Mostrando entradas con la etiqueta Memorias. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Memorias. Mostrar todas las entradas

lunes, 1 de agosto de 2016

La vaca



 El yo y los errores

“Escribo para que mis amigos me quieran más”, todos los lectores de hueso colorado saben que dijo Gabriel García Márquez pensando en sus viejos amigos del grupo de Barranquilla. Algo semejante podría decir Augusto Monterroso [Tegucigalpa, diciembre 21 de 1921-México, febrero 7 de 2003]. Y esto lo transluce, más que sus fábulas y cuentos, la manera en que procede en sus divagaciones y ensayos breves, informales, caprichosos y egotistas; por ejemplo, los ensayos de La vaca (Alfaguara, 1998) y los de La palabra mágica (Era, 1983); pero también las entrevistas reunidas en Viaje al centro de la fábula (Martín Casillas, 1982), sus memoriosas páginas de Los buscadores de oro (Alfaguara, 1993) y las de su diario La letra e (Era, 1987); e incluso el infantilismo de sus autorretraTitos, caricaturas, garabatos y viñetas compiladas en Esa fauna (Era/Biblioteca de México/CONACULTA, 1992).
Augusto Monterroso
(Foto: Rogelio Cuéllar)
Augusto Monterroso sabe que es un privilegiado escritor de la jet set de la literatura que se escribe en México y en Latinoamérica: leído, admirado, aplaudido y premiado por el establishment de aquí y acullá. Y como tal recurre a sus viejos clisés: consabidos y legendarios episodios de su biografía y autobiografía, y con ello hace show en primera persona; evoca y platica anécdotas personales como si se tratara de las páginas de su diario, no del íntimo y secreto, sino del público y destinado a matizar la imagen y el abecé de la leyenda y del mito de su yo literario; se exhibe autocomplaciente y no pocas veces envanecido y orgulloso de sí mismo; casi siempre bufonesco y ligero aún cuando aborda las cuestiones más eruditas; siempre seguro de la complicidad y del buen humor de los lectores, sus amigos dispuestos a reírse a quijada batiente y hasta mostrar el punto ge-ge-gé, sobre todo los famas: los escritores de reconocido prestigio, que lo quieren y apapachan cada vez más. 
   
Augusto Monterroso
Autorretrato en La palabra mágica (1983)
      Entre tales pasajes de su legendaria y mítica biografía y autobiografía se hallan, por ejemplo, lo que concierne a la Generación del 40 y a la Asociación de Artistas y Escritores Jóvenes de Guatemala; a la revolución cívico-militar que en octubre de 1944 forzó en Guatemala la caída de Federico Ponce Vaides, sucesor del presidente dictatorial Jorge Ubico (1931-1944); al régimen antioligárquico y antiUnited Fruit Company del militar y político Jacobo Arbenz Guzmán (1951-1954), quien había sido Ministro de la Defensa con el presidente Juan José Arévalo (1945-1951) y Jefe de Estado en la Junta Revolucionaria (1944-1945); al oscuro empleo de Augusto Monterroso en el consulado guatemalteco en México y a su nombramiento, en 1953, de Primer Secretario y Cónsul de la Embajada de Guatemala en La Paz, Bolivia; a su exilio de dos años en Chile y luego en México desde 1956 hasta el presente; a su pobreza en la infancia; a su autodidactismo; a la lectura de los clásicos en la Biblioteca Nacional de Guatemala; a sus inicios y fracasos en el latín y otros idiomas; a sus empleos en la UNAM; a sus viejos y entrañables amigos escritores (todos vedettes en la cresta de la ola mediática); a su apoyo moral a la dizque “Cuba indoblegable” del dictador Fidel Castro y a la otrora “esperanza de la Nicaragua Sandinista”; a sus mil y una fobias y al hábito de presentarse inseguro y timorato durante el autopublicitario show público (con tal de venderle una piel de foca canadiense a una foca canadiense); a su facilidad para los chistes literarios y para las burlas y bromas ingeniosas y sarcásticas; y etcétera, etcétera.


(Alfaguara, México, 1998)
La vaca también es un libro misceláneo. Aunque Augusto Monterroso no lo precisa, se advierte que los ensayos fueron escritos en distintos tiempos y para diferentes circunstancias. Está allí, por ejemplo, el discurso leído en Guadalajara al recibir, en 1996, el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe “Juan Rulfo”. Pero también un texto sobre Erasmo de Rotterdam y otro sobre Tomás Moro, ambos signados por lo apócrifo e imaginario.
 
Augusto Monterroso
(1921-2003)

Foto de Arenas Betancourt que ilustra la tapa de su libro
Monterroso por él mismo (Alfaguara/CNCA, 2003)
        En un pasaje de su ensayo “Yo sé quién soy”, Augusto Monterroso se pregunta: “¿Cómo resistir la tentación, pues, de señalar un punto en apariencia equivocado o, inclusive, hipócritamente, de defenderlo, en la obra de un mero colega?”. Casi como si refrendara aquello que dijo alguna vez: “La buena narrativa tiende por lo general a la sátira. En el fondo de todo buen novelista o cuentista hay alguien con un látigo; cuando no es así la gente se aburre.” En este sentido, si los peores instantes de La vaca ocurren cuando Tito Monterroso se torna simple, autocomplaciente, facilón, sentimental, pontífice o apologista y retórico en exceso (la “Memoria de Luis Cardoza y Aragón”, por ejemplo), los mejores momentos son aquellos donde el dizque modesto, inseguro y temeroso saca de su arsenal el filoso bisturí y se vuelve un crítico sagaz (azote y terror de los escritores) y no deja títere con cabeza. 
 
Augusto Monterroso
Autorretrato en Esa fauna (1992)
        En el citado “Yo sé quien soy”, por ejemplo, al volver a su lectura de El loro de Flaubert de Julian Barnes, se ríe y se da gusto al exhibir y refutar “un posible error del propio Barnes” donde éste sostiene que la famosa frase de Flaubert: Madame Bovary c’est moi es una alusión a la respuesta que dio Cervantes cuando en su lecho de muerte le preguntaron por el origen de su famoso personaje.” 
   
La metamorfosis
Caricatura de Augusto Monterroso en Esa fauna (1992)
        Algo semejante le ocurre y hace en “La metamorfosis de Gregor Mendel”, cuando al aludir su lectura de un libro de “la señorita Christine Ammer”, destaca que allí se dice sobre la cucaracha: “Una peste doméstica en el mundo entero, la humilde cucaracha fue hecha famosa por dos escritores del siglo veinte de posición muy distinta. El escritor checo Franz Kafka transformó a Gregor Mendel, protagonista de su novela La metamorfosis, en una cucaracha desde el comienzo de su relato, quien a partir de ahí vio el mundo desde esa perspectiva sombría y angustiosa.” Jocosa barrabasada (remember que Gregorio Samsa es el protagonista de La metamorfosis y que Gregor Johann Mendel es el célebre monje agustino y botánico del siglo XIX cuyas investigaciones fundamentaron las leyes de la herencia) que incita a Monterroso a sacar de la chistera y de su colección de errores el hecho de que Mario Vargas Llosa, en “El cuento oral y popular”, artículo publicado en El país, el diario español, citó “El dinosaurio”, su minúscula fábula, de la manera siguiente: “No quiero terminar estas líneas sin recordar el maravilloso cuento brevísimo de Augusto Monterroso: ‘Cuando despertó, el unicornio todavía estaba allí’.” Mientras que Carlos Fuentes (cita Tito Monterroso) en Valiente Mundo Nuevo, lo hizo así: “Entre los dos [Scheherezada y Oliveira], para salvarse de la muerte común que les acecha, de esa vida que se ‘agazapa como una bestia de interminable lomo para la caricia (Lezama), de ese cocodrilo que al despertar sigue allí, según la breve ficción de Augusto Monterroso, inventan esta novela y la ofrecen al mundo desnuda, desamparada, la materia de múltiples lecturas, no sólo una: un texto que puede leerse de mil maneras.’”
 
El dinosaurio
Caricatura de Augusto Monterroso en Esa fauna (1992)
          Más o menos en el mismo humorístico tenor, en “Encuestas”, al citar el póstumo título Biblioteca personal de Jorge Luis Borges, Augusto Monterroso se detiene en el prólogo a Las venturas y desventuras de la famosa Moll Flanders, de Daniel Defoe, con el fin de enseñarle a todo el mundo lector (y no lector) un visible “error gratuito” de Borges el memorioso cuando éste anota: “que yo recuerde, no llueve una sola vez en todo el Quijote.” Y enseguida Monterroso afirma que “en el Quijote sí llueve” y lo precisa con pelos y señales; cosa que puede hacer con los ojos cerrados, al derecho y al revés, por arriba y por abajo, dando saltos de tigre o haciéndose el funámbulo que nada de a muertito, pues ha sido un legendario y ferviente lector de Miguel de Cervantes e incluso (el mismo modesto Monterroso lo recuerda) ha dado cursos sobre su obra, lo cual se deja entrever en el ensayo donde reseña El diario de una duquesa, novela de Robin Chapman, y en la citada objeción que le hace a El loro de Flaubert de Julian Barnes.

   
Miguel de Cervantes
Caricatura de Augusto Monterroso
en Esa fauna (1992)
       Quizá “El otro aleph” es el mejor ensayo que Tito Monterroso reunió en La vaca; allí, entre sus infalibles anécdotas y memorias personales, da amena y erudita noticia de cómo descubrió y dónde se halla un “descomunal aleph” nada menos que en “La Araucana”, el poema épico de Alonso de Ercilla y Zúñiga; pero además remite a otros alephs, localizables y ahora visibles a través de distintas fragmentos. Allí, entre otras cosas, Augusto Monterroso aplica su trituradora crítica y hace polvo las afirmaciones que el uruguayo Emir Rodríguez Monegal (1921-1985) asentó en su nota 51 del Ficcionario (FCE, 1985), su anotada antología de la obra de Borges, relativa al argumento de “El Aleph” y sus supuestos vínculos con la Divina Comedia y con el nombre de Dante Alighieri. 
Augusto Monterroso
Autorretrato en Esa fauna (1992)
     Pero lo que resulta el prietito o el notorio frijol en la sopa de letras es el hecho de que dándose vida destripando errores, el duende le haya colocado un yerro en la fecha de nacimiento de Ercilla, pues en “El otro aleph”, precisamente en la página 85, dice que nació “en Madrid en 1553”, pero fue veinte años antes, el 7 de agosto de 1533. Lo cual, además, resulta absurdo y risible ante lo que argumenta, pues líneas abajo apunta sobre su índole aventurera y de azaroso viajante: “El sino viajero que marcará su vida lo llevará en 1555 a cruzar el Atlántico camino del Perú, de donde pasa pronto a Chile. De aquí vuelve desterrado, después de estar unos meses preso por sus actitudes levantiscas y pendencieras, al Perú, en situación económica angustiosa. En 1563 regresa a España. De sus más de siete años en aquella región de América, gastó uno y medio en la guerra de reconquista contra los araucanos, a quienes en ese lapso aprendió a matar, a admirar, y quizás a amar.
Colón
Dibujo de Augusto Monterroso en Esa fauna (1992)


Augusto Monterroso, La vaca. Alfaguara. México, 1998. 136 pp.

********

Los dos Borges

La hora de la espada

Dado que el político y escritor chileno de ascendencia ucraniana Volodia Teitelboim Volosky (1916-2008) tenía en su haber tres libros biográficos sobre tres chilenos notables en las letras del siglo XX: Neruda (Losada, 1985), Gabriela Mistral, pública y secreta (Bat, 1991), Huidobro, la marcha infinita (Hermes, 1993), a priori podría suponerse que Los dos Borges. Vida, sueños, enigmas (Hermes, 1996) también es un libro biográfico, pero no es así, pese a que explora y plantea aspectos biográficos de la vida y obra del escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986).
(Hermes, México, 1997)
  Los dos Borges es una especie de libro-juego; es decir, está integrado por cinco partes que comprenden cincuenta capítulos numerados con romanos y títulos, los cuales abarcan doscientos cincuenta y tres subcapítulos numerados con arábicos y rótulos, cada uno de los cuales inicia con un epígrafe que es un verso o un fragmento de un texto de Borges, cuyo lista de créditos remiten al volumen Jorge Luis Borges. Obra poética (Emecé, 1994). A esto se añade el “Índice de nombres” y los listados de las fuentes bibliográficas y hemerográficas.

Pero lo lúdico no radica sólo en tal armazón que invita a una azarosa y fragmentaria lectura más o menos semejante a la lectura-juego que Julio Cortázar propone en el preámbulo de Rayuela (Sudamericana, 1963), sino sobre todo en la manera en que Volodia Teitelboim aborda y desglosa sus temas; es decir, si bien Borges es el epicentro, lo es desde una perspectiva personal y caprichosa.
Si en las páginas iniciales Volodia hace un seguimiento más o menos cronológico, a lo largo del libro esto se torna totalmente arbitrario, pues el autor a través de los breves subcapítulos no sólo va y viene por el tiempo y el espacio según se le antoja, sino que también suele ser reiterativo y parcial. Y esto lo acomete no con la respiración y el ritmo de un solo y largo ensayo dividido en partes, capítulos y subcapítulos, sino mediante fragmentos que obedecen a distintos procedimientos.  
Volodia Teitelboim y Pablo Neruda
  Si Volodia Teitelboim —quien era un hombre de izquierdas, culto y ameno y con el don de la palabra hablada— siempre está presente como autor y autoerigida autoridad moral y crítica, en determinado fragmento bosqueja una anécdota o una serie de anécdotas; en otro glosa la reseña de un cuento, o de un ensayo o de un poema o de un libro de Borges; o un comentario sobre el texto de un ensayista, de un detractor o de un biógrafo que se ocupó de éste; o aventura una simple divagación o un ensayo breve sobre cierto tópico; o un comentario ligero, baladí o bizantino sobre algún autor que cuestionó o abordó uno o varios aspectos borgeanos. Y más aún: introduce digresiones autobiográficas y episodios y bosquejos que no tienen nada que ver (o poco que ver) con Borges.

Ahora que si Volodia en varios pasajes no escatima elogios en torno a ciertos textos de Borges, en el cúmulo de sus reiterativos juicios críticos destacan tres señalamientos: el consabido y supuesto fracaso e incapacidad sexual de Borges ante las féminas; su incomprensión, ceguera, menosprecio y distancia ante los contextos sociales, políticos e históricos (en su entorno y en la aldea global), aunado a su ideario conservador, antidemocrático y anticomunista; y su apoyo y apología a las cruentas dictaduras militares del Cono Sur de América Latina.
Salvador Allende, Pablo Neruda y Volodia Teitelboim
  En este sentido, Volodia Teitelboim no desvela el hilo negro ni la cuadratura del círculo ni descubre nada nuevo bajo el sol. 

A estas alturas del siglo XXI, las vertientes de la vida y obra de Borges (con sus múltiples contradicciones y meollos) están muy estudiadas y biografiadas y el aporte de Volodia, con sus errorcillos y divergencias, estriba en el modo en que personaliza, condimenta y desglosa el pastiche y el puzzle.   
Pinochet, golpista y genocida
         Además de que Borges recibiera, “el 21 de julio de 1976”, en la embajada de Chile en Buenos Aires, la Gran Cruz de la Orden al Mérito Bernardo O'Higgins, otorgada por Augusto Pinochet y la junta militar chilena, casi toda biografía que se respete —por ejemplo: Borges, una vida (Seix Barral, 2004), de Edwin Williamson— no pasa por alto los elogios de Borges al golpista y genocida Pinochet, junto al sonoro y trascendente hecho de que en septiembre de 1976, durante su estancia de una semana en el país chileno, recibió un doctorado honoris causa de la Universidad de Santiago de Chile de manos de su rector, 
que era un general de las fuerzas armadas”, y la Academia Chilena de la Lengua le rindió un homenaje, en cuyo discurso Borges elogió la mano dura y sangrienta de los militares golpistas, en Chile y en la Argentina, además de que tuvo “una cena privada” con la junta militar y el dictador; todo lo cual incidió en que los académicos suecos nunca le concedieran el Premio Nobel de Literatura. A Volodia Teitelboim la presencia de Borges en Chile lo tocó muy cerca, pues en su bosquejo anota que “el diario La Segunda del 20 de septiembre [de 1976] informó en detalle sobre la recepción a toda orquesta que le brindó la Academia Chilena de la Lengua” (lo nombró Miembro de Honor y la Universidad de Santiago, encabezada por el general-rector, le concedió el susodicho doctorado honoris causa). Y allí, dice, se propagaron unas siniestras y chorreantes palabras que dijo Borges en las que además de festejar a los genocidas pinochetistas, celebra el golpe dado el 24 de marzo de 1976 en la Argentina por los militares encabezados por el general Videla: 
      “En ésta época de anarquía, sé que hay aquí, entre la cordillera y el mar, una patria fuerte. Lugones predicó la patria fuerte cuando habló de la hora de la espada. Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita. Y lo digo sabiendo muy claramente, muy precisamente lo que digo. Pues bien, mi país está emergiendo de la ciénega creo, espero que con felicidad. Creo que merecemos salir de la ciénega en que estuvimos. Ya estamos saliendo, por obra de las espadas, precisamente. Y aquí ya han emergido de esa ciénega. Y aquí tenemos: Chile, esa región, esa patria, que es a la vez una larga patria y una espada honrosa.”
Pinochet y Videla
  Y según reporta Volodia Teitelboim: “en la misma página de La Segunda del 20 de septiembre [de 1976] donde se reproducen las palabras de Borges se da una información en castellano elemental y con caracteres más negros

“Aparece hoy en Diario Oficial 
“Quitaron nacionalidad chilena a V. Teitelboim
“Volodia Teitelboim Volosky, esbirro de Moscú, que desde la capital soviética se ha dedicado a injuriar a Chile, buscando aislarlo internacionalmente, es el cuarto marxista privado de la nacionalidad chilena. Un decreto de la Junta de Gobierno pone las cosas en su lugar...
“Volodia Teitelboim, Anselmo Sule, Hugo Vigorena y Orlando Letelier son los cuatro individuos privados de la nacionalidad chilena. La determinación del gobierno de privar su nacionalidad de chileno a Teitelboim se concreta hoy con la publicación en el Diario Oficial del decreto 604 y tiene fecha del 10 de junio del presente año. La medida tiene la firma del Presidente de la República y de todos los Ministros de Estado que forman el gabinete del general Augusto Pinochet.”
Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, día del golpe militar
  Volodia apunta que a él y a Carlos Altamirano, por orden de Pinochet, se les intentó matar en la Ciudad de México. Y que si bien Borges regresó a Buenos Aires el 22 de septiembre de 1976 (había llegado el día 15), el día 21, en Washington, “a poca distancia de la Casa Blanca y del Capitolio”, lo pinochestistas de la DINA (y sus cruentos aliados de la CIA) no fallaron al destrozar de un bombazo a Orlando Letelier, quien iba en un auto “junto a su secretaria norteamericana Ronny Moffit”.

Salvador Allende y Orlando Letelier cuando era embajador de Chile en EU
  En “noviembre de 1996”, en México, Editorial Hermes publicó Los dos Borges, y la breve iconografía que incluye difiere de la aún más breve selección de once imágenes que más o menos se logran apreciar en la edición impresa en España, en 2003, por Ediciones Merán; pero en ninguna se introdujo una foto de Borges dándole la mano al genocida y dictador Pinochet o saludado al genocida general Videla en la Casa Rosada, imágenes demonizadas que normalmente eluden las iconografías consagratorias.

(Merán, España, 2003)
  A modo de apéndice hay que subrayar que si a primera vista la edición de Merán parece mejor que la de Hermes, lo que lo refuta sobremanera es el hecho de que después del subcapítulo “104. Fabular un planeta nuevo” en la edición de Merán comienza un desbarajuste en el seguimiento y paginación de los subcapítulos; nauseabundo y tercermundista escollo del “primer mundo” que se prolonga hasta el subcapítulo “114. Al trasluz”.


Volodia Teitelboim, Los dos Borges. Vida, sueños, enigmas. Fotos en blanco y negro. Editorial Hermes. 1ª reimpresión. México, julio 8 de 1997. 342 pp.
Volodia Teitelboim, Los dos Borges. Vida, sueños, enigmas. Fotos en blanco y negro. Ediciones Merán. España, marzo 2003. 336 pp.


*********

sábado, 23 de julio de 2016

Los buscadores de oro

También los memoriosos empezaron desde pequeños

Entre las fotografías que ilustran la tapa de la primera edición de Los buscadores de oro, libro de memorias del escritor Augusto Monterroso (Tegucigalpa, diciembre 21 de 1921-México, febrero 7 de 2003), editado en la capital mexicana, en “julio de 1993”, con el número 105 de la serie Alfaguara Literaturas, se advierte la imagen de un chiquillo que mira directo al lente del fotógrafo con el ceño fruncido: está sentado en un cajón frente a otro cajón donde yace un plato con difusos alimentos y sostiene una cuchara entre las manos. Su rostro es casi idéntico al rostro del Monterroso adulto que se observa en el retrato fotográfico de la segunda de forros, pensativo y de corbata, y con las manos en la barbilla. 
   
(Alfaguara, México, 1993)
       
Augusto Monterroso, foto sin crédito en la segunda de forros de
Los buscadores de oro (Afaguara, México, 1993)
      En ambos casos se trata del escritor galardonado en España con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras del año 2000, del fabulista de
La oveja negra y demás fábulas (Joaquín Mortiz, México, 1969) y del antólogo, con Bárbara Jacobs, de la Antología del cuento triste (Alfaguara, México, 1997). No obstante, en el primer caso escenifica uno de sus primeros papeles: el del niño Tito, que ya desde entonces garrapateaba dibujitos y garabatos, así lo transluce su libro Esa fauna (Era/CNCA, México, 1992), una delgada selección que incluye viñetas y caricaturas aparecidas en Lo demás es silencio (Joaquín Mortiz, México, 1978) y en La palabra mágica (Era, México, 1983), cuya seductora edición especial, profusamente ilustrada y diseñada por Vicente Rojo (incluida la tipografía, las tintas, los colores, los papeles), evocan las ilustradas ediciones especiales de La vuelta al mundo en ochenta mundos (Siglo XXI, México, 1967) y de Último round (Siglo XXI, México, 1969), libros de Julio Cortázar diseñados por Julio Silva (cada título compuesto por un par de tomitos), reeditados en 2010 por RM, en México y en Barcelona, con variantes en el diseño y con mayor amplitud visual (cada título en un solo volumen). En la foto de la tapa de Los buscadores de oro el niño Tito tenía unos cuatro años. Estaba en una casa de Puerto Barrios, Guatemala, donde su abuelo, el general Antonio Monterroso, nada menos que “la máxima autoridad militar local”, ofrecía una comida a un soldado de su mismo rango de paso por allí. Al niño Tito no se le ocurrió subir al cielo y pegar un grito (según canta la popular adivinanza con que juegan y se desgañitan los chiquillos: “Tito, Tito, capotito,/ sube al cielo/ y pega un grito”), sino decirle al oficial que era de mala educación llevarse el cuchillo a la boca. Como escarmiento, medio en broma, lo enviaron a un rincón a comer entre los cajones, donde alguien lo fotografió, para, sin proponérselo, hacer y dejar constancia de lo que rezan los siguientes versitos que Augusto Monterroso, desde su niñez, no olvidaba: 

    Las nubes con sus formas caprichosas
    revolando impelidas por el viento
    me hicieron meditar por un momento
    en la efímera vida de las cosas.

        Lo anterior se halla entre las anécdotas que Augusto Monterroso evoca y comenta en Los buscadores de oro, libro autobiográfico, de memorias y acotaciones (algunas librescas), muy breve, en el que bosqueja su infancia vivida en un ir y venir entre territorio hondureño, donde nació, y Guatemala, cuya nacionalidad adoptó; pese a que con los años y a su larga estancia en México (que lo hizo más mexicano que los nopales y el ajolote), se sienta “ciudadano de ninguna parte”, “ni de aquí ni de allá”. 
     
Contraportada de La palabra mágica (Era, México, 1983)
Arriba, en el círculo: Augusto Monterroso
Abajo, en el cuadrado de la izquierda: Bárbara Jacobs
Y en el cuadrado de la derecha: Vicente Rojo
       
Un buen número de los libros de Augusto Monterroso obedecen a una indiscutible fascinación egotista, autobiográfica. El autor, que sin buscarlo siempre quiso ser un escritor satírico (Jorge Ruffinelli dice que su primer cuento fue prohibido por la radiodifusora nacional de Guatemala), como estrella internacional de la jet-set literaria y personaje de su escritura, quien, paradójicamente, tenía entre sus principios ontológicos: la modestia, el miedo, la inseguridad y la timidez al referirse a sí mismo, con el paso del tiempo fue generoso y autocomplaciente al evocar, contar y difundir pasajes de su vida personal e intelectual: las entrevistas reunidas en Viaje al centro de la fábula (Martín Casillas, 2ª ed. aumentada, México, 1982), ciertos textos de La palabra mágica, los “Fragmentos de un Diario” que constituyen La letra e (Era, México, 1987), lo que le contó a Jorge Ruffinelli para el ensayo que preludia su edición anotada de Lo demás es silencio (Cátedra, Madrid, 1982), los fragmentos memoriosos y autobiográficos reunidos en Monterroso por él mismo (Alfaguara/CNCA, México, noviembre de 2003) —libro póstumo, antologado y editado por uno o más editores anónimos—, sin descartar, desde luego, las consabidas caricaturas con que el fabulista celebraba y se reía de sus actitudes, de sus poses y de su aspecto físico.

       
Páginas 96-97 de La palabra mágica (Era, 1983)
El dibujo es un autorretrato de Augusto Monterroso
         En “Los escritores cuentan su vida”, ensayo de La palabra mágica, además de enumerar una serie de circunstancias que, según su humor, dizque motivan a los autores a redactar su vida, Monterroso dice, categórico, como quien descubre el hilo negro: “No hay una sola vida que no sea escribible”. En este sentido, un libro de memorias como Los buscadores de oro, cuyo primer tiraje mexicano fue de quince mil ejemplares, más sobrantes para reposición, sólo podía explicarse y tener éxito de ventas en muchos países debido a que el autor, en la cúspide de la fama —“esa ruidosa cosa que Shakespeare equiparaba a una burbuja y que hoy comparten las marcas de cigarrillos y los políticos”, los actores de Hollywood, las estrellas de rock, los papas y los futbolistas—, donde hablaba y oía las voces del Olimpo, tenía un numeroso e internacional séquito de lectores e incondicionales escuchas dispuestos a botanear, a reírse a quijada batiente y a festejar cada una de sus palabras y bromas, e incluso con el más minúsculo de sus recuerdos y chistes.

     
Contraportada de Viaje al centro de la fábula, segunda edición aumentada que
Martín Casillas Editores acabó de imprimir, en México, 
“19 de octubre de 1982”,
edición de tres mil ejemplares 
al cuidado de Bárbara Jacobs y el autor”.
        
Antes de Los buscadores de oro, el simple mortal, por lo menos el asentado por estos lares de la capital veracruzana, para acercarse a la primera vida y a los primeros milagros del autor que preludia sus fábulas con un epígrafe que reza: “Los animales se parecen tanto al hombre que a veces es imposible distinguirlos de éste”, sólo contaba con las entrevistas reunidas en Viaje al centro de la fábula (cuya primera edición de la UNAM data de 1981), y entre otros datos y anécdotas dispersas por allí, con el documentado esbozo biográfico que Jorge Ruffinelli hizo para la susodicha edición anotada de Lo demás es silencio. En sus memorias de Los buscadores de oro, Monterroso repite, contrapuntea y abunda sobre varios de los episodios y datos muchas veces abordados por él, sobre todo en lo que concierne a su genealogía y génesis como lector y futuro fabulista con prestigio internacional y condecoraciones de aquí y acullá. En este sentido, el lector puede no compartir sus opiniones, tales como el hecho de que considera muy parecidos a los escritores de distintas latitudes. O cuando afirma que “El pequeño mundo que uno encuentra al nacer es el mismo en cualquier parte en que se nazca...” O cuando a sí mismo se hace figurar como un individuo que no tiene nada que ver con la política: Nunca voté. Jamás he contribuido a elegir un presidente, un simple concejal: en Honduras, por no tener la edad; en Guatemala, porque en tiempos del dictador Jorge Ubico no había elecciones sino plebiscitos fraudulentos en los que yo no participaba; en México, porque como exiliado no tengo esa facultad.” 

   
Páginas 14-15 de La palabra mágica (Era, 1983)
La viñeta es de Augusto Monterroso
        Ante esto se puede señalar que, curiosamente, al principio de Los buscadores de oro alude su “Llorar orillas del río Mapocho”, artículo autobiográfico, reunido en La palabra mágica, en el que recuerda: “En 1954 llegué exiliado a Santiago de Chile procedente de Bolivia, en donde había sido durante un tiempo secretario de la embajada y cónsul de mi país”. Lo cual implica que hacía política diplomática, o trabajaba para ella haciendo política laboral y burocrática, y por ende votaba, sin ir a las urnas, por el gobierno del general Jacobo Árbenz que, no obstante sus logros nacionalistas e independentistas relativos a la reforma agraria contrapuesta al monopolio transnacional norteamericano de la United Fruit Company, llevaba ya nueve años laborando en el gobierno de Guatemala —primero como Jefe de Estado en la Junta Revolucionaria (1944-1945), luego Ministro de la Defensa (1945-1951) y finalmente presidente (1951-1954)—, y en cuya sonora caída con un escandaloso golpe militar incidieron los intereses y los dólares de la United Fruit Company, y la descarada intervención de la CIA y del gobierno de Estados Unidos. Se podría citar, además, lo que Jorge Ruffinelli narra sobre la militancia de Augusto Monterroso, en los años 40, en la Asociación de Artistas y Escritores Jóvenes de Guatemala, la cual, clandestinamente, pugnaba por el derrocamiento del dictador Jorge Ubico (1931-1944). O, mínimamente, la fábula que le festejó el comunista prosoviético Pablo Neruda —autor de “Canto a Stalingrado” y “Nuevo canto de amor a Stalingrado”, poemas reunidos en Tercera residencia (Losada, Buenos Aires, 1961)—, de la que en 1976 dijo el propio Monterroso: “‘Mister Taylor’ fue escrito en Bolivia, en 1954, y está dirigido particularmente contra el imperialismo norteamericano y la United Fruit Company, cuando éstos derrocaron al gobierno revolucionario de Jacobo Arbenz, con el cual yo trabajaba como diplomático.”

Augusto Monterroso y Julio Cortázar
Managua, 1981
Foto en Cortázar. Iconografía (FCE, México, 1985)
   Desde entonces era célebre el antinorteamericanismo de Augusto Monterroso, sobre todo el que tenía que ver con la independencia antiimperialista (política, económica y cultural) de las Repúblicas Bananeras de América Latina. Y aunque no fue un político de oficio y beneficio (en su momento, por ejemplo, apoyó al supuesto “socialismo” revolucionario en la Cuba del dictador Fidel Castro y a la Nicaragua sandinista), en el mismo texto del lagrimeo en el río Mapocho refiere la dosis política y subversiva inmersa en la escritura (una carga explosiva, de tiempo): 
 “Entendemos que escribir es un acto pecaminoso, al principio contra los grandes modelos, enseguida contra nuestros padres, y pronto, indefectiblemente, contra las autoridades.”    Palabras que son y no son retórica, más aún en un statu quo latinoamericano sucesivamente signado por la pobreza y el rezago y la constante lucha contra el autoritarismo de los poderosos, el etnocidio, el magnicidio, la corrupción sistémica y gubernamental, la penetración norteamericana y la antidemocracia.
      
Contraportada de Lo demás es silencio (La vida y la obra de Eduardo Torres)
Primera edición de cuatro mil ejemplares que Joaquín Mortiz
terminó de imprimir en México el 19 de octubre de 1978
      Lo importante de Los buscadores de oro, sin embargo, es lo que concierne a la educación sentimental y literaria de Augusto Monterroso y a los detalles que traza de sí mismo y de su parentela, en cuyo elenco descuella un tío, su tocayo, que fue cantante, torero, actor, periodista, fotograbador y caricaturista; consabida habilidad que también distinguía al escritor, aunque poco la difundiera. Más también destaca su abuelo el general, mecenas de intelectuales, periodistas y poetas. Pero sobre todo Vicente Monterroso, su querido y admirado padre, que fue bohemio a imagen y diferencia de los miserables y fracasados decadentistas franceses de fines del siglo XIX; un soñador que fundaba imprentas, revistas y periódicos para fracasar una y otra vez, endeudándose y consumiendo la fortuna de doña Amelia Bonilla, su esposa. De su padre heredó lo soñador, lo sensitivo ante los pobres y débiles, y la tendencia a apoyar “las causas perdidas en materia política”, que es una forma de hacer política, a veces mojándose y otras sin mojarse. Y aunque Monterroso repite que es incapaz de describir “situaciones o entornos, caras o portes de personas”, no por ello en su escritura está ausente lo novelesco. 

   
Gabriel García Márquez y Augusto Monterroso
Coyoacán, Ciudad de México, 1973
         En Los buscadores de oro hay minucias, de realismo mágico alquímicamente puro, consubstancial, tropical y bicicletero, casi garciamarquino. Por ejemplo, lo que narra sobre las balas que un marido celoso le disparó a su padre. Que se decía que su abuelo el general viajó a Europa, únicamente para que un médico ruso le aplicara “sus famosos métodos rejuvenecedores sexuales a base de transplantes de glándulas de mono.” Que uno de sus tíos fabricó un insecticida casero: “Flytox, y trató de venderlo de casa en casa en una época en que el Flit estadounidense se hallaba en las tiendas de la esquina del mundo entero a un precio equivalente a la cuarta parte del suyo.” Que en el Parque Central de Tegucigalpa, Honduras, había una estatua ecuestre dizque del general Francisco Morazán. Cada 15 de septiembre era venerada por las autoridades y le rendían honores cantándole el himno nacional, pero años después se supo que era una estatua del mariscal Ney (el rubicundo, el valiente entre los valientes), comprada en Francia por un funcionario mentiroso y ratero.

Augusto Monterroso, Los buscadores de oro. Alfaguara Literaturas núm. 105. México, julio de 1993. 128 pp.



*********

jueves, 9 de junio de 2016

Borges en Sur

Érase el hombre invisible en Buenos Aires

Nacido el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires, Argentina, Jorge Luis Borges murió el 14 de junio de 1986 en Ginebra, Suiza. Editado en Buenos Aires por Emecé, en marzo de 1999, dentro del contexto de las celebraciones mundiales del centenario de su nacimiento, Borges en Sur, con nueve mil ejemplares, es una antología de las colaboraciones con que Borges, entre 1931 y 1980, participó en Sur, la revista fundada por Victoria Ocampo, gracias al entusiasmo y a la persuasión de Waldo Frank y de Eduardo Mallea, pero bautizada por Ortega y Gasset “en una casi legendaria conversación telefónica” que éste y Victoria Ocampo sostuvieron entre Buenos Aires y Madrid, según cuenta María Esther Vázquez en su biografía: Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, 1996): “Llamar a larga distancia en aquellos días no era fácil ni barato. Pero ella había hecho antes y haría después cosas bastante más difíciles.”

 
Victoria Ocampo
Foto: Man Ray
       Borges en Sur
es una miscelánea. La edición, con visibles erratas, fue “cuidada” por Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Socchi, autoras, al parecer, del acopio, exclusión, orden, notas y manualidad del libro, lo cual comprende dos prólogos sin firma: una “Nota del editor” y otra “Sobre la revista Sur”, que preceden las 101 colaboraciones antologadas, divididas en seis apartados: “Artículos” (que cierra con “Variación”, poema de Borges “no incluido en libro alguno”), “Traducciones”, “Notas”, “Cine”, “Los libros” y “Miscelánea”. 
   Vale recordar, entre paréntesis, que Sara Luisa del Carril es la autora del exhaustivo acopio y anotación del póstumo tomo: Jorge Luis Borges. Textos recobrados. 1919-1929 (Emecé, 1997); y con Mercedes Rubio de Socchi de los siguientes dos títulos que completan la trilogía: Jorge Luis Borges. Textos recobrados. 1931-1955 (Emecé, 2001) y Jorge Luis Borges. Textos recobrados. 1956-1986 (Emecé, 2003). 
   
Jorge Luis Borges en 1943
Foto: Gisèle Freund
(Emecé, Buenos Aires, 1999)
        En Borges en Sur cada colaboración incluye, al pie, la ficha de la revista donde fue publicada (número anual, número de serie, fecha), más la referencia (si es el caso) de otro título donde la misma colaboración fue incluida, lo cual, en gran parte, se limita a tres rarezas bibliográficas: Borges y el cine (Sur, 1974), antología de artículos de Borges con un ensayo de Edgardo Cozarinsky; Páginas de Jorge Luis Borges seleccionadas por el autor (Celtia, 1982), con un prefacio de Alicia Jurado; y Jorge Luis Borges. Ficcionario. Una antología de sus textos (FCE, 1985), con edición, introducción, prólogos, notas y cronología de Emir Rodríguez Monegal. A esto se añaden tres notas intermedias y los índices: el “Indice temático”, dividido en 14 grupos; el “Indice cronológico”, con una nota preliminar, que desglosa las fichas bibliográficas de las 189 colaboraciones de Borges en la revista Sur, de 1931 a 1980, indicando, con un asterisco, las 101 antologadas en el presente libro; el índice de los textos de Sur publicados en los libros reunidos por Borges en el legendario volumen de sus Obras completas (Emecé, 1974), con otra nota preliminar, y que en buena parte son los textos excluidos de Borges en Sur; y, por último, el “Indice general”. 
Obras completas (Emecé, 14a. ed, Buenos Aires, 1984),
cuya primera edición data de 1974.
        En la anónima “Nota del editor” se informa que 75 de las colaboraciones de Borges en Sur han sido publicadas en el citado tomo de las Obras completas de Borges. Que 33 se hallan en las susodichas antologías: la de Edgardo Cozarinsky, la prologada por Alicia Jurado, y la editada y anotada por Emir Rodríguez Monegal. Que 65 son inéditas “en forma de libro”, lo cual se reitera en el cintillo publicitario que rodeaba al libro aún sin abrir e implica el énfasis de la rimbombante novedad, y el hecho de que ahora los lectores de diversas latitudes del orbe pueden acceder, en un solo volumen, a tales rarezas de la arqueología borgeana, lo cual no era fácil, incluso para los argentinos, si se considera lo que se apunta al término de la misma nota: 

       “Agradecemos a Irma Zangara que nos facilitó parte del material.
   “Agradecemos especialmente a la Librería Aquilanti [en Buenos Aires] que con toda     generosidad nos ha permitido consultar la colección completa de Sur en reiteradas oportunidades.” 
   
Cintillo de Borges en Sur (Emecé, 1999)
          Cabe observar, que Irma Zangara —recopiladora de Borges en Revista Multicolor. Obras, reseñas y traducciones inéditas de Jorge Luis Borges. Diario Crítica: Revista Multicolor de los Sábados 1933-1934 (Atlántida, 1995)— fue vicepresidenta de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, fundada en Buenos Aires, “el 24 de agosto de 1988”, por María Kodama —se dice en su página web—, la viuda y heredera universal de los derechos de autor de la obra de Borges. “La fundación ocupa el edificio de la calle Anchorena 1660, próximo a la casa en que Borges vivió con su familia a fines de la década de 1930. María Kodama la adquirió después de algunas dificultades e indecisiones en 1994 [sic]. Compró la propiedad, la renovó e inauguró la Fundación en la primavera de 1995 [sic]. Contiene la biblioteca de Borges y fotografías suyas, varios adornos y objetos pertenecientes al escritor y además un banco de datos para uso de estudiantes e investigadores.” Apunta el escurridizo James Woodall en su controvertida biografía: La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro (Gedisa, 1998). 
Iniciadores de la revista Sur en 1930:
En la fila de atrás (de pie y de izquierda a derecha): Eduardo J. Bullrich, Jorge Luis Borges, Francisco
Romero, Eduardo Mallea, Enrique Bullrich, Victoria Ocampo y Ramón Gómez de la Serna; sentados
(de izquierda a derecha): Pedro Henríquez Ureña, Oliverio Girondo, Norah Borges de De Torre,
María Luisa Olivier, Carola Padilla, Ernest Ansermet y Guillermo de Torre. La fotografía que
aparece en la mesita de la derecha es de Ricardo Güiraldes.


Foto en La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro (Gedisa, 1998)
        Borges estuvo en el primer comité de Sur. Y Guillermo de Torre —autor de Literaturas europeas de vanguardia (Caro Raggio, 1925) y de los tres tomos de Historia de las literaturas de vanguardia (Guadarrama, 1971), quien en 1928 se casó con Norah, hermana de Borges, y correligionario de éste en la vanguardia ultraísta (primero en España y luego en Buenos Aires)—, fue el primer secretario de redacción de la revista. La primera colaboración de Borges en la revista Sur, publicada en el número 1, en enero de 1931, fue el ensayo “El coronel Ascasubi” —no antologado en Borges en Sur—, luego reunido, con el título “La poesía gauchesca”, en la edición de 1957 de Discusión (Gleizer, 1932); libro que también incluye “El Martín Fierro”, la tercera colaboración de Borges en la revista, tampoco incluida aquí, publicada en el número 2, en mayo de 1931. Y la última, editada en el número 347, de julio-diciembre de 1980, fue una “Carta de Borges a Victoria Ocampo”, que no figura en Borges en Sur.

   
Victoria Ocampo
     
Sur número 1
(enero de 1931)
       En este sentido, la colaboración más antigua de Borges antologada en Borges en Sur es la cuarta, aparecida en el número 2, en mayo de 1931, que comprende tres poemas de Langston Hughes traducidos al español por Borges, precedidos de los originales en inglés. Y la menos vieja de las antologadas es la 188 (que cierra el libro): “Homenaje a Victoria Ocampo”, impresa en el número 346, de enero-junio de 1980, y es el póstumo discurso que Borges dijo el “15 de mayo de 1979” en la sede de la UNESCO, en París, pues Victoria había muerto de un cáncer de garganta el 27 de enero de ese año. En el texto (una forma del brindis), Borges glorifica e idealiza el cosmopolitismo de Victoria Ocampo. Con su previsible cortesía y humor, refiere, entre otras cosas, el hecho de que nunca fueron amigos íntimos y que siempre estaban en desacuerdo; no obstante, Victoria lo reconoció y tributó con la edición del legendario e iconográfico Diálogo con Borges (Sur, 1969) que ella ex profeso, y en torno a su 70 aniversario, sostuvo con él. Pero también Borges bosqueja su elección para la revista Sur y la diligencia de Victoria para su nombramiento, en 1955, como director de la Biblioteca Nacional de la Argentina: 
 
Victoria Ocampo entre Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges
Mar del Plata, marzo 17 de 1935
        “El recuerdo de Victoria Ocampo me acompañará siempre. Yo no era nadie, yo era un muchacho desconocido en Buenos Aires, Victoria Ocampo fundó la revista Sur y me llamó, para mi gran sorpresa, a ser uno de los socios fundadores. En aquel tiempo yo no existía, la gente no me veía a mí como Jorge Luis Borges, me veía como hijo de Leonor Acevedo, como hijo del Dr. Borges, como nieto del coronel, etc. Pero ella me vio a mí, ella me distinguió cuando casi no era nadie, cuando yo empezaba a ser el que soy si es que soy alguien todavía, porque a veces tengo mis dudas, a veces creo que soy una superstición de ustedes y ustedes me han inventado, sobre todo Francia me ha inventado. Yo era el hombre invisible de Wells en Buenos Aires y luego recibí aquel premio internacional. Bueno, ahí votó por mí Roger Caillois y entonces empezaron a verme en Buenos Aires, se dieron cuenta que yo estaba allí y todo eso lo debo también a Victoria Ocampo. Fui nombrado director de la Biblioteca Nacional después de los años aciagos de la dictadura de cuyo nombre no quiero acordarme y debo eso a la iniciativa de Esther Zemborain de Torres y de Victoria Ocampo. A ellas se les ocurrió que yo podía ocupar el sillón de Groussac y de Mármol. A mí me pareció que eso era imposible. Les dije: ‘Quien mucho abarca poco aprieta, yo preferiría dirigir la Biblioteca de Lomas de Zamora’, que es un pueblo que está al sur de Buenos Aires. Victoria me dijo: ‘No sea idiota’. Efectivamente, ocupé el sillón de Groussac. Yo dirigí aquella biblioteca y descubrí que se cumplía en mí un hecho que voy a recordar ahora. El hecho es éste: Groussac había sido ciego y había dirigido la biblioteca. A mí me dieron un tiempo los 900.000 volúmenes (habrá menos ahora, habrán robado muchos sin duda, digamos unos 800.000 ahora) de la Biblioteca Nacional y descubrí que estaba ciego, apenas podía descifrar las carátulas y los lomos de los libros. Entonces escribí un poema, pero una vez que escribí esos poemas sobre Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche, descubrí que esa dinastía era triple, ya que José Mármol, el olvidado novelista argentino, que ha fijado para todos los argentinos y quizás para toda América la imagen no sé si más fiel pero sí la más vívida del tiempo de Rosas, había sido también ciego. De modo que parece algo misterioso, parece que es muy peligroso ser Director de la Biblioteca, porque uno corre el albur de ser ciego, pero como yo soy el tercero, quizás sea el último. El número tres tiene una significación. Si me piden un recuerdo de Victoria, es curioso, yo recuerdo que nunca estábamos de acuerdo y que siempre nos queríamos mucho, y no nos poníamos de acuerdo, pero éste es un rasgo grato, el hecho de poder estar en desacuerdo con alguien es mucho y ya que estoy en Francia, quiero recordar también a un hombre a quien recuerdo siempre, Pierre Drieu La Rochelle. Yo lo conocí, Victoria lo había invitado, fue uno de los dones que Victoria hizo a nuestro país, y recuerdo que salimos a caminar por los arrabales de Buenos Aires. No sé si era por Chacarita, por el puente de Alsina, por Barracas, no recuerdo muy bien dónde, pero de pronto sentimos la gravitación de la llanura. Habíamos dejado las casas y estábamos entrando en el campo, entonces Drieu dijo una cosa que no recogió en ningún libro, pero que es la definición de la llanura, que todos los escritores argentinos hemos buscado, con la cual no hemos dado. Fue necesario que aquel normando viniera y nos la dijera. Dijo: ‘Vertige horizontal’, es la expresión magnífica, una hermosa metáfora.
   
Victoria Ocampo y Pierre Drieu La Rochelle
      “Pues bien, a Victoria le interesaba la literatura francesa, pero no sólo los autores ilustres sino los escritores medianos, por ejemplo si yo hacía una alusión a Gide, Victoria la conocía desde luego. Si yo aludía al Sr. Sherlock Holmes y su amigo el Dr. Watson ella indudablemente los conocía también. Frecuentaba a Leroux también, y me parece que el hecho de conocer a los escritores menores, de conocer el slang de los diversos idiomas, esa es la verdadera intimidad con un país. Y ahora sólo me resta decir que es importante honrar a Victoria, pero que es más importante ser dignos de aquella alta memoria de Victoria Ocampo. Debemos tratar de continuar su labor, debemos tratar de interesarnos no en un solo país, en un solo proceso histórico, sino iniciar esa aventura imposible y generosa de la humanidad, debemos interesarnos en el universo. Muchas gracias.” 
José Bianco
(1908-1986)
       Entre 1938 y 1961, José Bianco estuvo en la redacción de Sur, primero como secretario y luego como jefe. “Fueron sin duda los años más fecundos de Sur”, se reitera aquí. Su novela Las ratas (Sur, 1943) fue reseñada por Borges en el número 111, de enero de 1944, reseña incluida en Borges en Sur. Luego de que cierta Comisión Nacional de Cultura no otorgó el Premio Nacional de Literatura a El jardín de senderos que se bifurcan (Sur, 1941) , José Bianco, en el número  94 de Sur, de julio de 1942, publicó el legendario “Desagravio a Borges”, conjurado por él y Eduardo González Lanuza. Bianco murió el 24 de abril de 1986 y Borges el 14 de junio del mismo año. Pero como indicios del afecto que los vinculó, pueden leerse dos textos: el prólogo que Borges fechó en “Buenos Aires, 18 de septiembre de 1985”, ex profeso para Ficción y reflexión, volumen antológico de la obra de Bianco editado en México, en 1988, por el FCE. Y en tal tomo, entre las páginas donde José Bianco recuerda a Victoria Ocampo, a la revista Sur, y a Borges, hay una crónica memoriosa de 1986 titulada “Borges”. Allí, Bianco evoca:  

   
(FCE, México, 1988)
       “Mi relación con Borges se hizo más asidua a través de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Tantas veces he comido con Borges en casa de ellos, primero en Coronel Díaz, después en Santa Fe, después en Aguado, y por último en Posadas, donde viven actualmente, en la misma casa donde lo conocí. Cuando entré a trabajar a Sur, en mayo de 1938, pocas cosas me daban más alegría que las colaboraciones de Borges. Me parecía, en cierto modo, que justificaban la revista. Recuerdo que a consecuencia de una operación en la que estuvo a punto de morir (en aquella época no existían los antibióticos) Borges temió por su integridad mental. Durante la convalecencia y después, ya curado, decidió abordar un género nuevo, escribir algo completamente distinto de lo que había hecho hasta entonces; que no se pudiera decir: ‘Es mejor o peor que el Borges de antes.’ Así nació su primer cuento fantástico de inspiración metafísica: ‘Pierre Menard, autor del Quijote’. Borges estaba tan preocupado por el texto que acababa de entregarme —quizá ni él mismo se daba cuenta clara del resultado de su talento—, que a la mañana siguiente me llamó para saber qué me había parecido. Le dije la verdad: ‘Nunca he leído nada semejante’, y me apresuré a publicarlo, encabezando el número 56 de Sur.” Número correspondiente a mayo de 1939 y cuento que Borges compiló en su citado libro: El jardín de senderos que se bifurcan (Sur, 1941), luego integrado como primera sección de Ficciones (Sur, 1944). 


Jorge Luis Borges, Borges en Sur. 1931-1980. Antología y edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Socchi. Emecé Editores. Buenos Aires, marzo de 1999. 360 pp.