sábado, 26 de abril de 2014

Del amor y otros demonios



 Entre efluvios, sueños y pestilencias:
la historia de los dos que soñaron

Vieja, legendaria y consabida es la afirmación del colombiano Gabriel García Márquez (Aracataca, marzo 6 de 1927-México, abril 17 de 2014)) de que la realidad de América Latina y del Caribe va más lejos que la imaginación humana, que es mejor escritor que los propios escritores. Así, Gabriel García Márquez, en Estocolmo, Suecia, dijo en su discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura 1982: “Nuestro destino, y tal vez nuestra gloria, es tratar de imitarla con humildad, y lo mejor que nos sea posible.” En este sentido, y como para no reñir con otra de sus célebres sentencias: “No hay en mis novelas una línea que no esté basada en la realidad”, Del amor y otros demonios (Diana, 1994) empieza con un prólogo que Gabriel García Márquez firma y fecha con su nombre en “Cartagena de Indias, 1994”. Apunta allí que el 26 de octubre de 1949, trabajando de reportero, fue a buscar una noticia en el acto de exhumación de las criptas del antiguo convento de Santa Clara, dado que sería derrumbado para construir en ese lugar un hotel de cinco estrellas. Una “lápida saltó en pedazos al primer golpe de la piocha, y una cabellera viva de un color de cobre intenso se derramó fuera de la cripta”, “medía veintidós metros con once centímetros” y tenía un promedio de 200 años. Estos datos, unidos a la leyenda que según él de niño le contaba su abuela materna (Tranquilina Iguarán Cotes) sobre “una marquesita de doce años cuya cabellera le arrastraba como una cola de novia, que había muerto del mal de rabia por el mordisco de un perro, y era venerada en los pueblos del Caribe por sus muchos milagros”, fueron, dice, el origen de su noticia y de la presente novela. Pero ¿quién le puede creer al pie de la letra a este sofista y prestidigitador fuera de serie?
Tranquilina Iguarán Cotes (1863-1947)
Abuela materna de Gabriel García Márquez
      La novela Del amor y otros demonios se ubica en la antigua Cartagena de Indias, frente al Mar Caribe, a mediados del siglo XVIII. Empieza con el mordisco que un perro con el mal de rabia le da a Sierva María de Todos los Ángeles, niña de doce años e hija única del marqués de Casalduero. Ante el prólogo, quizá el lector espere asistir a su conversión en santa y a algunos de sus milagros. No es exactamente así, pese a que Dominga de Adviento (la esclava negra que la educó en el patio de los esclavos, la que juró ante sus santos que “la niña no se cortaría el cabello hasta su noche de bodas”) haya pronosticado: “¡Será santa!” Sin embargo, la novela concluye en el instante en que su conversión en una niña santa y milagrosa no resultaría extraña, sobre todo entre los esclavos y comunidades negras.
(Diana, México, 1994)
      Del amor y otros demonios es un título elocuente. Todas las venas y órganos amorosos se hallan corrompidos, por lo que se puede decir que el amor es un efluvio demoníaco que infesta todo. Esta mórbida atmósfera, casi siempre fantasmal, supura y repta entre el abandono y las ruinas de los antiguos edificios, entre la pobreza de los criollos y europeos venidos a menos y entre la miseria de los alegres arrabales negros, en la exuberancia de la naturaleza, de los vicios y desenfrenos sexuales, y en las diversas y abundantes formas de la locura, de la soledad y de la incomunicación. El obispo de la diócesis y las enterradas vivas del convento de Santa Clara, son herederos del desprecio y los resentimientos que engendró una antigua guerra entre franciscanos y clarisas. No sólo las monjas de clausura, sino todo lo que tiene el rancio hedor del catolicismo se halla amortajado y envilecido por los prejuicios y supersticiones de las creencias y prácticas sadomasoquistas, cuyo máximo flagelo es el Santo Oficio, que prohibe libros y enjuicia, tortura y lleva a la hoguera a dizque endemoniados, que pueden ser curanderos, dementes o los mordidos por un perro con rabia. Los padres de Sierva María de Todos los Ángeles nunca la amaron. Sólo el marqués de Casalduero empezó a quererla después del mordisco; pero al principio solamente se le acerca por y con el miedo a que la peste del mal de rabia también haga presa de él.
Gabriel García Márquez
   El marqués de Casalduero nunca pudo cultivar el amor: a los 20 años de edad se enamora de Dulce Olivia, una loca de la Divina Pastora, el manicomio de junto a su casona, pero no se atreve a unirse a ella. Dulce Olivia, siempre desamorada, con el paso del tiempo se convierte en un fantasma nocturno que se aparece en casa del marqués cuando éste menos se lo espera. Para protegerse de sus fobias, el marqués de Casalduero acepta que su padre lo case con “la heredera de un grande de España”: doña Olalla de Mendoza; pero esta mujer con honorables virtudes muere chamuscada por un rayo. Con Bernarda Cabrera, la madre de Sierva María de Todos los Ángeles, se casó a los 52 años, no por amor, sino para no enfrentarse al arcabuz del indio Cabrera, progenitor de Bernarda. Esta mujer es otro bicho no menos repugnante y endemoniado: en realidad, confabulada con su padre, el indio Cabrera, dispuso una trampa para casarse con el marqués de Casalduero. Bernarda nunca amó al marqués. Su delirio sexual fue un negro proxeneta y vicioso de bíblico y elocuente nombre: Judas Iscariote; y cuando lo matan a sillazos en un baretucho, Bernarda se dedica a fornicar con todo tipo de esclavos y esclavas, hasta que la melancolía la convierte en una devoradora insaciable de tabletas de cacao y de miel fermentada, abandona sus turbios negocios, engorda, enferma por siempre jamás y emite sonoras y fétidas flatulencias. 
   Hay otros personajes no menos pintorescos, como Sagunta, la curandera loca, que dizque posee las llaves de San Huberto, patrono de los cazadores y salvador de los arrabiados. Y Abrenuncio de Sa Pereira Cao, el médico portugués, erudito y solterón, cuyo proverbio sobre el amor no es menos triste que las anteriores vidas para nada ejemplares; según el médico portugués, el amor es un sentimiento contra natura, que condena “a dos desconocidos a una dependencia mezquina e insalubre, tanto más efímera cuanto más intensa”.
     El obispo de la diócesis, los atavismos religiosos y las supersticiones populares suponen que el demonio puede “adoptar la apariencia de una enfermedad para introducirse en un cuerpo inocente”. El mal de rabia es una de tantas. Así, ante la fiebre, las convulsiones y las obscenidades que Sierva María de Todos los Ángeles profiere en yoruba, congo y mandinga, el obispo De Cáceres y Virtudes deduce que se trata de una posesión demoníaca y ordena que la encierren en el convento de Santa Clara y que el padre Cayetano Delaura se haga cargo del exorcismo. 
Garcilaso de la Vega
   El padre Cayetano Delaura, de 36 años, piensa que su progenitor desciende de Garcilaso de la Vega. Políglota y erudito, el padre Delaura tenía 23 años cuando el obispo lo oyó por primera vez en Salamanca y entonces pensó que era “uno de esos raros valores que adornaban la cristiandad de su tiempo”. El padre Delaura fundó y es bibliotecario de la biblioteca de la diócesis, que llegó a contarse “entre las mejores de las Indias”. Se encuentra, nada menos, que en “la lista de tres candidatos al cargo de custodio del fondo sefardita en la biblioteca del Vaticano”. Su dignidad de lector lo hace estar cerca del obispo De Cáceres y Virtudes y fungir como su vicario. Y aunque su especialidad es la teología y aspira a convertirse en ángel, acepta el papel de exorcista de la niña Sierva María de Todos los Ángeles. 
  Sin embargo, el destino del padre Cayetano Delaura está cifrado en una serie de sueños (de índole borgesiana) y de premoniciones, como son los sonetos de amor de Garcilaso de la Vega, que lee y sabe de memoria, al derecho y al revés. Al tratar de demostrar que la niña no está poseída ni tiene rabia, el padre Delaura es presa del demonio del amor, que en él es una fiebre incontrolable, una locura que lo hace olvidarse de sí mismo, una enfermedad equivalente a la lepra.
Samuel Taylor Coleridge
       “Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor  como prueba de que había estado allí y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces qué?”, reza el fragmento del inglés Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) que inmortalizó el argentino Jorge Luis Borges (1899-1986). Y más adelante agrega Borges en el mismo ensayo reunido en su libro Otras inquisiciones (Sur, 1952), donde el citado pasaje le sirve de leitmotiv: “Detrás de la invención de Coleridge está la general y antigua invención de las generaciones de amantes que pidieron como prueba una flor.” Así, el padre Cayetano Delaura, sentado ante el mesón de trabajo de la biblioteca, en el que hay “un florero con un clavel podrido”, mientras lee los sonetos de amor de Garcilaso durante toda la noche, siempre pensando en la niña, se queda dormido sobre el mesón y la ve venir “con la bata de reclusa y la cabellera de fuego vivo sobre los hombros”; ella “tiró el clavel viejo y puso un ramo de gardenias recién nacidas en el florero del mesón”. El padre Delaura le dice un verso de Garcilaso, cierra los ojos y los vuelve a abrir, la visión se ha desvanecido, “pero la biblioteca estaba saturada por el rastro de sus gardenias”. Ante tal intensidad odorífera y erógena equivalente a la ambrosía, quizá el padre Delaura se hubiera reconocido en la esencia de las siguientes palabras (pese a la supuesta índole herética) que se leen en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, cuento que Borges incluyó en su libro El jardín de senderos que se bifurcan (Sur, 1941): “En una noche del Islam que se llama la Noche de las Noches se abren de par en par las secretas puertas del cielo y es más dulce el agua de los cántaros; si esas puertas se abrieran, no sentiría lo que esa tarde sentí.” 
Jorge Luis Borges
       El otro sueño el padre Delaura lo tiene antes de conocer a la niña Sierva María de Todos los Ángeles. La sueña tal como es, “sentada frente a la ventana de un campo nevado, arrancando y comiéndose una por una las uvas de un racimo que tenía en el regazo. Cada uva que arrancaba retoñaba en seguida en el racimo.” Era evidente que “llevaba muchos años frente a aquella ventana infinita tratando de terminar el racimo, y que no tenía prisa, porque sabía que en la última uva estaba la muerte.” 
  Más adelante, cuando el sacerdote y la niña ya son amigos, Sierva María le platica un sueño que resulta ser el mismo que el padre Delaura tuvo. Sobra decir, entonces, que ambos fueron poseídos por el mismo demonio, que se abandonaron a la pureza de sus mieles oníricas, que en los momentos de éxtasis se decían los versos de Garcilaso, los intercambiaban y trastocaban hasta el cansancio. El padre Delaura, para introducirse a la celda del convento donde la tenían presa y atada, cruzaba un túnel y escalaba un alto muro que lo hacía sangrar. Y si se hubiera acordado del largo pelo de Rapunzel, la niña de doce años que en el cuento de los hermanos Grimm, para hacer subir a su príncipe azul a la habitación donde se halla encarcelada, lanza sus cabellos desde el único ventanuco de una altísima torre que no tiene puerta ni escalera y que además se encuentra en medio del profundo bosque, quizá el padre Delaura, mientras trepaba feliz el muro, habría parafraseado, recitado y repetido: “Sierva María, Sierva María/ deja tus cabellos caer”. 
   Sin embargo, el padre Delaura termina en un juicio en la plaza pública que lo condena a servir, por un oscuro favor, de enfermero entre los leprosos, buscando siempre que la lepra se apodere de su muerte en vida. La niña Sierva María de Todos los Ángeles, por su parte, sola en las torturas del exorcismo, decide morir de amor. La niña, intencionadamente, vuelve a soñar el sueño de las uvas, “pero esta vez no las arrancaba una por una, sino de dos en dos, sin respirar apenas por las ansias de ganarle al racimo hasta la última uva”.
     Pese a lo triste y melancólico de la historia, Del amor y otros demonios es, sobre todo, una novela placentera repleta de una retórica y una erudición signada por calificativos y nombres propios igualmente floridos, por un estilo aforístico y lapidario que matiza la forma de hablar de los personajes, y por las infalibles anécdotas maravillosas e insólitas que caracterizan la mágica prosa garciamarquina.
(La Oveja Negra/Diana, México, 1982)
Cabe recordar, a modo de apéndice y ya encarrerado el gato en cuanto a libres y arbitrarias asociaciones que suscita e implica la epifanía de una inasible y evanescente flor celestial y sus efluvios aromáticos, lo relativo a las flores amarillas que, afirma Gabriel García Márquez, siempre hay en la casa que habita en cualquier rincón del mundo, según se lee en El olor de la guayaba (Diana, 1982), el libro de crónicas biográficas y entrevistas que Plinio Apuleyo Mendoza le hizo a Gabriel García Márquez meses antes de la noticia del Premio Nobel. Dice Gabo: “Mientras haya flores amarillas nada malo puede ocurrirme. Para estar seguro necesito tener flores amarillas (de preferencia rosas amarillas) o estar rodeado de mujeres.” De ahí que Mercedes Barcha Pardo, su mujer desde el 21 de marzo de 1958, siempre ponga en su escritorio una rosa amarilla: “Siempre. Me ha ocurrido muchas veces estar trabajando sin resultado; nada sale, rompo una hoja de papel tras otra. Entonces vuelvo a mirar hacia el florero y descubro la causa: la rosa no está. Pego un grito, me traen la flor y todo empieza a salir bien.” 
Gabriel García Márquez la noche en que recibió el Premio Nobel de Literatura 1982
   De ahí que en Estocolmo, Suecia, ante el Rey y la Reina y “las cámaras de televisión de 52 países” proyectando por todo el globo terráqueo la imagen de Gabriel García Márquez, éste asistió a la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura “vestido de blanco liqui-liqui de algodón” y con una rosa amarilla en la mano, semejante a las rosas amarillas que entre los cientos de desconocidos y celebridades que había en los palcos, los amigos de Gabo (entre ellos Plinio Apuleyo Mendoza) lucían en las solapas del frac (algunos rentados “por doscientas coronas en una sastrería de Estocolmo”), mismas que Mercedes Barcha les entregó a cada uno en calidad de amuleto de la buena suerte. 


Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha Pardo


Gabriel García Márquez, Del amor y otros demonios. Diana. México, abril de 1994. 208 pp.



       Enlace a Del amor y otros demonios (2009), película dirigida por Hilda Hidalgo basada en la novela homónima de Gabriel García Márquez




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