domingo, 5 de mayo de 2024

Regreso a Ítaca

Parecido a una hoja de papel

 

I de VII

                                                                                               In memoriam Laurent Cantet

Con la coautoría del escritor cubano Leonardo Padura y del cineasta francés Laurent Cantet, en julio de 2016 se publicó en México el libro Regreso a Ítaca, número 881 de la Colección Andanzas de Tusquets Editores. Se trata de un misceláneo compendio cuyo punto gravitacional es el filme Retour à Itaque (2014); película de producción francesa dirigida por Laurent Cantet pero rodada en locaciones de La Habana con un argumento cubano y hablada con los acentos, el vocabulario y las inflexiones del popular español habanero, en base a un guion urdido entre el cineasta y Padura (a partir de un texto suyo), con la colaboración de Lucía López Coll, entrañable esposa del novelista, tributada en casi todas las dedicatorias y agradecimientos de sus libros. El 5 de septiembre de 2014, Retour à Itaque obtuvo en Venecia el Premio Venici Days otorgado por el jurado de la Semana de Autor, sección paralela de la 71 edición del Festival de Cine de Venecia; y luego, el siguiente 6 de octubre ganó el Premio Abrazo a la Mejor Película en la vigésima tercera edición del Festival de Cine Latinoamericano de Biarritz.

             Sobre el itinerario inicial del filme, apunta Leonardo Padura (La Habana, octubre 9 de 1955) en la página 156 del libro:

           


         “El estreno mundial de Regreso a Ítaca se produjo en el Festival de Cine de Venecia [el 31 de agosto de 2014, según Wikipedia] y en el de Toronto, en septiembre de 2013 [sic]. En la Sesión de Autores del Festival de Venecia, la película ganaría el premio de la competencia. Su tercera proyección ocurrió en el Festival de San Sebastián, en el cual no competía, pero al que la película acudió acompañada por sus cinco protagonistas [el directivo Eddy: Jorge Perugorría; el ingeniero Aldo: Pedro Julio Díaz Ferrán; la oftalmóloga Tania: Isabel Santos; el pintor Rafa: Fernando Hechavarría; y el escritor Amadeo: Néstor Jiménez]. Después llegó el XXIII Festival de Cine Latinoamericano de Biarritz, donde se alzó con el Premio Abrazos [sic]. Mientras, su estreno comercial fue programado para realizarse en París, en diciembre de ese mismo año, casi al mismo tiempo en que debía haber sido exhibida en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, al cual, en cuanto producción francesa de tema cubano, había sido invitada a participar fuera de competencia, en un pase único, que fue programado, anunciado... y luego cancelado.”

           

Colección Andanzas núm. 881, Tusquets Editores
México, julio de 2016

            Al margen de tales efemérides y de la frustrante y folklórica cancelación, viene a cuento ese pasaje porque el yerro en “2013” quizá haya sido un lapsus de Padura (dado el consabido refrán de que al mejor cazador se le va la libre), pero sin duda es un botón de muestra de la negligenica con que Tusquets Editores hizo, en México, la maquila del presente libro Regreso a Ítaca. Es decir, un corrector de marras pudo haber reparado ese yerro y más aún: hubiera eliminado todos los acentos que se leen en la palabra guion, cada vez que aparece en el libro. Esto, más que un descuido, resulta un anacronismo por default de los Editores, pues es difícil visualizar a un viejo lobo de mar como es Padura más aún ligado a la estrecha colaboración de la guionista de cine y televisión Lucía López Coll (La Habana, 1959), primera lectora de todo lo que escribe su compañero de vidatecleando la palabra guion con acento una y otra vez, pues no parece probable que el dúo dinámico (que vive en una isla pero no aislado en un caracol a la deriva en el ciclónico y agitado Mar Caribe) ignore que la palabra guion dejó de ser optativa: guion o guión, y por ende ahora mismo (y en 2016) se escribe sin tilde por ser un monosilábico ortográfico. Es decir, esto es así según la vigente normativa de la RAE, divulgada y popularizada a nivel global a través de la versión electrónica de la Vigesimotercera edición del Diccionario de la lengua española —de libre consulta en la web—, a partir de la Ortografía de la lengua española editada en 2010 por la RAE. No obstante, el reiterado uso de la palabra guion con acento, quizá podría interpretarse como una “encriptada” y lúdica protesta contra la “prepotencia” y la “dictadura” del anacrónico Reino, postura rebelde e “independentista” semejante a la del catalán converso Darío Martínez, neurocirujano de alto calibre remunerativo, cubano de nacimiento (y ex militante de la Juventud Comunista y del Partido Comunista de Cuba), exiliado y asentado exitosamente en Barcelona durante el Período Especial de los 90, quien incluso en el 2000 ya parlotea el español con un vocabulario y un deje catalán, según se lee en Como polvo en el viento (Tusquets, 2020), novela de Leonardo Padura.

            Es fácil inferir que para el cineasta francés Laurent Cantet (Melle, junio 15 de 1961- París, abril 25 de 2024) fue relevante el estreno en Francia del filme Retour à Itaque “en diciembre de 2014” (el día 3, según Wikipedia) —quien vivía a las afueras de París en una casa de película donde cocinaba platillos de película (con vinos y quesos de película) que, con los ojos de plato y la baba escurriendo, harían las delicias de Mario Conde y el Flaco Carlos, inveterados e insaciables glotones—. Pero también lo fue (quizá aún más o muy singularmente) cuando por fin se estrenó en Cuba. Al respecto, apunta Leonardo Padura en la página 127 del libro:

           

Leonardo Padura y Laurent Cantet

            “El sábado 2 de mayo de 2015, como parte del 18º Festival de Cine Francés en Cuba se produjo en la sala Charles Chaplin de La Habana el estreno público en la isla de Regreso a Ítaca, la película dirigida por Lauren Cantet, para la cual, a cuatro manos con el director y con la colaboración de Lucía López Coll, yo había escrito un guión [sic] inspirado en unos pasajes de mi libro La novela de mi vida.” De hecho, así aparece acreditado en la “Ficha técnica” que se lee en la página 21 libro: “Guión [sic]: Leonardo Padura y Laurent Cantet, con la colaboración de Lucía López Coll, inspirado en episodios de La novela de mi vida, de Leonardo Padura.”

            Y aquí, entre paréntesis, hay que enmendarle el enunciado al anónimo enciclopedista de Wikipedia, pues, hoy por hoy —ante los cuatro pestíferos vientos del disperso, variopinto y recalentado orbe del idioma español— afirma categórico sobre la película: “El argumento es una adaptación libre de un fragmento de La novela de mi vida de Leonardo Padura.” Pero esto no es precisamente así, pese a que a priori pueda parecerlo.

 II de VII

Al inicio de una de las tres vertientes narrativas que conforman La novela de mi vida (Tusquets, 2002) se ve al profesor y eventual poeta Fernando Terry Álvarez —recién llegado de Madrid tras 18 años de destierro— reunido con cinco viejos amigos, que rondan la cincuentena, en la azotea de una astroso edificio habanero, desde donde se otea el Capitolio y el mar y llega su olor. Los cinco amigos del desterrado (sin excluirlo a él) son prototipos de resistencia y resiliencia en el devenir de los consabidos márgenes y restricciones de la decadente y esclerótica dictadura de la Revolución Cubana: el poeta Álvaro Almazán (el Varo), el poeta Arcadio Ferrer (el bello Arcadio), el narrador Miguel Ángel (el Negro), el profe universitario Tomás Hernández y el ricachón Conrado, director de una empresa española de importación-exportación; más dos fallecidos: el dramaturgo Enrique Arias en 1979 y el documentalista Víctor Duarte en 1981, presentes con un par de velas encendidas. A esa recepción sólo faltó Delfina, la única mujer del grupo, especialista en artes plásticas. Esos nueve amigos conformaron, en los años 70, el grupo los Socarrones, mientras eran compinches y alumnos de la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana; y esa azotea era el reducto de sus tertulias literarias y existencialistas, incluso después de concluida la carrera. Por un infundio endilgado al profesor Fernando Terry por un policía de la Seguridad del Estado que oficialmente operaba en la universidad: supuestamente sabía que Enrique Arias planeaba huir de Cuba en una lancha y debió haberlo informado a las “instancias correspondientes”, fue suspendido de su empleo en la Escuela de Letras (llevaba dos años dando clases). Y tras un opresivo y cada vez más agudo declive, se vio empujado a declararse vil “escoria antisocial” y a emprender el exilio por el puerto del Mariel en mayo de 1980. (Lo cual es una alusión a la masiva y abigarrada migración hacia los Estados Unidos marea humana, la tildaría el documentalista chino Ai Weiwei— sucedida entre el 15 de abril y el 31 de octubre de 1980; mediático e histórico episodio llamado el éxodo del Mariel.) Luego de cuatro años de residencia en Estados Unidos, peyorativamente tildado de marielito o hispanic (un año trabajando de albañil en Miami, precedido por los tres primeros meses subsistiendo en una carpa montada en los jardines del Orange Bowl y luego: tres años de oscuro y subterráneo custodio de los fondos del Museo Guggenheim de Nueva York), se fue a España, donde desde entonces vive en el ático de un edificio en el centro madrileño. En Madrid, primero fue acomodador de libros en una biblioteca y luego profesor de español y literatura en un liceo, hasta el presente. Cuando se embarcó al exilio tenía 30 años de edad y en la actualidad tiene 48 y por ende es 1998 (o 1999). Y dado que en Cuba era un reconocido y laureado especialista en la vida y obra del poeta decimonónico, romántico, independentista y antiesclavista José María Heredia y Heredia (su tesis de licenciatura sobre la poesía de este se volvió libro de consulta para los alumnos y su tesis doctoral sobre el mismo tema se quedó trunca), tras recibir una carta donde Álvaro Almazán le informa de la probable localización de los papeles perdidos de Heredia —que Terry supone es “la presunta novela perdida” del Cantor del Niágara que por años buscó sin éxito—, obtiene, en el consulado cubano en Madrid, un permiso para regresar, un mes, a su país.

    Vale resumir, entonces, que tres son los objetivos de Fernando Terry que pretende despejar durante esas cuatro volátiles semanas en la isla: localizar el manuscrito perdido de Heredia, descubrir cuál de sus amigos fue el que presuntamente delató que él sabía que Enrique Arias quería fugarse de Cuba en una lancha, y sondear qué vínculo puede surgir con Delfina (de 47 años), de quien está enamorado desde 1969.

   

Fotograma de Regreso a Ítaca (2014)

          La vetusta azota donde los cinco Socarrones, con suculenta comida y bebida, celebran el
regreso sin gloria de Fernando Terry después de unos 25 años de no reunirse allí, es la azotea del deteriorado edificio donde vivía y aún vive el poeta Álvaro Almazán, de escasa obra e inclinado al trago, quien fue el convocante y quien la bautizó: “la penúltima cena de los Socarrones”, y quien colocó y encendió las dos velas que hacen presentes al par de muertos. Y además de los episodios en flashback donde se narran ilustrativas anécdotas de las reuniones en la azotea de la época estudiantil de los años 70 (la década negra), esa vertiente narrativa de La novela de mi vida, y la obra en sí, concluye con una última cena en la azotea: la reunión de despedida, la cual se sucede durante la noche, la madrugada y el amanecer del último día, en la que los Socarrones beben, fuman y oyen la voz de Enrique Arias a través de la lectura de la copia definitiva de la Tragicomedia cubana (novela teatral), cáustico e inédito libreto, legado por el dramaturgo a Fernando Terry. Pero si bien el profesor de liceo en Madrid está obligado a marcharse de la isla al concluir el mes, no quiere irse: “Sí..., pero ahora no sé cómo irme”, le dice a Delfina, dizque “su mujer”, quien casi lo obliga “a beber el primer sorbo de su café”.

III de VII

En el libro Regreso a Ítaca, Leonardo Padura cuenta que en septiembre de 2009 estaba en España por la aparición y promoción de su novela El hombre que amaba los perros (recién publicada por Tusquets en Barcelona, luego de cinco años de trabajar en ella y a punto de perder la estabilidad emocional y la cordura: escribía como un loco para no volverme loco), donde dos productores amigos de él (uno español y otro francés) le propusieron escribir las historias de una película “que incluso [ya] tenía título: Siete días en La Habana”, y que él aceptó, pero antepuso como única condición trabajar a cuatro manos con su esposa Lucía López Coll. 7 días en La Habana se estrenó en el Festival de Cannes el “23 de mayo de 2012” (y no obtuvo ninguna presea en la sección a concurso del Premio Una cierta mirada) y comprende siete cortos (que corresponden a los siete días de la semana) dirigidos por siete directores: El yuma, por Benicio del Toro; Jam session, por Pablo Trapero; La tentación de Cecilia, por Julio Medem; Diary of beginner, por Elia Suleiman; Ritual, por Gaspar Noé; Dulce amargo, por Juan Carlos Tabío; y La fuente, por Laurent Cantet.

         

Fotograma de La fuente, corto dirigido por Laurent Cantet
que cierra el filme 7 días en La Habana (2012).

            En La  fuente se narra que la abuela Martha se despierta anunciando a voz en cuello que tuvo un sueño en el que su virgen de Oshún de bulto sobre un pedestal en un rincón de la sala debe estar sobre una fuente, allí mismo en la sala de su humilde vivienda (ubicada en el piso de un populoso edificio) y convoca y moviliza a sus vecinos (niños y grandes, de todas las razas, edades y colores) para echar abajo una pared, construir la fuente, pintar el muro de amarillo (queda naranja), acarrear agua de mar con cubetas y vaciarla a la fuente, adornarla y tributarla con una ritual celebración para la que se aportan viandas (incluso un pastel), música de cuerdas y gorgoritos de un ave maría, más percusiones, danza y devotos cantos corales de ascendencia africana, ese mismo domingo por la noche, mientras ella luce un supuesto vestido amarillo dizque igualitico al vestido de la virgen, quesque solicitado por esta, mismo que ese día le confecciona una vecina costurera luego de tomarle las medidas. La sincrética fe comunitaria, la solidaridad laboral y el trasiego de los vecinos hormiga (incluso ilícito) hacen posible la supuesta petición de la virgen. Mientras al final, la abuela Martha, solitaria y quizá satisfecha, se hunde en otro sueño al pie de su virgen de Oshún.

           

Fotograma de La fuente, corto dirigido por Laurent Cantet
que cierra el filme 7 días en La Habana (2012).

         Según cuenta Leonardo Padura en el libro: “Entre los directores que se sumaron a aquel proyecto de película coral habanera en algún momento apareció el nombre de Laurent Cantet, un realizador que me había removido unos meses antes cuando pude ver su película Entre les murs (La clase, en español), muy merecidamente coronada con la Palma de Oro de Cannes en 2008. Y si yo había puesto como condición para trabajar en Siete días... que Lucía escribiera conmigo, Cantet había esgrimido una premisa que me sorprendió: ¡aceptaba venir a filmar a Cuba porque quería trabajar conmigo! La razón de Cantet era mucho más simple que todas las mías, pero definitivamente más halagadora: había leído la traducción francesa de mi novela La novela de mi vida (no me disculpen la obligada redundancia) y se había declarado miembro de mi hipotético club de fans.” El caso es que, dice Padura, la primera vez que se vio con Cantet fue “en La Habana, a principios de 2010”; y entonces supo que el cineasta había leído las novelas policiales de Mario Conde traducidas al francés; y que quería que el corto para Siete días fuera una adaptación de la vertiente de La novela de mi vida en la que el desterrado Fernando Terry se reúne con sus viejos amigos en la vetusta azotea de La Habana. Pero Padura le dio una vuelta de tuerca a esa propuesta, pues, dice: “le propuse a Cantet que, a partir de la situación del encuentro de unos amigos en una azotea habanera, creáramos una nueva historia en la que se quebrara el tópico del exilio. O sea, en lugar de escribir un argumento sobre alguien que se va de Cuba, lo hiciéramos sobre alguien que regresa a Cuba (el personaje que se llamaría Amadeo) y... decide quedarse, ante el asombro más que justificado de los que han permanecido en el país, viviendo incluso circunstancias difíciles, y, como tantos cubanos, han visto partir a mucha gente, incluidos padres, hermanos, amigos, hijos.”  

            El caso es que Padura, en su casa en el barrio de Mantilla, se puso a teclear la “especie de argumento guionizado” que pronto tituló Vuelta a Ítaca, en cuya expectativa cinematográfica Cantet buscaba que Padura fuera uno de los intérpretes, pero el novelista rechazó esa propuesta; que, se infiere, hubiera sido la caracterización del escritor Amadeo (el único escritor del grupo de cinco viejos amigos cincuentones), que es el desterrado en Madrid durante 16 años (se fue de Cuba en 1994), el cual regresa en 2010 a La Habana decido a quedarse (para volver a escribir y sentirse escritor), pese a las autoritarias y riesgosas dificultades que esa decisión implica. Más aún porque en el “Argumento-guión” [sic] de “Vuelta a Ítaca” que se lee casi al final libro, Eddy les dice al corro reunido en la azotea, sobre la novela que Amadeo supuestamente tiene aleteando en la oquedad del coco: “Por lo que me dijo hace dos años cuando nos vimos en Madrid tiene que ver con nosotros, o con gentes como nosotros... Pal carajo, qué disparate...” No obstante, el drama existencial de ese grupo de amigos es un tema recurrente y obsesivo en la obra de Leonardo Padura, pues una y otra vez ha transpuesto en sus narraciones el drama individual, social, económico, político, existencialista, ideológico e histórico de su generación; además de en La novela de mi vida, en El hombre que amaba los perros, en Como polvo al viento, en las novelas policíacas de la saga de Mario Conde, en los argumentos de los guiones “Vuelta a Ítaca” y “Regreso a Ítaca”, cuyo médula y quintaesencia autobiográfica bosqueja en el ensayo “La generación que soñó con el futuro”, fechado en “2013” y reunido en su libro Agua por todas partes (Tusquets, 2019), en cuya portada se observa, significativamente, el cerrado encuadre, de un retrato más amplio, del niño Leonardo de la Caridad Padura Fuentes haciendo la tarea con su uniforme pioneril del ciclo escolar “1960-61”.

           

Colección Andanzas núm. 938, Tusquets Editores
México, agosto de 2019

          Pero ni tardo ni perezoso, Padura (el más empecinado Sísifo de su generación de Sísifos) tuvo listo el argumento guionizado de Vuelta a Ítaca. Y una tarde habanera de “principios de junio de 2010”, fueron convocados los actores en “una azotea del barrio habanero de El Vedado”, donde se efectuó “un protoensayo, que a la vez funcionaría como casting para el rodaje del corto, y para el cual Cantet les pidió a los intérpretes que, cuando lo creyeran orgánico, se explayaran en determinados conflictos, incluso que si lo sentían necesario se olvidaran del argumento escrito y fuesen ellos mismos, con sus experiencias y sus pasiones. Como director, sólo intervino para pedirles en algún momento que alternaran sus personajes o se ubicaran en un lugar preciso del espacio escogido. Mientras, Laurent Cantet iba recogiendo todo el proceso con su pequeña cámara personal.”

      Luego de esto, el cineasta voló de La Habana al Canadá para iniciar el rodaje de su película Foxfire (2012). Y Padura, dice: “inspirado por lo ocurrido en la azotea habanera durante el ensayo-casting, reescribí el argumento original y se lo envié a Cantet, tal como habíamos quedado...”

     Vale reiterar, entre paréntesis, que ese argumento figura antologado casi al final del presente libro con el título “Vuelta a Ítaca”, “Guión [sic] para corto del filme Siete días en La Habana”, datado al calce en Abril de 2010 y firmado en solitario por Leonardo Padura Fuentes. Fecha relevante porque casi al inicio del libreto apunta el guionista: “Una simple mirada del entorno nos dice que estamos en La Habana de 2010.”

 


               Pero la respuesta del cineasta que recibió Padura en su casa de Mantilla, nuevamente lo sorprendió y fue el germen del llevado y traído guion que luego se convertiría en la película Retour à Itaque (2014), rodada en La Habana durante “diecisiete noches en una terraza habanera” apunta Cantet en su prefacio, datado en París, diciembre de 2015, pese a que el filme inicia en la tarde de un día y termina en el siguiente amanecer, con un par de escenas en el interior del departamento (minúsculo en el texto) donde subsiste Aldo (el Negro) con su madre Fela y su hijo Yoenis, jovenzuelo y nini (ni estudia ni trabaja), novio de una tal “Leidiana, que viste de negro, al estilo gótico: t-shirt con imagen de ‘Drácula’, [y] pantalón ceñido”. Según cuenta Padura: “Unos pocos días después recibí un e-mail del director francés, remitido desde Canadá. En el mensaje [enviado el sábado 19 de junio de 2010 y que él transcribe traducido al español por María Elena Cos Villar], se disculpaba conmigo, pero, luego de ver los materiales filmados, estaba convencido de que, con aquella historia, no podía hacer un corto para Siete días en La Habana... ¡porque justo aquella historia merecía un largometraje! Clamaba por más profundidad, más espacio para el desarrollo de los conflictos, más aire para los personajes. Y aunque no tenía productor asegurado para hacer ese largometraje, definitivamente no iba a gastar aquella bala en un blanco que no le parecía el más adecuado...”

IV de VII

Datado en Abril de 2010, el “Argumento-guión” [sic] de “Vuelta a Ítaca” se lee en el libro entre las páginas 159 y 178. Y está dispuesto en tres cuadros. Mientras que entre las páginas 19 y 124, en quince escenas numeradas, se lee el argumento del guion de “Regreso a Ítaca”. Y en una preliminar nota advierten los coautores y la colaboradora: “Para facilitar la lectura del guión [sic], hemos decidido suprimir las acotaciones propias de este tipo de formato. El texto que sigue a continuación tiene una forma más literaria, pero respeta el guión [sic] original en su contenido y forma.”

            Sobre el reparto de “Personajes” en “Vuelta a Ítaca” se lee como si se tratase del preámbulo de un libreto teatral:

      “Amadeo, Aldo, Tania, Rafael (Rafa) y Eduardo (Eddy). Tienen algo más de cincuenta años. No importa especialmente el color de su piel. Son cubanos, habaneros, y viejos amigos. Amadeo es escritor y hace dieciséis años que vive en España, donde se quedó durante una gira del grupo de teatro del cual era asesor dramático; Aldo, ingeniero mecánico, interrupto, vive de hacer baterías de autos en un taller clandestino; Tania; oftalmóloga; Rafa, pintor, sin ningún talento especial; Eddy, periodista de profesión, nunca ejerció y es directivo de una empresa artística.”

      Pero además, en otra nota preliminar, se apela a la improvisación actoral: “El texto se propone como una estructura dramática en la que los actores, en la medida en que se apropien de sus personajes y del conflicto creado, puedan enriquecerlo en la puesta en escena.”

    Mientras que en “Regreso a Ítaca” se lee sobre los “Personajes”:

 

Fotograma de Regreso a Ítaca (2014)

            
Amadeo, Aldo, Tania, Rafael (Rafa) y Eduardo (Eddy). Tienen algo más de cincuenta años. Son cubanos, habaneros, y viejos amigos. Amadeo es escritor y hace dieciséis años que vive en España, donde se quedó durante una gira del grupo de teatro del cual era asesor dramático; Aldo, negro, ingeniero mecánico, interrupto, vive de hacer baterías de autos en un taller clandestino; Tania, oftalmóloga [quien en la película —no en el guion—, experimenta una emotiva y catártica conmoción al oír los coros e iniciales acordes de California dreamin’, de The Mamas & The Papas, otrora de la música perniciosa, al igual que los Beatles, prohibida por la ortodoxia ideológica del ‘socialismo científico’, encarrerado como un bólido al comunismo, ‘la etapa superior y definitiva del desarrollo de la humanité’]; Rafa, pintor, sin ningún talento especial; Eddy, periodista de profesión, nunca ejerció y es directivo de una empresa turística del gobierno cubano.”

   


              Desde luego que en “Regreso a Ítaca” el drama de cada uno de los cinco protagonistas —y el conflicto entre ellos— está ampliado y comprende, además de variantes, más matices y tensiones. En el desarrollo de la obra, los personajes vociferan coloquiales palabrotas y lúdicas bromas con que evocan y se burlan del dogmatismo ideológico de manual socialista de su sovietizado proceso educativo, y hacen anecdóticas alusiones autobiográficas en torno a la coerción autoritaria y política con que fueron domesticados, reprimidos y manipulados en la época estudiantil del preuniversitario (repleta de prohibiciones individuales y obligaciones comunitarias). Pero también cada uno bosqueja el doloroso, visceral y traumático drama de su individualidad y de su presente fracaso (“Una generación de vencidos. Amenazados con la dispersión, la frustración, el miedo”, resume Aldo), inextricable a la consubstancial falta de libertades y de expectativas de un futuro abierto y mejor, a la indigna y humillante pobreza y mediocridad de sus ingresos profesionales con excepción de Eddy, pero por corrupto, y con el detalle de que Aldo, el creyente ideológico del supuesto Hombre Nuevo del supuesto “socialismo científico” (incluso de la supuesta validez de la guerra de Angola), labora en la clandestinidad con materiales robados por otros al Estado (no obstante: lo mismo peca el que mata la vaca, que el que le sostiene la pata); todo ello en el consuetudinario contexto del iluso y vaporoso devenir de la Cuba sovietizada de los años 70 y de las múltiples hambrunas y carencias durante el Período Especial de los años 90 (Xiomara, la entonces esposa de Aldo, en esa época “aprendió a hacer bistecs de cáscaras de toronjas” que “Sabían a mierda”), cuyo culmen es la sorpresiva e inesperada revelación de por qué Amadeo, en 1994, se quedó en España: era acosado y usado como espía y chivato por una tal Gladys, agente del Ministerio de Cultura que le causaba pavor y que lo chantajeaba, les confiesa, por los 500 dólares que le cobró “a un grupo de teatro latino en Nueva York” sin estar autorizado para hacerlo. Y se quedó en Madrid, les revela (aunque cabe la posibilidad de que sí haya soltado la sopa sobre algo puntilloso), para no espiar y delatar lo que hacía y decía el pintor Rafa (proclive a parlotear lo que no debería parlotear), excluido en el 94 de una exposición que se iba a montar en una galería parisina. Lealtad y protección al compinche (eso sí) de la que sólo estaba enterada Ángela, su mujer y amiga del grupo de la azotea, quien enfermó y murió de cáncer mientras él estaba sobreviviendo en Europa. (Algo doloroso que Tania, ignorante de las menudencias madrileñas y del trasfondo del destierro de Amadeo, le recrimina ríspida y colérica una y otra vez.) Intríngulis que está consonancia con la valoración moral y afectiva de la amistad (casi una filosófica entelequia) que Fela les formula al corro, casi jalándoles las orejas por mal portados en la clase de ética y civismo, luego de que viera a Eddy abandonar la azotea hecho un incendiario energúmeno:

   “—¿Qué le hicieron ustedes? —insiste Fela.

   “—Nada, Fela, no te preocupes..., una bobería —dice Tania.

   “—No, él no se hubiera ido por una bobería —dice Fela.

   “Los amigos se miran. La perspicacia e insistencia de la mujer los ha puesto en un aprieto. No encuentran nada que contestar, como niños cogidos en falta.

   “—Está bien, no me digan nada —acepta Fela—. Pero acuérdense de una cosa: si después de todo lo que les ha pasado en la vida, si con lo pesados e insoportables que siempre han sido, se han resistido unos a los otros como cuarenta años..., ¿vale la pena que se disgusten por una bobería, como dicen ustedes?

   “—Mira, vieja... —Aldo trata de explicarse, pero Fela, molesta, sigue como si no lo hubiera oído:

  “—Déjame terminar, que estoy hablando... Que Amadeo esté aquí es lo más importante. La amistad es lo más importante. Eso es un privilegio y..., bueno, ya acabé mi discurso. Me voy a vigilar mis frijoles...”

 

Colección Andanzas s/n, Tusquets Editores
México, 8ª reimpresión, México, febrero de 2022

         Y aquí vale señalar, entre paréntesis, un lapsus pendeji que refulge en el texto, tal negro y brillante frijolillo saltarín en la sopa de letras cubanas; raro bicho infiltrado en el ecosistema del clan, pues según apunta el escritor en la página 668 de Como polvo en el viento (pese a que allí son notorias y relevantes las contradicciones e inconsistencias en vertebrales fechas y sus datos): “Tengo siempre un grupo de lectores que generosamente me ayudan a encontrar los errores, excesos y entusiasmos innecesarios de mis textos.” Cuando Amadeo, Aldo, Rafa y Tania ya llevan un inicial rato parloteando sandeces en la azotea, llega Eddy por primera vez. Es decir, en la página 42 se lee: “por la escalera que da acceso a la azotea, Eddy hace su entrada sonriente”.

   

Fotograma de Regreso a Ítaca (2014)

           Pero luego de haberse largado echando pestes por el áspero cuestionamiento del que fue objeto y por la fuerte discusión que tuvieron, Eddy regresa a la azotea donde los otros cuatro ya están cenando lo cocinado por Fela con la aportación monetaria de Amadeo (quien también puso el vino traído de España); pero no regresa por la escalera, como por lógica debería ser, sino que, se lee en la página 88: “Entonces se abre la puerta y aparece Eddy, otra vez con una bolsa en la mano.”

      Vale aclarar que en la película dirigida por Laurent Cantet esa cena se efectúa en el comedor del interior del departamento donde vive Aldo (con su madre y su hijo) y que Eddy regresa por el interior caminando por unas escaleras y un corto pasillo y entra al comedor cruzando un marco abierto en el que no hay puerta y donde los otros cuatro ya están sentados, cenando y hablando frente a la mesa. No obstante, en el texto del filme antologado en el libro, además de que tampoco hay una puerta que dé acceso a la azotea, la cena se lleva acabo allí mismo en la azotea y no en el interior del departamento. Es decir, en la descripción inicial del escenario, entre las páginas 23 y 24 se lee: “En el centro de la azotea hay una mesa baja con algunas cosas para comer, una botella de ron blanco, una hielera, una botella grande de refresco de cola y otra de agua.” Y en la página 83, donde Tania sirve y Aldo, Amadeo y Rafa han comenzado a probar la cena sin la presencia de Eddy, se lee: “Se escucha ruido de cubiertos y platos. La mesa baja que ha estado en el centro de la azotea se ha convertido en una larga mesa de cenar, gracias a unos soportes de hierro que le dan más altura. Un mantel de hule ahora cubre la madera. La mesa está puesta. En el centro hay una fuente de arroz blanco y otra de malangas hervidas rociadas con mojo, una olla humeante con frijoles negros, una bandeja con lascas de carne de cerdo asada. Cervezas, refrescos, vino tinto español, ron, hielo. También una canasta con rodajas de pan.”

        Quizá el extravío del hilo de la trama que suscitó ese lapsus pendeji (pese al nado sincronizado de las seis manos y las tres cabezas pedaleando en la misma sumergida bicicleta china) se deba a que al inicio de “Vuelta a Ítaca”, en la página 163, de una manera muy teatral la voz narrativa habla de una puerta: “La acción comienza como si alguien —el espectador— se asomara a la puerta de madera que da a la escalera o como si fisgoneara desde otra azotea y viera lo que ocurre con las cinco personas reunidas allí.”

V de VII

Pero regresando a la obra pictórica que Rafa hizo en el 94, este les dice a sus cuatro amiguetes del apocalipsis: “era la que era”. “Me la luché yo solo, cuando más jodido estaba esto aquí. Trabajé como un loco pintando los cuadros que iba a llevar, creo que era lo mejor que había pintado en mi puta vida [...] no era cosa del curador, a él le gustaba mi trabajo. Alguien de más arriba no me quería en esa muestra...” Lo cual fue el inicio, resume y revela, de una constante y cada vez más aguda marginación y exclusión que lo empujó a la depre, al quiebre con su mujer, a la soledad, al alcoholismo y a la pérdida de esa manera de pintar, ahora irrecuperable. Y pudo salir de la bebida, les dice, por el apoyo de la treintañera Karelia, su actual pareja, que lo conectó con un médico y un babalao (quizá comulgante de algún “santo”: ¿Changó? ¿Yemayá? Elegguá? O sea: baila yambó sobre un pie, ¡que te curas!). Y como ella es marchante, puede vender en una galería los cuadros que ahora hace. “Abstraccionismo tropical”, etiqueta Eddy. “Y esa mierda es lo que sigo haciendo”, apostrofa el pintor. “Y lo más jodido es que se vende. Barato, pero se vende [...] Lo que yo hago no es pintura, mancho telas... para ganar dinero... como una puta...”

     

Fotograma de Regreso a Ítaca (2014)

           De esa época creativa del año 94, Aldo preserva “una tela de 1,50 x 2 metros” en la que “dominan los colores oscuros, muy empastados”, donde “se ve algo así como una ciudad en penumbras, arruinada, como la ciudad oscura que los rodea en ese mismo momento” por un súbito apagón. Lienzo que Aldo saca del interior a la azotea en la penumbra del apagón y de unas velas encendidas y que Amadeo recuerda haber visto antes de irse al destierro, cuyos detalles se aprecian mejor al amanecer. Una fascinante reinterpretación de La Habana, se lee, de cuya temática, en “Vuelta Ítaca” donde la expo iba a ser en Roma, dice el artista con su escatológica viperina de coprófago hasta la médula: “Un día miré todo lo que había pintado y me pareció una mierda, una mierda de arriba abajo, a pesar de lo que decían de mí y de las exposiciones que me hacían. Entré en crisis y empecé a pintar cómo yo veía a La Habana de los apagones y la suciedad. Iba a ir a una exposición en Roma, y de pronto, nadie sabe cómo ni por qué, me sacaron de la exposición, del catálogo, de todo. Yo no les dije nada a ustedes porque no quería parecer paranoico, pero a alguien no le cuadró mi trabajo y me tachó con una cruz, ¡dale fuera! Entonces empecé a pintar esas cosas que hago ahora, cuatro brochazos y a cagar... Claro que son una mierda, pero no me busco líos...”

   

Fotograma de Regreso a Ítaca (2014)

           Todo lo cual, en ambos libretos, fue precedido por la cáustica, revulsiva e inesperada revelación de Amadeo: por sus cojones ha decidido quedarse en La Habana y no volver a Madrid, donde tenía hábitat y un salario de profesor, que incluso le permitió hacer turismo en otros países de Europa. Es decir, pudo regresar a Cuba por un permiso oficial (cuya temporalidad no se menciona), pero que implica y conlleva la sugerida probabilidad de que lo metan preso si rebasa el límite (quizá en un gulag tirando a la cárcel de Guantánamo) o lo regresen ipso facto agarrado de las greñas (si las tuviera) y con una sonora patada en el culo: ¡fua! Y ha decidido quedarse porque, les canta (como si también cantara boleros, pero solitario en un vaporoso y evanescente antro cubano donde sólo está él): “yo quiero volver a escribir, quiero sentir que soy escritor”. O sea, en la capital española nunca dejó de ser un extraño visitante: un alien lanzado a otro planeta, un solitario hasta las heces y la mugre de las uñas, y un simple extranjero en busca de empleo, casi un raro y diminuto espécimen caribeño semejante a esos anacrónicos, larvales e infinitesimales insectos de una plaga extraña, fanáticos del juego de pelota y del uniforme de pelotero; que además nunca dejó de sentir nostalgia por la isla perdida en las remotas Antillas, donde tenía esperando a su amada Penélope (su cómplice y fiel confidente de lo más oscuro), tejiendo y destejiendo dentro de un diminuto caracol anclado a una subterránea y ancestral piedra imán, y a los amigos de toda la vida en cuyas voces se reconoce, escucha y siente su propia, intrínseca, indeleble y barriobajera identidad cubana. Y más aún: no fue capaz de aporrear una línea que tuviera sentido para él, que es escritor hasta las cachas y los churritos del culo; y ahora supone y espera que podrá hacerlo, de nuevo, en La Habana. ¿Podrá? ¿Y en dónde va a publicar? ¿En los canales sancionados por el régimen antidemocrático y antilibertario? ¿Y en qué va a emplearse con su mácula de fugado? ¿De matarife de cerdos en una azotea habanera? ¿De clandestino asistente del ingeniero Aldo? ¿De experto en el invento callejero?

VI de VII

Por antonomasia, y sin rascarle nada, el título del libro, de la película y del guion evoca el mítico y legendario regreso de Odiseo (Ulises) a la pequeña isla griega de Ítaca. Pero el escritor Amadeo no es un héroe, sino un antihéroe y para el colmo: microscópico. Y más aún: es una víctima (ídem toda su traumada y frustrada generación) de los designios que tejen y destejen los autoritarios y ubicuos dioses del Olimpo “revolucionario” que, con mano dura, represiva y manipuladora, expolian y gobiernan Cuba desde el 1 de enero de 1959, pasando por el fórceps soviético urdido en 1961 y su pulverización con la caída del Muro de Berlín y de la Unión Soviética, al unísono del torturante racionamiento, de la escases in crescendo, y de la esclerosis económica del Período Especial de los 90.

     

Colección Andanzas núm. 470, Tusquets Editores
Barcelona, marzo de 2002

          En torno a tal fatalidad ontológica (y gnoseológica), y al hecho de que el guion está inspirado en episodios de La novela de mi vida, el libro cierra con un par de fragmentos de esa obra de Leonardo Padura editada en Barcelona, en marzo de 2002, con el número 470 de la Colección Andanzas de Tusquets Editores. El Fragmento 1 se lee en las páginas 36-43 de esa edición príncipe y el Fragmento 2 en las páginas 162-167. En el primero se ve Fernando Terry, profesor de liceo en Madrid, de 48 años, recién llegado a La Habana —tras 18 años de destierro iniciado por el puerto del Mariel en mayo de 1980— reunido con cinco viejos amigos (los Socarrones) en la azotea del vetusto y astroso edificio donde aún vive el poeta Álvaro Almazán. Y en el segundo, los Socarrones son ocho jóvenes, alumnos de la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana; están en la misma azotea, el ámbito de sus particulares e íntimas tertulias literarias y existencialistas, y es la tarde del “23 de octubre de 1974”. Pero, curiosamente, y pese a que todos los caminos llevan a Padura, ningún dedo flamígero antologó el fragmento que cierra esa vertiente narrativa y que corresponde a la noche, a la madrugada y al amanecer en que los viejos Socarrones sobrevivientes y Delfina, en la azotea, despiden al profe Fernando Terry Álvarez bebiendo, fumando y leyendo la copia definitiva de la Tragicomedia cubana (novela teatral), pues ese día es el día de la partida y de su vuelo a España, puesto que concluye el mes de permiso que obtuvo en el consulado cubano en Madrid.

   

Fotograma de Regreso a Ítaca (2014)

            Es decir, ese dramático victimismo que se observa en los personajes reunidos en la azotea en “Regreso a Ítaca”, es semejante al trágico victimismo que Fernando Terry observa en él y en su viejo clan reunido en la azotea hasta al amanecer del día de su partida: “Con la llegada del amanecer el ensalmo se deshizo [el quimérico viaje a la setentera y mítica Isla Perdida, repleta de prohibiciones, a través de la lectura en voz alta de la Tragicomedia cubana] y Fernando pudo sentir cómo los años regresaban a ocupar su sitio irreversible en el destino de los personajes trágicos que les ha tocado vivir: sin voluntad propia, sin expectativas ni futuro discernible, cargados con el fardo de un pasado avasallante, marcado por las frustraciones, las sospechas, las distancias y los resquemores.” Y más aún: tiene “La certeza de que todos ellos han sido personajes construidos en función de un argumento moldeado por designios ajenos, encerrados en los márgenes de un tiempo demasiado preciso y un espacio inconmovible, tan parecido a una hoja de papel, le revela la tragedia irreparable que los atenaza: no han sido más que marionetas guiadas por voluntades superiores, con un destino decretado por la veleidad de los señores de Olimpo, que en su magnificencia apenas les han otorgado el consuelo de ciertas alegrías, poemas cruzados y recuerdos todavía salvables.”

    “¿Siempre ha sido así?, se pregunta entonces [ensimismado Fernando Terry], al recordar las veleidades del destino de José María Heredia, arrastrado por los flujos y reflujos de la historia, el poder y la ambición, atrapado en un torbellino tan compacto que lo llevó a sentir, con apenas veinte años, el signo novelesco que marcaba su existencia. ¿Es posible rebelarse?, se pregunta después, ya por pura retórica, sólo para abrir más la herida, pues sabe que el acto de la rebeldía es el primero que les ha sido negado, radicalmente extirpado de todas sus posibilidades y anhelos. Sólo le queda cumplir su moira, como Ulises enfrentó la suya, aun a su pesar; o como Heredia asumió la suya, hasta el final.”

 VII de VII

Según apunta Leonardo Padura en su memoriosa crónica fechada en Noviembre de 2015, “La decisión final de exhibir Regreso a Ítaca dentro de la programación del Festival de Cine Francés que se celebra anualmente en Cuba fue el resultado de una victoria colectiva de los creadores cubanos, especialmente los cineastas. Y el aplauso que cerró su exhibición, la tarde del 2 de mayo de 2015, constituyó la confirmación de que teníamos razón y de que el arte aún tiene mucho que hacer y decir en una sociedad como la cubana, necesitada de más espacios de confrontación, debate, libertad expresiva.”

            Pero además de los más de mil doscientos espectadores que aplaudieron a rabiar, puestos de pie, el día del estreno en la sala Charles Chaplin, la película, por los callejeros canales de Radio Bemba (bembita y bembón), ya había generado expectativa en la atmósfera habanera, pues según reporta Padura en un pie que se lee en la página 128: “Aunque era el estreno oficial, muchos espectadores cubanos ya habían visto la película, que unos días antes había empezado a circular en el canal de distribución clandestino y alternativo llamado ‘el paquete’. ‘El paquete’ es un compendio de productos audiovisuales, pirateados de las más disímiles plataformas, que semanalmente se prepara y se distribuye (y se vende) a los interesados a través de discos duros externos que el comprador descarga en su computadora personal. Por esta circunstancia no se produjo fuera de la sala de proyección la aglomeración de público que amenazaba producirse por las expectativas creadas por y alrededor de la cinta. ¿Fue obra de la casualidad que la película se distribuyera en ‘el paquete’ justo esa semana?”

            Según dice Padura: “aunque la película ha recibido acusaciones extra artísticas dentro y fuera de Cuba, sobre todo se ha ido convirtiendo en un paradigma, casi un documento, por su capacidad de representar una realidad y época complejas, contradictorias, dramáticas para los que más cerca o más lejos hemos compartido la vida de esa pequeña isla del Caribe a la cual pertenecemos y que, por nacimiento y cultura, nos pertenece...”

           

Leonardo Padura y Laurent Cantet

            Y por lo que sostiene, exultante y celebratorio, la película resulta o semeja una especie de manifiesto de identidad, o una declaración de principios idiosincrásicos y ontológicos: “lo singular del caso es que Laurent Cantet, siendo francés, ha hecho una película profundamente cubana y, además, visceral y necesaria: porque creo que pocas veces (me atrevo a escribirlo, y asumo las posibles reacciones), de un modo profundo y adolorido, se han mostrado en el cine los dramas existenciales y materiales de una generación de cubanos que, viviendo en la isla o dispersos por el mundo, nos revelamos hoy como los actores y sobrevivientes de una experiencia traumática que la historia, el destino, la política y la geografía nos han hecho vivir por el solo hecho de haber nacido y vivido en el país que el destino nos deparó. El país donde muchos de nosotros insistimos en seguir viviendo, creando, trabajando, porque como dice el personaje de Amadeo: ‘Este también es mi país... ¡Mi-pa-ís, coño!’ ‘Mi casa.’ La casa de todos los cubanos.”

       Circunstancia vital que el maltratado pintor Rafa comparte y reitera en “Vuelta a Ítaca”, cuando concede que Amadeo tendría que tener la consustancial libertad y el consustancial e inapelable derecho de irse de Cuba y regresar sin mayor problema en el instante en que él lo decida: “Total, alguna vez uno de nosotros tiene que poder hacer lo que quiere hacer. Tú te quedaste [en Madrid] porque te dio la gana, bien; y ahora quieres volver, pues p’alante también. Sí, qué coño, esta mierda también es tu país... Nos hemos pasado la puta vida haciendo lo que otros nos dijeron que teníamos que hacer...”

            A modo de corolario, vale apuntar que, como tributo y festejo del séptimo arte, las cinco partes que integran el libro están rotuladas como si se tratase de las secuencias de una película: “Secuencia 1: Rodar en Ítaca” (el prefacio del cineasta); “Secuencia 2: Regreso a Ítaca” (el argumento novelado del guion); “Secuencia 3: Todos los caminos conducen a Ítaca” (la crónica memoriosa de Leonardo Padura, dividida en siete partes rotuladas escenas); “Secuencia 4: Vuelta a Ítaca” (el texto del corto que nunca se rodó y que fue la base del guion del filme Retour à Itaque); y “Secuencia 5: La novela de mi vida” (el par de fragmentos de esa obra que inspiró y originó el modelo para armar y montar en la pantalla grande, o sea: el jueguecito de afinidades electivas y cinéfilas).

 

Leonardo Padura y Laurent Cantet, Regreso a Ítaca. Colección Andanzas núm. 881, Tusquets Editores. México, julio de 2016. 208 pp.

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Trailer de 7 días en La Habana (2012).

Trailer de Regreso a Ítaca (2014).

California dreamin’, The Mamas & The Papas

sábado, 13 de abril de 2024

Misterioso asesinato en casa de Cervantes

El dinero no conoce patria ni religión

I de II
Misterioso asesinato en casa de Cervantes, novela del español Juan Eslava Galán (Arjona, Jaén, marzo 7 de 1948), obtuvo en España el Premio Primavera de Novela 2015, convocado por Espasa (editorial del Grupo Planeta) y Ámbito Cultural de El Corte Inglés. Se trata de un lúdico, festivo, erótico e hilarante homenaje a don Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), el autor del inmortal don Quijote en sus dos vertientes: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605) y El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (1615); más de La Galatea (1585), de las Novelas ejemplares (1613) y de Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617).
Supuesto retrato de Miguel de Cervantes Saavedra
atribuido a Juan de Jáuregui
  Los comentaristas y prologuistas de la obra central de Cervantes suelen aludir —palabras más, palabras menos— un aciago y borroso incidente ocurrido la noche del 27 de junio de 1605 al pie de la casa donde en Valladolid vivía el escritor con su familia. Jean Canavaggio, por ejemplo, en el “Resumen cronológico de la vida de Cervantes” incluido en el volumen Don Quijote de la Mancha (Crítica, 2001) —“Edición de Francisco Rico con la colaboración de Joaquín Forradellas”— escuetamente dice: “1605 [...] El 27 de junio en Valladolid, es testigo del proceso de la muerte de don Gaspar de Ezpeleta, herido de muerte a las puertas de su casa. Sus hermanas y su hija vienen a ser blanco de malintencionadas insinuaciones de una vecina. El 29 del mismo mes, el juez Villarroel lo hace detener con los suyos, para luego soltarlos el 1 de julio.” Mientras que Martín de Riquer, en “Cervantes y el ‘Quijote’” —su ensayo urdido para la Edición del IV Centenario de Don Quijote de la Mancha, editada en 2004 por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española— apunta: “La noche del 27 de junio de 1605 es herido mortalmente por un desconocido, ante la puerta de la casa del escritor, el caballero navarro don Gaspar de Ezpeleta. El propio Cervantes acudió a auxiliarle, pero a los dos días un arbitrario juez, para favorecer a un escribano que tenía motivos para odiar a Ezpeleta y que por lo tanto quería desviar de sí toda sospecha, ordena la detención de todos los vecinos de la casa, entre ellos Cervantes y parte de su familia. El encarcelamiento debió de durar un sólo día; pero en las declaraciones del proceso sobre el caso queda suspecta la moralidad del hogar del escritor, en el cual entraban caballeros de noche y de día. Vivían con Cervantes su mujer, sus hermanas Andrea y Magdalena, Constanza, hija natural de Andrea, e Isabel, hija natural del escritor. En Valladolid las llamaban, despectivamente, ‘las Cervantas’; y en el proceso, entre otras cosas, se descubren amores irregulares de Isabel con un portugués.” Y César Vidal, en su Enciclopedia del Quijote (Planeta, 1999), bosqueja: “El 27 de junio de 1605 se produjo un episodio que resultaría especialmente desagradable para Cervantes y su familia, que ahora estaba formada por su esposa Catalina, sus hermanas Andrea y Magdalena, su hija Isabel, su sobrina Constanza y una criada. Hacia las once de la noche, uno de los vecinos de la casa en que vivía Cervantes oyó un ruido en la calle. Al bajar con un hermano suyo se encontró a un hombre herido, con la espada desenvainada. Cervantes se despertó también y entre él y sus dos vecinos ayudaron al hombre a subir a la casa de estos últimos. El herido era don Gaspar de Ezpeleta, un caballero de la Orden de Santiago, al que Góngora se refirió en una de sus poesías. Interrogado Ezpeleta por dos jueces y un magistrado, manifestó que mientras paseaba por la calle un transeúnte le había insultado terminando ambos por batirse. El 29 de junio Ezpeleta expiró sin haber declarado nada más aunque todo hacía pensar que el duelo había sido ocasionado por los devaneos que el fallecido mantenía con una mujer casada a su vez con un hombre influyente. El magistrado no deseaba crearse problemas con los poderosos pero tampoco podía permitirse el dar la sensación de que era pasivo en su función. Optó así por intentar demostrar que la casa donde vivía Cervantes era un nido de vicio. Tras interrogar durante la noche del 27 de junio y la mañana del 28 a Cervantes, a su familia y a buena parte de los vecinos de su casa y de las cercanas, el 29, sin ningún tipo de pruebas, ordenó que se encarcelara al escritor, a Andrea, Isabel, Constanza y algunos vecinos de los que uno de ellos ni siquiera estaba en la noche de autos en el inmueble. La supuesta razón era que las visitas masculinas recibidas en aquella vivienda no eran honorables. Una vez en prisión, los cuatro magistrados que tomaron declaración a los detenidos quedaron convencidos de su inocencia y el 1 de julio los pusieron en libertad. Sin embargo la cuestión distaba de quedar zanjada. A Cervantes se le fijó una fianza y a las mujeres de la casa se les conminó a permanecer en la misma bajo arresto.”  

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605)

II de II
Si bien la trama de Misterioso asesinato en casa de Cervantes implica cierto acopio documental y bibliográfico y por ende tiene algo de palimpsesto, es, ante todo y al unísono, una aventura del lenguaje y una novela de intriga de índole fantástica. Se desarrolla en 41 capítulos breves, cuyos largos rótulos cervantinos evocan y remiten directamente a Don Quijote (el 2, por ejemplo, canturrea: “En el que se da noticia de la ilustre ciudad de Valladolid, corte de las Españas, así como de la visita del pesquisidor a la duquesa de Arjona en hábito femenil”), más un “Apéndice”, un Dramatis Personae, y la concisa y vaga “Bibliografía”. El cronista omnisciente y ubicuo, que es la voz narrativa, suele aludir a los supuestos “cronistas de esta verdadera historia”; el cual narra con una sintaxis y un vocabulario arcaizante, es decir, salpimentado de fórmulas barrocas y palabras antiguas y poco usuales, frases hechas y modismos remotos y añejos o de su propio cuño, con lo que vierte el sonoro matiz y la eufonía de que se lee y se oye el habla de la época de Cervantes, con su implícita idiosincrasia, atavismos, costumbres, usos, tradiciones y prejuicios imperantes, inextricables a las vestimentas, a las armas, a las monedas corrientes, a todo tipo de utensilios domésticos y laborales, a los hábitos culinarios, taberneros y sexuales, y a la descripción geográfica y urbanística y de los espacios interiores.
Felipe III (c. 1601)
Retrato de Juan Pantoja de la Cruz
Museo de Historia del Arte de Viena
  Hace tres años, persuadido por el poderoso duque de Lerma, el rey Felipe III mudó la corte a Valladolid. Y desde allí, donde reside el epicentro del reino y del imperio español, doña Teresa, la duquesa de Arjona, hace venir de Sevilla a la joven Dorotea de Osuna para que en calidad de pesquisidora indague el asesinato de Gaspar de Ezpeleta, quien fue herido, en un pleito de armas blancas, “pasadas las once de la noche del lunes veintisiete de junio de este año de 1605”, frente a la casa de don Miguel de Cervantes ubicada “en la calle del Rastro de los Carneros”, quien por tal presunta causa fue hecho preso por “el alcalde y juez de casa y corte, don Cristóbal de Villarroel”, junto a las Cervantas y a otras vecinas y vecinos residentes en el mismo inmueble. El objetivo de la indagatoria es restituirles la libertad y la honorabilidad, a don Miguel y a los suyos, despejando el intríngulis del crimen, “pues don Gaspar de Ezpeleta falleció a las seis de la mañana del día veintinueve, miércoles, sin decir palabra alguna que esclareciera su muerte”.

Primera edición impresa en México
Julio de 2015
(Ámbito Cultural/Espasa/Planeta Mexicana)
  De esto se tiene noticia poco después de iniciada la lectura de la obra, junto al hecho de que doña Dorotea de Osuna, para moverse por el mundo y realizar sus pesquisas, oscila entre tal identidad y el masculino disfraz de don Teodoro de Anuso. Esto preludia y signa lo mucho que la novela tiene de farsa y ópera bufa, pues aunado al transparente anagrama que ostenta el nombre de tal caballero andante, su disfraz de caballero pudiente no podría ocultar la feminidad de su voz y la feminidad de su naturaleza física, dado que se trata de una bella, frágil y seductora joven de unos treinta años, a quien hay que verle “los pies blancos y delicados” al lavárselos en “una jofaina de agua fresca del pozo” de la venta de Palomares y desnuda por completo tras instalarse en la casa que la duquesa de Arjona le brinda de posada en el corazón de Valladolid: “Ido el muchacho [el mozuelo Dieguillo], el caballero cerró la puerta con la retranca y yendo al patinillo sacó agua del pozo hasta llenar la pileta. Con esto se despojó de la ropa y apareció la bellísima y hermosa joven que en realidad era, doña Dorotea de Osuna, la cual andaba por el mundo en hábito de hombre cuando sus negocios aconsejaban ocultar su naturaleza femenina. Soltó la redecilla en la que recogía el cabello debajo del chambergo y se desprendió en cascada una melena castaña que casi le alcanzaba la cintura. La lavó con yema de huevo y vinagre y, tras asearse del polvo del camino las otras partes del cuerpo con gran placer, pues era de mucho deleite el agua fresca del pozo en tan grandes calores, salió de la pileta tan bella y limpia como Venus de la concha.”

Tal es así, que Dieguillo, quien es “un rapazuelo de quince o dieciséis años”, al verla salir bañada y oronda en atuendo de mujer le declara: “Ay, señora, que no me parece sino que estoy viendo a una santa hermosa de las que pintan para los altares. Con traje de hombre no parecíais tan bella.” Paradójicamente menos perspicaz, Chiquiznaque, un desarrapado ladrón y curtido asesino a sueldo, cree que doña Dorotea es hermana de don Teodoro de Anuso, quien le parece “un pisaverde amujerado, para mí que marica”, dice. De ahí que Franz Dahlmann, un alabardero del rey de origen alemán, alto, guapetón y corpulento, pero sodomita pasivo, al ver “la belleza de don Teodoro”, lo cree “de su misma inclinación”.
Don Quijote y Sancho Panza
Ilustración de Picasso
  Disfrazada del flamante y pudiente caballero andante, doña Dorotea de Osuna viaja a caballo de Sevilla a Valladolid; de modo que en el íncipit de la novela se lee: “Viernes primero de agosto, pasada la hora de las grandes calores, cuando el sol declina y las sombras se alargan, un joven caballero de gentil talle descabalgó en el patio empedrado de la venta de Palomares, a una legua de Valladolid.” Tal inicio reporta e implica —aunado a lo que se narra a continuación— que ya pasó un mes desde la muerte de Ezpeleta y de la subsiguiente prisión de Cervantes y de las Cervantas; pero páginas adelante, ante el desconcierto del lector y la contradicción de lo narrado, ya no transcurre agosto de 1605, como en rigor debería ser, sino que se está a principios de julio de ese año, según se cuenta en el primer párrafo del capítulo 16: “Seis de julio, don Miguel y sus hermanas, las Cervantas, junto con las otras mujeres de la casa encerradas en ella por cárcel particular, elevaron una instancia a la autoridad alegando que ‘en cosa ninguna, como a vuesa señoría es notorio, no tienen culpa, por lo cual suplicaban se les alzase la carcelería soltándolos libremente’.”

Tal lapsus temporal reduce el tiempo del encierro de Cervantes y los suyos en la cárcel real (donde Dorotea de Osuna lo visita y oye por primera vez sus doctas palabras de viva voz) y su cambio por la prisión domiciliaria, gracias al soborno que la duquesa de Arjona paga al alcalde Villarroel. De ahí que resulte congruente que la duquesa le haya dicho a Dorotea el día de su llegada: “no hay más justicia que la que compras”, lo cual es indicio de la corrupción que prolifera por doquier y por ende Cervantes, preso en su casa del Rastro de los Carneros, le sentencia a Dorotea: “La vileza, el abuso y el mal gobierno son, señora, manzanas podridas que malogran las sanas, por eso esta España que las consiente nunca levanta cabeza”. Definitoria y crónica descomposición social que bulle y abunda al unísono de la vida disoluta, de las persignadas imposturas, de las iglesias y conventos, de los garitos y prostíbulos, de los nobles ricos y empobrecidos, vividores y holgazanes, de los cofrades de Caco y de los asesinatos por encargo, de las muchedumbres de pordioseros y menesterosos, de vagabundos, desempleados y pícaros, de las sanguinarias venganzas entre españoles, y de las intrigas nobiliarias y palaciegas e internacionales que a la postre son las que explican el trasfondo del asesinato de don Gaspar de Ezpeleta y su oculta doble identidad y el hecho de que el crimen haya ocurrido precisamente frente a la casa de don Miguel de Cervantes Saavedra.
La visión de don Quijote
Ilustración de Goya
  Es decir, aunque a priori no lo parece y la mayoría rumore y suponga que a Ezpeleta lo mataron por una venganza de cuernos (tenía fama de conquistador de solteras y casadas), detrás de tal asesinato operó una ambiciosa conjura expansionista, monetaria y política para asesinar a don Carlos Hobard, conde de Hontinghan y almirante británico, quien en su investidura de embajador de Jacobo I, rey de Inglaterra e Irlanda y rey de Escocia y señor de las Islas, recién estuvo de visita en Valladolid para “la firma de paces entre España e Inglaterra”, y para “las celebraciones por el nacimiento del primer hijo varón de su majestad Felipe III”, cuyo desmesurado derroche vació las arcas del reino en detrimento, sobre todo, de los más pobres y necesitados. Con el asesinato del embajador inglés, dos veces trunco de una manera chusca e hilarante, se pretendía provocar una nueva guerra entre España e Inglaterra, que luego derivaría en la derrota del debilitado imperio español y por ende en la toma y apoderamiento de su territorio en el Viejo Continente y de las jugosas y valiosísimas riquezas del Nuevo Mundo. 

Vale subrayar que doña Dorotea de Osuna, en su papel de pesquisidora, ya vestida de dama o disfrazada de caballero andante, no resulta muy ducha, sino una detective aficionada y sin mucha experiencia vital y deductiva, cuyos razonamientos, inferencias y actos son complementados o matizados por la duquesa de Arjona. No obstante, para lograr sus fines no duda en el trabajo sucio o en saltarse las reglas; por ejemplo, contrata al valentón Chiquiznaque para aterrorizar y hacer confesar a Muzio Malatesta, “el maestro de esgrima que tiene abierta una academia en San Leandro”, quien, por un pago, fue el espadachín que dejó a Ezpeleta herido de muerte. Y para robar la carta que Muzio Malatesta debió robarle a Ezpeleta tras asesinarlo, planea y realiza, con el apoyo logístico de la duquesa de Arjona y la participación del valentón Chiquiznaque, del adolescente Dieguillo y del anciano Ambrosio —ambos criados de la duquesa— el nocturno y peliagudo asalto a “la Casa del Cerrojo, un palacio de la calle Renedo, cerca de la Puerta de la Pólvora, donde tiene sus oficinas y almacenes” don Renzo Grimaldo, quien según le informa la duquesa a Dorotea, “Es el cónsul de Génova en la corte, un hombre enredador en todos los apaños. Y rico hasta decir basta. Además de su propio peculio, administra los empréstitos que los banqueros genoveses conceden a la Corona y a los ricoshombres que no lo son tanto. Según dicen, la mitad de los dineros que vienen de las Indias se van a sus bolsillos, en pago de intereses atrasados.” 
El duque de Lerma (c. 1600)
Retrato de Juan Pantoja de la Cruz
  Ahora que si bien, gracias a la estrategia del asalto y al rudo Chiquiznaque, logran sustraer la carta ensangrentada y otros papeles en clave que Renzo Grimaldo guardaba en un cofre fuerte, Dorotea de Osuna, con la ayuda de la duquesa de Arjona, no consigue descifrar la misiva ni logra desembrollar ni entender todos los hilos de la madeja. Es entonces cuando un servidor del todopoderoso duque de Lerma, “Don Juan Velázquez de Velasco, espía mayor de la corte y superintendente general de las inteligencias secretas”, envía una dueña y un regio carruaje al palacio de la duquesa para que doña Dorotea de Osuna se entreviste con él “en la quinta de Su Majestad”. En su despacho, Velasco le revela que la espía desde que llegó a Valladolid y que ha seguido los pasos y actos de su doble identidad y por ello está enterado de todo lo que ha hecho para aclarar el asesinato de Ezpeleta con el fin de limpiar el prestigio de Cervantes y de las Cervantas. En tal conversación, Velasco, que también es un entusiasta lector de las aventuras de don Quijote, le pide la carta ensangrentada y los otros papeles en clave, que ella acuerda darle, y le explica y le narra todos los pormenores internacionales, españoles, militares y mercantiles que subyacieron en el asesinato de don Gaspar de Ezpeleta y en el intento de difamar y ensuciar el nombre y la honorabilidad del escritor y su familia.

Juan Eslava Galán
  Junto a los episodios eróticos y licenciosos, a las risibles leperadas y maldiciones del valentón Chiquiznaque, a las anécdotas jocosas y escatológicas, a la sarcástica y crítica caricatura de la beata Isabel de Ayala —la principal difamadora de Cervantes y de las Cervantas—, a la reivindicación educativa y libertaria de la mujer que hace don Miguel, pero también su sobrina Constanza de Ovando y Dorotea de Osuna —quienes se hacen amigas por coincidir en edad, en gustos, soltería e ideas—, Misterioso asesinato en casa de Cervantes también tiene matices y volutas de narración popular, de arquetípico cuento de hadas; por ejemplo, cuando se narra el fasto y la pompa de la boda del hijo del banquero Simón Sauli con la hija natural del rico mercader Jerónimo Brizzi de Menchaca, la cual se celebra en el vetusto palacio del duque de Frías, en cuyo banquete y baile de gallardas y pavanas sólo faltó la Cenicienta con sus zapatillas de cristal y el regio carruaje que su hada madrina hizo presente tras tocar con su varita mágica unos ratones y una calabaza. Lo cual se refrenda en el “Apéndice”, cuando doña Andrea de Cervantes, hermana del escritor, “aderezada con su corpiño de las fiestas, su saya de raso y su toca sevillana”, va al palacio de la duquesa de Arjona, para entregarle a ésta y a doña Dorotea de Osuna, unas almendras garrapiñadas y unos justillos bordados, como una forma de agradecerles todos los favores. Según cuenta la voz narrativa:

“Doña Andrea no halló el palacio. Recorrió dos veces la manzana detrás de la Plaza Mayor, pero en lugar de la entrada blasonada y el balcón con hachones en forma de dragón que había visto hacía tan solo unos días, cuando visitó a la duquesa, solo encontró las carcomidas bardas del huerto de Santiago con dos añosos cipreses asomando por encima. Preguntó a varios transeúntes por el palacio de los duques de Arjona y ninguno le supo dar razón.
“‘Parece cosa de encantamiento’, se dijo.”



Juan Eslava Galán, Misterioso asesinato en casa de Cervantes. Ámbito Cultural/Espasa/Editorial Planeta Mexicana. 1ª edición impresa en México, julio de 2015. 284 pp.  
 

La vuelta de tuerca

 ¡Y todos tan contentos!

En “diciembre de 1996”, con el número 8 de Clásicos para Hoy, colección editada por la Dirección General de Publicaciones del CONACULTA, se publicó, en la Ciudad de México, La vuelta de tuerca, la traducción que Sergio Pitol hizo de The Turn of the Screw, la celebérrima novela corta del narrador norteamericano Henry James (1843-1916), precedida por una “Presentación” de Carlos Bonfil. Y en “agosto de 2007”, sin ningún prefacio, inició, con el número 1, la colección Sergio Pitol Traductor, editada en Xalapa por la Universidad Veracruzana. Tal serie, “en marzo de 2016”, llegó al número 20 con Crimen premeditado y otros cuentos, título antológico de Witold Gombrowicz. Y en ella Sergio Pitol ha publicado otras dos novelas de Henry James traducidas por él: con el número 16, Washington Square, datada en el colofón “en agosto de 2010”; y con el número 18, Los papeles de Aspern, fechada en el colofón “en agosto de 2012”.
Colección Sergio Pitol Traductor núm. 1
UV/CONACULTA, 2ª ed., México, febrero de 2011
          Coeditada por la UV y la DGP del CONACULTA, en “febrero de 2011” apareció la segunda edición de La vuelta de tuerca en la serie Sergio Pitol Traductor, con un tiraje de nueve mil ejemplares, “más sobrantes para reposición”. Si bien en la cuarta de forros se dice que 1898 es el año de su publicación, en ninguna parte del libro se acredita de qué edición en inglés tradujo el autor de Adicción a los ingleses. Vida y obra de diez novelistas (Lectorum, 2002). Cosa muy distinta ocurre en Vuelta de tuerca, la edición traducida, anotada, recamada y prologada por Juan Antonio Molina Foix, impresa por primera vez en 2004, en Madrid, por Ediciones Cátedra, con el número 372 de la serie Letras Universales, cuya tercera edición data de 2009; la cual resulta, hoy por hoy (pese a alguno que otro yerro y algún error), la versión en español más ambiciosa, informativa y documentada (incluso con una breve iconografía y filmografía). No obstante, vale subrayarlo, con sus ineludibles variantes y diferencias ambas traducciones son excelentes y sugestivas, y, si se quiere, se complementan.

 Colección Letras Universales núm. 372
Ediciones Cátedra, 3ª ed., Madrid, 2009
         Molina Foix apunta que “James acabó de escribir Vuelta de tuerca a finales de noviembre de 1897”. “Que el nuevo director de Collier´s Weekly le había pedido un cuento de ocho a diez mil palabras para el siguiente número navideño, y el relato creció más y más (como era habitual en él) hasta convertirse en una nouvelle que serializó en doce episodios”. Así, “Durante el mes de diciembre James corrigió pruebas y la primera entrega apareció en Estados Unidos el 27 de enero de 1898” y la última en “abril de 1898”. “Simultáneamente depositó una edición del libro en el British Museum para asegurarse el copyright en Inglaterra, pero no llegó a publicarse. Las planchas de esta edición, que contenían el texto completo, se utilizarían más tarde para la primera edición inglesa (Heinemann) de The Two Magics, que incluía a continuación otra historia larga, Covering End, y apareció en octubre de aquel mismo año seguida inmediatamente de otra edición estadounidense (Macmillan).”

“Para estas nuevas ediciones James introdujo algunos cambios [...] Así pues, técnicamente, en 1898 hubo tres ediciones pero sólo dos versiones.” Pero “Las mayores revisiones aparecieron en la llamada edición de Nueva York, que publicó en dicha ciudad Charles Scribner’s Sons en 1908.” “Además [James] incluyó un largo prefacio” del que Molina Foix en su postrero “Apéndice II” tradujo un “extracto”. 
Se entiende, entonces, que “la llamada edición de Nueva York”, y las precedentes, han sido consultas y utilizadas para varias ediciones críticas y canónicas en inglés (semejantes a la edición crítica que el profesor Robert Kimbrough publicó en 1966 en la Universidad de Wisconsin), mismas que Molina Foix consultó y empleó para su ensayo preliminar, para las notas y su traducción de Vuelta de tuerca.
Estreno en Venecia (1954) de The Turn of the Screw, ópera
de Benjamin Britten basada en la novela de Henry James.
(Acto II, escena 8: en primer plano David Hemmings)
Foto en Vuelta de tuerca (2009)
        A estas alturas del siglo XXI, The Turn of the Screw es, quizá, la obra más leída y reeditada de Henry James, la más adaptada al teatro, al cine y a la televisión (pero también a la ópera), la más traducida y sujeta a múltiples lecturas, ensayos e interpretaciones que conforman una basta, laberíntica y polémica biblioteca. De ahí que esto evoque el aserto de Borges sobre Henry James y su obra (que se lee en su prólogo a “La lección del maestro”, “La vida privada” y “La figura en la alfombra”, cuentos de James que integran el número 42 de la serie Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, libro publicado en Madrid, en 1985, por Hyspamérica): “A diferencia de Conrad o Dickens, no fue un creador de caracteres; creó situaciones deliberadamente ambiguas y complejas, capaces de indefinidas y casi infinitas lecturas. Sus libros, sus muchos libros, han sido escritos para la morosa delectación del análisis.”  

   
Henry James
Retrato de John Singer Sargent (1913)
National Portrait Gallery, Londres
        La vuelta de tuerca
traducida por Sergio Pitol se divide en un proemio sin título y veinticuatro capítulos numerados con romanos. En ese prefacio la voz narrativa, alter ego de Henry James, es la de un hombre que ha transcrito, “muchos años más tarde” y para los anónimos lectores (que son generaciones y generaciones), el viejo y vahído manuscrito que antes de morir le enviara una institutriz a su amigo Douglas, ya fallecido, quien a su vez antes de morir se lo entregó a él. Ese narrador (alter ego de Henry James) dice haber oído, leída en varias sesiones por Douglas, la infausta y horrible historia escrita por la institutriz, cuya “elegante claridad” de voz “parecía comunicar al oído la belleza de la caligrafía de la autora”. Por entonces, el narrador, con un grupo de festivas y bromistas personas, se hallaba en una residencia campestre cercana a Londres dispuestos a escuchar y a regocijarse, alrededor del fuego, con una historia “en vísperas de Navidad”. Douglas les dijo que esa atractiva mujer, muerta “hace veinte años”, también fue institutriz de su hermana; que era diez años mayor que él; que la conoció un verano al regresar de Oxford para sus “segundas vacaciones”, por ende se infiere que Douglas era entonces un adolescente internado en el Trinity College de Oxford (“Yo estaba en Oxford”, dice en la traducción de Pitol; mientras que en la traducción de Molina Foix declara: “Yo estaba en el Trinity”). Y fue en ese período cuando ella le contó a Douglas la historia que años después le enviaría escrita en “un álbum delgado, de estilo antiguo y tapas de un rojo desvanecido”; que él preservó en una gaveta (bajo llave) en su casa de Londres y que hizo traer ex profeso para ser leída ante ese “pequeño círculo”. Según el narrador (alter ego de Henry James), la institutriz tenía veinte años cuando vivió su historia y era “la más joven de varias hijas de un párroco rural” (“una tímida y oscura muchacha salida de una vicaría de Hampshire”, que no obstante tiene sus doctas lecturas). Y un anuncio y la “breve correspondencia con el anunciante” fue lo que la llevó a una regia “casa de Harley Street”, en Londres, donde un caballero (riquísimo, apuesto, elegante y soltero) la contrató, por un jugoso sueldo, para que se hiciera cargo de la educación de sus dos pequeños sobrinos (huérfanos de padres muertos en la India), instalados por el tío en “su residencia campestre, una antigua mansión en Essex”. Allí la joven aya tendrá “la autoridad suprema”, el auxilio del ama de llaves (la señora Grose) y de la servidumbre. Pero la misteriosa prohibición, inalterable e irrevocable (como en un cuento de hadas), es que por ningún motivo debe molestarlo. Ella debe resolver absolutamente todo.
   
Fotograma de The Innocents (GB, 1961)
Filme dirigido por Jack Clayton, basado en
The Turn of the Screw
Guión de Truman Capote, William Archibald y John Mortimer
Actores:
Deborah Kerr, Michel Redgrave, Pamela Franklin y Martin Stephens
Imagen en Vuelta de tuerca (2009)
        Es así que la historia que el desocupado lector lee en los siguientes XXIV capítulos, repleta de insinuaciones, sobreentendidos, elipsis, zonas oscuras y controvertidas, equívocos y ambigüedades (susceptibles de diversas e interminables interpretaciones), y de infalibles vueltas de tuerca, es nada menos que la transcripción del manuscrito de la institutriz hecha por el narrador (alter ego de Henry James), las páginas donde ella narra su punto de vista. En este sentido, Borges, en su prólogo a Los amigos de los amigos (número 23 de La Biblioteca de Babel, libro publicado por Siruela en 1986, en Madrid, que además del cuento que le da título contiene otros tres relatos de Henry James: “La vida privada”, “Owen Wingrave” y “La humillación de los Northmore”), sigue diciendo: “Fue un insuperado maestro de la ambigüedad y de la indecisión, tan cotidianas hoy en el arte. Antes de James, el novelista era un ser omnisciente, que penetraba hasta en los sueños del alba, que el hombre olvida al despertar. Partiendo, acaso sin saberlo, de la novela epistolar del siglo XVIII, James descubre el punto de vista, el hecho de que la fábula se narra a través de un observador, que puede y suele ser falible. Este observador define a los otros, pero, sin darse cuenta, está definiéndose. Los lectores de James se ven obligados a una continua y lúcida suspicacia que, a veces, constituye un deleite y otras su desesperación. El texto puede falsear los hechos, o no entenderlos, o sencillamente mentir.” 
   
Lamb House, casa de Henry James en Rye, Sussex
Foto en Vuelta de tuerca (2009)
        La historia de horrorosísimos y silenciosos fantasmas que aparecen y desaparecen —que evoca, matiza y comenta la institutriz—, ocurrió hace mucho tiempo en esa antigua casona alejada del pueblo, que posee un parque propio, ambientación victoriana, “habitaciones vacías”, “oscuros corredores”, “escaleras crujientes”, y dos torres con almenas (características de la arquitectura neogótica), que al principio le parece “la visión de un castillo de novela, habitado por un hada color de rosa, de un lugar con todo el colorido de los libros de historias fantásticas”. Y se sucedió entre junio y noviembre de un año quizá de mediados de siglo XIX, pues en el capítulo IX dice que “Había en Bly [el nombre de la residencia] una habitación llena de libros antiguos, novelas del siglo pasado, alguna de las cuales conocía de oídas”; y “que el libro que tenía en la mano era Amelia, de Henry Fielding”, del que según la nota de Juan Antonio Molina Foix es la “Última novela de Henry Fielding (1707-1754), publicada en 1751”. 
   
Vestíbulo de Lamb House
Foto de Alvin Langdon Coburn en
Vuelta de tuerca (2009)
        Ya sea que lo invente por una insondable maleficencia o que lo alucine por un tipo de psicosis (o por una mezcla de ambas cosas) —¿o acaso se trata de una inescrutable e inefable posesión demoníaca?—, la institutriz dice ver ciertas apariciones y desapariciones de los fantasmas de Peter Quint y de la señorita Jessel, cuyos nombres, detalles físicos (ambos eran hermosos) y supuesta concupiscencia, maldad y perversidad (e implícita y tácita lascivia) elabora con sus palabras y supuestos y condimenta con lo que le informa y aporta la señora Grose. Es decir, la señora Grose (quien otrora fue doncella de la madre del tío) es brutalmente analfabeta y cree en la presencia de los malignos fantasmas, pero no los ve; y al parecer se deja inducir, asustar y sugestionar por lo que le dice y le puntualiza la joven aya, quien suele conjeturar, adjetivar y mentir sobre las apariciones y sus presuntos maléficos objetivos. Pero la señora Grose, como si le echara fuego al fuego, además de darle los nombres, es quien le dice que la señorita Jessel era la anterior institutriz (“una dama”) y Peter Quint un empleado de menor rango (“atrozmente plebeyo”), que sostenían una cuestionable relación (se infiere que erótica y clandestina), que murieron en extrañas circunstancias (él al parecer en un accidente ocurrido durante una alcoholizada parranda o quizá asesinado), y que “Ambos eran infames”, malvados, sin escrúpulos, capaces de cualquier cosa, sobre todo Peter Quint, quien solía pasar mucho tiempo con el niño, y etcétera, etcétera, como la alharaquienta lengua viperina de la chiquilla: “dice cada cosa”; “cosas que rebasan todo límite, algo inconcebible en una niña. No sé dónde pudo haberlo aprendido.” O el supuesto hecho de que “Miles puede ser malo” y que para ella “no es un niño”.
 
Deborah Kerr
Fotograma de The Innocents (GB, 1961)
Imagen en Vuelta de tuerca (2009)
       El primer fantasma que ve la institutriz se le aparece, según narra, en lo alto de la torre vieja, mientras ella, una tarde, pasea por el jardín de la residencia. Al respecto, al principio del capítulo IV dice: “No se me puede culpar de que no esperara más en aquella ocasión, pues permanecí tan firmemente plantada en el suelo como estremecida. ¿Existía un secreto en Bly... quizá un familiar inmencionable recluido en un insospechado confinamiento? No puedo decir cuánto tiempo permanecí en aquel lugar asaltada por una mezcla de curiosidad y temor; sólo recuerdo que cuando volví a la casa era ya noche cerrada. La agitación se había apoderado de mí, pues debí de caminar cerca de tres millas dando vueltas alrededor.” Pero el caso es que esa pregunta que se hace la institutriz en la traducción de Molina Foix se lee así: “¿Había un ‘secreto’ en Bly... un misterio como el de Udolfo o un familiar loco, del que no se podía hablar, que estaba recluido en un lugar desconocido?” En cuyo inicio de su correspondiente nota dice Molina Foix: “En la célebre novela gótica de Ann Radcliffe The Mysteries of Udolpho (1794), la heroína, una virtuosa doncella huérfana, perseguida y ultrajada por un cruel villano, huye de un tenebroso castillo en los Apeninos para caer en otro no menos siniestro, repleto de portentos y horrores, de los que sólo se librará al esclarecer finalmente un secreto que estaba envuelto en el misterio de su nacimiento. En Jane Eyre [novela de Charlotte Brontë publicada en 1847], la heroína es una institutriz huérfana que se enamora de su siniestro y sarcástico patrón y, cuando están a punto de casarse, descubre que éste oculta a su esposa, loca de atar, en el piso superior de su mansión.”


Fotograma de The Innocents (GB, 1961)
Imagen en Vuelta de tuerca (2009)
     Flora, la niña, tiene ocho años; y Miles, el niño, es un poco mayor. Ambos son bellísimos, angelicales, principescos, con un encanto consubstancial y una conducta casi bien portada e irreprochable, e incluso son cultos, si se piensa en el oído para la música que tiene él (toca el piano) y en las representaciones teatrales a las que suelen jugar (“personajes de Shakespeare”, por ejemplo), pese a que la niña al principio (¡oh contradicción!) todavía hace elementales ejercicios de caligrafía. Y casi al inicio del arribo de la institutriz, Miles llega del internado escolar para pasar las vacaciones del verano. Pero el oscuro y enigmático meollo es que una carta del colegio informa que el niño ha sido expulsado. Las causas de la perentoria expulsión nunca llegan a conocerse; pero las hipótesis y las calenturientas cavilaciones de la institutriz y las maledicentes afirmaciones de la señora Grose en torno a que “Miles puede ser malo” y a que Peter Quint “lo echaba a perder” (¿lujuriosamente?), hacen suponer, a priori, que Miles dijo o hizo algo reprobable, soez e inmoral (quizá lascivo), si es que la expulsión no encubre una perniciosa calumnia o una especie de intolerante mojigatería puritana o de bullying parecido al acoso que sufre Pinocho cuando en la escuela, en su afán de dejar de ser un muñeco de madera y de convertirse en niño, estudia y se porta bien.
   
Ingrid Bergman
Fotograma de The Turn of the Screw (EU, 1959).
Episodio de la serie de TV Ford Star Time, escrito por
James Costigan, dirigido por John Frankenheimer y
protagonizado por Ingrid Bergman.
Imagen en Vuelta de tuerca (2009)
      Según lo que formula la institutriz (con hipótesis e infundios), los horrorosos espectros: el de Peter Quint y el de la señorita Jessel, reflejan y translucen perversidad y maldad, características que, según la señora Grose, tenían en vida. Peter Quint, supuestamente, busca y se le aparece a Miles. Y la señorita Jessel busca y se le aparece a Flora, quien, según dice la institutriz, finge, ante ella, no advertir la presencia de la aparición cuando está próxima. Y, según dictamina, además de que el cometido final de los espectros es apoderarse de los niños y destruirlos, constantemente se aparecen y están con ellos. “Por amor a toda la maldad que, en aquellos días terribles, la pareja inculcó en ellos. Y para jugar con ellos y con esa maldad, para preservar su obra demoníaca. Es por eso que vuelven.” Dice. Y conjetura (o inventa) que los chiquillos, entre sí, cuchichean y hablan en secreto de las apariciones. La vuelta de tuerca de esto es el hecho, incontestable, de que los escuincles no ven tales fantasmas; y que éstos, por ser los espíritus de Peter Quint y de la señorita Jessel, que están muertos y enterrados, les resultan espeluznantes y sumamente aterradores. El terrorífico episodio que le corresponde a Flora (quien grita y se aleja ipso facto de la institutriz y cae enferma) implica que no quiera volver a verla ni hablar con ella, y que la señora Grose se vea persuadida y moralmente obligada a llevársela con prisa de allí (rumbo a la casa del tío en Londres). Mientras que el patético, horrorosísimo e indeleble episodio que le corresponde a Miles, pese a su inteligencia y precoz suspicacia, culmina con un pavoroso colapso que le corta la vida en un tris. 



Fotograma de The Turn of the Screw (EU, 1959)
Imagen en Vuelta de tuerca (2009)




Henry James, La vuelta de tuerca. Traducción del inglés al español de Sergio Pitol. Colección Sergio Pitol Traductor núm. 1, UV/CONACULTA. 2ª edición. México, febrero de 2011. 160 pp.
Henry James, Vuelta de tuerca. Edición, ensayo, notas y traducción del inglés al español de Juan Antonio Molina Foix. Iconografía en blanco y negro. Colección Letras Universales núm. 372, Ediciones Cátedra. 3ª edición. Madrid, 2009. 304 pp. 


Los papeles de Aspern

Sólo la cuchara conoce el fondo de la olla

Un estadounidense y decimonónico crítico e historiador literario radicado en Londres es el punto de vista, la voz narrativa de Los papeles de Aspern, novela corta de Henry James (1843-1916), escrita en inglés (salpimentada con vocablos extranjeros), publicada por entregas en 1888, en Boston, en la revista The Atlantic Monthly. Celebérrima obra (a estas alturas del siglo XXI una especie de anacrónico, obsolescente, melodramático, sucinto y artificial culebrón), ha sido varias veces adaptada al cine (en 1947 con somnífera y fallida fortuna). Y traducida al español por Sergio Pitol, fue editada en Xalapa, en 2012, por la Universidad Veracruzana, con el número 18 de la colección Sergio Pitol Traductor. 
Colección Sergio Pitol Traductor número 18
Universidad Veracruzana, Xalapa, agosto de 2012
  Por alguna imprecisa razón y dirigiéndose a alguien igualmente impreciso, el crítico literario, quien nunca dice su nombre verdadero ni el falso, evoca, confiesa, narra y comenta las aciagas, ampulosas y retóricas peripecias otrora vividas en su afán por conseguir las cartas que Jeffrey Aspern —excelso poeta norteamericano de corta vida (ya fallecido)—, que en su juventud le enviara a Juliana Bordereau, entonces joven y bella y con cautivadores y magnéticos ojos (quizá de basilisca encantadora de víboras); musa, “esencialmente americana”, de “algunos de los poemas más exquisitos y famosos de Aspern”. El crítico literario, con obra publicada, se considera un especialista en la vida y la poesía de Jeffrey Aspern, a quien sitúa apenas por debajo de Shakespeare. La noticia de que Juliana Bordereau, anciana y solterona, subsiste oculta en un vetusto palacio en Venecia, en compañía de su sobrina, hizo que él y su colega John Cumnor se pusieran en contacto con ellas, desde Londres, a través de un par de cartas enviadas por éste, con el fin de observar los papeles, y luego escribir y publicar un desconocido episodio de la biografía de Jeffrey Aspern. La negativa, redactada por Tita, la sobrina, fue áspera y contundente: “La señorita Bordereau le había pedido que le escribiera para decirle que no lograba imaginarse qué pretendía al importunarlas. No poseían papel alguno del señor Aspern y, en caso de tenerlos, no tenían la menor intención de mostrárselos a nadie, cualesquiera que fuesen las circunstancias.”    

Fotograma de The Lost Moment (1947),
película dirigida por Martin Gabel,
basada en Los papeles de Aspern (1888),
novela de Henry James.
  Así que ya en Venecia, apoyándose con informes, el comadreo, los chismes y cuentos de la señora Prest en torno a las señoritas Bordereau (“poco respetables americanas”, “tienen fama de brujas”, “no pedían favores ni solicitaban atención alguna”), el crítico pone manos a la obra en su plan de asedio y asalto para apropiarse de los papeles de Aspern. “La hipocresía y la falsedad son mis únicas armas”, le pregona a la señora Prest su declaración de principios, quien le sugiere el caballo de Troya para infiltrarse en el ruinoso palacio: “Sencillamente pídales que lo admitan en calidad de inquilino”. Así que el crítico, dispuesto a enamorar a la sobrina (según le dijo, cantarín, a la señora Prest), se presenta con una tarjeta de visita con un nombre falso e inventa que, para realizar ciertos estudios literarios, está ansioso por rentar unas habitaciones de ese palacio, pero que colinden con el descuidado pero magnífico jardín, que él está dispuesto a transformarlo en un lugar repleto de flores (casi un pequeño remedo del Jardín del Edén). La decrépita pero lúcida Juliana Bordereau fija la renta mensual en mil francos en oro (contantes y sonantes), cantidad que, dice el crítico, es enorme y le serviría para rentar durante un año alguno de los antiguos palacios que abundan en “los canales no céntricos” de Venecia (quizá habitados por fantasmas evanescentes o por algún horripilante y laberíntico fantasma de la Ópera). “Le pagaría con el rostro sonriente lo que me pedía [dice], pero en ese caso tendría la compensación de extraer los papeles gratuitamente.” Así que al día siguiente regresa al palacio para entregarle tres mil francos en oro, por tres meses de renta, precisamente dentro de “un saco de gamuza de dimensiones respetables” que le proporcionó su banquero. 

Dividida en nueve capítulos, en Los papeles de Aspern no escasea el suspense, los detalles inesperados y los giros sorpresivos. La estancia del crítico en el palacio de las señoritas Bordereau inicia un día de abril y se prolonga unos cuantos meses; seis, al parecer. Tiempo que se sucede “en plena mitad del siglo XIX, la época de los periódicos, los telegramas, las fotografías y los entrevistadores”. No obstante, el período que evoca el crítico relativo a la leyenda que vivió Jeffrey Aspern con Juliana Bordereau en los años veinte del siglo XIX parece muy remoto: “Allá por 1825 había corrido el rumor de que ‘la había tratado mal’, igual que habían corrido rumores de que ‘había despachado’, como dice el populacho en Londres, a varias damas ‘con la misma cuchara’.” De ahí que diga sobre la achacosa, autoritaria, sarcástica e iracunda anciana que parece no levantarse por sí misma de la silla de ruedas y nunca descubrir su rostro ni sus ojos: “Revoloteaba en torno a su nombre un aroma de indómita pasión, una insinuación de que no había sido siempre una joven estrictamente respetable.”
Durante esa breve estancia en el ruinoso palacio de las señoritas Bordereau el crítico muestra indicios de poseer alguna fortuna: sin trabajar en ningún sitio, dizque se entrega a sus estudios literarios en el rincón elegido y preparado ex profeso en el jardín, y tiene a su disposición, pagados por su bolsillo, un sirviente, una góndola, un gondolero, y el jardinero llevado por él; pero también, pese a “su banquero”, dice no ser rico y se queja de que está agotando sus recursos. Así que cuando la anciana Bordereau le pide por adelantado la renta por otros seis meses (seis mil francos en monedas de oro), él sólo, le responde, puede pagar un mes y por ende ella, colérica, pensará si acepta tal escueto compromiso o no. 
Fotograma de The Lost Moment (1947)
  Así como el crítico no puede verle los ojos a Juliana Bordereau porque siempre los oculta “con una horrorosa visera verde que hacía el efecto de una máscara”, a esas alturas de su estancia es obvia la codicia de la anciana: él, como persona, no le importa o le importa muy poco, y al unísono busca apropiarse de todo el oro posible del crítico (para acumularlo y coleccionarlo) y heredárselo a su sobrina Tita Bordereau, ya entrada en años, y, al parecer, muy poco agraciada. Pero además, semejante a una Celestina y alcahueta, pretende que entre el crítico y su sobrina medie un amistoso galanteo (y quizá un romántico enamoramiento) que, dados los implícitos prejuicios y atavismos, tendría que dirigirse a las cuatro paredes del matrimonio. (Incluso, como toda una chismosa casamentera de vecindario, sin ningún respeto por su sobrina y él, y como si éstos fueran un par de escuincles de manita sudada, le pregunta de qué habló con su sobrina el día que salieron a pasear en góndola por sugerencia de la propia tía. “¿Por qué no saca a pasear alguna vez a esta muchacha y le muestra la ciudad?”, le dijo al crítico; y a Tita: “Sal con él y sírvele de cicerone”.) Pero el intríngulis que obstaculiza el probable romance y el ineludible casorio es que el crítico no experimenta ninguna atracción por la añosa sobrina (incluso llega a expresarse de ella con mucho desprecio: “una ridícula y patética vieja provinciana”). Y pese a que a la señora Prest le anunció, dándoselas de donjuán, que enamoraría a la sobrina, él, si bien en el palacio, con mentiras, hipocresía, lisonjas y buenos modales, busca engatusarla para posesionarse de los papeles de Aspern, no intenta enamorarla; no obstante, ella sí, tristemente, se enamora de él. 

Fotograma de The Lost Moment (1947)
  Tita Bordereau es un personaje lastimero, infeliz, lacrimoso y patético. “Nosotras carecemos de vida”, le confiesa al crítico. “Ahora no somos nada”. “No hay ningún placer en esta casa”. Y además de tontorrona, es decir, pánfila y anodina (semejante a un huevo sin sal) y sin un grumo de malicia ni perspicacia (incluso sobre las menudencias pecuniarias), su vida y su individualidad están totalmente anuladas y plegadas a las órdenes y caprichos de su altanera tía, quien con descaro y falta de respeto la minusvalúa y pone en ridículo delante del crítico. “Eres muy ignorante”, le sorraja frente a éste, que es un extraño recién llegado. Y enseguida le reporta sobre su sobrina, tal si fuera una rascuache perrita caniche del octavo día que a veces se orina en su falda: “Tuvo una buena educación de joven. Yo misma me ocupé de ella.” “Pero desde entonces no ha aprendido nada.” Sin embargo, pese a lo nauseabundo del yugo, a las heces del cicateo viperino y del infalible menosprecio, al parecer hay entre ambas un muto y largo apego con cierto cariño filial, pero inextricable al añejo y mórbido dominio y a la perentoria tiranía que la tía ejerce sobre su sobrina. Es decir, se atisba en el oscuro meollo una maloliente interdependencia sadomasoquista. De ahí el desaseo, el desorden y la mugre que pulula en la alcoba de la anciana Juliana Bordereau, siempre con la cama “tan mal hecha”: “La habitación estaba terriblemente revuelta: parecía el camerín de una vieja actriz; había vestidos colgados sobre el respaldo de las sillas; aquí y allá podían verse bultos de ropa de bastante mal aspecto y varias cajas de cartón, enormes y descoloridas, que hubiesen podido tener cincuenta años de antigüedad, apiladas en un rincón.” “A ella le gusta vivir así”, le dice Tita al crítico. E incluyendo a la pelirroja y joven sirvienta añade: “no nos permite mover nada. Algunas de esas cajas las ha tenido consigo más de la mayor parte de su vida.”

Fotograma de The Lost Moment (1947)
  El crítico literario codicia los papeles de Aspern (y podría robarlos si supiera dónde están y salir corriendo de allí e implícitamente glorificar su nombre con ellos) y Juliana Bordereau codicia el oro de él (por su valor monetario y por su rancio fetichismo, pero también para heredárselo a su sobrina). Y Tita Bordereau, tras el fallecimiento de su tía y con sus tres dedos de frente, codicia el amor del crítico para ella sola (y por lo siglos de los siglos). Es decir, Tita, tras la muerte y entierro de Juliana Bordereau, con ceremonia católica, posee los papeles de Jeffrey Aspern y podría, desprendida, dárselos al crítico y desobedecer así las irrevocables órdenes de su tía (quien intentó quemarlos), tal y como le entrega el pequeño (pero valioso) retrato oval de Jeffrey Aspern que guardaba y atesoraba su tía (sin que la sobrina lo supiera ni lo hubiera visto nunca). Pero sólo está dispuesta a darle los papeles de Aspern (y todo el resto, lo que quiera, el enorme palacio, su cuerpo, su vida) si él le pide su mano, no para lucirla y conservarla en una pecera, sino para casarse con ella y con todo lo demás. Los papeles de Aspern son, entonces, su moneda de cambio (o compra) para obtener lo que codicia con lagrimones en el rostro y el corazón hecho añicos y puntiagudas esquirlas. Ante la negativa de él (“¡No resultaría, no resultaría!”), y cuando tenso y nervioso se ha marchado por allí (para luego regresar pensando en enajenar su vida: “¿Por qué no, después de todo? ¿Por qué no?”), Tita quema los papeles en el fuego de la cocina y signa así su decisión de que él se vaya de inmediato del palacio y su deseo de no volver a verlo nunca más por el resto de sus días.

(Lectorum, 2002)
        En su ensayo sobre Los papeles de Aspern, firmado en “Budapest, diciembre de 1977”, que Sergio Pitol compiló en su libro Adicción a los ingleses. Vida y obra de diez novelistas (Lectorum, 2002), se lee sobre la simiente de la novela: “En el cuaderno de notas de James existe una anotación de enero de 1887. Acaba de enterarse de que hasta hacía poco vivía en Florencia, al lado de una sobrina de más de cincuenta años, una señora que había sido amante de Byron y posteriormente de Shelley, y que había vivido hasta ser casi centenaria. Un tal capitán Sillsbee, gran admirador de Shelley, se enteró de que la anciana poseía cartas de su ídolo y decidió vivir como arrendatario suyo con la esperanza de apoderarse de ellas. Fue el germen del relato. Aunque en Los papeles de Aspern, todos los personajes, el poeta muerto, las señoritas Bordereau, tía y sobrina, el literato que desea conseguir los papeles son norteamericanos, la figura de Aspern recupera muchos rasgos de Byron.”



Henry James, Los papeles de Aspern. Traducción del inglés al español de Sergio Pitol. Colección Sergio Pitol Traductor núm. 18, Universidad Veracruzana. Xalapa, agosto de 2012. 146 pp.


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