Él cantaba boleros
Mario Vargas Llosa observando su retrato pintado por Botero |
(Seix Barral, México, 1986) |
Mario Vargas Llosa |
“¡Pobre Hermano Leoncio! Qué vergüenza pasaría también él, luego del episodio. Al año siguiente, el último que estuve en La Salle, cuando me lo cruzaba en el patio, sus ojos me evitaban y había incomodidad en su cara.
“A partir de entonces, de una manera gradual, fui dejando de interesarme en la religión y en Dios […]”
(Seix Barral, México, 1986) |
“-Jijunagrandísimas -balbuceó Lituma, sintiendo que iba a vomitar-. Cómo te dejaron flaquito-.
“El muchacho estaba a la vez ahorcado y ensartado en el viejo algarrobo, en una postura tan absurda que más parecía un espantapájaros o un No Carnavalón despatarrado que un cadáver. Antes o después de matarlo lo habían hecho trizas, con un ensañamiento sin límites: tenía la nariz y la boca rajadas, coágulos de sangre seca, moretones y desgarrones, quemaduras de cigarrillo, y como si no fuera bastante, Lituma comprendió que también habían tratado de caparlo, porque los huevos le colgaban hasta la entrepierna. Estaba descalzo, desnudo de la cintura para abajo, con una camisita hecha jirones. Era joven, delgado, morenito y huesudo. En el dédalo de moscas que revoloteaban alrededor de su cara relucían sus pelos, negros y ensortijados. Las cabras del churre remoloneaban en torno, escarbando los pedruscos del descampado en busca de alimentos y a Lituma se le ocurrió que en cualquier momento empezarían a mordisquear los pies del cadáver.”
Del muerto se ignora todo: identidad y actividades, y por ende: las posibles causas del crimen. No obstante, lo primero que se desvela, in situ, es que era “un piruanito que cantaba boleros”.
Quienes se empeñan en resolver el caso son dos cachacos, dos policías del Puesto de la Guardia Civil de Talara: el Teniente Silva y el guarda Lituma, personajes que, curiosamente, en Historia de Mayta (Seix Barral, 1984), en los papeles del Teniente Silva y el Cabo Lituma, encabezan, en 1958, a un grupo de guardias civiles de Huancayo que arriban a Jauja para aprender, y quizá ultimar, al patético grupo de insurrectos (cuatro adultos y siete adolescentes) que han iniciado (los policías lo ignoran) la primera intentona de hacer la revolución comunista en el Perú y en América Latina, a quienes logran acosar y derrotar en la quebradita de Huayjaco.
En ¿Quién mató a Palomino Molero? prolifera el suspense y la intriga, signada por una serie de giros sorpresivos. Así, el lector no tarda mucho en enterarse de ciertos datos personales de Palomino Molero; por ejemplo, que en Piura vivía con su madre en el barrio de Castilla; que era guitarrista y cantor de boleros con una voz seductora para las féminas; que nació “el 13 de febrero de 1936”; que “comenzó a servir en la Base Aérea de Talara el 15 de enero de 1954”; que desapareció “la noche del 23 al 24 de marzo” de tal año”; y que luego de gozar de un día franco rápidamente se le declaró desertor; que pese a ser cholo y humilde se enamoró, en Piura, de Alicia Mindreau, una petulante blanquita, hija del altivo Coronel Mindreau, nada menos que el Jefe de la Base Aérea de Talara; y que en su vil y sádico asesinato descuellan éste y el Teniente Ricardo Dufó, quien era el desdeñado y manipulable “novio oficial” de la susodicha. Pero las sucesivas y mórbidas revelaciones que sorprenden al Teniente Silva y al guarda Lituma, matizan y agudizan el meollo, hacen más complejo, paradójico y psicótico el intríngulis y el entramado, y a la postre esto deriva en otro artero asesinato y un sonoro suicidio.
En tal urdimbre, y no obstante las atrocidades, impera la amenidad narrativa de Mario Vargas Llosa y sus tratamientos lúdicos; por ejemplo, en el uso de piruanismos y vulgarismos extirpados del habla popular; en el desglose del vínculo amistoso y campechano que se da entre el Teniente Silva y el guarda Lituma; en el picaresco y lujurioso empecinamiento del Teniente Silva por tirarse a la matrona de la fondita donde suelen comer (una gorda mayor que él, casada con un viejo pescador y con hijos que ya trabajan); en las cavilaciones, fobias e inseguridades del guarda Lituma, quien a todas luces aún es novato y aprendiz del Teniente Silva; e incluso en los desmanes y ridiculeces en que incurre el tenientito Dufó, ebrio, en el burdelito del Chino Liau y cuando en la playa tal beodo es interrogado por el par de policías.
Y al unísono en toda la novela se trasmina la mirada crítica del autor. “Áspera verdad: la materia prima de la literatura no es la felicidad sino la infelicidad humana, y los escritores, como los buitres, se alimentan de carroña”, dijo en Historia secreta de una novela (Tusquets Editor, 1971). Por ejemplo, en la contaminación del entorno originada por la International Petroleum Company; en los relatos, anécdotas y detalles que dan cuenta de la extrema pobreza y del rezago de la mayoría de los habitantes (en Talara, Piura y Amotape); en la segregación racial y clasista que separa y contrapone a los lugareños de las zonas reservadas donde viven los gringos y los oficiales de la Base Aérea; en el fuero militar (ídem impunidad) que hace intocables a los milicos; en la subestimación y displicencia de los oficiales de la aviación hacia los guardias civiles; en el consabido lugar común de que “los peces gordos” (los hombres del poder, ídem la mafia) pueden no resolver o manipular un crimen; y en el relevante hecho de que entre los móviles del sádico asesinato de Palomino Molero sobresalen, a imagen y semejanza de una hedionda pus, los arraigados prejuicios xenófobos con que los blancos menosprecian y maltratan a los cholos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario