jueves, 27 de marzo de 2014

Octavio Paz. Las palabras del árbol




Mi árbol y yo


Octavio Paz nació el 31 de marzo de 1914 y falleció el domingo 19 de abril de 1998, un mes después de que apareciera la primera edición de Octavio Paz. Las palabras del árbol, libro de la mexicana de origen polaco Elena Poniatowska (París, mayo 19 de 1932), donde le rindió y le rinde pleitesía al Premio Nobel de Literatura 1990, al poeta y otrora director de las revistas Plural (1971-1976) y Vuelta (1976-1998), quien en vida, además de virtuoso, siempre fue polémico y beligerante, capaz de desencadenar encendidas y arduas discusiones intelectuales, insultos, panfletos, riñas de callejón, deificaciones y demonizaciones. 
      “¡Qué bueno que sigas gallito [le celebra Elena Poniatowska en una página ante le coraje y el ímpetu que preservaba en la vejez], que no se te vean trazas de convertirte en una solemne estatua de ti mismo!”
  Octavio Paz, “el peor de todos”, alguna vez fue quemado en efigie durante un abominable y ciego auto de fe cuya ardiente multitud vociferaba: “¡Reagan rapaz/ tu amigo es Octavio Paz!” El mismo que no podía presentarse en un restaurante de lujo, sin que uno a uno de los espontáneos admiradores lo tributaran en fila india y brindaran por él enviándole a su mesa una serie de las mejores botellas.
 Sabedora de su propia celebridad y prestigio en la república de las letras mexicanas, Elena Poniatowska, teniendo como eje la vida y obra de Octavio Paz y hablándole de tú, ha urdido una crónica memoriosa, personal, autocomplaciente, fragmentaria, cuyos 25 mil ejemplares de la primera edición prefiguraron su instantánea índole de best seller.
(Plaza & Janés, México, marzo de 1998)
  Ilustrado en la portada con una foto que Lola Álvarez Bravo le tomó a Octavio Paz, en Central Park, en Nueva York, en “septiembre de 1945”, Elena Poniatowska inicia su libro evocando una fiesta de 1953 (el año en que empezó a hacer periodismo) en casa de los papis del joven Carlos Fuentes, sitio donde le fue presentado el poeta Octavio Paz (recién regresado del extranjero). A partir de tal encuentro (inicio de la recíproca amistad), la crónica memoriosa deambula por dos principales linderos que son, al unísono y entreverados entre sí, el mismo lindero. 
Octavio Paz entrevistado por Elena Poniatowska
tras su ingreso al Colegio Nacional en 1967
Foto: Héctor García
  Por un lado, la novelista y versátil entrevistadora recuerda un puñado de episodios que dan cuenta de ciertas vivencias, entrevistas, aventuras y aprendizajes que compartió con el poeta, desde los años felices del principio, pasando por el tiempo en que la relación se enfrió y distanció, lejanía signada por un rudo comentario al hígado que Paz publicó en el número 82 de la revista Vuelta (septiembre de 1983) en contra de la novela sobre la vida y obra de Tina Modotti que ya desde entonces pergeñaba Elena Poniatowska (misma que publicaría en 1992, en Ediciones Era, con el título Tinísima), hasta el momento en que Marie-José Tramini, la esposa de Octavio Paz, con su virtud conciliadora, dio pie a la distensión y reinicio del diálogo directo.
Octavio Paz y Marie-José en 1971
Foto: Nadine Markova
      Por otro lado, Elena hace un sintético y apretado recuento de algunos de los principales sucesos que registra la más elemental y consabida cronología del poeta, resumida, por ejemplo y de modo didáctico, por Alberto Ruy Sánchez en Una introducción a Octavio Paz (Joaquín Mortiz, 1990), la cual fue corregida y aumentada para su edición en la serie Breviarios del FCE, impresa en octubre de 2013 con 5 mil ejemplares. Es decir, desde su nacimiento en la casa que su abuelo paterno Ireneo Paz Flores tenía en Mixcoac, pasando por su temprana infancia en Estados Unidos en pos de su padre Octavio Paz Solórzano; el regreso a México; el período en San Ildefonso y las tempranas revistas juveniles; el abandono de la Facultad de Derecho y su ida a Yucatán; su boda con Elena Garro y el viaje a la España de 1937 en plena Guerra Civil (con motivo del Segundo Congreso Internacional de Escritores e Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura) y la primera estancia en Europa. Y entre otros episodios, la beca Guggenheim y su retorno a los Estados Unidos. Su inicio en el Servicio Exterior Mexicano. Su primera etapa en París. El movimiento Poesía en Voz Alta y su libreto teatral “La hija de Rappaccini. Los años de embajador de México en la India y su renuncia en 1968 tras la masacre de estudiantes del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Su ingreso al Colegio Nacional en 1967. Su divorcio de Elena Garro en 1959 y su boda con Marie-José Tramini en 1964. Las fundaciones y objetivos de las revistas Plural y Vuelta. Los numerosos premios, desde el Villaurrutia de 1956, hasta el Nobel de 1990. Su incursión en la televisión mexicana, desde los Nuevos Filósofos (1978), hasta “El siglo XX: la experiencia de la libertad” (1990). El “Coloquio de Invierno” (1992) del grupo de intelectuales orgánicos de la revista Nexos y el intríngulis del patrocinio (con fondos de la UNAM y del CONACULTA) que provocó el enojo y la furia mediática de Octavio Paz porque no lo invitaron a tiempo. La glosa (y a veces la cita) de algunos de sus libros de poesía y ensayo, desde los primeros, hasta Vislumbres de la India (Seix Barral, 1995) y sus Obras completas coeditadas por Círculo de Lectores, de Barcelona, y el FCE, de México; más el comentario de su presencia en el ciberespacio y en una abrumadora bibliografía que se ocupa de su obra. Pero no llega al incendio que la noche del 21 de diciembre de 1996 consumió parte de la biblioteca del escritor en su casa en Paseo de la Reforma 369; ni a su legado reunido en la incipiente Fundación Octavio Paz, inaugurada el 17 de diciembre de 1997 en la Casa de Alvarado (donde hoy se halla la Fonoteca Nacional), ubicada en Francisco Sosa 383, en el Barrio de Santa Catarina, en el corazón de Coyoacán; ni mucho menos a la reseña de su muerte por el cáncer, ni a las multitudinarias honras fúnebres en el Palacio de Bellas Artes.
 
Elena Poniatowska y Octavio Paz en Atlixco, Puebla (1970)
Foto: Héctor García
  Durante toda la fragmentaria retrospectiva, Elena le habla de tú a Paz, tal si se tratara de una larga carta o de un largo e íntimo monólogo donde charla con el poeta y que únicamente le dirige a él. Ya cuando evoca sus andanzas particulares, lecturas y aprendizajes; ya al reseñar y transcribir las dedicatorias de los libros que a ella le obsequió el propio Paz; algunas cartas que mutuamente se enviaron desde el extranjero; la diseminada colección o antología de fragmentos con árboles hallados en los poemas del autor de La estación violenta (FCE, 1958); al bosquejar y transcribir fragmentos de varias entrevistas que ella le hizo en distintos tiempos; y entre otras cosas, cuando boceta e inserta ciertos pasajes de Octavio Paz y de diferentes autores, como es el caso de una respuesta de Carlos Monsiváis, suscitada durante la legendaria polémica que éste sostuvo con el poeta en 1977.
Pero aunado a la carencia de análisis y de perspectiva crítica (pese a algunos tímidos, sentimentales, esporádicos y breves señalamientos), lo que marca la tónica del libro es la extrema adoración e idolatría de Elena Poniatowska hacia Octavio Paz, el exultante y melcochoso panegírico con que una y mil veces lo deifica. Si es verdad que alguna vez Juan José Arreola dijo que a Octavio Paz le decían “el becerro de oro”, “porque todos acudían a adorarlo”, Elena Poniatowska lo hace hasta el hartazgo, siempre aderezando sus líneas y citas con mil y una zalamerías, chistecitos sentimentaloides y expresiones populares, condimento y relleno tolerable si el lector es cómplice de su estilo y de su condición sentimental y arbórea que ella misma radiografía y cifra al decir: “Ya de por sí las mujeres somos sauces llorones en la orillita de la catarata desbordante del sentimiento.”
El árbol es la constante que más atrae a Elena Poniatowska en la poesía de Octavio Paz; de ahí que vea sus poemas como las hojas de un gran árbol y al mismo poeta corporificado en la figura de uno: “en vez de piernas tienes tronco y hojas de árbol en vez de cabellos”. Tótem, demiurgo y oráculo al que acudían de rodillas y en fila india los iniciados, ungidos y aborregados de la generación (no toda perdida) de la periodista y narradora: “Éramos muchos los que íbamos a buscarte; para todos nosotros eras una arboleda, un bosque que camina. Nos arrimábamos al buen árbol para que tu buena sombra nos cobijara, como esos borregos que se apelotonan en el vacío de la llanura bajo la redondez del único árbol.” “Éramos jóvenes, no pesábamos, teníamos agua en los ojos; la única mirada definitiva era la tuya y en cierta forma pendíamos de ella como la miseria sobre el mundo.”
En este sentido, si Las palabras del árbol es también una declaración de amor de Elena Poniatowska hacia la obra del poeta y al hombre, lo es también por Marie-José, la esposa y viuda de Octavio Paz de la que éste dijo: “Yo me buscaba a mí mismo y en esa búsqueda encontré a mi complemento contradictorio, a ese tú que se vuelve yo: las dos sílabas de la palabra ‘tuyo’.” “Después de nacer es lo más importante que me ha pasado.” Así, Elena Poniatowska ve a Marie-José como la bella “árbola” del poeta; incluso en una imagen que implica el final feliz y por siempre jamás de un sonoro cuento de hadas de los hermanos Grimm: “Huele a jabón, huele a ropa recién lavada. Huele bonito. Su cabello es larguísmo y rubio. Todas las noches se asoma al balcón como Rapunzel y Octavio sube por el cabello de Marie-José hasta entrar a la recámara. Son madejas de cabello fuerte, hermoso, macizo. Una enramada.”
Marie-José y Octavio Paz en Atlixco, Puebla (1970)
Foto: María García
    Cabe decir que los postreros listados de “Premios, distinciones y obras” de Octavio Paz apoyan y guían la lectura, más aún si se trata de un lector recién iniciado en la vida y obra del multipremiado y polémico poeta, ensayista, articulista y editor. A esto se añade el hecho de que la nutrida antología de fotos en blanco y negro (legible la mayoría de las veces, pero no muy óptima ni bien datada) ofrece un contrapunto visual que ilustra un buen número de los episodios y de las anécdotas que aborda Elena Poniatowska, pese a que no falta el duende. Por ejemplo, hay una foto de Lola Álvarez Bravo tomada en 1942, en Xalapa, en la que confluyen tres poetas: Jorge González Durán (1918-1986), Xavier Villaurrutia (1903-1950) y el joven Paz, misma que fue publicada en la iconografía del ensayo que a éste, el “25 de agosto de 1978”, el FCE le editó: Xavier Villaurrutia en persona y en obra; el pie de la oscura foto de tal libro reza que fue captada “en el parque Díaz Mirón de Jalapa, Ver.”, lo cual es un error suscitado, quizá, por el hecho de que frente al parque Hidalgo (así se llama, pero desde siempre la vox populi le dice “Los Berros”) se localiza el muro de la Quinta Rosa que habitó el poeta Salvador Díaz Mirón (1853-1928), autor del célebre “Paquito”, en cuya entrada hay una anónima escultura de su cabeza (reproduce su greña y su mostacho a la Nietzsche) y una placa que dice: 
 “En esta casa vivió el insigne poeta veracruzano Salvador Díaz Mirón, cuando escribió Lascas. Publicado en esta ciudad en 1901. Gracias a la amistosa intervención de don Teodoro A. Dehesa, gobernador del Estado.
 “Placa colocada durante la gestión del H. Ayuntamiento de Xalapa, año 1960.”
  Pero el pie de la oscura foto reproducida en Las palabras del árbol, además de omitir el sitio donde fue realizada, rebautizó a Jorge González Durán como “José González Hurón”.
Jorge González Durán, Xavier Villaurrutia y Octavio Paz en Xalapa
Septiembre de 1942
Foto: Lola Álvarez Bravo
  Vale añadir que tal foto de Lola Álvarez Bravo (1907-1993), con el mismo mal encuadre del lado izquierdo, con mucho mejor resolución y sin los ángulos recortados, se observa en Octavio Paz, entre la imagen y el hombre (CONACULTA, 2010), iconografía en blanco y negro antologada y prologada por Rafael Vargas, quien repite el yerro del nombre del parque. Según él, “Lola fotografía a Octavio Paz por primera vez en septiembre de 1942 en el parque Salvador Díaz Mirón, en Xalapa, ciudad a la que ambos habían viajado junto con Xavier Villaurrutia, Jorge González Durán y algunos otros escritores, como parte de las giras culturales por los estados organizadas por Benito Coquet, entonces jefe del Departamento de Educación Extraescolar y Estética, de la Secretaría de Educación Pública.”

Elena Poniatowska, Octavio Paz. Las palabras del árbol. Iconografía en blanco y negro. Plaza & Janés Editores. México, marzo de 1998. 238 pp. 


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