viernes, 18 de abril de 2014

Gabriel García Márquez. Una vida


       
Yo seré lo que tú digas que soy

Dividido en tres partes y veinticuatro capítulos (más la iconografía en blanco y negro, los “Agradecimientos”, los “Mapas”, el “Prefacio”, el “Prólogo”, el “Epílogo”, los “Árboles genealógicos”, las “Notas”, la “Bibliografía”, las “Referencias de las ilustraciones y los textos citados” y el “Índice alfabético”), el volumen Gabriel García Márquez. Una vida, del británico Gerald Martin (Londres, 1944), apareció en octubre de 2009 impreso en Colombia por Debate, traducido al español por Eugenia Vázquez Nacarino, puesto que en 2008 la primera edición en inglés fue impresa en Inglaterra por Bloomsbury Publishing Plc.
Gabriel García Márquez. Una vida
(Debate, Colombia, 2009)
Todo indica que se trata de la biografía más gruesa, ladrillesca y ambiciosa escrita hasta el momento sobre la ascendencia, la vida, la obra y el itinerario ideológico y político del colombiano Gabriel García Márquez [Aracataca, marzo 6 de 1927-México, abril 17 de 2014], el celebérrimo autor de Cien años de soledad (Sudamericana, Buenos Aires, 1967), Premio Nobel de Literatura 1982.
Según Gerald Martin trabajó en ella durante diecisiete años. Sus marcos temporales parten del siglo XIX (con alusiones relativas a la época prehispánica, a la Conquista y a la Colonia) y llega hasta el año 2007, precisamente en el contexto de la celebración en Cartagena de Indias, Colombia, del IV Congreso Internacional de la Lengua Española, cuando el 26 de marzo le fue entregado el primer ejemplar (de un millón) de la Edición Conmemorativa de Cien años de soledad, editada por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española.
Si tal es un episodio feliz en la trascendencia de la obra de García Márquez, esbozado en torno a la dramática e íntima esfera de su declive personal y creativo (a partir del cáncer que le diagnosticaron en enero de 1999 y de la esporádica y paulatina pérdida de la memoria), en el volumen descuellan otros dos episodios apoteósicos, más exultantes y novelescos por las minucias y por el hecho de haber ocurrido en el mediodía de la vida y la salud del personaje. Uno es lo que atañe a la noticia y a la recepción del Premio Nobel en 1982 (dizque Borges fue de los primeros en felicitarlo, lo cual quizá no sea cierto). El otro es todo lo que concierne a la magia que se fue gestando al escribirla y al boom que suscitó la aparición de Cien años de soledad en 1967, capítulos que abarcan la mayor parte del volumen, pues el génesis de la novela (no sólo lo relativo a su escritura, entre 1965 y 1966, en el estudio de la casa que los García Márquez rentaban en el barrio de San Ángel, en la Ciudad de México) se remonta a sus ancestros y a su genealogía y a todo lo vivido y narrado por Gabo con anterioridad. 
Gerald Martin apunta, en el “Prefacio” y en el “Epílogo”, que en 2006 Gabo públicamente dijo que él era su “biógrafo oficial”. Quizá esto significa que, con tal espaldarazo, se considera el biógrafo canónico, el apapachado, el cómplice, el de la última e inapelable palabra. 
Sin embargo, todo sugiere que esto último no puede ser así. Pues si bien Gabo, en septiembre de 1993, en su casa en el Pedral de San Ángel, le dijo que “todo el mundo tiene tres vidas: la pública, la privada y la secreta” (por ende se negó a revelarle detalles del amour fou vivido con la española Tachia Quintana, en París, en 1956), y que “Yo seré lo que tú digas que soy”, su biografía resulta parcial en numerosos aspectos y subjetiva en otros tantos, muy matizada con sus propias interpretaciones y juicios, tan arbitrarios y discutibles como cuando Álvaro Mutis, en su nota preliminar incluida en la susodicha Edición Conmemorativa de Cien años de soledad, declara categórico: “Sigo pensando que su obra más acabada y perfecta es El coronel no tiene quien le escriba; la que se considera su obra prima” (sic).
En este sentido, Gerald Martin, por ejemplo, con su particular glosa e idiosincrasia, interpreta y sopesa en un grado superlativo el cuento “Los funerales de la Mamá Grande” (homónimo del libro editado en Xalapa por la UV en 1962) y la novela El otoño del patriarca (1975), a la cual, incluso, glorifica a la altura de Cien años de soledad.
 Gabriel García Márquez y Fidel Castro convaleciente en La Habana, en 2007,
poco antes de que Gabo viajara a Cartagena de Indias para los festejos de su
       80 aniversario, donde le entregarían el ejemplar número uno de la
Edición Conmemorativa de Cien años de soledad
Otro aspecto no menos controvertido (pero más intrincado, farragoso, parcial y fragmentario) es todo lo que concierne al ideario socialista y de izquierdas de Gabo (y su viraje hacia la derecha en los años 90) y al itinerario de sus posicionamientos políticos ante ciertos sucesos y entornos (ya en Colombia, la URSS, Europa, Cuba, México, Latinoamérica, España, Angola, Vietnam, etcétera) o frente a ciertos hombres del poder (Omar Torrijos, Felipe González, François Mitterrand, Carlos Salinas de Gortari, Vicente Fox, Bill Clinton, etcétera), descollando en ello su largo vínculo con el dictador cubano Fidel Castro. Si Gerald Martin yerra cuando dice que Simón Bolívar “es el político más destacado de América Latina” (p. 537), no es menos falaz y demagogo al apuntar: “Cuando escribió El general en su laberinto [1989], García Márquez mantenía desde hacía tiempo una estrecha relación con Fidel Castro, un indudable candidato de excepción para ocupar el segundo puesto —después de Bolívar— en la lista de los grandes hombres de América Latina. Aunque sólo sea por su longevidad política —casi medio siglo en el poder—, el récord de Fidel Castro está fuera de toda duda. Y Fidel, me dijo García Márquez en una ocasión, es ‘un rey’” (p. 531).
Vale decir, entonces, que ineludiblemente el lector tiene que hacer criba y llenar huecos al discurrir por las páginas de tal biografía, pues amén de que Gerald Martin matiza y mete su cuchara en primera persona, también escamotea o toma partido por su biografiado ante distintas controversias, lo cual puede ejemplificarse con la manera en que aborda el legendario pleito (sucedido “el 12 de febrero de 1976” en el aeropuerto de la Ciudad de México) que truncó la amistad personal que desde 1967 cultivaban Gabo y Mario Vargas Llosa (y por ende se coloca al lado de su gallo cada que vez puede, como cuando recuerda que en distintos foros el peruano llamó “lacayo de Fidel” a García Márquez):
“La política, el sexo y la rivalidad personal hacen un cóctel sumamente fuerte, sean cuales sean las proporciones en que se mezclen. Tras el evidente sentimiento de traición de Vargas Llosa, tal vez acechara la preocupación de que aquel colombiano de corta estatura y escaso atractivo le había tomado la delantera. El extraordinario y merecido éxito del propio Mario, su apostura de galán, tal vez no bastaran en sí mismos; así que quizá la única arma que le quedó fue aquel tremendo puñetazo. Y probablemente sólo podía acometerlo con el beneficio de la sorpresa: imaginemos a un García Márquez prevenido corriendo a su alrededor, como Charlie Chaplin, y dándole puntapiés en el culo una y otra vez. No importa lo bien que escribiera Mario, ni cuánta publicidad recibiera, porque era de García Márquez de quien los periódicos y el público deseaban oír hablar; y por muy justificado que Mario se considerara en su rechazo de Castro y de Cuba, García Márquez parecía haber reaparecido sin un solo rasguño tras el caso Padilla [sic] y se había convertido en el paladín literario de la izquierda latinoamericana [sic]. Tuvo que ser sumamente frustrante. Los dos hombres no volverían a encontrarse nunca más” (p. 436).
En la segunda de forros del presente volumen, se pregona a los cuatro pestíferos vientos de la recalentada aldea global que Gerald Martín es un académico con una larga y reputada trayectoria en Estados Unidos, Inglaterra y Francia. En este sentido, su biografía denota, con todo su aparato de notas, entrevistas y citas bibliográficas y hemerográficas, que no da paso sin guarache, que todo lo asentado e interpretado por él tiene una base documental y fehaciente. Esto sin duda es así. Y en México a un lector de a pie (incluso sin ser un gabomaníaco de hueso colorado) puede no darle mucho trabajo ir haciendo el cotejo de las notas y citas, pues la parte vertebral (la obra narrativa y periodística del biografiado) está publicada y es de fácil acceso. Sin embargo, es notorio que a la traducción al español impresa por Debate le faltó revisión (lo cual refleja un vil chambismo antiacadémico y antigarciamarquista, si se piensa que Gabo solía tirar a la basura la hoja si daba un mal teclazo en la máquina de escribir). Y esto se halla en numerosos detalles; por ejemplo, cuando en Bogotá hacia 1947-1948 el desgarbado costeño García Márquez era un alumno irregular de Derecho que vagabundeaba en los cafetines estudiantiles, se lee: “Plinio dice que muchos lo miraban con desdén, como una ‘causa perdida’” (p. 128); pero allí debió leerse “caso perdido”, tal y como lo ha contado el propio Plinio Apuleyo Mendoza en libros como La llama y el hielo (1989) y Aquellos tiempos con Gabo (2000). O cuando se lee que en 1975, “Durante el verano la familia se reunió en México. García Márquez y Mercedes [su esposa desde el 21 de marzo de 1958] habían encontrado una casa enclavada en el sur de la ciudad en la calle Fuego, en la zona del Pedregal del Ángel, justo detrás de la Universidad Nacional” (p. 434); pero allí, como se sabe, debió leerse “Pedregal de San Ángel”. O cuando se lee que “El 4 de noviembre García Márquez le llevó un ejemplar [de Vivir para contarla, recién salida del horno ‘el 8 de octubre de 2002’] al presidente Fox, al palacio de Los Pinos de Ciudad de México” (p. 604-605); pero tal residencia presidencial no es un palacio. O cuando se lee que “Saldívar, García Márquez: el viaje a la semilla [1997], es la fuente más completa sobre la época de GGM en el Colegio San Juan” (p. 649); pero debió leerse San José, el colegio de Barranquilla donde Gabito hizo estudios secundarios entre 1940 y 1942, y en cuya revista Juventud publicó sus primeras crónicas y sus primeros versos.
También hay contradicciones muy burras y obvias, como la que sigue. Entre las páginas 95 y 96 se narra que cuando “Acababa de estallar la Segunda Guerra Mundial”, en medio de la pobreza y de la continua ausencia de Gabriel Eligio —el padre de Gabito—, éste, pese a ser un niño, se vio impelido a orquestar el traslado de la familia de Barranquilla hasta Sucre, el pueblo ribereño elegido por su progenitor en su delirante papel de agente viajero de una firma farmacéutica: “Como de costumbre, Gabriel Eligio se adelantó al nuevo destino y dejó a Luisa, de nuevo embarazada, a cargo del traslado o la venta de los efectos familiares —en esta ocasión vendió la mayoría— y de sus siete hijos. Gabito, a quien ya se le habían encomendado tareas impropias para su edad cuando [desde Aracataca] fue a sondear el terreno a Barranquilla con su padre un año y medio antes, ahora se vio realzado en su papel de hombre de la familia. Se ocupó de prácticamente todos los preparativos, entre ellos hacer las maletas, contratar el camión de mudanzas y comprar los billetes del vapor para llevar a su familia río arriba hasta Sucre.” Pero si se cotejan los mapas de las páginas preliminares, claramente se observa que Sucre, en relación a Barranquilla, se ubica río abajo, hacia el sur del río Magdalena, y no “río arriba”. En fin: leerla para contarla.


Gerald Martin, Gabriel García Márquez. Una vida. Traducción del inglés al español de Eugenia Vázquez Nacarino. Iconografía en blanco y negro. Debate/Random House Mondadori. Colombia, octubre de 2009. 768 pp.


Enlace al discurso de Gabriel García Márquez leído al recibir el Premio Nobel el 8 de diciembre de 1982:  http://www.nobelprize.org/mediaplayer/index.php?id=1496




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