Tenía el corazón tan grande
como las caderas de Mae West
Con traducción del inglés al español de César Aira y Juan Manuel Ibeas y con dispersas erratas —por ejemplo en la página 283 el apellido del entonces popular Philo Vance, el detective privado creado en 1920 por S.S. Van Dine, pseudónimo del novelista y crítico de arte Willard Huntington Wright (1888-1939), figura como “Vanee”—, la presente edición de Adiós, muñeca (1940) impresa en México por Debolsillo en mayo de 2014 —quizá la novela negra más célebre del norteamericano Raymond Chandler (1888-1959)—, incluye, en la postrera sección “Extra”, “los tres relatos pulp, publicados en las revistas Black Mask y Dime Detective, que Chandler canibalizó para escribir la novela: ‘El hombre que amaba a los perros’ (1936), ‘Busquen a la chica’ (1937) y ‘El jade del mandarín’ (1937)”. En este sentido, la previa lectura de los tres cuentos permite observar y comparar las anécdotas, las frases, los nombres y las características de los personajes que el autor transcribió, reescribió o varió en la urdiembre de su novela Adiós, muñeca (adaptada al cine en una homónima película de 1975 dirigida por Dick Richards y con Robert Mitchum en el papel de Philip Marlowe). Sin embargo, el rasgo más relevante y trascendente es la segunda aparición del detective privado Philip Marlowe, protagonista de El sueño eterno (1939), su primera novela ubicada en Hollywood y en Los Ángeles, California, pues aunque son casi idénticos y los ámbitos geográficos y políticos son los mismos, el detective privado de “El jade del mandarín” se llama John Dalmas, y el detective privado de “El hombre que amaba a los perros” y de “Busquen a la chica” se apellida Carmady, quien también es protagonista en “El telón” (1936), cuento que, junto a “Asesino bajo la lluvia” (1935) —en éste el detective sin nombre podría ser John Dalmas—, son “los dos relatos pulp, publicados en la revista Black Mask, que Chandler canibalizó para escribir” su citada novela El sueño eterno.
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(Debolsillo, México, junio de 2014) |
Narrada en primera persona y repleta de lúdica ironía y burlona mordacidad, Adiós, muñeca comprende 41 capítulos numerados y se sucede en unos cuantos días de 1939 o de 1940. Esto se colige cuando Philip Marlowe, al indagar la identidad del otrora dueño del Florian’s, “un antro de negros” ubicado en la mezclada Central Avenue de Los Ángeles, el negro recepcionista del hotel Sans Souci, “un hotel de negros”, le informa que Mike Florian era el dueño del Florian’s cuando era un antro de blancos, el cual murió en 1934 o en 1935. Y cuando ese mismo día Marlowe visita a la astrosa y alcohólica viuda Jessie Florian, ésta le vocifera que “Hace cinco años que Mike está muerto”.
Todo inicia el caluroso jueves 30 de marzo, cuando Philip Marlowe se halla en la Central Avenue tratando de encontrar a Dimitrios Aleidis, un peluquero que abandonó a su esposa. Desde la puerta de la peluquería ve que un hombretón de llamativa vestimenta y de casi dos metros (“una tarántula en la papilla de un bebé”) observa el anuncio de neón del Florian’s (“como un saludable inmigrante viendo por primera vez la estatua de la Libertad”). Luego de que el gigantón entra por la puerta que da a la escalera, sale expulsado en volandas un atildado joven negro que aterriza en la calle; Marlowe, al asomarse, es llevado al piso superior por una manaza del enorme fortachón, cuya súbita presencia suscita el silencio de los negros parroquianos y luego su silenciosa y fantasmal salida del cubil tras la bronca que se desata cuando el negro vigilante le dice que se vaya: “No es para blancos, hermano. Sólo para gente de color. Lo siento.” Pero el hombretón lo que quiere es que le digan ipso facto “dónde está Velma”. Una pelirroja que cantaba allí cuando el antro era de blancos y que iba a casarse con él cuando lo pusieron tras las rejas. Según le dice a Marlowe, él es Moose Malloy y pasó ocho años en la cárcel por “El asunto del banco de Great Bend. Cuatro grandes. Yo solo.” Obnubilado y fúrico en su imperioso reclamo, entra a “la oficina del señor Montgomery”, el jefe del Florian’s, quien no tarda en morir por una bala salida del revólver “Colt del ejército, calibre 45” que Moose Malloy lleva en la mano cuando sale de la oficina de Montgomery y huye antes de que llegue la policía. El caso le toca a Nulty, un teniente detective de la división de la calle Setenta y siete, ante quien declara Marlowe. Por tratarse de otro asesinato de un negro, Nulty preconiza la negligencia racista y la abulia e inoperancia que lo caracteriza. Y por una apuesta casi de honor ante éste, Philip Marlowe se propone hallar a la pelirroja que busca Moose Malloy, porque supone que ella lo llevará a éste.
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Raymond Chandler en los estudios de la Paramount (1943) Foto: Ralph Crane |
Ese mismo jueves 30 de marzo, Marlowe, cuya diminuta y no muy pulcra oficina se halla en el “615 edificio Cahuenga” en Hollywood Boulevard, recibe una llamada telefónica de un tal Lindsay Marriott, quien lo cita a las 19 horas en su casa de “la calle Cabrillo 4212, Montemar Vista”, privilegiada zona en Bay City. La oscura índole del trabajo se la explica hasta que Marlowe está allí. Por cien dólares (que Marriott le da por adelantado), Marlowe debe acompañarlo sin un arma a un punto cercano (que será fijado con una llamada telefónica que llega pasadas las 22 horas) para pagar ocho mil dólares por el rescate de un valioso collar de jade Fei Tsui (valuado entre 80 y 90 mil dólares) robado, por una banda, a una dama cuya identidad se reserva. El sitio elegido, no muy lejos de Montemar Vista, es en los bajos del cañón de la Purissima, donde huele a mar y se observan en lo alto de un acantilado las luces del Club de Playa Belvedere. En los instantes en que Marlowe busca la presencia de los ladrones que recibirán el pago, alguien lo golea en la nuca con una porra y queda inconsciente. Cuando recupera el sentido, no tiene el sobre amarillo con los ocho mil dólares, pero aún porta su pistola y su cartera con los cien dólares y el fúnebre auto de Marriott ha desaparecido. Casi de inmediato se acerca, con las luces apagadas, un minúsculo cupé del que desciende una chica empuñando un arma pequeña (“parecía un pequeño Colt automático, de bolsillo”). En el ríspido diálogo que entablan, Philip Marlowe le dice que es detective privado, que lo acaban de golpear; y entre ambos descubren el cuerpo muerto de Lindsay Marriott “con el cerebro por toda la cara”.
En la oficina del capitán del cuartel de policía de Los Ángeles Oeste, Philip Marlowe le da un testimonio parcial a Randall (no le revela la presencia de la joven en la escena del crimen), detective “de la patrulla central de homicidios de Los Ángeles” que investigará el asesinato de Lindsay Marriott y lo que concierne al presunto robo del collar de jade y de los ocho mil dólares y le pide a Marlowe que se mantenga distante de las pesquisas de la policía.
Al parecer, el asesinato de Lindsay Marriott y la identidad de Velma Valento, la escurridiza pelirroja que busca el ex convicto y asesino Moose Malloy, no tienen nada que ver entre sí. Y así lo parece durante buena parte de la intriga y del suspense de la novela, salpimentada por recurrentes engaños al lector, pistas falsas y giros sorpresivos, y por las escenas de aventura y violencia que confronta Philip Marlowe, ya cuando el viernes 31 de marzo es goleado y vejado en la residencia de Jules Amthor, un estafador, supuesto “consultor psíquico” de clienta adinerada, cuya modernista casona de lujo parece salida de una película de Alejandro Jodorowsky (más aún en la versión de “El jade del mandarín”). Y cuando de allí es sacado a la fuerza por dos duros policías de Bay City (el detective Galbraith y el capitán Blane), quienes lo dejan, inconsciente por otro sorpresivo golpe de porra en la cabeza, en una aparente clínica privada de desintoxicación alcohólica (también en Bay City) que dirige un tal doctor Sonderborg (quizá traficante al menudeo de fármacos y marihuana), donde permanece secuestrado, drogado y alucinando alrededor de 48 horas, y de la cual logra salir la noche del domingo 2 de abril gracias a la astucia con que somete y noquea al supuesto enfermero y custodio, no sin antes observar que allí está escondido, como tranquilo huésped, Moose Malloy.
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Contraportada |
En el decurso de la novela y de la indagación en torno al asesinato de Lindsay Marriott, Anne Riordan, la chica que apareció en la escena del asesinato de éste, trata de involucrarse, como auxiliar, en el trabajo de Philip Marlowe (proclive al trago) e incluso investiga y le brinda pistas y le consigue una entrevista —con vías para que lo contrate— con la dueña del collar de jade: la señora Grayle, una atractiva y elegante rubia treintañera, casada desde hace cinco años con Lewin Lockridge Grayle, un anciano acaudalado que tolera sus infidelidades y su inclinación por el whisky y sus salidas nocturnas, quien era dueño de la emisora de radio KFDK, en Beverly Hills, donde se conocieron, y donde Lindsay Marriott era locutor y por ende era amigo de la señora Grayle. No obstante, según le revela al detective, Marriott “era un chantajista de clase”, “vivía de las mujeres”.
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Jessie Florian y Philip Marlowe (Sylvia Miles y Robert Mitchum) Fotograma de Adiós, muñeca (1975) |
El lunes 3 de abril, el detective Randall visita a Philip Marlowe en su departamento y ambos descubren que la viuda Jessie Florian, cuya andrajosa y sucia casa estaba sobrevaluada con un crédito impagado a Lindsay Marriott, fue asesinada en la recámara de su casa por Moose Malloy la noche del domingo. Y pese a que Randall le vuelve a repetir a Marlowe que no se meta en los asuntos de la policía, su olfato, las omisiones y los fragmentos de datos obtenidos de Randall, de John Wax, jefe de la policía de Bay City (donde prolifera la corrupción), y del detective Galbraith, lo inducen a introducirse en el Montecito, uno de los dos casinos flotantes (un par de barcos ubicados más allá de la jurisdicción territorial de Bay City y con bandera panameña), cuyo dueño, el rico y mafioso tahúr Laird Brunette, también es propietario del Club de Playa Belvedere, y de quien se dice “puso treinta mil para la elección del alcalde” y dizque es quien manda en Bay City. Su primer intento, a través de un taxi acuático, fracasa porque el matón que lo cachea en la entrada del casino flotante descubre su pistola. En las inmediaciones del embarcadero, Red Norgaard, un hombretón pelirrojo y bonachón, que dice ser ex policía, le ofrece llevarlo a hurtadillas e indicarle cómo entrar al Montecito de manera clandestina. Por 25 dólares lo hace. Y ya abordo y luego de sortear la tensión de los vigilantes armados, Marlowe habla con Laird Brunette. Éste no le niega ni le afirma la presencia de Moose Malloy, pero promete entregarle la nota que Marlowe le deja en una de sus tarjetas, que, se infiere, alude a Velma Valente, a quien la vieja Jessie Florian creía muerta en Dalhart, Texas, por “un resfriado que se le fue a los pulmones”, pero de quien guardaba en un baúl, dentro de un sobre especial, una foto donde se observa a una atractiva cabaretera disfrazada “de Pierrot de la cintura para arriba”, y de la cintura para abajo “sólo piernas, y piernas muy bien formadas”.
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El detective Philip Marlowe (Robert Mitchum) Fotograma de Adiós, muñeca (1975) |
Ya en su departamento, cerca de las 22 horas de ese mismo lunes 3 de abril, Marlowe llama al número telefónico de la señora Grayle en su mansión de Bay City (con quien bebió whisky escocés y tuvo un erótico agasajo el viernes 31 de marzo que lo contrató para dizque dar con el collar de jade y por ende con la banda de ladrones de joyas). Antes de que la señora Grayle llegue, abre la puerta del edificio y la puerta de su departamento, se baña, se pone el pijama, se acuesta, se duerme y sueña. Y quien lo despierta no es la fémina, sino Moose Malloy empuñando el revólver Colt calibre 45; pero entablan un diálogo con visos de completar lo que le escribió en la nota que le dejó en el Montecito. La conversación es interrumpida por la llegada de la señora Grayle, quien habla con Marlowe mientras Malloy escucha oculto en el vestidor.
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Raymond Chandler |
Vale decir que, a imagen y semejanza del buen detective de factura novelesca y fílmica, es por el olfato de sabueso de Philip Marlowe y por su inextricable inteligencia deductiva y capacidad para raciocinar en silencio y en voz alta, por lo que logra atar los cabos e inferir los entresijos del meollo de la intriga y servir los delitos en bandeja de plata (pinchos delicatessen para saciar al lector y a la seducida Anne Riordan), pese a ciertos hilos sueltos y a que el crimen que ocurre en su departamento no sea premeditado y se le escape de las manos. Al unísono de todo el embrollo, la trama se mueve en un contexto social, político, atávico y prejuicioso donde impera la discriminación y el sometimiento de la raza negra, la supremacía de los blancos, la minusvalía del mexicano, la corrupción policíaca y de la autoridad pública, y el poder de la clase alta y de los adinerados para incidir en las decisiones políticas y en la administración de la justicia.
Raymond Chandler, Adiós, muñeca. Seguida de los cuentos “El hombre que amaba a los perros”, “Busquen a la chica” y “El jade del mandarín”. Traducción del inglés al español de César Aira y Juan Manuel Ibeas. Serie Contemporánea, Debolsillo/Random House. México, junio de 2014. 472 pp.
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