Quisiera
ser zapatito
La norteamericana Jill Hartley (Los Ángeles, California, 1950) es una fotógrafa con estudios de pintura y cine etnográfico. Coeditada en México, en octubre de 1995, por Petra Ediciones y la Dirección General de Publicaciones del CONACULTA (el extinto Consejo Nacional para la Cultura y las Artes), su serie de imágenes en blanco y negro: Lotería fotográfica mexicana fue reproducida en los pequeños formatos de una “lotería de estampas fotográficas”; es decir, se trata de una variante del popular y consabido juego de lotería.
(Petra Ediciones/CONACULTA, 1995) |
O sea: de un estuche homónimo que resguarda un conjunto de cartones numerados del 1 al 10, cada uno de los cuales presenta 16 fotos con su correspondiente número y título; más una serie de barajas numeradas del 1 al 54 que reproducen su respectiva fotografía, número y rótulo. Pero también, en la parte posterior de cada una de las barajas figuran las coplas populares que deben ser recitadas (o cantadas) cada vez que “el gritón” o “cantador de la suerte” las extraiga del azar.
Foto: Jill Hartley |
Por ejemplo, al surgir “El tacón”, en cuyo cerrado encuadre se aprecia el sensual paso de unos tacones con unas femeninas piernas de falda corta, debe recitar con inextricable cachondería: “Quisiera ser zapatito/ de tu diminuto pie,/ para ver de cuando en cuando/ lo que el zapatito ve.”
Foto: Jill Hartley |
Si sale “La bicicleta” —en cuya imagen un hombre en bicicleta se mira con una mujer que lleva la bolsa del mandado y que al unísono es una vista pueblerina con una calle empedrada, un muro roído, las torres de una iglesia, y cerros y nubes en el cielo—, debe decir: “Cuando andes en bicicleta/ dale duro a los pedales,/ y acuérdate de tu amiga/ que le gustan los tamales.”
(Petra Ediciones/CONACULTA, 1995) |
Pero también el estuche incluye un librito con el mismo rótulo: Lotería fotográfica mexicana, el cual empieza con dos prólogos: “Estampas de la fortuna” de Alfonso Morales (entonces director de la revista de foto Luna Córnea) y “Los dones del azar” de Alain-Paul Mallard. Y puesto que se trata de una lotería “Cantada con refranes y coplas de la lírica popular”, la tercera parte del librito —que es el epicentro— se denomina “Fotografía y lírica popular”. Allí aparecen dos series alternas: los versos (titulados con el nombre de la correspondiente foto) que debe recitar “el gritón” o “cantador de la suerte”, y el conjunto de imágenes que Jill Hartley concibió, ex profeso, para las barajas y cartones. Por ejemplo, en la página 142 figura la copla de “La escoba”, que en realidad son los versos de una célebre y anónima adivinanza del dominio público: “Teque teteque/ por los rincones,/ tú de puntitas,/ yo de talones.” Y en la página siguiente se aprecia su correspondiente fotografía: en un astroso rincón de un antiguo edificio de pueblo, descansan un par de escobas de palo y ramas secas sujetas con mecate.
Foto: Jill Hartley |
Sin embargo, si los versos de las 54 barajas son los mismos que los del librito, algunas fotos de éste son distintas de las que se aprecian en los cartones y en las cartas, pese a que se titulan igual. Son los casos de “La calabaza”, “La flecha”, “El perro”, “El torito”, “La jaula”, “El violín”, “El guajolote”, “La mano” y “La esquina”. Tal discrepancia da visos de la infinita gama que implica variar o trastocar los tradicionales dogmas y principios iconográficos del popular juego de lotería. Pero como dato curioso (nada menos que: ¡el fríjol en la sopa de letras y fotos!), hay, entre los versos e imágenes del librito, una lacrimosa cuarteta y una foto que no aparecen ni en las barajas ni en los cartones. Se trata de “El mar” (páginas 150 y 151), cuyos veros rezan: “Yo fui a pedirle a las olas/ lágrimas para llorar,/ y me regresé sin nada:/ se había secado el mar.” Cuya diminuta foto es una vista marítima con la central silueta oscura de un melancólico hombre al filo de las tenues olas. (Se infiere que los detalles estéticos de la imagen sólo es posible apreciarlos en un gran formato con alta resolución.)
Foto: Jill Hartley |
Luego del capítulo “Fotografía y lírica popular”, aparecen unas breves “Instrucciones” para jugar a la lotería, donde se refiere el hecho, junto a seis representaciones gráficas, de que “Se puede jugar la lotería a tabla completa, línea horizontal, línea vertical, línea diagonal, cuadro cerrado y cuadro abierto, según el gusto de los jugadores. En todas las rifas el ganador se da a conocer con el grito ‘¡looootería!’, momento en el que el juego se da por terminado y puede volver a comenzar: otra vez la baraja a revolverse, de nuevo los cartones limpios, un nuevo gritón en el azar de las mismas estampas.”
En el librito no se reseña cómo a Jill Hartley se le ocurrió hacer la presente lotería (si es que a ella se le ocurrió) tomando imágenes en diferentes rincones y latitudes del territorio mexicano, ni cuándo ni dónde ni cómo desarrolló la serie. Así, se puede suponer que primero concibió las fotos y luego se buscaron y seleccionaron sus respectivas coplas. Esto es así porque en la antepenúltima página del librito se acredita a quienes hicieron la “Investigación y recopilación” de los versos: Elsa Fujigaki, Francisco Hinojosa y Alfonso Morales. En este rubro, pese a posibles discrepancias, se puede decir que no cantaron mal las rancheras de barrio o de pueblo, pues además de la “Bibliografía”, acreditan los sitios donde tomaron las viñetas y dibujos que figuran como ilustraciones, y los repositorios a los que acudieron: Archivo General de la Nación y Biblioteca y Hemeroteca de la UNAM.
Foto: Jill Hartley |
En el librito tampoco se dice nada sobre la formación y el itinerario de la artista visual. Sólo una baraja, titulada “La fotógrafa” y aderezada ex profeso, contiene algunos datos:
“En
Los Ángeles, California, nació Jill Hartley en 1950. Luego de estudiar pintura
y cine etnográfico, en 1975 sus ojos descubrieron otra lente para mirar el
mundo: con su cámara fotográfica empieza a capturar los rostros múltiples de
las ciudades y las gentes, recorriendo con su pincel de luz los trazos que
iluminan el asombro de un viajero.
“Después
de varios años, Nueva York conoce las imágenes de la exploradora Jill Hartley,
aunque en poco tiempo París se convirtió en un buen lugar para establecerse. Y
desde esta ciudad, y desde entonces, sigue compartiendo su mirada a través de
libros, revistas y exposiciones internacionales.
“Ahora
nos convida esta muestra de fortuna juguetona y de verídico infortunio,
estampas barajadas en la memoria del viajero: la apuesta de su juego la tiene
el jugador entre sus manos.”
Fotos: Jill Hartley |
Para su Lotería fotográfica mexicana, Jill Hartley no hizo foto etnográfica ni documentalismo alguno. Pero es obvio que sus encuadres e imágenes directas devienen y se engranan a los cánones e iconografía de la vieja tradición fotográfica mexicana que, desde el siglo XIX, han conformado y conforman los extranjeros fotógrafos —y no pocos nacionales— con algo de exploradores (y a veces de antropólogos, etnólogos y arqueólogos), en cuyos viajes y recorridos por distintos y remotos puntos del país, trazan un diálogo directo con su gente, con sus tradiciones, su paisaje, sus vestigios prehispánicos, su arte y artesanías, sus festividades, sus vestimentas, sus usos y costumbres, que son parte inequívoca de los rasgos de la tipificada “identidad nacional”, del colorido y folclor del “ser mexicano”. Así, pese a lo reiterativo, cuando no se trata de denuncia o documento gráfico, miles de tales imágenes, con diferentes dosis de mitificación o mistificación, derivan en distintas y parecidas versiones de la trillada (pero siempre recurrente para el cristalino ojo de cíclope) “estética de la pobreza” del indio o del mestizo de pueblo.
“También el arte fotográfico es un juego de
azar”, es cierto, pero en su exploración de lo mexicano rural —que es la perspectiva que predomina— Jill Hartley lo hizo pensando en “los candorosos
cartones de la lotería”. Buscó y encontró objetivos más o menos al azar. De ahí
que trazara fronteras en su campo de visión, que discriminara y ordenara, lo
cual es muy obvio, pese al hecho contundente de que la calidad de las diminutas
reproducciones del librito y de los cartones es menos afortunada que la calidad
de las impresiones que se observa en las cartas. En los mejores casos, halló
detalles con poético magnetismo que enfatizó con la luz y el encuadre, como son
los casos de “La pera”, “La hora” y “La mano”.
Foto: Jill Hartley |
Pero también realizó fotos que obedecen a imágenes arquetípicas que fermentan y palpitan en la psique colectiva y en el imaginario popular de los mexicanos, mismas que muchos fotógrafos y otros creadores de imágenes (pintores, grabadores y demás fauna) han recreado y parafraseado mil y un veces. Por ejemplo, “La mujer”: una vista aérea del volcán Iztaccíhuatl (La mujer dormida); “La Virgen”: un típico guadalupano (quizá del 12 de diciembre) con la imagen de bulto amarrada a la espalda; “El águila”: la mítica ave que devora una serpiente en la bandera mexicana; “La beata”: dos enlutadas con la cabeza cubierta (que podrían figurar en una página de Agustín Yáñez o de Juan Rulfo), una de ellas es parte de quienes cargan el Santo en una procesión pueblerina; “La estrella”: una piñatota a imagen y semejanza de las piñatas que los niños y niñas quiebran en las posadas y en los cumpleaños; “El maguey”... Y como ésta, hay otras que con sólo nombrarlas surgen en la mente de quienes hacen o están familiarizados con las tradiciones y el folclor de México: “El pulque”, “La tortilla”, “El jarrito”, “El sombrero”, “La olla”, “El danzante”, “El guajolote”, “El torito”, “El perro”. Vale observar que el perro que se ve en el librito —no en las barjas ni en los cartones— al parecer tiene una pizca de xoloizcuintle, el can “mexicano” por antonomasia, dado su origen prehispánico.
Foto: Jill Hartley |
Y si la foto no reproduce el consabido icono que nombra el título, Jill Hartley jugó y parafraseó al unísono con otra imagen arquetípica: “La muerte”, cuyo esqueleto es el objetivo de un juego de tiro al blanco de una pueblerina feria; “El tigre”, un enmascarado de una tradicional fiesta en alguna ranchería de interior del país.
Foto: Jill Hartley |
Jill Hartley, Lotería fotográfica mexicana. Estuche que guarda un juego de lotería con estampas fotográficas en blanco y negro de Jill Hartley (10 cartones y 54 barajas). Más un librito homónimo con textos introductorios de Alfonso Morales y Alain-Paul Mallard, fotos en blanco y negro de Jill Hartley, y refranes y coplas de la lírica popular antologados por Elsa Fujigaki, Francisco Hinojosa y Alfonso Morales. Petra Ediciones/DGP del CONACULTA. México, octubre de 1995. 176 pp.
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