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jueves, 22 de marzo de 2018

La cruzada de los niños


En la historia universal de la infamia 
                     
En 1991, para la serie “Sepan Cuantos...”, de Editorial Porrúa, José Emilio Pacheco (Ciudad de México, junio 30 de 1939-enero 26 de 2014) prologó una edición conjunta de La cruzada de los niños (1895) y de Vidas imaginarias (1896), libros escritos en francés por el francés Marcel Schwob (Chavillle, Hauts-de-Heine, agosto 23 de 1867-París, febrero 26 de 1905). Once Vidas imaginarias fueron traducidas al español por JEP y las otras once por el legendario y casi olvidado Rafael Cabrera (Puebla, marzo 5 de 1884-Ciudad de México, febrero 21 de 1943), quien también tradujo La cruzada de los niños. La erudita información del prólogo de JEP es enriquecedora, tal y como son la mayoría de sus Inventarios y de sus Relojes de arena. Aún así, los fervientes borgeanos no dejarán de estimar ni de coleccionar las dos ediciones de Marcel Schwob que prologó Jorge Luis Borges (Buenos Aires, agosto 24 de 1899-Ginebra, junio 14 de 1986).


(Porrúa, México, 1991)




Marcel Schwob
Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges número 36
(Hyspamérica, Buenos Aires, 1985)
    Un prólogo de Borges preludia Vidas imaginarias (Hyspamérica, Buenos Aires, 1985), título publicado con el número 36 de la colección de libros que Borges eligió para la serie Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges de los cuales sólo logró prologar 64; no obstante, de los 75 libros que al final se editaron los 3 últimos se publicaron sin prólogo—, cuya traducción al español de Julio Pérez Millán había aparecido en 1944, en Buenos Aires, editada por Emecé. El otro prólogo, Borges lo escribió para La cruzada de los niños, traducida al castellano por Ricardo Baeza e impresa en 1949, en Buenos Aires, por Ediciones La Perdiz, con ilustraciones de su hermana Norah Borges (1901-1998). Tal prefacio, Borges lo incluyó en su libro Prólogos con un prólogo de prólogos (Torres Agüero, Buenos Aires, 1975). 

Las niñas y Borges
Cuadernos marginales núm. 13, Tusquetes Editores, 2ª edición.
Barcelona, septiembre de 1984.
    Pero antes fue reimpreso en la edición de La cruzada de los niños que Tusquets Editores pergeñó, en Barcelona, en mayo de 1971, dentro de la serie Cuadernos Marginales dirigida por Sergio Pitol; mas la traducción no es la de Ricardo Baeza sino la de Rafael Cabrera, la que apareció en la Ciudad de México, en 1917, al igual que Mimos (1894), de Marcel Schwob, bajo el sello de Cvltvra, la célebre editorial de los hermanos Loera y Chávez que en 1922, al mismo Rafael Cabrera, le editó la traducción que hizo de once de las veintidós Vidas imaginarias. Esto explica que la susodicha edición de 1971 de La cruzada de los niños incluya la dedicatoria con que la signó Rafael Cabrera y que a la letra dice: “Ofrezco esta versión a Julio Torri, que me inició en el conocimiento de Marcel Schwob. Plegue a los dioses que desconozca la vejez, y que vea sus días colmados de dones amables y risueños.”
Julio Torri
José Emilio Pacheco en 1989
Foto: Rogelio Cuéllar
    En Puebla, Ciudad de los Ángeles, donde Rafael Cabrera nació el 5 de marzo de 1884, dirigió la revista Don Quijote (1908-1911) y publicó su único poemario: Presagios (1912), mismo que aumentó en “las sucesivas ediciones de 1933 y 1942”, apunta José Emilio Pacheco, quien también anota que el dominicano Pedro Henríquez Hureña (1884-1946) lo propuso como miembro del Ateneo de la Juventud y que en 1918 se inició en el servicio diplomático. Y si alguien de a pie quiere leer algunos datos sobre Rafael Cabrera y su amistad con Julio Torri (1889-1970), JEP remite a un discurso de Torri compilado en El ladrón de ataúdes (1987), libro editado por el FCE dentro de la serie Cuadernos de La Gaceta, con un prólogo de Jaime García Terrés (1924-1996), cuyo rescate y ensayo preliminar se deben al investigador Serge I. Zaïtzeff, quien le proporcionó a Pacheco, tomadas de las Œuvres complètes (1928) de Marcel Schwob, las fotocopias de las once Vidas imaginarias que Rafael Cabrera no tradujo. Cabe decir, además, que en la misma serie Cuadernos de La Gaceta se editaron dos libros de Marcel Schwob: Ensayos y perfiles (1987), traducido al español por Juan Damonte, cuya primera edición en francés data de 1896; y Mimos (1988), publicado en francés en 1894 (se apuntó arriba), y cuya traducción al español es la misma que a Rafael Cabrera le editaron en Cvltvra, en 1917, los hermanos Loera y Chávez.

(FCE, México, 1987)
(FCE, México, 1987)
(FCE, México, 1988)
    A Rafael Cabrera lo oyen y leen ciertos diocesillos bajunos de las catacumbas de la aldea global (“En todas partes del mundo hay devotos de Marcel Schwob que constituyen pequeñas sociedades secretas”, dice Borges). Su traducción de La cruzada de los niños está joven y fresca a imagen y semejanza de una hoja de parra del Jardín del Edén. Y esto lo refrendan las coincidencias y causalidades infradivinas que dispusieron que sea precedida por La cruzada de los niños, ilustración de Gustave Doré (1832-1883) —cuya estampa otrora se pudo apreciar en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, en la Ciudad de México—, pues ilustra la portada de la segunda edición que Tusquets Editores concluyó en septiembre de 1984, en Barcelona, dentro la serie Cuadernos Marginales. 

La cruzada de los niños
Ilustración: Gustave Doré
Grabado: Jannard
     Los ocho monólogos que conforman La cruzada de los niños, de Marcel Schwob, remiten, como el título lo indica, a las ocho Cruzadas, ese cruento y espeluznante episodio histórico que duró dos siglos, de fines del siglo XI al término del siglo XIII, cuando los cristianos de Europa intentaron arrebatarle a los musulmanes los Santos Lugares, en Tierra Santa. Los ocho relatos (“del goliardo”, “del leproso”, “del Papa Inocencio III”, “de los tres pequeñuelos”, “de Francisco Longuejoue, clérigo”, “de Kalandar”, “de la pequeña Allys”, “del Papa Gregorio IX”), sin embargo, no aluden los trasfondos comerciales, políticos y militares que las impulsaron, sino ciertas paradojas y antagonismos concernientes a la fe. La principal paradoja y contradicción es la cruzada de los niños. Fueron dos columnas. Una partió de Alemania y otra de Francia, ambas en el siglo XIII (año 1212). “Dios permitió que la columna francesa fuera secuestrada por traficantes de esclavos y vendida en Egipto; la alemana se perdió y despareció, devorada por una bárbara geografía y (se conjetura) por pestilencias.” Anota Borges, sentencioso y con ironía y como si parafraseara “el tremendo título de la historia de la primera cruzada” que evoca: “Gesta Dei per Francos, que significa Hazañas de Dios ejecutadas por medio de los franceses”; pero en ello se advierte el trasfondo de la repulsiva locura y del terrible crimen: el extravío y la matanza de los inocentes.
       Los monólogos urdidos por Marcel Schwob son un pequeño mosaico de relatos con una pizca de prosa poética o de pequeños poemas en prosa. Dice Borges en su prólogo: “En ciertos libros del Indostán se lee que el universo no es otra cosa que un sueño de la inmóvil divinidad que está indivisa en cada hombre; a fines del siglo XIX, Marcel Schwob 
—creador, actor y espectador de este sueño— trata de volver a soñar lo que había soñado hace muchos siglos, en soledades africanas y asiáticas: la historia de los niños que anhelaron rescatar el sepulcro. No ensayó, estoy seguro, la ansiosa arqueología de Flaubert; prefirió saturarse de viejas páginas de Jacques de Vitry o de Ernoul y entregarse después a los ejercicios de imaginar y de elegir. Soñó así ser el papa, ser el goliardo, ser los tres niños, ser el clérigo. Aplicó a la tarea el método analítico de Robert Browning, cuyo largo poema narrativo The Ring and the Book (1868) nos revela a través de doce monólogos la intrincada historia de un crimen, desde el punto de vista del asesino, de su víctima, de los testigos, del abogado defensor, del fiscal, del juez, del mismo Robert Browning […]”


Portada de la primera edición
(Tor, Col Megáfono, núm. 3, Buenos Aires, 1935)
Portada de la segunda edición
(Emecé, Buenos Aires, 1954)
      En este sentido, los monólogos de La cruzada de los niños semejan diminutas páginas arrancadas a la evanescente historia “de las personas que no menciona la historia” sobre las cuales Schwob borró y reescribió un puñado de vidas imaginarias, únicas e irrepetibles, y que bien podrían inscribirse en la Historia universal de la infamia, para decirlo con el retintín del sonoro título de Borges (quien anotó en su prólogo a Vidas imaginarias: “Hacia 1935 escribí un libro candoroso que se llamaba Historia universal de la infamia. Una de sus muchas fuentes, no señalada aún por la crítica, fue este libro de Schwob”). Son un pequeño y fragmentario espejo que refleja el oscuro y mezquino afán del efímero e infinitesimal hombre por trascender en la tierra y más allá de la muerte, en este caso implícito en la ciega fe religiosa y en la guerra que confrontan el par de fanáticos contrincantes que reclaman para sí la verdad cosmogónica (única y exclusiva), la supremacía idiosincrásica y el poder militar, político, económico y territorial: la religión musulmana y la religión católica. Así, en tales relatos subyace y late una crítica a la cuestionable moral de ambos credos. 
    En ese anhelo de trascendencia divina que la imaginación popular (no sólo del Medioevo) suele retorcer con supercherías y mistificaciones, alguien (al parecer “un joven pastor, exaltado por las prédicas de San Bernardo”, que “recorrió el norte de Francia y Alemania diciéndose enviado de Dios y exhortando a los niños para que abandonaran sus casas y partieran a la reconquista del sepulcro de Cristo”), con un ciego fundamentalismo, supuso y pergeñó que la pureza y la inocencia de los niños podría provocar el milagro: la recuperación de los Santos Lugares (“Mas Jesús, llamándolos, dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de tales es el reino de Dios.” Lucas 18:16, citan Borges y Pacheco). Era un pesadillesco y terrible tiempo en que, a imagen y semejanza de la peste negra, brotaban ciertos forúnculos fétidos y alucinógenos cuasi milenaristas: sectas, peregrinos, autoflagelantes, ermitaños, predicadores, clérigos errantes, leprosos, mudas desnudas que corrían por las calles y señalaban al cielo, mentecatos que les sacaban los ojos a los niños, les cortaban las piernas y les ataban las manos con el objeto de exhibirlos y de implorar la caridad. Había chiquillos que oían voces, un llamado secreto que les decía que las estrellas de mar habían caído “vivas del cielo a fin de indicarles el camino del Señor”, que a su paso se abriría el océano para que ellos lo cruzaran (“Pásate de aquí allá, y se pasará”, se lee en Mateo 17:20 en torno al poder de la fe), que llegarían a Jerusalén y rescatarían el Santo Sepulcro, y así los escuincles mudos hablarían y los ciegos verían por siempre jamás.
       Alrededor de siete mil niños convertidos en cruzados, cifra dantesca que repiten los testigos. Era previsible el fracaso y la matanza de los inocentes. Ya lo advertían mentes menos ciegas, pero aún así enredadas en las trampas de la fe, en los renglones torcidos de Dios. El modesto goliardo, mendigo de los bosques, por ejemplo; e incluso un Papa: “Son ineptos y nos avergüenzan”, se dice Inocencio III en su retiro. “Son ignorantes de toda verdadera religión.” “Todos estos inocentes serán entregados al naufragio y a los adoradores de Mahoma.” “Debemos creer que el Maligno posee a estas pobres criaturas.” “En otro tiempo revistió el aspecto de un cazador de ratas para atraer con las notas de la música de su caramillo a los pequeñuelos de la ciudad de Hamelin.”
  Vale reiterar que los monólogos de los Papas, con sus líneas de poemas en prosa, son un modo de cuestionar los límites de la religión y del individuo (proclive al error y al pecado) que no dejan de ser.

Marcel Schwob
(Chaville, Hauts-de-Seine, agosto 23 de 1867-
París, febrero 26 de 1905)
      Para la religión católica, el blanco es signo de pureza; pero en este sangriento y beligerante caso también es indicio de racismo y pugna racial. Las voces de los católicos, afirman, se dicen, proclaman, esgrimen, que Jesús es blanco. Pensarlo y pronunciar su nombre tiene un remanente no menos divino y significativo que las cruces que llevan cosidas en el pecho y en la espalda y los bordones que empuñan. Así, cuando un pelirrojo niño cruzado (Johannes el Teutón) es sorprendido por un leproso que vaga en la selva de Loira, el chiquillo no se asusta ni teme el contagio, sólo porque el leproso es un hombre blanco. El niño va a Jerusalén a conquistar los Santos Lugares. Sin embargo ignora dónde se halla tal sitio. Cree que Jerusalén es Nuestro Señor y lo único que sabe de éste es que es blanco. Ante tales ingenuos conceptos el leproso lo limpia y lo deja ir; y conmovido a sí mismo se pregona: “Mi monstruosa blancura es semejante para él a la del Señor.”


Marcel Schwob, La cruzada de los niños. Traducción del francés al español de Rafael Cabrera. Prólogo de Jorge Luis Borges. Cuadernos Marginales núm. 13, Tusquets Editores. 2ª edición. Barcelona, septiembre de 1984. 48 pp.  





viernes, 8 de diciembre de 2017

Diego Rivera, luces y sombras



Guía de forasteros
                            
I de II
El domingo 22 de febrero de 2015 falleció Raquel Tibol en la capital del país mexicano. A sus 91 años de edad seguía siendo una de las historiadoras y críticas de arte más cultas, prolíficas y polémicas de México. Nacida el 14 de diciembre de 1923 en Basavilbaso, provincia de Entre Ríos, Argentina, se naturalizó mexicana en 1961. Aún en Buenos Aires publicó, en Ediciones Botella al Mar, su primer libro de cuentos: Comenzar es la esperanza (1950), con el cual ganó el concurso “Iniciación” convocado por la SADE (Sociedad Argentina de Escritores), cuyo presidente era Jorge Luis Borges y por ende firmó el acta de premiación (documento que ella posee).

Raquel Tibol
(1923-2015)
Raquel Tibol llegó a la Ciudad de México el 25 de mayo de 1953 “en calidad de secretaria de Diego Rivera, a quien conoció durante el Congreso Continental de la Cultura, celebrado en Santiago de Chile, al hacerle una entrevista para el periódico La Prensa, de Buenos Aires”, y a quien por entonces acompañó en su breve viaje a Bolivia, donde en La Paz quiso conocer las verdaderas condiciones laborales de los mineros de Catavi, pero los burócratas se lo impidieron.
  Si bien al principio Raquel Tibol se instaló en la Casa Azul de Coyoacán con el fin de entrevistar a Frida Kahlo (1907-1954) para una biografía, casi de inmediato comenzó a colaborar en suplementos literarios y en revistas. Fruto de los interrumpidos diálogos y de la difícil convivencia con la pintora son los legendarios “Fragmentos para una vida de Frida Kahlo”, hechos públicos el 7 de marzo de 1954 en el suplemento México en la Cultura del periódico Novedades (“citados una y otra vez, dándole o no crédito a la fuente”), luego inmersos en sus libros: Frida Kahlo. Crónica, testimonios y aproximaciones (1977), Frida Kahlo: una vida abierta (Editorial Oasis, 1983) —en 1998 corregida y aumentada y publicada por la UNAM—, y Frida Kahlo en su luz más íntima (Lumen, 2005).

(Lumen, México, 2005)
Pese a las dispersas entrevistas que Raquel Tibol le hizo a Diego Rivera (nacido en Guanajuato el 8 de diciembre de 1886, muerto en la Ciudad de México el 24 de noviembre de 1957) y a los numerosos artículos y ensayos que ha escrito sobre su vida y obra (incluidos varios volúmenes iconográficos), Diego Rivera, luces y sombras (Lumen, 2007) no es un libro total y definitivo; es apenas un bosquejo de ciertos aspectos y capítulos de su biografía, de su trayectoria artística, y de su ideario y militancia política.

(Lumen, México, 2007)
Dentro de la múltiple, enorme e incesante creatividad de Diego Rivera, Raquel Tibol sobre todo centra su relato y análisis en la obra mural. De ahí sus preliminares bosquejos históricos que mínimamente le dan contexto al renacimiento del muralismo mexicano del siglo XX, y que en consecuencia en la última parte de su libro: “Algunos ejemplos del muralismo riveriano”, reseñe (con detalles, anécdotas, testimonios, y citas documentales, hemerográficas y bibliográficas) la técnica, las dimensiones, la ubicación y la temática de ocho murales de Rivera: La Creación (1922-1923), pintado a la encáustica en el Anfiteatro Bolívar de la entonces Escuela Nacional Preparatoria (hoy museo de la UNAM), “inaugurado el 9 de marzo de 1923”. Fases de la vida mexicana o La vida social de México (1923-1928), pintado al “fresco tradicional” en la entonces recién estrenada Secretaria de Educación Pública en “116 tableros distribuidos en los corredores de los tres niveles que circundan los dos patios, más el cilindro de una escalera lateral”. Enseñar la explotación de la tierra, no la del hombre y Evolución de la tierra y evolución de los hombres (1923-1946), pintados al fresco en varios ámbitos de la ex Hacienda de Chapingo, en el Estado de México, entonces Escuela Nacional de Agricultura (recién trasladada de San Jacinto) bajo la dirección del ingeniero Marte R. Gómez, gran promotor y coleccionista de pintura mexicana, entre ella la de Frida Kahlo, quien en 1944 lo retrató al óleo sobre masonite; tal bosquejo y relato de Tibol son de lo más enriquecedor del libro. México, del pasado remoto al futuro próximo (1929-1951), frescos en el Palacio Nacional, en la Ciudad de México, cuyo proyecto Diego no concluyó. La elaboración de un fresco y Cómo se construye una ciudad (1930-1931), fresco en la entonces School of Fine Arts de California, hoy el San Francisco Art Institute, en San Francisco, California. 

La Creación (1921-1922), mural de Diego Rivera
Anfiteatro Bolívar de San Ildefonso
Sueño de un domingo en la Alameda (1947), fresco pintado en el comedor del Hotel del Prado, entonces recién construido en la Avenida Juárez, a un costado de la Alameda Central, en la Ciudad de México, y que fue el más lujoso de la época; Raquel Tibol resume los entretelones que suscitaron que el 4 de junio de 1948 una violenta turba de católicos fundamentalistas atacara el mural para rasparle la frase “Dios no existe” atribuida al pensador liberal Ignacio Ramírez El Nigromante, dicha (al parecer en 1836) en un discurso en la Academia de Letrán, tesis que “marca históricamente el auge del liberalismo mexicano y la primera piedra para la definición nacional puesta por Juárez y sus colaboradores”; Rivera —acompañado por una comitiva en la que iban los pintores José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros y el narrador José Revueltas— la restauró; entonces la gerencia puso a un albañil a extirparla de nuevo, incluida la imagen del niño Diego tomado de la mano por la Calavera Catrina. Anota Tibol: “Este retrato representa a Rivera de nueve años con los atuendos domingueros: sombreo, cuello de mariposa y ancha corbata, chaleco, paraguas con mango de águila y las bolsas del saco llenas de alimañas. Los ojos en círculo algo saltones, el mentón redondo, los labios carnosos, la nariz más bien ancha y respingada. La suave sonrisa, que ya aparecía trazada en el boceto previo, revela las esperanzas del precoz enamorado, quien de niño soñaba con el mejor y más complicado de sus amores: Frida Kahlo, a quien le recitaría los más puros versos de José Martí. Nuevamente Rivera repararía el daño.” Como respuesta los concesionarios del hotel “decidieron cubrir el mural con una pantalla móvil, la cual se hacía a un lado cuando un visitante distinguido deseaba ver el tan discutido mural”. 

José Martí, el niño Diego, Frida Kahlo, la Calavera Catrina y José Guadalupe Posada
Epicentro del mural de Diego Rivera:
Sueño de un domingo en la Alameda Central  (1947)
       Censurado el fresco alrededor de ocho años, Diego se ablandó y recapacitó en Moscú durante su convalecencia (lo habían tratado de un cáncer en los testículos); y en un acto público al que acudieron periodistas y amigos, el 15 de abril de 1956 “Rivera subió al andamio para cambiar la inscripción”: en el papel que sostiene El Nigromante rotuló: “Conferencia en la Academia de Letrán-1836”. Dice Raquel Tibol: “Ya sin la mampara, la luminosa y dinámica composición narrativa de los Sueños de un domingo en la Alameda todavía quedaría encajonada otros cuatro años por las columnas del comedor.”
      La historiadora apunta que “En 1960 los peritos llegaron a la conclusión de que el hundimiento del edificio ponía en grave peligro el mural, que por entonces presentaba numerosas grietas. Entonces el INBA convocó a un equipo de los más confiables peritos de México, quienes aconsejaron la muy arriesgada maniobra de cortar la pared con todo y pintura, encapsularla en una estructura de acero para luego arrastrar el bloque de catorce y media toneladas hasta el vestíbulo. Los cálculos fueron hechos con tal precisión que, tras doce horas de dramático acarreo, los Sueños llegaron felizmente a su nuevo emplazamiento que debió haber sido el de los frescos sobre la flora y la fauna que Rivera no llegó a ejecutar.”
Observa Tibol que “Lo que deberá destacarse siempre es que si no hubiera sido removido en 1961 del sitio original, Sueños de un domingo en la Alameda se hubiera dañado de manera irremediable durante los terremotos del 19 y 20 de septiembre de 1985, pues el ala del comedor del Hotel del Prado quedó prácticamente destruida. En el vestíbulo, al gran tablero independiente sólo se le incrementaron antiguas fisuras y tuvo desprendimientos de escasa significación en una zona de la parte inferior derecha.” 
Fue entonces cuando intervinieron “Tomás Zurián y sus colaboradores del Centro Nacional de Conservación de Obras Artísticas del INBA”, quienes procuraron el embalaje en torno a los trabajos circundantes. Finalmente, ante el deterioro del edificio, se orquestó su restauración y el laborioso traslado a lo que ahora es el Museo Mural Diego Rivera (construido ex profeso en la Alameda), donde, según dice, desde “el 19 de febrero de 1988” se puede apreciar.
             
II de II
Para concluir la enumeración iniciada en la primera entrega de la presente nota, los siguientes son los tres últimos murales de Diego Rivera de los ocho que la crítica e historiadora de arte Raquel Tibol esboza en “Algunos ejemplos del muralismo riveriano” (con minucias técnicas, detalles, anécdotas, testimonios, y citas documentales, hemerográficas y bibliográficas), apartado con que concluye su libro Diego Rivera, luces y sombras (Lumen, 2007):
Un grupo de proletarios y Diego Rivera al pie de su polémico y
desaparecido mural Pesadilla de guerra y sueño de paz (1951-1952)
   Pesadilla de guerra y sueño de paz (1951-1952), “cuadro monumental o mural transportable” elaborado mediante “poliestireno sobre tela” (4.40 x 9.80), el cual se halla desaparecido (o quizá destruido). En vías de la Exposición de Arte Mexicano Antiguo y Moderno que Fernando Gamboa (“a fines del sexenio del presidente Miguel Alemán”) organizaba para mostrarse en “París, Estocolmo y Londres”, Diego Rivera recibió una invitación para participar. Pensando en la guerra de Corea y en las pláticas de paz entre la Corea del Sur y la del Norte, en bastidores colocados en el Palacio de Bellas Artes, Diego realizó una obra que, aún antes de concluirla, desaprobó y censuró Carlos Chávez, director del INBA, pues dada la retórica ideológica, política, crítica y propagandística en su temática, la consideró ofensiva para los países “amigos” donde sería montada la muestra (incluido el mafioso Tío Sam, en cuya tierra no sería exhibida) y por ende determinó que el gobierno mexicano (quizá recibió línea) no podía incluir tal postura, pues hacerlo sería dizque convalidarla.
Dentro de la previsible polémica que se desató y que Raquel Tibol bosqueja (con transcripción fragmentaria de documentos), anota que “En obediencia a órdenes cursadas por el secretario de Educación, Manuel Gual Vidal, a las diez y media de la noche del viernes 14 de marzo de 1952 un grupo, bajo la supervisión de Fernando Gamboa, llegó al tercer piso del Palacio de Bellas Artes, y con navajas cortaron al borde del bastidor la tela del mural” y se la llevaron. 
El caso es que “el 17 de marzo de 1952 Rivera solicita a Carlos Chávez la rescisión del contrato y devuelve dos cheques por cinco mil pesos cada uno. Pero el mural no le fue devuelto.” Y no lo recuperó hasta “mayo de 1953”, ya bajo la presidencia del veracruzano Adolfo Ruiz Cortines, “cuando le entregaron en la casa [azul] de Coyoacán un enorme tubo metálico que lo contenía”.
Por sus contactos, el pintor logró iniciar su venta al gobierno chino por “cinco mil dólares”; “como no existían relaciones entre China y México, la exportación se hizo a través de Checoslovaquia”, por lo que “le fueron adelantados a Rivera quinientos dólares, que se emplearon para pagar el embalaje y el transporte del mural hasta Praga”. Fue enviado “vía marítima el 30 de julio de 1953. Y ahí se le perdió el rastro.” Se ha buscado en Rusia y en China. Y Tibol desliza la sospecha de que tal vez se encuentre cerca: “en algún sitio de territorio mexicano”.

El pueblo en demanda de salud (1953)
Mural de Diego Rivera
El pueblo en demanda de salud (1953), hecho al “Fresco, temple de caseína, temple de emulsión resinosa, óleo y mosaico de vidrio” en el entonces Hospital de Zona Número 1 del IMSS (concluido en 1952 por el arquitecto Enrique Yáñez), luego nombrado Centro Médico La Raza, en cuya composición Diego Rivera constriñe “dos tiempos históricos: el prehispánico y el del México de los años cincuenta”.
Y por último (que no el último que hizo Rivera): El teatro de México (1953), hecho con mosaico de vidrio en la fachada exterior del Teatro de los Insurgentes, en el sur de la avenida homónima, en la Ciudad de México, el cual aún se encuentra en restauración y con dos grandes detalles ahora expuestos en el Palacio de Bellas Artes, y en cuyos segmentos históricos Diego esboza el teatro prehispánico, el colonial, el de la mestiza Independencia, el de la Revolución y el de la entonces época actual, en cuyo epicentro Cantinflas “tiende la mano derecha a un grupo de pudientes (el capitalista, el militar, el clérigo, la cortesana, hombres y mujeres de la burguesía), mientras con la izquierda deposita una moneda en una de las muchas manos de desvalidos que se tienden suplicantes. Los ricos están parados en lingotes de oro, al frente de los cuales hay una placa con las cifras 1,000.000 x 9,000. En el piso de Cantinflas y los pobres se pude leer un solo número: 20,000.000. Con estas cifras Rivera expresaba que en el México de aquel momento había nueve mil millonarios y veinte millones de miserables.”
Raquel Tibol
Si bien la claridad de Raquel Tibol al esbozar la factura y la temática de cada uno de los ocho murales de Diego Rivera resulta una amena guía de forasteros (pese a las erratas) o una invitación e incitación a cotejar (o a “recordar lo recordado”) con enriquecidos ojos no sólo sobre tales obras, sus múltiples datos, alusiones y argumentos enmarcan el hecho de que su libro carece de iconografía, amén de que el escueto “Testimonio gráfico” en blanco y negro (29 imágenes) observa serias deficiencias, no así las fotos que ilustran la primera, la segunda y la tercera de forros: un retrato de Diego tomado por Bernard Silberstein en 1940 y uno sin fecha de Raquel Tibol concebido por Raúl González.

Diego y Frida en el comedor de la Casa Azul de Coyoacán
Dentro de las oscuridades y cambios de piel del muralista sin duda descuella su controvertido y contradictorio zigzagueo ideológico y político, no sólo aludido por Raquel Tibol en su capítulo “El pintor que militó en política”. No falta por allí alguna anécdota curiosa y simpaticona; por ejemplo, cuando al reseñar la polémica pública y periodística (y en el seno de la izquierda mexicana) entorno a las celebraciones del centenario del natalicio de Diego Rivera, Tibol transcribe un fragmento de Mi testimonio. Memorias de un comunista mexicano (1978), del “antiguo militante Valentín Campa (1904-1999)”, quien en 1986 le solicitaba a la dirección del PSUM (“surgido en 1981 al fusionarse el Partido Comunista con otras organizaciones de izquierda para una acción unitaria”) la “expulsión post mortem de Rivera”, que él ya había requerido en 1977 al PCM: por “traidor a la clase obrera”. Bajo la intransigente línea dura del Sexto Congreso del KOMINTERN, Diego fue expulsado del PCM el 6 de julio de 1929 (pese a que en 1927 había sido invitado a Moscú por Lunacharsky, Comisario del Pueblo para la Educación de la URSS, a participar en las celebraciones del décimo aniversario de la Revolución de Octubre); y no obstante algunos apoyos que les brindó y a varias solicitudes de reingreso, no fue reincorporado hasta 1954 tras varias deliberaciones protocolarias y burocráticas. En su citado libro de memorias, Valentín Campa recuerda así la folclórica y sonora expulsión plenaria del muralista: “Rivera, con las actitudes grotescas que lo caracterizaban, limpiaba su pistola sobre la mesa mientras se realizaba la discusión y al final habló. Dijo que Diego Rivera votaba por su expulsión del Partido Comunista para que el acuerdo fuera por unanimidad; sólo objetaba el cargo de traidor al Partido y a la clase obrera pues él se consideraba un burgués cuando había ingresado al Partido; luego, a quien había traicionado era a la burguesía, su clase.”
Frida y Diego en San Francisco (c. 1940)
Foto de Nickolas Muray
Pero el periodo más nefasto y obtuso quizá Diego Rivera lo corporificó cuando se hizo informante y delator en la embajada de Estados Unidos en México, pues al parecer creyó que debía volverse cómplice del imperialismo norteamericano para detener y derrotar la expansión implícita en la entonces recién alianza del nazismo y el estalinismo. Apunta Tibol: “Al producirse el pacto germano-soviético de 1939 y la anexión por la URSS de Polonia oriental, los estados bálticos y otros territorios, Rivera sufre tal descontrol que llega a ofrecerse, en enero de 1940, como informante de la embajada estadounidense [hasta junio de tal año] en cuestiones tales como objetivos del Partido Comunista, filiación de los refugiados españoles, colaboración en México entre estalinistas y nazis. Sus ‘revelaciones’ no fueron tomadas en serio, aunque el FBI (Buró de Investigaciones Federales) lo tenía vigilado. En algunos de los encuentros llegó a proporcionar una lista de cincuenta nombres de agentes estalinistas infiltrados en el gobierno mexicano [que aún presidía el general Lázaro Cárdenas]. En diciembre de 1939 había anunciado públicamente su decisión de testificar ante el Comité Dies (comité de la Cámara de Representantes de Estados Unidos para actividades antiestadounidenses), cosa que hizo y que fue considerada por diversos sectores como una acción intervencionista de Estados Unidos en asuntos internos de México.”

Diego Rivera y Frida Kahlo en cubierta (c. 1931)
Foto atribuida a Manuel Álvarez Bravo

Raquel Tibol, Diego Rivera, luces y sombras. Iconografía en blanco y negro. Lumen/Random House Mondadori. México, 2007. 280 pp.


lunes, 1 de agosto de 2016

Borges. Biografía total

Entre dimes, diretes y ciertas espesuras 

I de III 
Pese al ambicioso y rimbombante título: Borges. Biografía total, cuya primera edición en Temas de Hoy data de “diciembre de 1995”, no es más que otra biografía parcial, polémica, sesgada, fragmentaria, rica, pero no muy rigurosa, sobre la vida y obra de Jorge Luis Borges (1899-1986). Su autor, Marcos-Ricardo Barnatán Hodari, nacido en Buenos Aires el 1° de noviembre de 1946, y residente en Madrid desde 1965 y andarín por ciertos lares del Viejo y del Nuevo Mundo, es un añejo y reputado borgeano, según lo indican sus ensayos y acopios, entre los que se cuentan: Jorge Luis Borges (Júcar, Madrid, 1972), Borges (Epesa, Madrid, 1972), Conocer Borges y su obra (Dopesa, Barcelona, 1978) y Jorge Luis Borges. Narraciones (Cátedra, Madrid, 1980; 14ª ed., 2001), más su “Introducción” a los Nueve ensayos dantescos (Espasa Calpe, Madrid, 1982), libro de Jorge Luis Borges, que también incluye una “Presentación” de Joaquín Arce, y una iconografía en blanco y negro con una foto del rostro de Borges tomada por Oromoz y doce ilustraciones que William Blake hizo a partir de pasajes de la Divina Comedia, cuyos originales pertenecen a tres recintos británicos: seis a The Tate Gallery, cuatro al British Museum y dos al Ashmolean Museum de Oxford.
Colección Biografías, Ediciones Temas de Hoy
(2ª edición, Madrid, mayo de 1998)
  Fechado en “Madrid, 15 de septiembre de 1995”, el corpus de Borges. Biografía total va del nacimiento a la muerte del biografiado, dispuesto en 37 capítulos con rótulos (divididos en IV partes), más “Una cronología borgiana”, la “Bibliografía general”, el “Índice onomástico” y 26 fotos en blanco y negro.   

 
(Seix Barral, Buenos Aires, 2006)
      Es obvio que cada biógrafo, desde la primera biografía de Borges: Genio y figura de Jorge Luis Borges (Eudeba, Buenos Aires, 1964) de Alicia Jurado, le imprime cierto sesgo, parcialidad e interpretación a al tratamiento de la vida y obra del protagonista. Por ejemplo, Edwin Williamson, en su analítica y documentada biografía Borges, una vida (Seix Barral, Buenos Aires, 2006), le da particular relevancia a la glosa y examen de la conducta del escritor en lo que concierne a sus tanteos y sucesivos fracasos amorosos (Concepción Guerrero, Norah Lange, Haydée Lange, Margarita Guerrero, Cecilia Ingenieros, María Esther Vázquez, Elsa Astete Millán) y bosqueja y ejemplifica cómo esto, a lo largo de su vida, se trasmina y vuelca en poemas y cuentos e incluso en ensayos; y en ello descuella el hecho de que a diferencia de otros biógrafos que cuestionan e incluso envilecen el protagonismo de la polémica María Kodama, Edwin Williamson bosqueja todo lo contrario: cómo con ella encontró y realizó un ámbito ideal y una comunión amorosa que prácticamente comenzó a buscar desde jovencito en Europa. Y James Woodall en La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro (Gedisa, Barcelona, 1998) le da particular importancia y énfasis a la relación de Borges con Norman Thomas di Giovanni, quien fue secretario de Borges entre 1968 y 1972, su traductor al inglés y su especie de promotor y agente literario en Estados Unidos, con cuyo auxilio escribió en lengua inglesa las Autobiographical Notes, publicadas por primera vez en The New Yorker, el 19 de septiembre de 1970, e incluidas el mes siguiente en The Aleph and Other Stories (Dutton, New York, 1970) con el título An Autobiographical Essay; el cual Borges nunca quiso traducir o autorizar su traducción al español para conformar un libro (quizá por sus omisiones y yerros); no obstante, sus biógrafos solían traducirlo y citarlo fragmentariamente. Pese a tal renuencia, José Emilio Pacheco, en México, en el número 10 de La Gaceta del FCE, correspondiente a octubre de 1971, publicó una versión en español de las “Notas autobiográficas” —se recuerda en un prefacio sin firma de Jorge Luis Borges. Textos recobrados 1919-1929 (Emecé, Barcelona, 1997), volumen con “Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril”— (y Barnatán la cita en su “Introducción” a los Nueve ensayos dantescos). Y que a propósito del 75 aniversario del escritor y de la aparición del tomo de las Obras completas de Borges, editadas por Emecé en 1974, el martes 17 de septiembre de ese año, con motivo del número 1000 del diario La Opinión de Buenos Aires, éste publicó una anónima traducción al castellano titulada “Las memorias de Borges”, en cuya nota editorial sin firma se lee: 
 
Portada del suplemento del periódico La Opinión número 1000
Buenos Aires, martes 17 de septiembre de 1974

En Borges. Una biografía en imágenes (Ediciones B, Buenos Aires, 2005)
de Alejandro Vaccaro
        “Una antigua tradición del periodismo establece que los números especiales de los diarios deben ser un pretexto para que cada sección manifieste lo mejor de sí. Al llegar a su milésima entrega, La Opinión consideró, sin embargo, que ninguno de los artículos e investigaciones ya elaborados podía ser tan apasionante y necesario para sus lectores como las Memorias de Jorge Luis Borges, el mayor escritor vivo de la Argentina y —por cierto— uno de los más originales talentos de la literatura de este siglo. La publicación de las Memorias coindice con el lanzamiento de las Obras Completas del maestro: es a los buenos oficios de Emecé, el sello responsable de esta edición, que La Opinión debe el conocimiento del admirable texto que se incluye en este número 1.000.” 
   
(GG/CL/Emecé, Barcelona, 1999)
       Sin embargo, hubo que esperar hasta 1999, el año de las celebraciones mundiales del centenario del nacimiento de Borges, para que María Kodama, su viuda y heredera universal de sus derechos de autor, autorizara, por fin, su traducción al español en un libro ex profeso, signado por un memorioso epílogo suyo. Así, traducido por Aníbal González con el título Un ensayo autobiográfico, fue coeditado en Barcelona por Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores y Emecé, con una “Cronología” y una rica iconografía en sepia y en blanco y negro. 
Norman Thomas di Giovanni y Jorge Luis Borges
  Pero si bien Marcos-Ricardo Barnatán cita en su biografía fragmentos del ensayo autobiográfico de Borges, nunca relata una anécdota sobre el vínculo entre éste y Norman Thomas di Giovanni, aunque sí aparece aludido en la cronología y sólo una vez en la bibliografía; quien por su parte ha publicado en inglés un testimonio personal, subjetivo y parcial, repleto de infidencias y acritud, sobre el citado período en que laboró y convivió con Borges, entonces casado con Elsa Astete Millán, su primera esposa (que lo fue entre el 4 de agosto de 1967, día del casamiento civil, y el 7 de julio de 1970, día que la dejó sin decirle nada de sus planes de ruptura y que un abogado se presentó en el departamento que ambos compartían en la calle Belgrano (cerca de la iglesia de Monserrat y de la Biblioteca Nacional) para notificarle “la solicitud de Borges de una separación legal”): Georgie & Elsa. Jorge Luis Borges and his wife. The untold story (The Friday Proyect, 2014).  

       
Jorge Luis Borges y María Esther Vázquez, cuyo libro de cuentos
Los nombres de la muerte (Emecé, Buenos Aires, 1964)
prologó y presentó.

“La imagen registra un momento del acto realizado en 1964”.
        Y María Esther Vázquez (Buenos Aires, 1937), quien entre 1957 y 1958 fue empleada en la Biblioteca Nacional, misma que Borges dirigía desde octubre de 1955 —y a quien dedicó el “Poema de los dones”, escrito en “diciembre de 1958” e incluido en El hacedor (Emecé, Buenos Aires, 1960)— al parecer después de 1961 (el año del boom del Premio del Congreso Internacional de Editores que compartió con Samuel Beckett y del primer viaje de Borges a Estados Unidos) la comenzó a frecuentar y se hicieron amigos entrañables, y por ende la hizo su secretaria y su asistente personal y en marzo de 1964 viajó con ella al Viejo Continente, pues Borges fue invitado al Congreso por la Libertad de la Cultura que se celebró en Berlín Occidental e hizo una gira por ciudades de Europa y Gran Bretaña. De la colaboración de María Esther Vázquez con Borges destacan Introducción a la literatura inglesa (Columba, Buenos Aires, 1965) y Literaturas germánicas medievales (Falbo, Buenos Aires, 1965). Y según narra en “Borges y yo”, capítulo de su biografía Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, Barcelona, 1996), él se enamoró de ella y “muchos de sus amigos” (incluso la hermana y la madre de Borges) creían que se casarían, pese a la diferencia de edades. Pero María Esther Vázquez, en “noviembre de 1965”, había sido invitada a la Feria del Libro en Mendoza, y durante el viaje de regreso a Buenos Aires se enamoró del poeta Horacio Armani y se casaron “el 14 de diciembre de 1965”. Es decir, se puede entrever (y suponer) que además de las divergencias con otros biógrafos (Alicia Jurado, Emir Rodríguez Monegal, Marcos-Ricardo Barnatán, Roberto Alifano, James Woodall, Edwin Williamson, Alejandro Vaccaro, etcétera), de su particular controversia (lo relativo a la leyenda negra de María Kodama y su presunto arribismo ante el inminente fallecimiento de Borges y el destino de su herencia, por ejemplo), su biografía, como su libro de entrevistas Borges, sus días y su tiempo (Punto de lectura, Madrid, 2001), están signados por la íntima amistad con Borges y por ende impregnados de comentarios y matices personales y particularmente testimoniales. 

Marcos-Ricardo Barnatán y Jorge Luis Borges
Madrid, 1973
  La Biografía total de Marcos-Ricardo Barnatán también posee una perspectiva personal y testimonial, pues en su bosquejo de la vida y obra de Borges, a través de alusiones y anécdotas autobiográficas, va narrando cómo descubre al escritor: a la persona y su obra, y por ende boceta episodios en los que le tocó confluir ante Borges y con Borges e incluso con María Kodama. En este sentido, Barnatán le da relevancia a un difuminado enredo que después de su prólogo a los Nueve ensayos dantescos lo alejó para siempre de Borges; intriga al parecer suscitada por Emir Rodríguez Monegal y por ende peyorativamente suele llamarlo “‘espeso’ crítico uruguayo”, además de que también cita un modo, quizá amistoso y no despectivo, con que Borges solía apostrofar a Monegal. Esto ocurre cuando en la página 233 refiere la mentira de que Borges escribió en inglés Evaristo Carriego (Gleizer, Buenos Aires, 1930) y luego lo tradujo al español: “Esas son pobres invenciones del ‘negro’ Monegal, algo muy ridículo, ¿no?”, dice Barnatán que Borges le dijo a Jean-Pierre Bernés “en sus conversaciones casi póstumas”.  

     
Emir Rodríguez Monegal y Jorge Luis Borges
       Vale señalar que el supuesto infundio de que Borges escribió en inglés Evaristo Carriego no fue una “pobre invención” de Monegal, sino una lúdica broma y leyenda apócrifa acuñada por Néstor Ibarra (divertimento literario al que el propio Borges era proclive en grados hilarantes y superlativos, por ejemplo, en la Antología de la literatura fantástica de 1940, dice de sí mismo: “Escribe en vano argumentos para el cinematógrafo” y la “Historia de los dos que soñaron” se la atribuye a Gustavo Weil), precisamente en la semblanza mítica-biográfica sobre Borges, escrita en francés, que acompañó sus traducciones al francés de “La lotería de Babilonia” y de “La biblioteca de Babel”, publicadas en el número 14 de la revista Lettres françaises, datada el 1° de octubre de 1944, año en que la Editorial Sur, el 4 de diciembre de ese año, le publica a Borges su libro Ficciones, por el que la SADE (Sociedad Argentina de Escritores), a partir de una conjura iniciada por “el escritor comunista Enrique Amorim”, le otorga el Gran Premio de Honor de 1944, que recibe “varios meses después”, cuyo discurso de recepción Borges publicó en mayo de 1945 en el número 129 de la revista Sur, luego compilado en Páginas de Jorge Luis Borges seleccionadas por el autor (Celtia, Buenos Aires, 1982) y en Borges en Sur (Emecé, Buenos Aires, 1999); postrera secuela del polifónico y alharaquiento Desagravio a Borges (observan los biógrafos), publicado en mayo de 1942 en el número 94 de la revista Sur, por no haberle otorgado a El jardín de senderos que se bifurcan (Sur, Buenos Aires, diciembre 30 de 1941) el Premio Nacional de Literatura de 1942. No obstante, el Gran Premio de Honor de 1944 fue su segunda presea recibida en su país natal, puesto que en 1929 obtuvo en Buenos Aires el segundo Premio Municipal de Literatura, algunos biógrafos dicen que fue por El idioma de los argentinos (Gleizer, Buenos Aires, 1928), y otros que por Cuaderno San Martín, poemario de 64 páginas y 12 poemas (más 6 Anotaciones), 
que 1929, en Editorial Proa, le publicó Alfonso Reyes, entonces embajador de México en Argentina, con el número 2 de la Colección Cuadernos del Plata y “un retrato a lápiz del autor por Silvina Ocampo” anunciado en la portada, cuyo tiraje fue de doscientos cincuenta ejemplares, numerados del 1 al 250; diez, numerados del I al X, y veinte, marcados A a Q, fuera de comercio. Pero además, con los “tres mil pesos” del premio, Borges pudo comprarse, de segunda mano, “la undécima edición de la Encyclopaedia Britannica” (muy querida por él y que al momento de morir en Ginebra se conservaba en el departamento B del sexto piso de Maipú 994) y proporcionarse “un año de independencia económica” para redactar el libro sobre la vida, la obra y la época de Evaristo Carriego en los arrabales de Palermo, que era el entorno de los compadritos, “del cuchillo y de la guitarra”, y “del ambiente que hizo posible el tango”, quien a los 29 años de edad, el 13 de octubre de 1912, murió de tuberculosis, habiendo publicado en vida un solo poemario: Misas herejes (1908), y que Carriego, que era amigo de doña Leonor y del doctor Jorge Guillermo Borges, le dedicó a éste y que llevó consigo en su embarque familiar a Europa “el 3 de febrero de 1914”. 
   
“La familia Borges a su llegada a Ginebra, a mediados de abril de 1914,
tras su paso en Londres y París."

Foto en Un ensayo autobiográfico (GG/CL/Emecé, Barcelona, 1999)
        Según dice Borges en la página 63 de su Ensayo autobiográfico: “Recuerdo que un ejemplar, dedicado a mi padre, fue uno de los varios libros argentinos que habíamos llevado a Ginebra y que yo allí leí y releí”. Y, curiosamente, en el fantaseo del irónico “Epílogo” que cierra el tomo de sus Obras completas de 1974, que supuestamente transcribe “una nota de la Enciclopedia Sudamericana, que se publicará en Santiago de Chile, el año 2074”, donde dizque se habla de Borges y su obra, éste dice —burlón y caricaturesco— de su biografía de Evaristo Carriego: “Redactó una piadosa biografía de cierto poeta menor, cuya única proeza fue descubrir las posibilidades retóricas del conventillo.” 
   
(Gleizer, Buenos Aires, 1930)
       Vale añadir que las traducciones al francés que hizo Néstor Ibarra de “La lotería de Babilonia” y de “La biblioteca de Babel” —cuentos de El jardín de senderos que se bifurcan y por ello de la primera parte de Ficciones fueron integradas al primer libro de Borges traducido al francés por Paul Verdevoye y el mismo Ibarra, quien lo prologó: Fictions, editado en 1951 por Gallimard, en París, con que inicia La Croix du Sud, colección proyectada y dirigida por el francés Roger Caillois; y que la citada revista Lettres françaises, dirigida por Roger Caillois, entonces exiliado en Buenos Aires, se hizo entre 1941 y 1947 y llegó a 20 números, básicamente con el patrocinio de Victoria Ocampo, la dueña y directora de la revista Sur, y por ende, para “eludir problemas jurídicos [en la Argentina], fue presentada como un suplemento trimestral francófono de Sur”, según reseñan Laura Ayerza de Castillo y Odile Felgine en su biografía Victoria Ocampo (Circe bolsillo, Barcelona, 1998). Y curiosamente, en la página 302 de ésta, se observa, en blanco y negro, la cubierta del histórico y susodicho número 14 de Lettres françaises, donde se anuncian los cuentos de Borges con el título Assyriennes; mientras que Antonio Fernández Ferrer, en la página 52 de Ficciones de Borges. En las galerías del laberinto (Cátedra, Madrid, 2009) transcribió la citada nota de Néstor Ibarra escrita en francés, misma que tradujo al español entre corchetes y en un pie de página, la cual reza a la letra:
Portada de la revista Lettres françaises numéro 14
Buenos Aires, 
1° de octubre de 1944

En Victoria Ocampo (Circe bolsillo, Barcelona, 1998),
biografía de Laura Ayerza de Castillo y Odile Felgine
  “[Hispano-anglo-portugués de origen, educado en Suiza, radicado desde hace mucho tiempo en Buenos Aires donde nació en 1899, nadie tiene menos patria que Jorge Luis Borges. Sólo es en relación a sí mismo como debe ser considerado, no en función de un país, o de un continente, o de una cultura que él no rechaza en absoluto y que de ningún modo representa. El estado civil de este disidente nato importa poco: Borges es un hombre de letras europeo que se encontraría en su casa tanto en Londres como en París o al menos, más concretamente, en la N.R.F. Su ‘criollismo’ de los años 25 o 30 fue una actitud modesta, a veces conmovedora, por lo demás desinteresada, aunque de un artificio tan injurioso, que jamás ha podido ilusionar ni siquiera a un Premio nacional. Escribe en una lengua propia, que les parece un español puro a todos aquellos que se encontrarían en un serio aprieto si tuviesen que decir en qué consiste el español puro, y que se traduce bastante bien al inglés, con más motivo dado que, por ejemplo, fue en inglés como primeramente se escribió Evaristo Carriego.

“Más ajeno que un Jules Renard a la música, a las bellas artes, a todo pensamiento social, Borges es literalmente un hombre de letras, específicamente, de una pureza de la cual se encuentran pocos ejemplos. Parece que ignore toda acción que no se relacione con las Letras. Simple y perfecta fatalidad que ejerce con conciencia, decisión e ironía].” 
   
Estuche del Album Borges (Gallimard, Paris, 1999)
        En cuanto a Jean-Pierre Bernés —editor del Album Borges (Gallimard, Paris, 1999), iconografía con 280 imágenes en color y en blanco y negro, con prólogo y notas suyas en francés, quien ya publicó un bosquejo, breve y sin cafeína, de su experiencia con el escritor argentino: J.L.B: La vie commence... (Le cherche midi, Paris, 2010)—, además de que solía visitarlo durante su último período en Ginebra (“entre el 4 de enero y el 4 de junio de 1986” en una suite del Hôtel L’Arbalète), era profesor en la Sorbona y el editor in progress del par de póstumos tomos de la edición crítica y anotada de las Œuvres complètes de Borges en francés, llevados a la imprenta por Gallimard, en París, en la Blibliothèque de la Pléiade, el primero en 1993 y el segundo en 1999 —puntillosamente objetados por María Kodama, incluida la posesión de las grabaciones magnetofónicas de las entrevistas que Bernés le hizo a Borges y que por ellas judicialmente lo confrontaron, en la capital francesa, con la viuda y heredera universal de Borges y por ende se vio obligado a cederle copias, pero no los derechos de autor que le corresponden—. Mientras que Emir Rodríguez Monegal, otrora maestro de Literatura Iberoamericana en la Universidad de Yale, tiene en su copioso y borgeano haber el compendio titulado Jorge Luis Borges. Ficcionario. Una antología de sus textos (FCE, México, agosto 30 de 1985), con edición, introducción, prólogos, cronología, bibliografía y notas suyas, cuyo origen es la antología de Borges en inglés urdida entre Monegal y el poeta y traductor Alastair Reid: Borges. A reader. A selection from the writings of Jorge Luis Borges (Dutton, New York, 1981); y el volumen Borges, una biografía literaria (FCE, México, marzo 15 de 1987), escrita originalmente en inglés y publicada en Nueva York, en 1978, por Dutton, cuya traducción al español de Homero Alsina Thevenet ya no vio, puesto que Monegal murió de cáncer, en New Haven, el 14 de noviembre de 1985, casi cuatro meses antes de cumplir 64 años y siete meses antes de que Borges muriera de cáncer el 14 de junio de 1986; pero según la preliminar “Advertencia”: “el autor introdujo especialmente para esta edición algunas modificaciones”, entre las que se halla, en la página 419, un venenoso y elíptico comentario contra Marcos-Ricardo Barnatán: 
   “Los Nueve ensayos dantescos (1982) es una inepta recopilación de estudios sobre el poeta italiano que Borges había dispersado en la prensa. El libro fue hecho con tanto descuido que en dos ensayos faltan las líneas finales. Así, por ejemplo, ‘El encuentro en un sueño’ resulta mutilado en su patética conclusión. Felizmente, Borges ha suspendido toda comunicación con el autor de esta compilación, desautorizando así futuros esfuerzos ‘eruditos’.” 
Emir Rodríguez Monegal ¿con nariz de Pinocho?
Dibujo: Sábat


En Destiempo de Borges, La Gaceta número 188, FCE
México, agosto de 1986
Ante esto, vale observar, primero, que en los prefacios y notas del Ficcionario y en las páginas de Borges, una biografía literaria, Emir Rodríguez Monegal nunca afirma que Borges escribió Evaristo Carriego en inglés y luego lo tradujo al español; y segundo, que esa dizque “inepta recopilación” de los Nueve ensayos dantescos al parecer no la hizo Barnatán, según narra en la página 385 de su Biografía total y en la “Nota preliminar” de la citada primera edición de los Nueve ensayos dantescos, impresa el 18 de mayo de 1982, en Madrid, por Espasa-Calpe, con el número 102 de la serie Selecciones Austral. Pero además, cualquier lector de aldea global que tenga tal edición (o acceda a ella) y la que figura en el póstumo segundo tomo de las Obras completas de Borges, impreso en 1989, en Buenos Aires, por Emecé Editores (ya sin la anotada “Introducción” de Barnatán, sin sus asteriscos al pie de las páginas donde tradujo al español los versos de Dante que Borges citó en italiano, sin el preámbulo de Joaquín Arce, sin las ilustraciones de William Blake y sin la foto del rostro de Borges tomada por Oromoz), puede leer, cotejar y constatar que a ningún ensayo le “faltan las líneas finales” y que “El encuentro en un sueño” no está “mutilado”.  

       
(Espasa Calpe, Madrid, mayo 18 de 1982)
         Al respecto, apunta Barnatán en las páginas 385-386 de su Borges. Biografía total, casi al inicio del “Capítulo 32” (“Nueve versiones de la comedia”):
     “[...] Pronto pude comprobar que Borges no me malquería, y en un encuentro que tuvimos en la habitación del Hotel Palace de Madrid, donde se reponía de una quemadura que había sufrido en el baño, en julio de 1982, me dijo que María [Kodama] le había leído mi trabajo [su largo prólogo a los Nueve ensayos dantescos] y que le había gustado. Creo que fue durante ese encuentro cuando me avergonzó llamándome ‘mi benefactor’. Lamentablemente ese prólogo molestó a un espeso crítico uruguayo que se creía ‘propietario’ de Borges, y de cuyo nombre no quiero acordarme, que con astucia fabricó un doloroso incidente que enturbió nuestra relación sin que pudiera aclararse el malentendido hasta su muerte.
    “Cuando me propusieron escribir un extenso preámbulo a ese libro sobre Dante que, como el mapa de aquel imperio que tenía el tamaño del imperio, debía de tener casi igual número de páginas que el propio libro, no pude evitar el malsano pensamiento de remedar el ingenio de Pierre Menard y escribir un prólogo que coincidiera puntualmente con el libro de Borges. Me era suficiente recurrir a la autoridad que nos confiere Novalis cuando esboza el tema de la total identificación con un autor determinado y perpetrar así el sueño concretado de Menard: no copiar mecánicamente el original de Borges, sino producir unas páginas que coincidieran palabra por palabra, línea por línea, con las que él escribiera sobre la Comedia. Para ello hubiera tenido que agudizar aún mi facilidad al mimetismo y emprender el arriesgado proceso de ser Borges o, lo que es aún mucho más difícil, escribir el ensayo de Borges sin dejar de ser Barnatán. Pero para desgracia del lector me acobardó tarea tan ardua y lo que es peor no pude afrontar la previsible incomprensión de los editores. Sé que pagaré esta cobardía, pero los que tantas veces hemos construido un peldaño de la torre sabemos que todo se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho, y que en Babel no nació el criterio de la confusión.”  
  
Póstumo segundo tomo de las Obras completas de Jorge Luis Borges
(Emecé, Buenos Aires, 1989)
        Como puede observar el lector, el párrafo citado (con sus alusiones a “Pierre Menard, autor del Quijote”) y un fragmento del anterior (con su parafraseo a la dedicatoria “A Leopoldo Lugones” en El hacedor) transcriben lo expuesto por Barnatán en su “Nota preliminar”, fechada en “Madrid, febrero de 1982”, que precede a su “Introducción” a los Nueve ensayos dantescos
 
Jorge Luis Borges
Foto: Oromoz

En Nueve ensayos dantescos (Espasa Calpe, Madrid, 1982)
       Y en lo que concierne a la anécdota del Hotel Palace citada líneas arriba, vuelve a ser evocada en la página 399 de su Biografía total cuando Barnatán hojea las páginas del Atlas (Sudamericana, Buenos Aires, 1984), volumen con fotografías y textos que Borges escribió con el auxilio de María Kodama: 
 
María Kodama con el Atlas (Sudamericana, Buenos Aires, 1984)
        “Ahora abro el Atlas verdadero, el que se imprimió con las fotos y con los textos, repaso sus imágenes, repaso sus páginas: Borges y María montados en un globo en Napa Valley, fotos de Irlanda, los dos en una mesa interior del Café Florian de Venecia, Ginebra, Lugano, el tigre de carne y hueso que iba a ver de vez en cuando en el jardín de su amigo Cuttini con ‘evidente y aterrada felicidad’ y que le lamía la cara, y de pronto una foto que me es familiar, como salida de mi propio álbum, yo he estado allí, dentro de esa foto: Borges en su habitación del Hotel Palace, en Madrid y en julio de 1982. No hay dudas, acabamos de entrar, nos recibe María [Kodama], hablo en plural porque viene conmigo Rosa Pereda, mi mujer. Borges tiene el pie vendado, no puede caminar, se ha quemado con el agua demasiado caliente de su baño. Hablamos de los Nueve ensayos dantescos, que yo le proloqué, y que María acaba de leerle. Es la última vez que hablamos, me llama ‘mi benefactor’. Prefiero recordarlo así. Después sólo lo vi de lejos en Santander, cuando el espeso crítico uruguayo se interpuso y fraguó la calumnia.”



Borges en el Hotel Palace“Madrid, julio de 1982"

Foto en Atlas (1
ª ed. en Pocas palabras, Lumen, Barcelona, 1999)


II de III
El episodio de Santander, España, la última vez que Marcos-Ricardo Barnatán vio de lejos a Jorge Luis Borges sin poder acercarse para abrazarlo, felicitarlo y charlar con él, gira en torno a la entrega a éste, en junio de 1983, de la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio y el subterráneo papel que tras bambalinas desempeñó el biógrafo, quien lo bosqueja, entre las páginas 413-414, al inicio del “Capítulo 35” (“Coronado de gloria”) de su Borges. Biografía total, donde se exhibe irónico, resentido y marginado: 
 
Jorge Luis Borges en L'Hôtel de la Rue des Beaux Arts
París, 1978
Foto: Pepe Fernández

En Album Borges (Gallimard, Paris, 1999)
       “Hace unos doce años, y en una habitación del parisino L’Hôtel de la rue de Beaux Arts, el antiguo hotel de Alsacia donde murió Oscar Wilde, Jorge Luis Borges, María Kodama y Jean-Pierre Bernés ultimaban el proyecto más ambicioso del escritor argentino: su acceso a la inmortalidad por la puerta dorada de la publicación de su Obra completa en la mítica colección de La Pléiade. Aún no resignado a la cíclica negación del Nobel, Borges acaba de ser condecorado por el Presidente francés François Mitterrand [el 19 de enero de 1983 recibió en el Palacio del Elíseo las insignias de Comendador de la Legión de Honor] y esperaba ansioso algún gesto de simpatía del flamante Gobierno socialista español que hiciera olvidar su aceptación de la oprobiosa medalla del general Pinochet [la Gran Cruz de la Orden al Mérito Bernardo O’Higgins, el libertador de Chile,  recibida 
el 21 de julio de 1976 en la embajada de Chile en Buenos Aires, precisa Edwin Williamson en la página 466 de su biografía; luego, a mediados de septiembre de ese año, pasó una semana en la capital chilena, donde recibió un doctorado honoris causa de la Universidad de Santiago de Chile de manos de su rector, que era un general de las fuerzas armadas, y donde habló en la Academia Chilena de la Lengua el día que lo homenajearon y nombraron Miembro de Honor, en cuyo discurso decidió hacer eco del poeta Leopoldo Lugones  —en su período fascista, nada menos— llamando a las fuerzas armadas a crear una patria fuerte que garantizara el orden civilizado en un continente bárbaro. Para culminar, aceptó una invitación a una cena privada con el presidente de la junta militar, general Augusto Pinochet, que tal vez ocurrió en el Palacio de la Moneda, rodeado y agasajado por golpistas y genocidas].
   
Jean-Pierre Bernés
      “Cuando Bernés, antiguo agregado cultural francés en Buenos Aires, recibía la confianza de Borges para coordinar, introducir, anotar y muchas veces traducir partes de ese libro definitivo que la editorial Gallimard contrataba por primera vez con un escritor de lengua castellana vivo, yo telefoneaba a mi amigo Jaime Salinas, hijo del poeta Pedro Salinas, a la sazón director general del libro del ministro Solana, comunicándole la disposición de Borges a recibir un homenaje de los ‘nuevos’ españoles. Y el teléfono funcionó milagrosamente bien. Salinas habló con Solana, Solana con Maravall, que era ministro español de Educación, y los dos con el Presidente del Gobierno. Se convino que lo suyo era condecorarlo con la Orden de Alfonso X el Sabio, ya que la extinta UCD (el partido central de Adolfo Suárez) le había dado ya medio Premio Cervantes compartido con el poeta Gerardo Diego [la ceremonia de entrega fue el 23 de abril de 1980 en la Universidad de Alcalá de Henares] —una maldad que sólo pudo venir del gongorino Dámaso Alonso—, y que incluso el presidente [Felipe] González podía recibirlo en el Palacio de La Moncloa. Salinas me dio la buena nueva y acto seguido viajó a París para ultimar directamente con Borges y María Kodama. Y Borges acabó recibiendo la medalla en la ciudad septentrional de Santander de manos del vicepresidente Alfonso Guerra y del hijo de otro Maravall, de pasado falangista, que había prohibido años antes que su revista, la revista oficial del viejo Instituto de Cultura Hispánica franquista, homenajeara al argentino. Así se escribe la historia.
   “Para colmo, mi gestión de intermediario de esa medalla destinada a lavar medallas anteriores, quedó empañada por el ‘incidente’ fabricado por el espeso crítico uruguayo [Emir Rodríguez Monegal] que se creía propietario de Borges, y gracias a ese ardid se me excluyó del acto de entrega [Monegal estuvo presente] al que me había cuidadosamente invitado el rector magnífico de la Universidad Internacional de Santander, Santiago Roldán. Pero eso es también otra historia.”
 
Marcos-Ricardo Barnatán
     Es probable que a la mayoría de los lectores de la múltiple y laberíntica masa anónima de los distintos países e idiomas les importe un comino tal enredo o ignoren el intríngulis y las menudencias de la presunta intriga que alejó para siempre a Barnatán de Borges. Sin embargo, no se alejó de María Kodama, a quien el biógrafo y su mujer Rosa Pereda pudieron abrazar en Madrid, meses después del fallecimiento del escritor, ocurrido en Ginebra, el sábado 14 de junio de 1986. En este sentido, anota Barnatán en la página 423 de su libro: 
    “Meses más tarde pudimos abrazar a María en Madrid, y pasamos casi un día entero con ella en el Hotel Palace tratando de ayudarla; se sentía agobiada por la responsabilidad de administrar sus derechos de autor, algo de lo que nunca hablaba con Borges. Entonces supimos con qué meticulosidad había planeado su último viaje, la venta del apartamento de la calle Maipú, y el sigilo con que lo hizo. Ya en Ginebra, en diciembre de 1985, Borges le dijo que no pensaba regresar nunca más a Buenos Aires, y que no se lo había dicho antes de partir por temor a que María no quisiera acompañarlo. Los trámites matrimoniales en Paraguay habían acabo en el mes de abril.”
     
María Kodama, Juan Gasparini y Jorge Luis Borges en 1984
Foto: Jorge Gaggero

En Borges: la posesión póstuma (Foca, Madrid, 2000)
         Aquí vale observar que María Kodama y Borges, mortalmente enfermo de cáncer hepático (enfermedad preservada casi en secreto), volaron de Buenos Aires a Europa el 28 de noviembre de 1985; y que ya en Ginebra, pese a que ella dizque desde siempre era renuente al matrimonio civil con el viejecito y ciego Borges, “súbitamente” le dio el “sí quiero” y se casaron por poder en Colonia Rojas Silva, un lejano y pequeño pueblo del Paraguay; y en Ginebra, en la suite del Hôtel L’Arbalète donde se hospedaba el doliente Borges —dice Williamson en la página 528 de su biografía—, hubo “un pequeño festejo” y un brindis con champán (Borges lo hizo con “una copa de agua mineral gasificada”) “al que asistieron el gerente general y su esposa, y Jean-Pierre Bernès, el profesor francés”; e incluso Héctor Bianciotti, editor de Gallimard, quien además estuvo en vela al lado de Borges la última noche de su vida, hasta el instante de morir en la mañana del sábado 14 de junio de 1986, según le contó a Rodolfo Braceli en el pasaje de una entrevista que le hizo, a  
“Mediados de agosto de 1996, en Buenos Aires”, recogido en su libro Borges-Bioy. Confesiones, confesiones (Sudamericana, Buenos Aires, 1997). Y según se lee en la copia del Certificado de matrimonio que Juan Gasparini exhibe en la página 37 de su corrosivo libro-reportaje Borges: la posesión póstuma (Foca, Madrid, 2000), el casorio de Borges y María Kodama ocurrió el 26 de abril de 1986; es decir, menos de dos meses antes de que el escritor muriera aquejado por el cáncer terminal que padecía, en cuyo agravamiento y muerte incidió un enfisema pulmonar y un fallo cardíaco.
   
Marcos-Ricardo Barnatán y María Kodama
      Es por esos lazos amistosos con María Kodama, que en “enero de 1995”, en Buenos Aires, la viuda les mostró al biógrafo y a su mujer “la hermosa casa blanca de la calle Anchorena 1660 que había comprado como sede para la Fundación Jorge Luis Borges, contigua a la casa de estilo colonial andaluz en la que Borges vivió” (al parecer entre 1939 y 1943, en “Anchorena 1972”, según dice Monegal en la página 308 de su biografía; o hasta 1941, en “Anchorena 1672”, según dice Williamson en la página 296 de la suya; o 
“desde 1938 hasta 1943”, según apunta Alicia Jurado en la página 108 de la propia, quien en la 109 muestra una vista fotográfica de la “casa con jardín en Anchorena 1672”, no obstante en la página 42 dice que allí se mudaron en 1939donde permanecieron tres años) en compañía de su madre y de su hermana Norah y de Guillermo de Torre, su marido desde “septiembre de 1928” y exiliados de España por la Guerra Civil, misma que fue inaugurada el 24 de agosto de 1995, día del aniversario 96 del escritor.
(Tusquets, Barcelona, 1996)
  Y en lo referente a la supuesta meticulosidad y supuesto sigilo con que María Kodama urdió la venta del legendario e histórico departamento B del sexto piso de la calle Maipú 994 (que según Juan Gasparini “era también propiedad de su hermana Norah en un 29,49 por 100”) —donde el escritor vivó con su madre desde 1944 hasta la muerte de ambos, según María Esther Vázquez (p. 193), o desde 1947, según Edwin Williamson (p. 296 y 334), o desde 1946, según Alicia Jurado (p. 45)—, al margen o paralelamente a lo que bosqueja y amplía Gasparini en su citado libro-reportaje y Alejandro Vaccaro y Epifanía Uveda de Robledo en El señor Borges (Edhasa, Barcelona, 2005), es, según lo esboza María Esther Vázquez en el capítulo “Fani” de su biografía, un episodio muy sórdido que, apunta, después del inventario notarial y judicial de los objetos y pertenencias de Borges, dejó primero encerrada en el cuarto de servicio a la criada Fani (la susodicha Epifanía Uveda de Robledo), quien había servido a los Borges durante “38 años”, y luego prácticamente de patitas en la calle y hundida en pleitos en el juzgado que la confrontaron con la virulenta viuda de Borges, quien también peleó, por diversas causas, contra los sobrinos de éste, Luis y Miguel, los hijos de su hermana Norah y de su cuñado Guillermo de Torre. Incidente miserable, espeso y controvertido, que el lector puede ubicar no sólo dentro de la diatriba de María Esther Vázquez contra María Kodama, como fueron, entre otras cosas, los postreros y sorpresivos cambios testamentarios de Borges que beneficiaron, sobre todo, a la viuda. En este sentido, en la página 302 de su libro apunta la biógrafa: “Faltaban todavía doce años para que María [Kodama] le confesara al ABC de Madrid —12 de julio de 1990— que la familia de Borges, Norah incluida, era ‘la hez de la canalla’.” Y sobre la dedicatoria a María Esther Vázquez en el “Poema de los dones”, anota en la página 208: “En diciembre de 1958 Borges escribió el ‘Poema de los dones’ incluido en El hacedor, que apareció en 1960. Posteriormente y en ediciones sucesivas, Borges me lo dedicó. Dedicatoria que persistió hasta su muerte; luego fue borrada. El editor B. del Carril dijo que fue una orden dada por quien ha heredado los derechos de Borges, María Kodama.”  

Pero para atizar (quizá sin aclarar) el folletinesco embrollo que alejó para siempre a Barnatán de Borges, en la página 281 de la citada biografía de James Woodall, éste apunta en la nota 19:  
   
(Gedisa, Barcelona, 1998)
        “Bien conocida era la aversión que tenía Borges por la homosexualidad. Marcos-Ricardo Barnatán, que fue una vez amigo de Borges y que es uno de sus recientes biógrafos en español, imaginó un cuento en el que Borges tuvo que pasar —por necesidad, no por elección— una noche en Junín compartiendo la cama con otro hombre. El hombre pasa parte de la noche entregado a un misterioso rito. Sólo mucho después, al leer un libro sobre el asunto, Borges comprendió que se trataba de pederastia [el término correcto es sodomía, pues se trata de dos hombres y no de un hombre y un niño]. Cuando el cuento llegó al conocimiento de Borges, éste se negó a volver a ver a Barnatán. (Véase Cabrera Infante en The Borges Tradition, págs. 18-19)”.

III de III
Ahora que todo biógrafo de Jorge Luis Borges (no sólo los homúnculos, los golem y los nanoreseñistas dispersos y engullidos en la web) suele cometer una serie de errorcillos y de lapsus pendeji, que sin embargo no debería permitirse un erudito borgeano. Por ejemplo, Marcos-Ricardo Barnatán, en la página 328 de su Biografía total, bosqueja el trunco noviazgo que Borges tuvo con Cecilia Ingenieros en los años 40 y alude que fue ella “quien le cuenta a Borges el argumento de Emma Zunz, un relato que Borges escribe en 1948 y publica Sur en su número 167 del mes de septiembre”; y, según apunta: “La dedicatoria que Borges le ofreció a Cecilia Ingenieros en 1948 no dejó de aparecer siempre que su relato Emma Zunz se publicara.”  
   
(Losada, Buenos Aires, 1949)
         Vale puntualizar, entonces, que al inicio del postrero “Epílogo” de su libro de cuentos El Aleph (Losada, Buenos Aires, 1949), firmado en “Buenos Aires, 3 de mayo de 1949”, Borges dice, entre paréntesis, que el “argumento espléndido” de Emma Zunz, “tan superior a su ejecución temerosa, me fue dado por Cecilia Ingenieros”; y lo mismo afirma casi a la mitad de su “Prólogo” (fechado en “Buenos Aires, 9 de agosto de 1951”) a La muerte y la brújula (Emecé, Buenos Aires, 1951), antología de nueve cuentos ya publicados (revisados y corregidos ex profeso para tal edición, que fue única): “De Emma Zunz básteme, ahora, repetir que su argumento es obra de Cecilia Ingenieros. Alguna vez ensayaré otra versión, menos trágica que patética, escrita no desde la mujer que ajusticia sino desde el varón que es ajusticiado. Emma Zunz está redactada con palabras opacas, in a style of scrupulous meanness, como dijo Joyce de sus Dubliners.” 

 
(Emecé, BuenosAires, 1951)
Ilustración: F. Schonbach
       Pero el cuento “Emma Zunz”, publicado por primera vez en el número 167 de la revista Sur, correspondiente a septiembre de 1948, no es el cuento que está dedicado a ella en El Aleph, sino “El inmortal”, al término, donde se lee: A Cecilia Ingenieros. Y tal circunstancia Borges la reitera en el susodicho tomo de sus Obras completas, editado por Emecé en 1974: al término de “El inmortal” y en el citado “Epílogo”; ladrillesco volumen de 1162 páginas (no exento de yerros), que reúne buena parte de los libros que publicó entre 1923 y 1972 y que revisó ex profeso, de cabo a rabo y durante dos años, con el auxilio del editor Carlos V. Frías, el cual Borges signó con una cariñosa dedicatoria a su madre y con el citado “Epílogo” (“un grueso volumen único encuadernado y en papel biblia”, dice Monegal, que doña Leonor conservó en la cabecera de su cama hasta que murió, a los 99 años, el 8 de julio de 1975). Mientras que en la Nueva antología personal (Emecé, Buenos Aires, 1968) —cuya preliminar y afectiva dedicatoria a su entonces esposa Elsa Astete Millán está datada en “Buenos Aires, 13 de junio de 1968”—, donde Borges reunió a “Emma Zunz” entre los diez cuentos que integran la tercera sección titulada “Relatos”, no menciona a Cecilia Ingenieros en “Emma Zunz”, ni el “Prólogo” fechado en “Buenos Aires, 1967”, sino en la consabida dedicatoria al término de “El inmortal”. 
(Sudamericana, Buenos Aires, diciembre 24 de 1940)
       Y en la página 300 de la misma Biografía total, en la glosa de sus datos sobre “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, dice Barnatán: “En la posdata que agrega en 1947”. Pero ojo: la Posdata de 1947 —tal como se lee en las sucesivas reediciones de Ficciones (Sur, Buenos Aires, 1944; y Emecé, Buenos Aires, 1956, edición aumentada con tres cuentos al final de la segunda parte del libro, titulada Artificios; es decir, de seis cuentos pasaron a ser nueve) y en las consecutivas reediciones del tomo de las Obras completas de 1974— es transcripción de lo expuesto en la Antología de la literatura fantástica, de Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, libro que la Editorial Sudamericana terminó de imprimir en Buenos Aires, el 24 de diciembre de 1940, con el número 1 de la Colección Laberinto, y que además fue la segunda vez que el cuento se publicó con la Posdata de 1947. La tercera vez fue el 30 de diciembre de 1941, también en Buenos Aires, cuando la editorial de la revista Sur publicó el libro El jardín de senderos que se bifurcan (con el copyright datado en 1942), donde en 124 páginas Borges reunió un “Prólogo” fechado en “Buenos Aires, 10 de noviembre de 1941”, y ocho cuentos: “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “El acercamiento a Almotásim”, “Pierre Menard, autor del Quijote”, “Las ruinas circulares”, “La lotería de Babilonia”, “Examen de la obra de Herbert Quain”, “La biblioteca de Babel” y “El jardín de senderos que se bifurcan” (el único inédito hasta entonces); conjunto que, con tal título, pasó a ser la primera parte de Ficciones. Tal orden fue alterado en el tomo de las Obras completas de 1974, pues el cuento “El acercamiento a Almotásim” fue colocado en la postrera sección Dos notas del libro de ensayos Historia de la eternidad (1936); esto porque así apareció en la edición príncipe de ese título, impreso en Buenos Aires, en 1936, por Viau y Zona. Vale subrayar que en “El acercamiento a Almotásim”, trascendentalmente, ya está condensado el Borges erudito, minucioso, alambicado y laberíntico que reseña y comenta las ediciones de un libro inexistente (de índole policial y mística) de un autor inexistente (el “abogado Mir Bahadur Alí, de Bombay”), matizado al final con su erudita, fantástica y panteísta nota sobre el mito del Simurg (leído en el Coloquio de los pájaros, “del místico persa Farid al-Din Abú Talib Muhámmad ben Ibrahim Attar”), incorporada en la edición de Ficciones de 1944 y que, con el título “El simurg”, Borges variaría con Margarita Guerrero en el Manual de zoología fantástica (FCE, México, 1957).   

       
(Sur, Buenos Aires, 1944)
         Pero el caso es que en la página 84 de la Antología de fines de 1940 “Tlön” está fechado, en el supuesto final, en “1940, Salto Oriental.” Y abajo de esa datación figura un espacio en blanco y luego la Posdata de 1947, cuyo primer párrafo dice a la letra: 

Páginas 84-85 de la Antología de la literatura fantástica (Sudamericana, Buenos Aires, 1940)
  “Posdata de 1947. — Reproduzco el artículo anterior tal como apareció en la Antología de la Literatura Fantástica, Editorial Sudamericana, 1940, sin otra excisión [sic] que algunas metáforas y que una especie de resumen burlón que ahora resulta frívolo. Han ocurrido tantas cosas desde esa fecha... Me limitaré a recordarlas.” 
(Sudamericana, Buenos Aires, 1965)
       En la segunda edición de la Antología (revisada, reordenada, aumentada y con una inédita “Posdata” de Bioy), impresa en 1965 por Sudamericana, fue corregida la errata en la palabra “excisión” que se lee en la Posdata de 1947 en la Antología de diciembre de 1940 (ahora se lee escisión); y la fecha anterior a la Posdata de 1947 figura así: “1940, Salto Oriental.” En Ficciones la fecha del supuesto final de “Tlön” que antecede a la Posdata de 1947 se lee así: “1940. Salto Oriental.” Y en el tomo de las Obras completas aparece así: “Salto Oriental, 1940.” Y en ambos casos está corregida la citada errata.  

     
Portada de la revista Sur número 68
Buenos Aires, mayo de 1940
        Pero el meollo es que pocos lectores del español y del orbe leyeron la primera edición de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, publicada entre las páginas 30 y 46 del número 68 de la revista Sur, correspondiente a mayo de 1940, en cuya Posdata de 1947 Borges inició el juego con el tiempo (una especie de instantáneo viaje al futuro —hasta que in crescendo el planeta Tierra se está transfigurando en Tlön o ya lo es—, olvidado y perdido en el presente) a través del ejemplar que el lector, en el instante de la lectura, tenía en sus manos, según se lee progresivamente en la Posdata de 1947 y lo señalan las observaciones del “espeso crítico uruguayo” Emir Rodríguez Monegal, célebre borgeano que, según cuenta en el póstumo Las formas de la memoria (I): Los magos (Vuelta, México, 1989), desde su adolescencia y cuasi pobreza se dio a la tarea de comprar y coleccionar todos los números de la revista Sur, sólo porque allí publicaba Borges, a quien había descubierto en la revista El Hogar (que en Montevideo leía su tía Nilza), donde en la sección “Libros y autores extranjeros”, entre 1936 y 1939, publicó reseñas de libros, biografías sintéticas, ensayos breves y comentarios sobre la vida literaria; bagaje que a la postre Monegal antologó y editó, con Enrique Sacerio-Garí, en el compendio Textos cautivos. Ensayos y reseñas en “El Hogar” (1936-1939)(Tusquets, Barcelona, septiembre de 1986), libro que tampoco pudo concluir y ver impreso, y por ende lo concluyó y prologó Sacerio-Garí. El episodio de la revista El Hogar, Monegal también lo contó en un pasaje de “Leí a Borges y entré en un mundo distinto”, “Entrevista de Martín Caparrós”, publicada en el periódico Clarín, de Buenos Aires, “el 5 de diciembre de 1985”, reproducido en un recuadro de Destiempo de Borges, número monográfico de La Gaceta del FCE, correspondiente a agosto de 1986:  
     “Descubrí a Borges en una revista femenina que se llamaba El Hogar, una revista donde las señoras de la sociedad porteña aparecían copiosamente fotografiadas con sus pieles, sus perros, sus maridos, sus choferes. En medio de informaciones puntillosas sobre el último té-canasta y avisos publicitarios en que la Nena Bibeloni de Patreras de Cachaza de Gimferrer recomendaba una crema de manos diciendo que tenía esas manos tan bellas porque usaba cremas pum, aparecían unas crónicas de libros firmadas por un tal Borges. La sección se llamaba Guía del lector, y Borges trataba a sus lectoras como si fueran Borges: comentaba La metamorfosis de Kafka, o publicaba una biografía sintética de Spengler, o una reseña de Finnegans Wake...
     “—...con total desprecio de su público...
    “—No, no era desprecio, era una gran simpatía hacia un público que no existía. Pero, infortunadamente para Borges y afortunadamente para mí, yo lo leí y quedé deslumbrado. De repente me encontré con un señor maravilloso que había leído todos los libros del mundo y a quien, sobre todo, le gustaban los libros que a mí me gustaban, y miles más que yo no conocía pero ya me gustaban porque le gustaban a él. Entonces empecé a rebuscar, a ver quién era este señor, y encontré una revista que se llamaba Sur, en la que él colaboraba. Así que empecé a comprarla. Como no tenía mucho dinero, todos los meses compraba el número del mes y uno atrasado, en una librería de Montevideo que tenía casi toda la colección, porque nunca lograba venderla. Y después, un día, en una librería de viejo, encontré la Historia universal de la infamia [Col. Megáfono núm. 3, Tor, Buenos Aires, 1935], en un ejemplar sin abrir, porque nadie leía a ese señor. Lo abrí con cuidado, con respeto. Allí, entonces, se acabó para mí la literatura, y empezó Borges.” 
Pues bien, en la página 302 del póstumo Borges, una biografía literaria, Monegal apunta sobre la susodicha Posdata de 1947 publicada en el número 68 de la revista Sur en mayo de 1940, donde apareció la primera edición del cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”:
 
(FCE, México, 1987)
         “La posdata revela el juego porque está fechada en 1947 y dice: ‘Reproduzco el artículo anterior tal como apareció en el número 68 de Sur, con portada verde jade, mayo de 1940.’ El hecho de que el lector de Sur tuviera en sus manos esa edición en color verde jade, y de que lo estuviera leyendo inequívocamente en mayo de 1940 y no de 1947, creaba una curiosa perspectiva: un mise en abîme, como solía decir André Gide y como repiten ahora los críticos franceses. De la misma manera en que una caja de galletitas muestra una imagen de una caja de galletitas, con otra etiqueta, etcétera, creando un retroceso infinito, el texto de Borges fue inicialmente publicado en la edición número 68 de Sur, como la reproducción de un texto ya publicado en la edición número 68 de Sur.” 
   
Página 42 de la revista Sur número 68 (Buenos Aires, mayo de 1940),
reproducida en la página 95 de Ficciones de Borges. En las galerías
del laberinto
 (Cátedra, Madrid, 2009), de Antonio Fernández Ferrer.
       Sin dejar de mencionar que en el tomo de las Obras completas de 1974 el volumen de la Anglo-American Cyclopaedia donde se habla de Uqbar es el volumen XXVI y no el XLVI que se registra en las tres primeras ediciones de “Tlön”, se puede concluir la presente nota con la exacta transcripción del primer párrafo de la Posdata de 1947, tal y como fue publicado, en mayo de 1940, en la página 42 del número 68 de la revista Sur, después del supuesto final fechado en “1940, Salto Oriental.” Allí se observa la errata en el vocablo “excisión”, misma que se reprodujo en la Antología de fines de 1940. Y las mínimas diferencias, entre la versión original publicada en el número 68 de la revista Sur y la cita de Monegal, al parecer obedecen a que éste escribió en inglés su Borges, una biografía literaria y a que Homero Alsina Thevenet concluyó su traducción al español después de la muerte del biógrafo y por ende no la pudo revisar y cotejar y quizá enmendar: 
    “Posdata de 1947. — Reproduzco el artículo anterior tal y como apareció en el número 68 de SUR —tapas verde jade, mayo de 1940— sin otra excisión que algunas metáforas y que una especie de resumen burlón que ahora resulta frívolo. Han ocurrido tantas cosas desde esa fecha... Me limitaré a recordarlas.”


Marcos-Ricardo Barnatán, Borges. Biografía total. Iconografía en blanco y negro sin paginar. Colección Biografías, Ediciones Temas de Hoy. 2ª edición. Madrid, mayo de 1998. 520 pp.