en España, en 1808.” 

   

Mil Letras, Ediciones Cátedra
(Madrid, 2009)

              Es decir, cuando casi al final todo parece perdido y el réprobo (quien es la angustiada y atormentada voz narrativa) está punto de morir quemado y despanzurrado por las ardientes paredes metálicas que de cuadradas poco a poco se han ido cerrando en un rombo, reporta repleto de aleluyas y exultación:

   “¡Y escuché un zumbido discordante de voces humanas! ¡Resonó un fuerte toque de muchas trompetas! ¡Oí un áspero chirriar como de mil truenos! ¡Las ardientes paredes retrocedieron! Una mano extendida cogió la mía, cuando, desvanecido, caía al abismo. Era la del general Lasalle. El ejército francés acaba de entrar en Toledo. La Inquisición había caído en manos de sus enemigos.”

   

Ilustración de Luis Scafati

            Y a propósito de los incesantes cuentos de nunca acabar, Borges, en el prólogo que preludia su antología de relatos de Poe publicada en 1985, en Madrid, con el número 18 de La Biblioteca de Babel de Ediciones Siruela, sigue diciendo sobre “El pozo y el péndulo”:

 

Borges palpando la lápida de Poe
(Baltimore, 1983)

       “Hace casi setenta años, sentado en el último peldaño de una escalera que ya no existe, leí ‘The Pit and the Pendulum’; he olvidado cuántas veces lo he releído o me lo he hecho leer; sé que no he llegado a la última y que regresaré a la cárcel cuadrangular que se estrecha y al abismo del fondo.”

 

Ilustración de Luis Scafati

       
Ilustración de Scafati

                Cabe mencionar, por otro lado, que en lo que corresponde a “El gato”, Félix Martín, entre sus notas, aporta una que brinda un significativo y singular matiz que trasmina los oscuros y sobrenaturales acontecimientos del relato. El reo que narra el cuento (preso por el asesinato de su esposa y enfático para que no lo tomen por loco) dice haber sido familiarmente aficionado a los animales y mascotas desde la infancia; noble, tierna y conmovedora inclinación que pudo enriquecer y afectivamente compartir y cultivar con la mujer que se casó con él, quien, dice, “hacía alusiones frecuentes a la antigua idea popular, según la cual todos los gatos negros eran brujas disfrazadas”. Quizá el enorme gato negro, la mascota preferida del narrador, no sea una bruja transmutada en gato (¿o tal vez sí?). Y quizá de ninguna manera ese gato negro, vuelto tuerto por el sadismo y la locura de su dueño y luego ahorcado por éste, tampoco sea una reencarnación o corporificada transmutación en el cuerpo del segundo gato negro —tuerto, enorme y con una gran mancha blanca en el pecho que semeja una acusatoria horca— que inesperada e inexplicablemente aparece sobre el cráneo del emparedado cadáver de su asesinada esposa, y cuyos terroríficos y delatores maullidos ante la policía que rastrea a su desaparecida mujer, suscitan el descubrimiento del crimen y su caída en la cárcel. El amante de los animales y del par de enormes gatos negros, si bien se dice inclinado al trago y a los nocturnos tugurios y bares de baja estofa (igual que Poe, quien además iba a los fumaderos de opio de los bajos fondos) y proclive al demonio de la perversidad, cosa que puede interpretarse como cierta psicosis que lo induce a la incontenible crueldad y al asesinato, también, quizá (¿por qué no?) puede ser víctima e instrumento de poderosas e inescrutables fuerzas infernales. Y esto se advierte (o se sospecha) no sólo porque el día que el beodo ahorcó (con remordimientos y sentimientos encontrados) al primer gato negro, su casa, donde cohabitaba con su mujer y sus mascotas, fue devorada por el fuego durante la noche; y en el único muro que quedó en pie, donde otrora se ubicaba el respaldo de su cama, apareció una inculpatoria y terrorífica imagen (o sea: la rúbrica o el ideográfico mensaje de la maligna vendetta desde el más allá). Según narra el asesino: “Me acerqué y vi, como si estuviera gravada en bajorrelieve sobre la superficie blanca, la figura de un gigantesco gato. La impresión era transmitida con una precisión maravillosa. Una cuerda rodeaba el cuello del animal.” De ahí que el signo definitorio de esas fuerzas oscuras, insondables, malignas y malévolas, esté cifrado en el nombre con que el ebrio bautiza a su querido primer gato negro: Pluto; pues sobre tal apunta Félix Martín en su tercera nota al pie de página: “Nombre referido al rey de los infiernos o Hades en la antigüedad clásica.”

 

Viñeta de Scafatti

         No obstante, ese implícito, subterráneo y casi inadvertido matiz quizá se pierde en las traducciones de Cortázar y Gandolfo, pues ambos tradujeron Plutón por Pluto.  

   

Viñeta de Scafati

             Por otra parte, con el rótulo “The Premature Burial”, “El entierro prematuro” —dice Margarita Rigal Aragón—, se publicó el “31 de julio de 1844” en Dollar Neswpaper. Y anota: “Puede que una muestra (que tuvo lugar durante la feria anual del ‘American Institute’ de Nueva York en 1843) sirviese a Poe como fuente de inspiración de esta historia; se mostraba allí un ataúd, diseñado por Christian Henry Eisenbrandt, que estaba preparado para que la persona enterrada pudiese liberarse, en caso de seguir viva, con un simple movimiento de su cabeza.”

     La crítica y editora formula esa hipótesis porque en “El entierro prematuro”, cuento narrado por la voz de un paranoico que padece una extrema y delirante fobia debido a la posibilidad de sumergirse en un estado cataléptico (cosa que ya le ha ocurrido) y que ninguna persona de su entorno (fortuito o no) lo perciba; es decir, sería enterrado vivo porque lo creerían muerto; y luego se despertaría, para morir de asfixia (pataleando, arañando y gritando) dentro del oscuro, estrecho, horrorosísimo y claustrofóbico ataúd. Y para eludir esa terrorífica experiencia que preludiaría su horrorosísima e irremediable muerte, se hace construir un féretro con comodidades, mecanismos y vías de escape, por si acaso.

 

Ilustración de Luis Scafatti

          Y si Margarita Rigal Aragón desliza la legendaria posibilidad de que Poe, para escribir “El gato negro”, se “inspiró” en la masacre a palos del cervatillo de su odioso y maltratador padrastro, si se piensa en la legendaria y novelesca imagen del adolescente Poe enamorado de Jane Stanard, la madre de un condiscípulo escolar en Richmond, quien murió pronto y cuya tumba visitaba a diario, esa supuesta aventura romántica nocturna quizá subyace en el germen de la imagen (no menos romántica, nocturna, novelesca, poeniana y cuasi necrófila) del pobre litterateur, joven y desdichado que, en Francia, va a medianoche (sin duda vestido de negro) al sepulcro de su amada (que lo menospreció, desdeñó y se casó con un ruco con poder y dinero) y descubre que aún está viva dentro del ataúd. Tal anécdota es uno de los cuatro casos de catalepsia que el narrador de “El entierro prematuro” evoca antes de contar el aleluya de su curativa pero terrorífica y onírica vivencia cataléptica:

 

Ilustración de Luis Scafati

            “En el año 1810 ocurrió un caso de inhumación en vida en Francia, acompañado de circunstancias que confirman en gran medida que lo verdadero es, por cierto, más extraño que la ficción. La heroína de la historia fue una tal Mademoiselle Victorine Lafourcade, una joven muchacha de familia ilustre, rica y de gran belleza personal. Entre sus numerosos pretendientes estaba Julien Bossuet, un pobre litterateur [‘Literato. En francés en el original.’], o periodista, de París. Sus talentos y amabilidad general habían llamado la atención de la heredera, por quien parece haber sido realmente amado; pero su orgullo de cuna parece haberla decidido finalmente a rechazarlo y a casarse con un tal Monsieur Rénelle, banquero y diplomático de cierta nota. Después del casamiento, sin embargo, este caballero la descuidó y, tal vez, incluso llegó a maltratarla. Después de pasar con él algunos años desdichados, la muchacha murió: al menos su condición se asemejaba con tanta cercanía a la muerte como para engañar a todos lo que la vieron. La enterraron, no en un panteón sino en una tumba común en la aldea donde había nacido. Lleno de desesperación, y aún inflamado por el recuerdo de un apego profundo, el amante viaja a la remota provincia donde está la aldea, con el propósito romántico de desenterrar el cadáver y hacerse dueño de sus trenzas espléndidas. Llega a la tumba. A medianoche desentierra el ataúd, lo abre, y está ocupado en la tarea de cortar el cabello, cuando lo detienen los ojos de ella al abrirse. En concreto, la dama había sido enterrada viva. La vitalidad no había partido por completo; y las caricias de su amante la despertaron del letargo que habían confundido con la muerte. El muchacho la llevó frenético a sus habitaciones en la aldea. Empleó ciertos restaurativos sugeridos por sus considerables conocimientos médicos. Por fin, ella revivió. La mujer reconoció a su protector. Se quedó con él hasta que, poco a poco, recobró la salud original. Su corazón femenino no se mantuvo inflexible, y aquella última lección de amor bastó para ablandarlo. Lo otorgó a Bossuet. No regresó con su marido, sino que ocultó su resurrección y huyó con el amante a América. Veinte años después, los dos regresaron a Francia, convencidos de que el tiempo había cambiado tanto la apariencia de la dama que sus amigos serían incapaces de reconocerla. Se equivocaron, sin embargo, porque en el primer encuentro, Monsieur Rénelle reconoció y reclamó a su esposa. Ella rechazó el reclamo; y un tribunal judicial la apoyó, decidiendo que las circunstancias peculiares, más el largo período transcurrido, habían extinguido no solo de modo natural sino también legal la autoridad del esposo.”

   

Ilustración de Luis Scafatti

   Y aquí vale comentar que a un lado de ese trasnochado y romántico episodio (casi de folletín) figura, ex profeso, una ilustración de Luis Scafati en la que el pobre literato está sacando a su amada del ataúd. Y esto es así porque el artista gráfico hizo, precisamente, ilustraciones relativas a lo que se narra en el cuento; pero al unísono bosqueja interpretaciones, dialoga con el texto.  

Ilustración de Luis Scafati

           Valdría citar la estampa donde tres rostros observan el rostro de un cadáver: uno de ellos es la inequívoca figura de la esquelética calaca con su guadaña, cabeza de calavera y capucha de monje loco y envilecido. 
O sea: Scafati va más allá de lo que se narra. 

Ilustración de Luis Scafati
(detalle)

         Por ejemplo, obsérvese la imagen del muerto con bombín quien, agarrándose dentro de su ataúd e incorporando la cabeza, observa la kilométrica fila de un fantasmagórico y larguísimo cortejo fúnebre signado al final por el réquiem de una trompeta, que es, al unísono, un artístico memento mori, una reminiscencia de la ancestral danza macabra de la antigua tradición europea.


Edgar Allan Poe, El gato negro y otros relatos de terror. Traducción del inglés de Elvio E. Gandolfo. Ilustraciones y viñetas de Luis Scafati. Libros del Zorro Rojo. China, febrero de 2021. 64 pp.