Mostrando entradas con la etiqueta Infantil. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Infantil. Mostrar todas las entradas

sábado, 31 de diciembre de 2022

El ponche de los deseos


                
¿Qué cuesta el mundo entero?
¡Dinero! ¡Dinero!


                                   Para Rebeca Madrid, dotada para lo visual

Escrita en alemán y traducida al español por Jesús Larriba y Marinella Terzi, El ponche de los deseos (1989), novela para niños, adolescentes y adultos, del germano Michael Ende (1929-1995), es un abrazo de Año Nuevo: los buenos deseos (imposibles de realizar) de un moralista que quisiera un mundo mejor. 


Michael Ende
    
   El ponche de los deseos ocurre durante unas horas de un solo día: de las 5 de la tarde a las 12 de la noche, es decir, hasta el momento en que las campanas de la Iglesia anuncian el punto de la celebración de San Silvestre y el comienzo del Año Nuevo. Al mago Belcebú Sarcasmo, Consejero Secreto de Magia y distinguido Miembro de la Academia de Negras Artes, precisamente a las 17 horas con 11 minutos, lo visita el burócrata Maledictus Oruga, enviado nada menos que por el mero Belcebú (de quien el mago es tocayo), el mero Ministro de las Tinieblas Supremas. Maledictus Oruga le recuerda a Belcebú Sarcasmo que no ha cumplido con su cuota de maldades pactadas en un contrato, cuyo plazo vence a la medianoche, y que de no cumplir (lo cual es poco probable), será secuestrado y remitido por siempre jamás al horrorosísimo Infierno. Esta es una de las razones por las cuales cada capítulo de la obra está precedido por el dibujo de la carátula de un reloj, cuyas manecillas van indicando el avance inmisericorde del tiempo.
   
(Ediciones SM/Thienemann, Madrid, 1989)
    
    El mago Belcebú Sarcasmo egresó del Instituto de Sodoma y Gomorra y de la Universidad de Técnicas Mágicas de Hediondburgo; ahora es Encargado de la Cátedra de Infamia Aplicada, Doctor Horroris Causa y Miembro del Consejo Supremo de Aquelarres. Paralelamente a su infausto destino, ocurre que su tía Tirania Vampir también ha recibido la visita del mismo burócrata Maledictus Oruga, y que ella, como bruja multiplicadineros, tampoco ha cumplido con su contrato, mismo que por igual vence a la medianoche.
      Ante los males que diezman la flora y la fauna del globo terráqueo, el Consejo Supremo de los Animales ha distribuido espías por todos los rumbos del planeta. Su cometido es indagar quiénes son los malandrines que los causan. Así, el mago Belcebú Sarcasmo y la bruja Tirania Vampir cohabitan, cada uno en su respectiva mansión, con su correspondiente espía: el cuervo Jacobo Osadías, vagabundo, perspicaz y pesimista, convive con la bruja; y el gato Félix —medio tonto, megalómano y gordinflón, quien se hace llamar Maurizio di Mauro— con el mago.
     Belcebú Sarcasmo se halla deprimido ante la certidumbre de que no salvará su maligno pellejo. Así, escribe su testamento. De pronto lo visita su tía Tirania Vampir. Entre la lucha que implica el egoísmo y la ambición sin límite de ambos, la bruja le confiesa que trae la mitad de una receta (la del ponche de los deseos) que con toda probabilidad salvará a quien lo tome y le cumplirá todos los negros y crueles propósitos que pronuncie. Pero hay un pero: el ponche tiene que ser preparado y bebido antes de la primera campanada de la medianoche de San Silvestre; si no es así, su poder de inversión se torna nulo. 
El poder de inversión del ponche consiste en que, por ejemplo, si el santo bebedor recita a gaznate pelado: 

                            Que diez mil árboles enfermos
                            vuelvan a brotar 

      En realidad está deseando y ordenando lo contrario.
  Belcebú Sarcasmo tiene la otra mitad de la receta del ponche de los deseos. Como el tiempo corre vertiginoso y sin que nadie lo detenga, no les queda más que pactar entre sí. El mago hace que las dos mitades de la receta se unan; ésta resulta ser una serpiente de pergamino con más de cinco metros de largo (¡una auténtica mazacuata prieta!). Mientras efectúan el complicado proceso de desciframiento y preparación del ponche de los deseos, la pugna entre ambos permanece latente; es decir, llegado el momento, cada uno pretenderá exterminar al otro y ser el único que lo tome.
      Cuando el gato Félix y el cuervo Jacobo Osadías, que no eran amigos, oyen, ocultos en un depósito de residuos especiales, los nefastos planes de la bruja y del mago, se unen y emprenden una azarosa búsqueda del medio que los auxilie para impedir la hecatombe mundial. Así, transformados en representantes del Bien, en previsibles héroes y salvadores del planeta Tierra, trepan, no sin esfuerzos que ponen en peligro sus deterioradas vidas, hasta lo alto de la torre de la Iglesia, con el fin de adelantar la campanada que vuelva nulo el poder de inversión del ponche de los deseos. San Silvestre, quien reside, convertido en piedra, en lo alto de la torre de la Iglesia, cobra vida para ejecutar su tradicional concierto de 12 campanadas. Debido a las explicaciones y peticiones del cuervo y del gato, San Silvestre les regala, congelada en un trozo de hielo, la primera de las 12 campanadas, que deberán mezclar al ponche de los deseos. 
  El cuervo Jacobo Osadías y el gato Félix lo hacen, no sin eludir otros inconvenientes, y así anulan el poder de inversión del ponche. De este modo, la bruja y el mago, que se embriagan bebiendo la pócima e improvisando y vociferando versos. Por ejemplo: 

     Ponche de los ponches, cumple mis deseos:
     ¡Se acabó la matanza de focas, fuera el comercio de marfil!
    ¡Salvemos las ballenas, quedan pocas! ¡Abajo el tratante vil!

   Pues así deben cifrar los negros y malvados deseos, y por ende, sin saberlo, firman el acta de su condena transmutados en benefactores del planeta Tierra, de todos los animales y de la humanidad entera, pese a que nadie lo sepa.  
       
Michael Ende
(1929-1995)
     
        Se trata, como se ve, de una proverbial y edificante lucha entre el Bien y el Mal, en la que el triunfo del Bien, reza la cuentística y ancestral tradición, beneficia y premia a los héroes, pequeños y de origen humilde, que lucharon por él: el cuervo Jacobo Osadías, de debilucho y desplumado, queda convertido en un pajarraco fuerte y con el plumaje de un galán de cine; mientras que el gato Félix, de gordito, enano, con ridículos colores, sin voz, se transfigura en un bicho musculoso y atractivo, con dotes de cantante de ópera. 
   La fantástica novela-fábula El ponche de los deseos expresa una victoria utópica, idealista, un sueño evanescente e inasible, desde luego, acentuada por la nota angelical (el elemento clave del triunfo) que a los animales les regala San Silvestre. Sin embargo, en el transcurso, la obra no elude flechazos críticos y cáusticos, que son parte de la carga moral, quizá concientizadora. De pasadita se dice que los rincones de la Iglesia no sirven de escondite, porque es posible que los funcionarios infernales entren y salgan de allí con toda libertad. Se dice que un jefe de estado (arquetipo de la demagogia, de la insaciable corrupción, de las impolutas Casitas Blancas y de los pseudodemocráticos pactos del blablabá), cliente del malvado mago Belcebú Sarcasmo, le encargaba lágrimas de cocodrilo. Se dice que siempre ha habido, y sigue habiendo, hombres que no retroceden ante nada con tal de conseguir el poder y el dominio sobre los otros.
        Entre las sanguinarias y apestosas especialidades del mago Belcebú Sarcasmo se cuentan la contaminación del aire, el envenenamiento de mares y ríos, la destrucción de bosques y campos, las enfermedades de humanos y fauna, pero también el congelamiento de los espíritus elementales (que no pueden morir), como los gnomos, los elfos, las ondinas, los juzgalibros (seres diminutos y prescindibles que suelen pasar su somnífera vida poniendo reparos a los libros, a veces en un blog en la web). El mago Belcebú Sarcasmo, como arquetipo y cerebro de laboratorio, es el paradigma del científico involucrado, moral y políticamente, en empresas privadas e instituciones públicas, cuyos experimentos e investigaciones inciden en la polución atmosférica, en el exterminio de las especies y en la degradación de los ecosistemas. Esto se subraya al referir su cuota contractual y al cifrar sus supuestos buenos deseos mientras bebe el ponche (y en ello no se encuentra ni por encima ni por debajo de la bruja), pero también se transluce en las maldiciones que lanza en sus explosivos enojos, pataletas y berrinches: “por todos los pesticidas”; “por la lluvia ácida”; “por el estroncio radiactivo”; “por todos los genes clonizados”. Mientras que la bruja Tirania Vampir, como arquetipo multiplicadineros, es el paradigma de los grandes capitalistas y especuladores bursátiles (que emplean técnicos, economistas y científicos): los banqueros con estratosféricos aguinaldos (gordinflones, pelotudos, sin ningún catarrito, tránsfugas y fanáticos, detrás de la barrera, de los trumpistas cortos de terror), los manipuladores de la bolsa, los poseedores de las acciones de las empresas e industrias transnacionales que dañan el orbe y propician el cambio climático: el ultracacareado calentamiento de la aldea global con sus consabidos desastres, exterminios y tragedias. Así, la villana Tirania Vampir presume ser la presidenta de la Sociedad Internacional de Níquel Corrosivo e intenta que su malévolo sobrino Belcebú Sarcasmo jure por el Tenebroso Banco-Palacio de Plutón. Y en una de sus cantaletas radiográficas, grita: 

           ¿Qué cuesta el mundo entero?
           ¡Dinero! ¡Dinero!” 
Michael Ende
  En este sentido, ante sus pestilentes negocios y confabulaciones, el cuervo, metido a filósofo de cine, le dice al gato: “Entre los hombres, te lo aseguro, el dinero es el punto capital, especialmente en el caso de tu maestro y mi madam. Hacen todo por dinero, y con dinero pueden hacer todo. Es el peor instrumento mágico que existe.”

      Como se advierte, El ponche de los deseos es una caricaturesca novela-fábula, placentera, que además celebra los juegos de palabras y la improvisación que implica el verso popular. Por ejemplo: 

           Ponche de los ponches, cumple mis deseos:
           Las acciones de Talar y Hermanos comenzarán a bajar
           y sólo como papel higiénico
           se podrán utilizar.
    
     De cumplirse los buenos deseos de Año Nuevo que, sin querer, expresan los horrorosísimos malvados (y que en realidad son los del recóndito espíritu de Michael Ende), se estaría ante la reinvención del Paraíso Terrenal y quizá en vías del regreso al auténtico Jardín del Edén, a esa eternidad, que según San Silvestre, como si escuchara a San Agustín, está más allá del tiempo, de la dualidad del mundo, donde sólo existe el Bien sin contrincante. 
  La descripción de los personajes, de los objetos, de las escenas, refrendan que Michael Ende era un colorista, un magnífico tejedor de fantasías, de filigranas, un dotado para lo visual. Es por ello, en parte, por lo que sus novelas Momo (1973) y La historia interminable (1979) fueron adaptadas al cine. Y es por ello, al parecer, que el binomio Ediciones SM/Thienemann reza en las solapas que Michael Ende se sentía influido por su padre Edgar Ende (pintor surrealista), por El Bosco, por Brueghel y por Klee.




Michael Ende, El ponche de los deseos. Traducción del alemán al español de Jesús Larriba y Marinella Terzi. Viñetas en blanco y negro. Colección Gran Angular (101), Ediciones SM/Thienemann. Madrid, 1989. 242 pp. 


*********
"Las brujas", canción de Cri-Cri interpretada por Cri-Cri (Francisco Gabilondo Soler).

lunes, 7 de noviembre de 2022

Barba Azul



La curiosidad no siempre mata al gato


(París, enero 12 de 1628-París, mayo 16 de 1703)

Normalmente los pequeños lectores del ámbito del habla española (y quizá de otros idiomas) tienen noticia de los cuentos del francés Charles Perrault (1628-1703) a través de las adaptaciones de toda laya que, de forma dispersa y masiva y por lo regular muy arbitraria, no dejan de proliferar (fílmicas, caricaturescas, en libros con ilustraciones, etcétera). Es decir, sin tomar en cuenta el nombre y la identidad del autor aprenden una pizca o las legendarias menudencias de “La bella durmiente”, de “Caperucita Roja”, de “Barba Azul”, de “El gato con botas”, de la “Cenicienta”, de “Pulgarcito”, que son 6 de las 8 narraciones de Charles Perrault aparecidas en 1697, en París y en francés, en el libro: Historias o cuentos de antaño. Con moralejas, otrora popularmente conocido como Cuentos de mi madre la Oca o Cuentos de mamá Oca, debido a una imagen que alguna vez en lengua gala tuvo en la portada y “que es toda una deliciosa estampa evocadora de un viejo romance”, según dice María Edmée Álvarez en Cuentos de Perrault (Porrúa, México, 1974), “en que esa Mamá Oca de la fábula, convoca a sus patitos para relatarles aleccionadoras historias y prevenirlos contra las asechanzas de la vida”. A ello se añade la confusión sobre la primigenia autoría escrita que, sobre varios relatos, suscita o puede suscitar el hecho de que también abundan las variantes generadas a partir de las homónimas versiones (o más o menos homónimas) que en el ámbito del alemán compilaron los Hermanos Grimm: Jacob (1785-1863) y Wilhelm (1786-1859), cuya última edición (la séptima) impresa en Berlín, con 201 cuentos infantiles y 10 leyendas religiosas para niños, data de 1857. Y más aún: junto a los 8 cuentos del citado libro de Perrault hay ediciones en las que se incluye una anónima versión en prosa de “Piel de asno” (data de 1781), cuento en verso que el autor —anotan Joëlle Eyheramonno y Emilio Pascual en Cuentos completos de Charles Perrault (Anaya, Madrid, 1997)— publicó en un libro, en 1694, junto con sus otros dos cuentos en cuentos en verso: “Grisélidis” (1691) y “Los deseos ridículos” (1693), y que fue la versión que en 1862 ilustró el francés Gustave Doré (1832-1883); pero no sólo se trata de una arbitraria traslación del verso a la prosa, sino que además se modifica el cuento en minucias sustanciales; por ejemplo, además de que las alusiones a la mitología grecolatina fueron eliminadas, la presencia del casuista dispuesto a presidir el prohibitivo e incestuoso casorio (el rey está empeñado en casarse con su única hija) es cambiada por un druida; y, entre otros pormenores, la princesa, al ir en busca de su hada protectora, se marcha “en un bello cabriolé dirigido por un carnero que conocía todos los caminos del reino”, detalle que, pese a la ilustración de Gustave Doré, no está en la versión original. 

Ilustración de Gustave Doré
        Dentro de esa constante avalancha destinada al lector infantil figura la versión de Barba Azul publicada en México, “en febrero de 2012”, por el Fondo de Cultura Económica, dentro de la serie Clásicos del Fondo. Se trata de un libro de pastas duras (21.3 x 15.7 cm) con ilustraciones en blanco y negro de Christoph Wischniowski. 

Clásicos del Fondo, FCE
México, febrero de 2012
       Traducido del francés por Mariana Mendía, en la portada se anuncia que se trata de una “Adaptación del texto de Charles Perrault”, con lo cual se cura en salud en el sentido de que se advierte al lector que no es el texto tal cual y por ende no tienen que desconcertar las variantes ni las minucias ni el hecho de que se hayan omitido el par de moralejas que figuran al término del cuento original.
Fuera del nombre de Charles Perrault, al niño no se le brinda ningún dato biográfico ni bibliográfico sobre él, ni tampoco se le dice una sola palabra sobre el ilustrador Christoph Wischniowski (no se apunta que es un alemán nacido en Dresden, en 1974, y que ha ilustrado otros libros infantiles).
Resulta razonable y persuasiva la oscuridad que predomina en los oscuros y caricaturescos dibujos de Christoph Wischniowski, cuyo clímax ilustran dos terribles episodios del relato: los colgantes cuerpos, desnudos y sin cabeza, de las esposas que Barba Azul ha asesinado y que colecciona y oculta en el cuarto prohibido de su casona; y el instante en que el par de intrépidos y veloces hermanos de su última esposa ya han matado, atravesándolo con sus espadas, al machista, misógino y asesino serial de Barba Azul.

Ilustración de Christoph Wischniowski
Ilustración de Christoph Wischniowski
          Todo indica que el machismo que denota y despotrica el inhumano ogro que casi al término de su correspondiente cuento logra vencer el avispado Pulgarcito, era un atavismo muy arraigado en la Europa de fines del siglo XVII y no sólo en la Francia del Rey Sol, cuando la mujer, casi un cero a la izquierda, tenía que obedecer, a ciegas y fielmente, las órdenes y caprichos del marido. La derrota que le inflinge Pulgarcito implica, además, la exacerbación de la sangrienta crueldad que lo distingue y caracteriza, semejante a la crueldad del parlanchín lobo que en un santiamén devora a la abuela y luego a Caperucita; pues Pulgarcito, para huir de la casa del ogro con sus 6 hermanos y evitar así que se los coma en un banquete con sus amigotes (comilona que tendría que preparar la obediente, insultada y temerosa esposa del monstruo), mientras éste duerme (se pasó de tragos) intercambia los gorros de él y sus 6 hermanos con las coronas de oro de las 7 pequeñas hijas del ogro, quienes duermen en una cama contigua y no se despiertan durante el quita y pone; de modo que cuando el gigantón ogro hace un paréntesis en el sueño para degollar a los 7 chiquillos que se comerán (él y sus amigotes) tras ser cocinados por su cónyuge y que supone duermen en una cama inmediata a la cama donde duermen sus 7 pequeñas ogresas, sin advertirlo, degüella “sin vacilar”, con un filoso cuchillo, a sus colmilludas ogresas y las deja “nadando en su propia sangre”.

Ilustración de Gustave Doré
         No menos misógino, sanguinario, brutal y cruel es Barba Azul. Todo indica que tal ricachón, desagradable y feo para las mujeres por el color de su barba, no busca casarse con una doncella hermosa o con la dama de sus sueños y vivir feliz y enamorado en medio de sus casonas y posesiones y tener hijos y nietos y hacer viajes por el mundo, sino tender un repetido cedazo en el que previsiblemente cae una nueva fémina que destinará a su colección de cuerpos sangrantes que cuelga en el cuarto prohibido de su fortín. Y así como un encantamiento es el que hace que a la pequeña llave que abre tal habitación no se le pueda quitar la sangre después de ser usada por la respectiva víctima que cae en la trampa (la sangre desaparece y reaparece al ser restregada), también hay un tácito e implícito hechizo en el cuarto de las muertas sin cabeza, pues además de que la sangre de todas ellas está coagulada, los cuerpos, que son los de sus anteriores esposas, no están en descomposición y por ende ningún olor fétido e intolerante le advirtió de lo que se ocultaba allí: 
“Al principio no vio nada porque las cortinas estaban cerradas, pero al cabo de unos instantes empezó a ver que el suelo estaba completamente cubierto de sangre coagulada y que en la sangre se reflejaban los cuerpos de varias mujeres muertas, sujetadas a las paredes. Eran las jóvenes a las que Barba Azul había desposado y que había degollado una tras otra. Creyó morir de miedo, y la llave del gabinete se le cayó de la mano.

Ilustración de Christoph Wischniowski
     “Después de haber recobrado el aliento, recogió la llave, cerró la puerta y subió a su habitación para calmarse un poco; pero estaba tan perturbada que no lo logró.
“Entonces vio que la llave del gabinete estaba manchada de sangre y, aunque la limpió muchas veces, la sangre no desaparecía. Por más que la lavó y la frotó, la mancha continuaba ahí, pues la llave estaba hechizada y no había forma de limpiarla: cuando quitaba la sangre de un lado, reaparecía en el otro.”

Ilustración de Christoph Wischniowski
       Apenas un mes después de la apresurada boda, Barba Azul le anuncia a su esposa que hará un viaje y que tardará “al menos seis semanas en volver” (casi sobra decir que regresa ese mismo día y la sorprende prácticamente con las manos en la masa y si su par de hermanos no hubieran llegado en el instante decisivo, le hubiera cortado el cuello y hubiera pasado a ser un ejemplar más de su colección de cuerpos colgantes y sin cabeza). Antes de partir, Barba Azul le da todas las llaves y le indica que puede entrar y salir por donde se le antoje y escudriñar todos los armarios, baúles, bargueños y recovecos, incluso con sus amigas; pero de ninguna manera debe hacerlo en el cuarto cerrado y prohibido, cuya llave más pequeña también le entrega. Tal tentadora prohibición excita la curiosidad de la esposa, la cual, según la lógica del cuento, caracteriza a todas las mujeres habidas y por haber, meollo que Charles Perrault subraya en la “Moraleja”: 
           Es la curiosidad una manía
           que, pese a su atractivo y apetencia,
           cuesta muchos disgustos con frecuencia,
           y de ello hay mil ejemplos cada día.
           Es, pese a las mujeres, un placer
           ligero y harto avaro,
           que en probándolo ya deja de ser,
           y siempre cuesta demasiado caro.
     No obstante, en la “Otra moraleja” atenúa tal prejuicio y la carga misógina de la narración: 
            Por poco hombre sensato que uno sea
            y del mundo conozca un poco el paño,
            es muy lógico que en seguida vea
            que esta historia sólo es cuento de antaño.
            Ya no queda esposo tan terrible,
            ni tampoco que pida lo imposible,
            por celoso que sea y esquinado.
            Cerca de su mujer hila delgado,
            y, sea como quiera
            el color de su barba, yo proclamo
            que apenas hay manera
            de ver quién de los dos allí es el amo.

Barba Azul y su esposa
Ilustración de Gustave Doré
        En fin, se trata de una edificante historia de sangre macerada con un asesinato y con final feliz, muy útil para dormir a los niños: la viuda de Barba Azul hereda su fortuna, que le sirve para casar a su hermana “con un joven que la amaba desde hacía tiempo”, para casarse ella misma “con un hombre honesto” y para comprar “el grado de capitán para sus hermanos”, pues “uno era dragón y el otro era mosquetero”.
Ahora que si tras oír el cuento y quedarse dormidos, los traviesos chiquillos tienen alharaquientas pesadillas en las que se ven encerrados en el cruento gabinete prohibido de Barba Azul o perseguidos por éste blandiendo su filoso cuchillo rebana cogotes, la solución, para despertarlos en un santiamén, se halla en el citado cuento de Pulgarcito, pues allí, cuando la esposa del ogro “vio a sus siete hijas degolladas y nadando en sangre”, “Empezó por desmayarse (pues es éste el primer recurso que encuentran casi todas las mujeres en tales situaciones)”, comenta la docta y misógina voz narrativa; y el ogro, para despertarla y enmendar el agravio, le “Echó en seguida un jarro de agua en las narices de su mujer y, habiéndola hecho volver en sí, le dijo:
“—Dame rápidamente las botas de siete leguas para ir a atraparlos.”

Ilustración de Wischniowski



Charles Perrault, Barba Azul. Traducción del francés al español de Mariana Mendía. Ilustraciones en blanco y negro de Christoph Wischniowski. Serie Clásicos del Fondo, FCE. México, febrero de 2012. 46 pp.


jueves, 6 de enero de 2022

Corazón de tinta


Si una noche de lectura un niño


Cornelia Funke
De 2003 data la primera edición en alemán de Corazón de tinta, novela fantástica de la germana Cornelia Funke (Dorsten, 1958), con ilustraciones suyas, traducida al español por Rosa Pilar Blanco e impresa en Madrid, en 2004, dentro de la serie Las Tres Edades, de Ediciones Siruela. Según anuncia el cintillo, “después de El jinete del dragón” (editada en alemán en 1997 y en 2002 en castellano) “llega un nuevo best-seller internacional de ‘la Rowling alemana’”, con “más de 2.500.000 ejemplares vendidos en Alemania, Estados Unidos y Reino Unido”. Quizá esto sea verdad y no sólo se trate de un alarde publicitario, pues en español es una delicia repleta de maravillas.
     Según Siruela, Corazón de tinta es para lectores de doce años “en adelante”. Tal vez sea más o menos así; lo cierto es que si se trata de un niño o de un adolescente, tiene que ser un lector consumado y de fondo, pues la obra casi llega a las 600 páginas. Y si bien un infante puede disfrutar los pormenores de Corazón de tinta, el regocijo de un lector mayor (o con más lecturas) será distinto en lo que concierne a las citas y referencias bibliográficas y mitológicas diseminadas en la historia. Es decir, Corazón de tinta es una celebración de la literatura fantástica de todos los tiempos, del poder mágico de la lectura y un tributo al libro como vehículo para vivir, soñar, viajar o trasladarse al instante a mil y un mundos quiméricos y prodigiosos, pero no exentos de peligros, de terribles aventuras y de maldad; de ahí que al término figure una “Nota bibliográfica” que consigna 22 libros clásicos (localizables en español) y que la novela y cada uno de sus 59 capítulos inicien con un epígrafe que la mayoría de las veces no es una o dos líneas, sino un pequeño y sonoro fragmento. Pero las principales y trascendentales alusiones míticas y literarias (el juego y el festejo) se hallan a lo largo de la urdimbre de la trama.
     
Colección Las Tres Edades, Ediciones Siruela
Madrid, 2004

         No es fácil comprimir y en capsular en una reseña periodística todo lo que ocurre en la voluminosa Corazón de tinta. Hay en ella una lucha entre el bien y el mal, entre los personajes buenos y los malos, en la que al término —después de mil y un infortunios, sinsabores, riesgos, aventuras y actos heroicos y cobardes—, triunfan la mayoría de los benévolos y no todos los malvados son derrotados por completo. Sin embargo, los sucesos no se plantean ni se desarrollan así de simple, pues Cornelia Funke, además de su prodigiosa imaginación, es una maestra del suspense, de las escenas de acción y movimiento, de los escenarios y detalles emblemáticos (y no), y de los giros sorpresivos.
        Entre los héroes de la novela destacan Mo y su hija Meggie, de doce años. Ambos son voraces y doctos lectores. Si desde pequeña, con su habilidad manual, ella ha hecho sus propios libros, su padre es una especie de médico de libros, pues su oficio es restaurar los libros antiguos y los maltratados por el uso o por el abandono. El meollo, que sucede en la Europa del siglo XXI, comienza a desencadenarse cuando a la campirana casa de ambos arriba Dedo Polvoriento, un tragafuegos y malabarista al que Mo no veía desde hacía nueve años, quien lleva oculta en su mochila a su mascota Gwin, una pequeña marta con cuernos. Con secretos cuchicheos ante Meggie, Dedo induce a Mo a viajar a un derruido pueblo fantasma extraviado en las montañas de Liguria, donde tiene su guarida el más malévolo de lo maleantes de la obra: Capricornio, quien se comporta con la peliculesca y pestilente majestad de un mafioso experto en el secuestro, el asesinato, la tortura, la extorsión, el robo, el incendio de pueblos, casas y personas, y en la acumulación de dinero y tesoros.
     Para viajar con Dedo Polvoriento a tal pueblo maldito, Mo (quien lleva con él un libro prohibido para Meggie) deja, a muchos kilómetros de distancia, a su hija con Elinor, tía de la madre de la niña, desaparecida desde hace nueve años; la tía Elinor es solitaria, adinerada y de mal genio, y en su enorme casona (rodeada por un bosque y un lago) atesora lo principal de su solitaria vida: una vasta biblioteca de libros valiosos y antiguos.
     A Mo lo apodan Lengua de Brujo porque si lee en voz alta un libro puede suscitar que ciertos personajes o cosas de la narración se trasladen al orbe real y que, como una especie de intercambio ineludible y maligno, algunas personas de éste, sin quererlo ni desearlo, desaparezcan y se introduzcan en tal libro y por ende subsistan atrapados en su historia. Es decir, si esto supone la existencia de una infinidad de mundos paralelos al globo terráqueo, la cualidad de Mo es una virtud que no controla del todo, pues implica una peligrosísima dosis de azar.
     Fue hace nueve años (y esto lo ignora Meggie) cuando Mo, leyendo en alta voz el libro que le esconde a su hija, perdió a su hermosa esposa e hizo surgir en el mundo a Capricornio, a varios de sus secuaces y a Dedo Polvoriento, quien padece una entrañable y dolorosa nostalgia por el entorno del libro, repleto de duendes, hadas y hombrecitos de cristal, y donde el fuego tiene otra conducta y otras posibilidades lúdicas.
     Así, y para acrecentar su poder, Capricornio necesita los servicios de Lengua de Brujo: quiere que le extraiga de los libros las fortunas que figuran en ellos (cosa que Mo sólo consigue mediante la lectura de un pasaje de La isla del tesoro, pues de un episodio de Las mil y una noches erradamente trae a un muchachito árabe llamado Farid) y que además le traslade del libro (prohibido para Meggie) a la Sombra, el verdugo, un ser espeluznante y descomunal, sin rostro, del que se dice que “Capricornio había encargado a un duende o a los enanos, que son expertos en todo lo que procede del fuego y del humo, que creasen a la Sombra con la ceniza de sus víctimas. Nadie se sentía a salvo, pues se decía que Capricornio había ordenado matar a los creadores de la Sombra. Pero todos sabían una cosa: que era un ser inmortal, invulnerable y tan despiadado como su señor.”
     Persuadido por el tragafuegos y luego prisionero de Capricornio, Mo, al principio, sólo busca hacer retornar a su mujer perdida hace nueve años y Dedo solamente ansía el retorno al orbe del libro del que nunca, junto con Gwin, debió salir sin su consentimiento. Las cosas no serán tan sencillas ni lineales. Y para la apoteosis que preludia el final (no del todo feliz) de la novela (pese al paisaje de cuento de hadas que infesta el jardín y la casona de la tía Elinor) será necesario que Meggie, atrapada por ciertos esbirros de Capricornio, se empeñe en descubrir, y descubra, que también ella posee el don de hacer traer al mundo los personajes de un libro mediante la lectura en voz alta (es el caso del hada Campanilla y el caso del soldadito de plomo) y que Fenoglio, el autor del libro prohibido, encarcelado por Capricornio, reescriba cierto pasaje, lo que a la postre, no sin jugarse el pellejo al unísono de los otros héroes en tareas simultáneas, funciona a modo de conjuro leído en alta voz.


Cornelia Funke, Corazón de tinta. Ilustraciones de la narradora. Traducción del alemán al español de Rosa Pilar Blanco. Serie Las Tres Edades número 115, Ediciones Siruela. Madrid, 2004. 600 pp.

*********




lunes, 1 de noviembre de 2021

La Muerte pies ligeros


                
Danza macabra: “como me ves, te verás”

Tal vez, más allá del orbe y del habla zapoteca: el habla didxazá, “el idioma de las nubes”, el “Cuento del Conejo y el Coyote” comenzó a urdir cierta perenne celebridad y arraigarse en el imaginario colectivo del español que se parla y parlotea en las distintas latitudes mexicanas, desde que Antonieta Rivas Mercado (1900-1931) le hizo escribir y publicar, al joven oaxaqueño Andrés Henestrosa (1906-2008) —todavía muy provinciano en la capital del país— su libro Los hombres que dispersó la danza (1929). Es decir, Antonieta le dio cobijo en su casa (entre fines de 1927 e inicios de 1929), le ayudó en su aprendizaje literario y del habla y escritura del español, le tomó el dictado de las narraciones y fábulas orales que había oído de niño y le financió la edición, la cual le entregaron el 30 de noviembre de 1929, día que cumplió 23 años. 
Andrés Henestrosa en 1995
Foto: Graciela Iturbide
      Tal edición, le dijo Andrés Henestrosa a Carla Zarebska, fue “de 200 ejemplares que se vendieron a peso” e incluía un retrato de éste y otros dibujos hechos por el pintor Manuel Rodríguez Lozano (1896-1971). A la hora de imprimir, según él, se extravió un prólogo de Julio Torri (1899-1970) que nunca se recuperó. También se perdieron cuentos, dijo, que luego reescribió e incluyó en una edición posterior. Tales son: “La sirena del mar”, “La flor del higo”, “La cigarra y la iguana”, “La milpa salva a Jesús”, “La langosta” y “Los árboles y la sequía”.
      En 1979, en Los libros del Rincón (Colibrí), coeditado por la SEP y Salvat, apareció una versión telegráfica y bilingüe (zapoteco y español) del Cuento del Conejo y el Coyote/Didxaguca’ sti’ Lexu ne Gueu’, adaptado, para los niños, por Gloria y Víctor de la Cruz, con la reproducción fotográfica a color de una serie de estampas creadas por el pintor Francisco Toledo (Juchitán, julio 17 de 1940), cuyos originales pertenecen a la Galería Arvil de la Ciudad de México. En 1998 tal versión fue reeditada en un pequeño formato (17 x 14 cm), con pastas duras y a color, por la Dirección General de Publicaciones del CONACULTA en la serie Círculo de Arte (en este caso también denominada Circo de Arte), sin acreditar la técnica que usó el artista y el año de su creación. Y en 1995 varias reproducciones de tal serie fueron incluidas en la edición bilingüe (español e inglés) de Los hombres que dispersó la danza, con un formato mayor (31 x 23 cm), que Carla Zarebska prologó y editó a través del Grupo Serla, Litografía Turmex y Promotora Cultural Sacbé, en cuya iconografía a color y en blanco y negro, entre otras obras zoomorfas y antropomórficas de Toledo, también descuellan varios retratos y fotografías concebidas por la cámara de Graciela Iturbide. En tal volumen se anotan los títulos de cada estampa incluida de la serie del cuento Conejo y Coyote, hecha por Toledo, c. 1979, con “Gouache, acuarela, pluma, tinta y lápiz sobre papel”.

De la serie Cuento y Coyote (c. 1979) de Francisco Toledo
(Gouache, acuarela, pluma, tinta y lápiz sobre papel)
     Sin embargo, la versión del “Conejo y Coyote” que se lee en Los hombres que dispersó la danza, vertida en un solo bloque, con una pátina cristiana y con más detalles que la versión telegráfica, no es muy afortunada. Pero allí está como un testimonio de lo oído y recreado por el joven Andrés Henestrosa, nacido en Ixhuatán (“pueblo de hojas de palmeras”), quien hasta los 15 años aprendió los primeros rudimentos del español (sólo hablaba zapoteco y huave), y a los 16 (“indio huérfano de padre”), después de mercar su burrito en la estación del ferrocarril, emigró de Juchitán rumbo a la Ciudad de México, a la que llegó “con una funda de almohada como maleta, dos mudas de ropa y una toalla que le sirvió de bufanda para el frío”.
      La versión telegráfica de Gloria y Víctor de la Cruz, dispuesta en pequeños fragmentos alternos (zapoteco y español), al parecer fue urdida y adaptada a partir de las estampas de Toledo (con recuadros y secuencia de historieta sin globitos), o quizá fue al revés o de común acuerdo, pues los textos están compaginados al desarrollo de la narración gráfica: en una página se leen los fragmentos en ambos idiomas y en la contigua se aprecian las imágenes correspondientes. 
(DGP del CONACULTA, México, 1998)

        Y esto lo enfatiza aún más la versión parecida (en compaginados y alternos fragmentos en zapoteca y español) del Cuento del Conejo y Coyote que hizo la poeta Natalia Toledo (Juchitán, 1967) —hija del pintor y Premio Nezahualcóyotl de Literatura 2004— a partir de las mismas láminas, la cual en 2008 conoció dos ediciones impresas por el Fondo de Cultura Económica y la cortesía de la Galería Arvil. La primera en la serie Tezontle y la segunda en la serie Clásicos (28.02 x 19.02 cm). Allí, después de la “Presentación” de Josefina Vázquez Mota, entonces titular de la Secretaría de Educación Pública, Natalia Toledo dice al término de su “Introducción”: 
(FCE, México, 2008)
      “Quiero contarles, a mi manera, la historia de Conejo y Coyote, inspirada, a su vez, en la versión que me contó mi padre cuando yo tenía ocho años, a la orilla del río de las nutrias, en una casa con un cielo lleno de murciélagos”.
Natalia Toledo y su padre Francisco Toledo
     Tal colaboración: padre e hija, donde la poeta escribe a partir de las imágenes creadas por el pintor, en 2005 ya había dado un fruto semejante, público y bilingüe, con La Muerte pies ligeros/Guendaguti ñee sisi, libro para niños, de pastas duras (21 x 25.07 cm), láminas a color y tipografía a dos tintas: negra (zapoteco) y roja (español), coeditado por el Fondo Editorial del Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca y el Fondo de Cultura Económica en la serie Los especiales de A la orilla del viento, donde también han aparecido versiones mixe-español, mazateco-español, chinanteco-español y mixteco-español.
(IEEPO/FCE, México, 2005)
      Los originales del artista también pertenecen a la Galería Arvil (sólo se apunta que son “gouache sobre papel”, pero seguro empleó otros materiales). Y en su prólogo dice Natalia: 
     “Escribí esta historia a partir de unos grabados que hizo el pintor Francisco Toledo sobre la muerte brincando el mecate con distintos animales de la región del Istmo de Tehuantepec, de donde él y yo somos.
      “Quise escribir este cuento en zapoteco, mi lengua natal. Cuando me preguntan qué lengua hablo, yo contesto ‘nube’. Se preguntarán cómo se puede hablar nube, bueno, los zapotecas dicen que su lengua desciende de las nubes: diidxa significa ‘palabra’ y za, ‘nube’, y así como las nubes dibujan diversas formas de animales y objetos en el cielo, los zapotecas sabemos dibujar con las palabras.
     “Me divertí mucho escribiendo este cuento, y espero que los niños zapotecas, chinantecos, mixes, mixtecos, mazatecos y los que hablan español también lo disfruten, pues cada lengua contiene su propio universo y misterio.”
Natalia Toledo
(Como me ves, te verás)
Foto: Blanca Charolet
      La Muerte pies ligeros no es, en desde luego, una danza de la muerte, una danza macabra de ascendencia medieval, donde la huesuda aparezca con guadaña, lira y reloj de arena, una de cuyas recreaciones visuales —ésta sí ubicada en el espeluznante Medioevo— es la que se observa en El séptimo sello (1956), filme del sueco Ingmar Bergman (1919-2007), donde, amén de las epifanías que sólo ve el bufón Jof (Nils Poppe), el caballero Antonius Block (Max von Sydow), tras haber retornado de Tierra Santa —con su escudero Jöns (Gunnar Björnstrand)— después de una década de haber partido de su fortín con la tropa de una Cruzada, juega una partida de ajedrez con la Muerte vestida de monje (Bengt Ekerot).
El caballero Antonius Block (Max von Sydow)
y la Muerte (Bengt Ekerot) juegan ajedrez 
      En La Muerte pies ligeros, el arquetípico esqueleto —a cuya calavera otrora José Guadalupe Posada (1852-1913) le dibujó un inmortal sombrero de Catrina— también, para actuar y ejercer su oficio, emprende un juego: brincar la cuerda con su elegido, un juego que normalmente practican y juegan los boxeadores y las niñas (más aún las de pueblo o de barrio) y que algo o mucho tiene de danza macabra, pues por lo regular el derrotado, que nunca es la Muerte, ni tardo ni perezoso se va al más allá (al Mictlán, según los nahuas). 
La Muerte saltando con Murciélago
(Gouache sobre papel, 2004)
Autor: Francisco Toledo
      La Muerte pies ligeros no es un cuento con pretensiones de alta cultura, sino que quiere ser y es de auténtica y sencilla cepa popular. Siguiendo las estampas de Francisco Toledo (que ilustran y tienen su impronta lúdica e infantil y el movimiento y la rapidez de las confrontaciones y hasta sus resultados), la autora lo desglosa mediante dos procedimientos consecutivos: prosa y verso. En la prosa habla la voz narrativa (alter ego de Natalia) y se entretejen algunos diálogos; pero en los versos, dispuestos en cuartetas, canta la Muerte y le canta al adversario que con ella brinca y danza con la reata que ella mueve y lo que versifica no es muy distinto de las tradicionales calaveras que se imprimen y cantan cada 2 de noviembre, Día de Muertos (de Gran fandango y francachela de todas las calaveras que emergen de sus sepulturas) y de los Fieles Difuntos. Por ejemplo, cántense cinco casos: 
                                            Changuito de la selva oscura
                                            mueve tu cola tiznada
                                            aunque grites como un cura
                                            te llevará la changada.
                                                              *
                                           Iguana del iguanar
                                           en molinito te comiera,
                                           cavas tu tumba al brincar,
                                           como si volver pudieras.
                                                              *         
                                          Brinca, Coyote risueño,
                                          tu risa es tu perdición,
                                          y aunque yo no soy tu dueño
                                          sí te llevaré al panteón.
                                                              *
                                         Conejo, en los cuentos ganas,
                                         aquí pelarás los dientes
                                         porque a mí me da la gana
                                         ya llorarán tus dolientes
                                                              *
                                        Brinca el Sapo saltarín
                                        con cachetes de papera,
                                        ya conocerás el fin
                                        que la Muerte nunca espera...
                                                               *



La Muerte saltando con Sapo
(Gouache sobre papel, 2004)
Autor: Francisco Toledo
La Muerte saltando con Lagarto
(Gouache sobre papel, 2004)
Autor: Francisco Toledo
La Muerte saltando con Toro
(Gouache sobre papel, 2004)
Autor: Francisco Toledo
La Muerte saltando con Rana
(Gouache sobre papel, 2004)
Autor: Francisco Toledo
      En La Muerte pies ligeros hay un planteamiento cosmogónico, de fábula mítica y fantástica que relata el origen de las cosas que suceden y existen en el mundo desde la noche de los tiempos. En el principio nadie había muerto y en el edénico entorno los animales y los hombres se reproducían sin cesar y sin que nadie dijera hasta aquí, ya basta, no va a caber ni la cabecita de un alfiler. Fue la Muerte quien decidió interrumpir tal cosa con el juego de saltar el mecate y el arquetipo del Hombre tuvo la ventura de ser el primero que la esquelética se llevó al Mictlán haciéndolo brincar y danzar con su reata y con ella. Y ya tumbado en el suelo y con la pata estirada y tiesa, la Muerte le quitó al Hombre sus zapatos de cuero con agujetas de bejuco y se los puso y se los ató. Y así calzada y muy oronda estuvo brincando y danzando con su cuerda y cantándole versitos al oponente que se iba a llevar en un tris hasta que se encontró con el Chapulín. 
      A tal bicho, “comida de oaxaqueños”, le cantó a todo gaznate: 
                                               Baila conmigo este son,
                                               Chapulín bella figura;
                                               picaré con mi aguijón
                                               tu saltarina cintura.
      Y trató de vencerlo de mil y una formas, días y días saltando y danzado con su reata, e incluso trató de hacerlo mole batiendo y haciendo zumbar el mecate a toda velocidad. Pero no pudo. El Chapulín, muy listo (más listo que el consabido Conejo y que aquí resulta tan tontorrón como su compadre el Coyote), se paró en la cuerda y por la rapidez con que la Muerte la movía, daba la impresión de que brincaba, pero no fue así. Simplemente se quedó quietecito.
La Muerte saltando con Chapulín
(Gouache sobre papel, 2004)
Autor: Francisco Toledo
      De modo que la Muerte, harta y enojada de no poder llevarse al mentado Chapulín, se fue para otro lado y de coraje se quitó y tiró los zapatos de cuero. Es por esto, cuenta la omnisciente voz narrativa, “que cuando la Muerte entra en las casas no se le oye llegar, porque sus pies son ligeros y no llevan zapatos”. Mientras que al Chapulín “le quedaron tantas ganas de brincar que se quedó brincando para siempre”.


Natalia Toledo, La Muerte pies ligeros/Guendaguti ñee sisi. Textos en zapoteco y español. Estampas a color de Francisco Toledo. Colección Los especiales de A la orilla del viento, FCE/Fondo Editorial del IEEPO (Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca). México, 2005. 54 pp.