domingo, 20 de enero de 2013

Miramar



El bosque de las siete telarañas

Después de leer el prefacio de John Fowles que precede a Miramar (cuya primera edición en árabe data de 1967) —novela del egipcio Naguib Mahfouz (nacido en El Cairo el 11 de diciembre de 1911, muerto en París el 30 de agosto de 2006)—, pensado y urdido para la traducción inglesa (impresa en 1978) de Fatma Moussa Mahmoud, en donde alude las dificultades lingüísticas y estilísticas para traducir la literatura árabe, es ineludible que el lector del español no sospeche ante el tipo de versión a la que pronto se aventurará: ¿qué tan fiel es a su espíritu original? Lo más probable es que muy poco. 
Naguib Mahfouz 
Ignorantes del árabe, de sus giros dialectales y coloquiales, y en general de la cultura musulmana en simbiosis con la excesiva europeización, y como parte de la atávica tendencia etnocéntrica y colonialista que distingue a la tradición occidental (de la que Latinoamérica es parte), los lectores del castellano se ven confinados a leer una versión que quizá es más que nada una variante de la obra que la suscitó. Y esto se transluce no sólo en el español ibérico que la estigmatiza, sino también en la caprichosa fórmula para asentar en cursiva algunas palabras cuyo significado y sonido se suponen transcritos del árabe y, por lo consiguiente, portadores de la cosmovisión e idiosincrasia egipcia. Así, por ejemplo, para mala fortuna de los lectores y de las expresiones vernáculas de que supuestamente se trata (incluidos versículos del Corán), Alá no es Alá, sino Dios (vocablo más cercano a la efigie e iconografía judeocristiana). Y el celebérrimo Harún Al-Raschid —que Rafael Cansinos Assens tradujo del árabe como Harunu-r-Raschid en su versión de Las mil y una noches (1955), largamente prologada por él y reeditada por Aguilar, en 1986, en tres tomos de papel biblia—, aquí aparece como Haroun el-Rasheed. 
(Icaria, Barcelona, 1988)
Miramar, en las páginas de la obra, es el nombre de una pensión situada en Alejandría, donde confluyen siete personajes. Dado que los hechos transcurren en los años sesenta del siglo XX, la novela le sirve a Naguib Mahfouz —Premio Nobel de Literatura 1988— no sólo para narrar la interacción que se establece entre ellos al habitar la misma casona, sino también para hacer un registro crítico de la atmósfera social y política de aquel entonces. Esto, que en la obra se da por sobreentendido, para la traducción inglesa ha sido clarificado por las puntuales notas de Omar el Qudsy, académico de la Universidad Americana de El Cairo.
La novela inicia cuando un viejo periodista: Amer Wagdi (que le da nombre al primer capítulo), de más de 80 años de edad, regresa a Alejandría y a la pensión Miramar para pasar tranquilamente sus últimos días. Desde su perspectiva y en primera persona (con diálogos intercalados), narra la convivencia que se desarrolla allí hasta el asesinato de Sarhan el-Beheiry, uno de los inquilinos. 
El siguiente capítulo y el que sigue tienen cada uno el nombre de otros dos de los siete protagonistas: Hosny Allam y Mansour Bahy. E igualmente están narrados a partir de la perspectiva de cada uno y refieren los mismos sucesos (claro que desde ángulos distintos y con sus particularidades propias), para detenerse en el punto de intriga y suspense: el homicidio. Tal procedimiento ineludiblemente evoca a Rashomon (1950), filme de Akira Kurosawa (1910-1998) basado en dos relatos de Ryūnosuke Akutagawa (1892-1927): “En el bosque” y “El pórtico de Rashô” (o “Rashomon”), en donde los personajes narran en torno al crimen (incluido el bandolero y el muerto a través de una bruja-médium), cada uno desde su perspectiva, y por ende la verdad y la mentira se tornan elusivas y equívocas.
Akira Kurosawa
Ryūnosuke Akutagawa
El cuarto capítulo de Miramar tiene el nombre del asesinado. Allí Sarhan el-Beheiry hace su relato de los acontecimientos que conducen a su muerte. Y cuando en el tercer capítulo ya el desocupado lector daba por hecho quién fue el asesino, Sarhan el-Beheiry hace pensar que se trata de un suicido. Intríngulis que se dilucida en el quinto y último capítulo, cuyo rótulo repite el nombre de Amer Wagdi y que es, de algún modo, el epílogo.
Los capítulos no son monólogos interiores, no obstante insertan entre los fragmentos que los constituyen algunas líneas en cursiva que refieren conversaciones evocadas o que pertenecen al pasado o que ocurren en su intimidad.
Con dicha estructura, que ventila y contrapone el trasfondo de las actitudes y comportamientos de los personajes, se contrasta qué tanto se desconocían entre sí. Esto hace suponer que la obra pudo haber sido más rica si hubiese dado acceso a los intríngulis y a las maneras de pensar y ver de Mariana, Zohra y Tolba Marzuq.
Es evidente que lo que cobra un peso singular en esta novela de Naguib Mahfouz es la crítica que implica. Los personajes representan diferentes latitudes de asumir y asistir al fracaso sociopolítico y a las contradicciones del curso de la historia. Mariana, extranjera de procedencia griega y dueña de la pensión, es una anciana católica que vive añorando las glorias de su pretérito. Y el anciano Amer Wagdi, quien ha vivido los principales sucesos del siglo XX, fue simpatizante del Wafd y después vivió su desilusión ante él; y ahora está decepcionado, pese a su bondad y estoicismo, frente al presente.
Tolva Marzuq y Hosny Allam pertenecen a la clase de los terratenientes cuyos bienes, en buena medida, fueron expropiados por la Revolución Socialista que en julio de 1952 lideró Gamal Abdel Nasser y que puso término a la monarquía, al Wafd y a la ocupación inglesa. Zohra es una joven campesina que ha emigrado a Alejandría con el afán de eludir los atavismos y las tradiciones coercitivas de su círculo comunal y familiar. La belleza que la define exacerba los impulsos sexuales de los machos que la rodean. Su integridad moral y su fortaleza para superarse configuran la esperanza en medio de un pestífero marasmo en el que proliferan y hacen agua los desencantados.
Pero quienes resultan más dramáticos son Sarhan el-Beheiry y Mansour Bahy. Ambos son unos burócratas beneficiados por el régimen, cuyos conflictos y conductas son verdaderos nudos de discrepancias. El primero es el típico arribista cuya prerrogativa es ascender en la escala burocrática y social. Como jefe del departamento de contabilidad de una fábrica textil, miembro del Sindicato Socialista Árabe y uno de los representantes de los trabajadores ante la administración de la empresa, junto con un ingeniero, planea la venta ilícita y periódica de un cargamento de lino. Su anhelo de poseer una onírica casa de campo, una mujer con estatus y el dinero suficiente para solventar sus obligaciones familiares, así como sus hábitos donjuanescos, lo hacen aparecer, junto con Hosny Allam, como un engendro semejante a los que ya perfilan la aparición de una nueva burguesía que el dizque “socialismo” no pudo impedir (“Detrás de cada gran fortuna hay un crimen”, reza el aforismo de Balzac que preludia la célebre novela sobre la mafia de Mario Puzo).
Mansour Bahy, locutor y guionista en los Servicios de Radiodifusión de Alejandría, es un ex militante del Partido Comunista que tuvo el acierto de renunciar a éste, antes de que dicha agrupación fuera prohibida y perseguida. Y tanto su cobardía, como los meollos de su locura, no son menos interesantes (novelísticamente hablando).
Miramar, obra de Naguib Mahfouz que exhibe y yuxtapone la incapacidad moral del ser humano para organizarse social y políticamente de un modo ejemplar e íntegro. Testifica el naufragio de las utopías del siglo XX; por ende: la desilusión y la desesperanza son síndromes crónicos e incurables en medio de un perpetuo desasosiego y de una permanente decadencia que flota en el agrio, supurante, mórbido y deletéreo pantano.


Naguib Mahfouz, Miramar. Traducción del inglés al español de Magdalena Martínez Torres revisada a partir de la edición árabe de M. Alomar Saffour. Prólogo de John Fowles. Notas de Omar el Qudsy. Icaria Editorial (35). Barcelona, 1988. 248 pp.





martes, 15 de enero de 2013

El hombre que fue Jueves



 “Háganse pelotas” (y pelotas se hicieron)


El británico Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) fue uno de los escritores de lengua inglesa elegidos por el todopoderoso dedo flamígero del polígrafo argentino Jorge Luis Borges (1899-1986). Lo tradujo; lo antologó; sobre su vida y obra escribió innumerables notas, prólogos, ensayos; y lo celebró en mil y una charlas, entrevistas y ponencias. En una de las conferencias que dictó en 1978, en la Universidad de Belgrano, en Buenos Aires, recordó lo que había dicho y escrito en otras partes: “Chesterton, el gran heredero de Poe”, “—me parece a mí— es superior a Poe”. Y en la revista de señoras elegantes El Hogar, un año después de la muerte de Chesterton, Borges sigue recomendando: “para trabar conocimiento con Chesterton”, “como libro inicial y de iniciación”: “cualquiera de los cinco volúmenes de la Gesta del Padre Brown... o El hombre que fue Jueves...” —Ver: Textos cautivos. Ensayos y reseñas en “El Hogar” (1936-1939) (Barcelona, Tusquets, 1986), página 172.

Gilbert Keith Chesterton (1874-1936)
      Resulta comprensible que no pocos lectores hispanos (dispersos en las catacumbas de la recalentada aldea global) se acerquen a Chesterton bajo la bendición de Borges. Y en México, ante la novela El hombre que fue Jueves, no faltan quienes también lo hacen bajo la salutación y el tamiz del mexicano Alfonso Reyes (1889-1959). Chesterton tenía 34 años cuando en 1908 la publicó en inglés. Alfonso Reyes, en 1919, la prologó y tradujo al español con unas cuantas anotaciones que esclarecen ciertas minucias. Así, fue impresa en 1922, en Madrid, por la editorial que fundara Saturnino Calleja Fernández (1853-1915). En México, en 1985, 63 años después, el Fondo de Cultura Económica —en la Colección Popular y con diez mil flamantes ejemplares— recuperó tal versión y preámbulo.

Artemio de Valle Arizpe, Alfonso Reyes y el coronel Pérez Figueroa
en la Legación de México en Madrid (1922)
       Repleta de anacronismos, El hombre que fue Jueves es una antigualla que ahora resulta cursi y amanerada en numerosas minucias; pero sobre todo es una espléndida novela de aventuras, una novela juego, fantástica, terriblemente bufa, que es, al unísono, “una novela policíaco-metafísica”.
Todo se desencadena durante un filoso duelo verbal entre un par de decimonónicos dandys antagónicos, dos poetas estereotipos: Gregory comulga con el anarquismo, Syme con la ley y el orden. Gregory parece un anarca de verborrea químicamente puritanoide al que Syme no le cree. Así, herido en su orgullo, Gregory hace que Syme le jure que no revelará a la policía nada de lo que oiga y vea, y lo conduce a un bunker secreto y subterráneo donde conspiran los anarquistas de Londres. La burocracia anarquista va a elegir su delegado ante el Consejo Central Anarquista, constituido por siete miembros (número cabalístico), cada uno de los cuales es bautizado con el nombre de un día de la semana. Syme, antes de la elección, hace que Gregory le jure no revelar a la prole anarquista que él es un policía de Scotland Yard. Y frente al azoro de Gregory, que tiene que morderse la lengua y atarse las manos, Syme, con un explosivo discurso, gana el sitial y las insignias del hombre Jueves.

(FCE, México, 1985)
      Syme, el policía infiltrado con el camuflaje de Jueves, se halla en un laberinto. Pero en realidad éste comenzó en su infancia: en su odio al caos y a lo cruento y explosivo de los dinamiteros anarquistas, lo cual se enfatizó al convertirse en detective especializado en el exterminio de la plaga anarquista. Ahora, el Consejo Central Anarquista, manipulado por Domingo, quien lo preside, se ha propuesto asesinar al zar de todas las Rusias y al presidente de Francia. Mientras esto se pergeña, Syme, en la madeja de sus fobias, se extravía en la serie de inusitadas e impredecibles aventuras que caracterizan sus interrogantes y pesquisas. Lo singular estriba en que, en el curso de los hechos, su reclutamiento y doble identidad (en cuyo fondo late el corazón y el idealismo de un hombre bueno y religioso) resultan muy semejantes a los reclutamientos y a las dobles identidades de los otros cinco miembros del Consejo; es decir, los seis anarquistas (de Lunes a Sábado) son policías infiltrados. Cada uno ignora la doble identidad de los otros. Todos juraron a alguien no decir nada a la policía. Y a todos los reclutó y dio de alta un hombre gordo y corpulento, que en cinco casos les habló en un cuarto oscuro y al que nunca le vieron la cara, quien no es otro que Domingo, el presidente de la conjura anarquista.
      Así, atiborrada de rasgos visuales, episodios teatrales, parafraseos, parodias, y hazañas caricaturescas, transformistas, absurdas e increíbles, la novela plantea una guerra-juego entre el bien y el mal, el orden y la anarquía, la fe católica y el ateísmo. En este sentido, el buen Syme, que una y otra vez invoca y se encomienda a San Jorge, literalmente empuña la espada y se bate contra el malvado Satanás; pero también persigue al demoníaco dragón, que en este caso es corporificado por el gordinflón Domingo encaramado en un enorme elefante y luego en un globo aerostático.

G.K. Chesterton
      Cuando casi al término los seis detectives se asocian y deciden enfrentarse a Domingo y descubrir el trasfondo de su juego y doble identidad, acceden a una serie de revelaciones tan fantásticas como paradójicas, imposibles y apoteósicas. En medio de una zona edénica (vegetación, fauna, felicidad atmosférica e infantil, castillo, carruajes, lacayos, corte) se sucede una fiesta de disfraces, una exultante mascarada. Están allí representados todas las cosas y seres no sólo concebidos por Dios. Y en el centro del festejo: los tronos de los siete días de la Creación, representados por el simbolismo, según el “Génesis”, impreso en el vestuario, en simbiosis con el carácter interior de cada uno de los detectives. Y en el epicentro aparece Domingo, la eterna, universal, inescrutable, inextricable, complaciente y beligerante dualidad en uno y en todo, quien dice ser Sabbath, la alianza de Dios, pese a que en el orbe continúen los abandonos, las paradojas, los antagonismos y las confusiones metafísicas (ab origine y ad infinitum): “¡Y tú eres la paz de Dios!”, le reprocha Lunes al gordinflón Domingo. “¡Oh, yo puedo perdonarle a Dios su ira, aunque destruya las naciones; pero no puedo perdonarle su paz!”. 

Borges en su despacho de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires,
la cual dirigió entre 1955 y 1973
       En la conferencia citada al inicio de la nota, reunida en Borges oral (Buenos Aires, Emecé/Universidad de Belgrano, 1979), Borges (ateo, agnóstico y aficionado a las supercherías religiosas) afirmó lo que muchas veces dijo: la novela policíaca, “leída con cierto desdén ahora, está salvando el orden en una época de desorden”. Tal afirmación, en el ámbito literario, es un voto por la imaginación razonada; pero en el caso de la novela de Chesterton implica una onírica y recóndita nostalgia por la armonía universal y la conciliación de los contrarios: el utópico anhelo de que la ética, la ley y el orden de la idealizada razón católica, gobiernen y predominen así en el Cielo como en la Tierra.


Gilbert Keith Chesterton, El hombre que fue Jueves. Prólogo y traducción del inglés al español de Alfonso Reyes. Colección Popular núm. 307, FCE. México, 1985. 244 pp.





domingo, 13 de enero de 2013

Borges, sus días y su tiempo



Los libros y la noche
   
                  
I de II
Todo sugiere que el libro mayor que María Esther Vázquez le dedicó a Jorge Luis Borges (1899-1986) es su biografía Borges. Esplendor y derrota, que obtuvo, “en septiembre de 1995, el VIII Premio Comillas de biografía, autobiografía y memorias”, y que Tusquets Editores publicó, en febrero de 1996, en Barcelona. Y en segundo término: Borges, sus días y su tiempo, que Borges prologó y cuya primera edición, publicada en Buenos Aires por Javier Vergara, data de 1984, impresa veinte años después del primer viaje que hizo con él a Europa y de la primera biografía sobre el escritor: Genio y figura de Jorge Luis Borges (1964), editada en Argentina por la Eudeba (Editorial Universitaria de Buenos Aires), escrita por Alicia Jurado, su amiga y colaboradora en el ensayo Qué es el budismo (Columba, 1976). Pero también, en tal segundo término (o en un tercero) podrían ubicarse otros libros de María Esther Vázquez: Everness, un ensayo sobre JLB, editado por Falbo, en Buenos Aires, en 1965; y Borges, imágenes, memoria, diálogos, impreso por Monte Ávila, en Caracas, en 1977 (hay una segunda edición aumentada de 1980). 
(Tusquets, Barcelona, 1996)
Desde joven, María Esther Vázquez (Buenos Aires, 1937) fue lectora y discípula de Borges; en el último texto de Borges. Esplendor y derrota dice que acababa de cumplir 17 años de edad cuando se sumó a un grupo de alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras para visitarlo, por primera vez, en el departamento B del sexto piso de la calle Maipú 994, donde Borges, imposibilitado para leer y escribir desde 1955, vivía con doña Leonor Acevedo de Borges, su madre, y Fani (Epifanía Uveda de Robledo), la criada que le sirvió a la familia Borges durante 38 años (hasta unos días antes de la muerte del escritor, acaecida en Ginebra el 14 de junio de 1986). “Durante unos años no volví a verlo [dice la biógrafa], hasta que en 1957 o 1958 empecé a trabajar en la Biblioteca Nacional [que Borges dirigió entre 1955 y 1973]. Fue mi primer empleo. Pero no estuve mucho tiempo; emprendí un largo viaje por Europa y al regresar empezó, entonces, lo que sería una entrañable amistad y una larga serie de tardes y de mañanas de labor compartida.” 
"Borges prologó y presentó el libro de cuentos de María Esther Vázquez
Los nombres de la muerte (Emecé, 1964). La imagen registra
un momento del acto realizado en 1964."
María Esther Vázquez fue amiga de Borges, su amanuense, su lazarilla y ordenanza en varios viajes y su colaboradora en Introducción a la literatura inglesa (Columba, 1965) y en Literaturas germánicas medievales (Falbo, 1965), versión corregida y aumentada del libro que Borges escribió con Delia Ingenieros: Antiguas literaturas germánicas (FCE, 1951). María Esther Vázquez también colaboró con él en La Biblioteca di Babele, serie de 33 libros de literatura fantástica que Borges dirigió y prologó a petición de Franco Maria Ricci, editor europeo que comenzó a publicarla en italiano, en Milán, Italia, y que sólo apareció en español en los años 80, editada en Madrid por Ediciones Siruela, cuyos prólogos han sido reunidos en el título Prólogos de La Biblioteca de Babel (Alianza Editorial, 2001), con un prefacio de Antonio Fernández Ferrer. Y según apunta la propia María Esther Vázquez en la “Cronología” de Borges, sus días y su tiempo, también está presente en un libro de Borges que es un objeto de lujo y una curiosidad para contados y selectos bibliófilos; según ella, “En mayo [de 1974] aparece en Milán la más lujosa edición que se haya hecho hasta el presente de una obra de Borges. Se trata del cuento El congreso, editado por Franco Maria Ricci, en la colección I segni dell’uomo. Es un volumen encuadernado en seda (35 por 24), con letras de oro, ilustrado con casi medio centenar de miniaturas de la cosmología Tantra a todo color y pegadas. Se imprimió en caracteres bodonianos sobre papel Fabriano, hecho a mano. Fueron tirados tres mil ejemplares numerados y firmados. El volumen tiene 141 páginas y se completa con una entrevista, una cronología y una bibliografía realizadas por la autora de este libro, especialmente para esa edición.”
Borges recibe "una rosa de oro como homenaje a la sabiduría"
Universidad de Palermo, Sicilia (1984)
Ante tal rareza para adinerados, quizá valga el juego de citar dos costosos y singulares reconocimientos de entre los muchos que Borges recibió en Europa y en el continente americano. En la misma “Cronología” anota María Esther Vázquez que “el 21 de marzo [de 1984 Borges] parte para un viaje de cuatro meses que inicia en Palermo (Sicilia), donde lo hacen doctor honoris causa de la Universidad y recibe una rosa de oro como homenaje a la sabiduría, que pesa medio kilo”, nada menos. Y “a fines de julio [del mismo año] viaja a los Estados Unidos. Allí recibe otro doctorado honoris causa y el editor italiano Franco Maria Ricci ofrece una comida en la sala de lectura de la Biblioteca Nacional de Nueva York para 450 personas y en su transcurso entrega a Borges 84 libras esterlinas de oro, la primera de 1899, año del nacimiento de Borges y así sucesivamente las 83 restantes de cada uno de los años que le tocó vivir.” Episodio del que Borges habla al término de la XVII entrevista con María Esther Vázquez reunida en Borges, sus días y su tiempo, entre cuyas líneas se lee: 
“La invención es realmente extraña. Resulta que desde que yo nací, sin saberlo, sin que nadie lo supiera tampoco, he ganado una libra esterlina por año. Eso no parece excesivo, pero cuando al cabo de 84 años uno recibe un cofre con 84 monedas de oro donde un lado está san Jorge...
Ahora el ex san Jorge, lo han defenestrado, lo han echado del Santoral.
“Sí, pobre. De un lado, está el pobre ex san Jorge con su dragón; del otro, efigies de Victoria, de Eduardo VII, de Jorge V, de Isabel II. Además, el oro tiene un valor mítico; 84 monedas de oro dan la sensación de un capital infinito.
Sobre todo por el valor de su antigüedad. ¿Quién, si no es un coleccionista o una señora casi centenaria, que haya conocido de niñita a la reina Victoria, puede conservar una moneda del año en que ella murió, 1901?
“¡Caramba! Uno piensa en la reina Victoria y la ve tan lejana en el tiempo y yo nací dos años antes de que ella muriera.
Bueno, pero pareces mucho más moderno que la reina Victoria.
“¡Eso espero!
“¿Quién juntó esas libras esterlinas?
“El editor italiano Franco Maria Ricci, quien dirige la revista de arte y literatura FMR, cuyo nombre corresponde a las iniciales de Ricci. A él se le ocurrió que la revista me diera ese premio rarísimo. Ahora bien, él inició la campaña de FMR, que ahora se venderá en los Estados Unidos, con una comida rarísima en la Biblioteca Nacional de Nueva York.
 “¿Tiene comedor la Biblioteca Nacional?
“No. Se habilitó en la sala de lectura. Había 450 invitados. El importó, conociendo lo que es la comida americana, cuatro cocineros de Parma y se comieron unos tortellinis no inferiores a los que nos había ofrecido en Italia. Hablaron muchas personas, me entregaron el premio y yo pensé: ‘Recibo un premio de Italia, un país que quiero tanto; me lo dan en Nueva York, una ciudad que quiero tanto, y me lo entrega Ricci, un viejo amigo y mecenas’. Todo parecía un sueño. Agradecí, al final de esa comida espléndida, desde una alta tarima, que me hacía recordar al patíbulo. Me sentí tan agradecido por lo singular de ese regalo. El cofre es muy lindo, del tamaño de un infolio y cada moneda tiene un nicho circular y las han puesto de tal manera que a veces se ve el santo y el dragón, o mejor dicho, el ex santo y el ex dragón. Pero el dragón da lástima porque san Jorge parece tan grande, tan poderoso con una gran lanza matando a un gusanito; no me parece equitativa esa lucha”.
"María Esther Vázquez y Borges en el jardín de Villa Silvina en Mar del Plata, 1965"
Foto de Adolfo Bioy Casares
Además de los libros en colaboración de María Esther Vázquez con Borges, figura el hecho de que éste le dedicó el “Poema de los dones”. En la página 208 de Borges. Esplendor y derrota, la biógrafa lo refiere así: “En diciembre de 1958 Borges escribió el ‘Poema de los dones’ incluido en El hacedor, que apareció en 1960 [en Buenos Aires, editado por Emecé]. Posteriormente y en ediciones sucesivas, Borges me lo dedicó. Dedicatoria que persistió hasta su muerte; luego fue borrada. El editor B. del Carril dijo que fue una orden dada por quien ha heredado los derechos de Borges, María Kodama.” Lo cual es sólo un botón de muestra de toda la controversia y el cuestionamiento que resume y exhibe en su biografía en torno a María Kodama (Buenos Aires, marzo 10 de 1937), vertiente brevemente aludida en la “Cronología” de Borges, sus días y su tiempo.
Borges y María Kodama


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II de II
Algunos biógrafos apuntan que Jorge Luis Borges se enamoró de María Esther Vázquez y quiso casarse con ella, pese a que él era un anciano de 66 años y su asistente una joven de 24. En La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro (Gedisa, 1998), James Woodall narra el episodio con pelos y señales; entre lo que apunta se lee entre las páginas 264 y la 267: 
   “En el ‘Ensayo autobiográfico’ [que escribió en inglés con el auxilio de Norman Thomas di Govanni, publicado el 19 de septiembre de 1970 en The New Yorker] Borges no menciona los hechos ocurridos en 1965 y, según sospecho, tenía una buena razón para ello; esto estaba relacionado con María Esther Vázquez, un asunto que repentinamente se hizo penoso para él [...] 
(Gedisa, Barcelona, 1998)
   “En ese momento Borges y Vázquez estaban trabajando en dos proyectos: uno era la revisión del libro sobre literatura germánica que Borges había publicado con Delia Ingenieros en 1951; el otro proyecto consistía en una breve introducción para estudiantes argentinos de la literatura inglesa. La asociación profesional de Borges y María Esther se había desarrollado hasta convertirse en una estrecha camaradería y Borges sinceramente creía que el casamiento estaba en el tapete. Era éste un asunto que preocupaba a Leonor tanto como a su hijo. Leonor lo apremiaba para que tomara una decisión aunque no se sentía muy feliz con la idea de tener a María Esther como futura nuera. ‘Lo está exprimiendo como un limón’, habría dicho Leonor.
"El editor José Rubén Falbo con Borges y la autora durante la presentación de la
primera edición de Literaturas germánicas medievales (Col. De las palabras, Falbo,
Buenos Aires, 1965)  en la librería del primero de los nombrados. Buenos Aires, 1965."
  “En general, se consideraba que María Esther Vázquez se había mostrado complaciente con Borges. Cuando en noviembre de 1965 ella anunció que se casaría con Horacio Armani [se casaron el 14 de diciembre de 1965], Borges quedó sumamente abatido. Muchos de sus amigos afirmaban que la decisión de María Esther lo había alterado profundamente; la consideraba una especie de abandono, una defección. Es probable que la visita que hizo con ella al Perú acentuara las tensiones que había entre ellos; ciertamente, su compromiso con Armani, después del viaje que hicieron juntos desde la ciudad de Mendoza, fue un toque de difuntos para las esperanzas amorosas de Borges.”
   Y más aún: “Al enterarse del compromiso de María Esther Vázquez, Borges fue a ver al dentista y se hizo extraer dientes y muelas. Esa parecía ser la única solución a su desazón: un poquito de dolor físico para distraer su espíritu de aquel fracaso sentimental.”
  Este último episodio lo comenta así Leonardo Tarifeño en el número 78 de la revista virtual Origina (agosto de 1999), precisamente en un fragmento de su artículo “Viaje al fondo del Borges galán”: 
   “Corre 1965 y Borges se entera que María Esther Vázquez, a quien tenía en la mira matrimonial, va a casarse con el poeta Horacio Armani. Un personaje de Hemingway se habría emborrachado; Philip Marlowe hubiera enunciado dos o tres frases inolvidables contra el poder rubio. Pero la literatura norteamericana nunca fue de las favoritas del autor de Historia universal de la infamia, así que rápidamente decide extirparse las tres muelas que debía arreglarse. El cruel experimento dental suponía que el dolor físico podría reemplazar, o al menos atenuar, el dolor espiritual. Hundido en esa rara sospecha, al rato llega a su despacho de la Biblioteca Nacional con un pañuelo ensangrentado en la boca. Su amigo y vicedirector de la Biblioteca, José Edmundo Clemente, se alarma y le pregunta qué le pasó. La respuesta es tan extraña que jamás podrá olvidarla: ‘Vengo del dentista. Me fui a sacar unas muelas y le pedí que lo hiciera sin anestesia. Estoy triste por un asunto de faldas. Quería olvidar el dolor, Clemente, pero creo que no puedo olvidarlo.”
"José Edmundo Clemente y Borges en el despacho de la Biblioteca Nacional,
delante el globo terráqueo que perteneció a José Ingenieros.  (Circa, 1962)"
   Ante su pintoresco relato, hay que objetarle a Leonardo Tarifeño que cierta literatura norteamericana, en determinadas épocas y episodios de su vida, sí estuvo entre las favoritas de Jorge Luis Borges y baste citar, por lo menos, tres nombres: Walt Whitman, Herman Melville y Edgar Allan Poe; y el hecho de que con Esther Zemborain de Torres Duggan escribió el ensayo o guía de forasteros: Introducción a la literatura norteamericana (Columba, 1967). 
(Punto de lectura, Madrid, 2001)
  Borges, sus días y su tiempo es un personal y testimonial modo de tributar al poeta ciego de Buenos Aires y una manera de proponer un acercamiento a su obra y a múltiples facetas de su persona y de su biografía. Así, también es el trabajo de una reportera y periodista literaria. Es decir, el libro tiene su origen en las grabaciones de una serie de entrevistas que la joven María Esther Vázquez le hizo a Borges para la Radio Municipal de Buenos Aires, entonces ubicada “en un sótano del Teatro Colón”; pero también lo entrevistó en su despacho de la Biblioteca Nacional y en su departamento de la calle Maipú. Quizá el libro no le diga mucho a un ávido lector que profese el culto de Borges y por ende haya leído un sinnúmero de entrevistas y de biografías donde Borges habla de los mismos temas o casi de los mismos temas que aborda aquí, como puede ser el caso de Borges. Esplendor y derrota, pues es obvio que los casetes de las entrevistas (y sus otros libros) le sirvieron a María Esther Vázquez para elaborar su premiada biografía.
"Borges y María Esther Vázquez durante el diálogo que realizaron en el
Auditorium de Mar del Plata, 1984.
Fotografía de J.P. Mastropasqua."
  Borges, sus días y su tiempo se divide en las siguientes partes. El prólogo de Borges; el prefacio de María Esther Vázquez y una nota que hizo ex profeso “para la presente edición”, fechada en el “invierno de 1999”. Luego sigue la primera parte del libro: “Aproximación al personaje”, que comprende tres breves y anecdóticas estampas: “Borges a los 65 años”, “Borges a los 75 años” y “Borges a los 85 años”, más un esbozo misceláneo: “Borges por dentro”, donde alude la virtud memorística de Borges:
 “Uno de los atributos más envidiables de Borges era su memoria, fundamento de su notable erudición, que le permitió acumular conocimientos que parecen infinitos.
 “Alguien ha dicho alguna vez que la obra de Borges está plagada de citas falsas. Esta es una afirmación mal intencionada; si existen, están inventadas en función de un especial sentido del humor y pueden hallarse en la literatura humorística que escribió con Bioy Casares. Pero es notable comprobar, a quien haya trabajado con él, cómo podía citar de memoria con absoluta seguridad. A menudo, para asegurarse de un dato, me indicaba que consultara tal tomo de su biblioteca, citaba el número de la página en que se encontraba y si había una ilustración la describía, y allí estaba la frase o el pasaje que necesitaba y la ilustración que él recordaba. Eduardo Mallea me dijo cierta vez, con una expresión feliz, que la memoria de Borges era simultánea, y eso era exacto. Una palabra, un recuerdo, desencadenaban en él una serie de relaciones inesperadas: todo parecía simultánea y mágicamente convocarse a través de su recuerdo para llegar a la comprobación o al fin deseado. Años atrás, al leerle un poema de Montale en que este autor nombraba al sabiá [‘pequeño pájaro oriundo del Brasil’], le pregunté qué significaba esa palabra para mí desconocida. Me contestó citándome unos versos en portugués que había oído cantar en 1914, cuando el barco que lo llevaba a Europa hizo escala en Río de Janeiro y donde se nombraba a este pájaro.”
"Borges y María Esther Vázquez. Al fondo el Monumento a la Bandera.
Rosario, 1983"
  Tal celebración de Borges el memorioso resulta definitoria, pues además de que estaba imposibilitado para leer y escribir desde 1955, Borges, sus días y su tiempo es, centralmente, un libro de entrevistas donde descuella la memoria de Borges, quizá sobre todo cuando evoca y resume, de un modo poético, argumentos de ciertas narraciones, como ocurre en la entrevista IX donde habla de “La literatura fantástica”, la cual, no obstante, a veces le fallaba. Por ejemplo, en la página 161, al hablar de la novela policial y al citar a Chesterton, María Esther Vázquez le afirma que éste “no ha escrito ninguna novela policial”. Y Borges le responde que “no, pero sí un centenar de cuentos policiales que tienen un carácter doble”. Es decir, en tal lapsus ambos olvidaron que Chesterton es el autor de El hombre que fue Jueves (1915), novela policial que Alfonso Reyes prologó y tradujo del inglés al español, publicada en 1922, en Madrid, por la editorial Saturnino Calleja. 
Alfonso Reyes con su perro Alí (Buenos Aires, 1927)
G.K. Chesterton (1874-1936)
  Además de que Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) fue un autor que Borges frecuentó con entusiasmo a lo largo de su vida —por ejemplo, figura entre los escritores que él, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo seleccionaron para la Antología de la literatura fantástica (Sudamericana, 1940), y entre los que él y Bioy Casares eligieron para el primer tomo de Los mejores cuentos policiales (Emecé, 1943) y entre los que él escogió y prologó para las series La Biblioteca de Babel y Biblioteca personal—, cabe recordar que el joven Borges, entre 1927 y 1928, conoció en Buenos Aires a Alfonso Reyes (1889-1959) cuando éste fue embajador de México en Argentina. En la página 415 del Ficcionario (FCE, 1985), Emir Rodríguez Monegal anota que ambos solían almorzar “los sábados entre largas pláticas literarias” y que según Borges de Alfonso Reyes “aprendió a depurar el estilo neoclásico barroco vanguardista de sus comienzos para acercarse al clasicismo de su madurez”. Y al respecto, en la página 110 de Borges. Esplendor y derrota, se lee: “Entre las amistades felices a las que alude Borges, se contó la de Alfonso Reyes, humanista mexicano y embajador de su país en la Argentina precisamente en 1927, que ejerció una notable influencia sobre nuestro escritor. ‘Pienso en Reyes [dijo Borges] como el primer estilista de la prosa española de este siglo; con él he aprendido mucho sobre simplicidad y manera directa de escribir’”.   
"Borges frente a una biblioteca en el comedor de su casa de Maipú 994.
Su figura oculta los tomos de la Enciclopedia Británica, cuya edición de
1911 era muy querida por el escritor. Enero de 1979.
Fotografía tomada por Marciano Saucedo."
  La segunda parte de Borges, sus días y su tiempo, que es la central y se titula “Conversaciones”, comprende 17 entrevistas que le hizo María Esther Vázquez. Fueron editadas a partir de los temas que se aluden en los subtítulos y si bien no están dispuestas en orden cronológico, se advierte que la más antigua data de 1962 y las más recientes de 1984. La única hasta entonces inédita, transcrita para la presente edición, es la XV, fechada en 1982. 
   La tercera parte: “Encuentros”, comprende cuatro charlas en las que además de María Esther y Borges figura otro escritor: “Con Eduardo Gudiño Kieffer en 1972”, “Con Francisco Luis Bernárdez en 1974”, “Con Raimundo Lida en 1977” y “Con Manuel Mujica Láinez en 1977”.     
   Luego sigue “Desde la misteriosa orilla”, una nota nostálgica y melancólica que María Esther Vázquez fechó el “15 de junio de 1986”, es decir, un día después de la muerte del escritor.
  Enseguida aparece un puñado de “Frases y anécdotas” de Borges, algunas comentadas y otras no. Y por último la “Cronología” y la “Bibliografía”, más doce fotografías en blanco y negro (con sus correspondientes pies) insertadas entre las páginas 224 y 225. 


María Esther Vázquez, Borges, sus días y su tiempo. Prólogo de Jorge Luis Borges. Iconografía en blanco y negro. Punto de lectura (164). Madrid, 2001. 356 pp. 






martes, 8 de enero de 2013

Kitchen



Como agua para soñar en el más allá

Según Tusquets Editores, el verdadero nombre de la escritora japonesa Banana Yoshimoto es Maoko, quien en 1988, con 26 años, publicó en su idioma su primer libro: Kitchen, cuya traducción del japonés al español (editada por primera vez en octubre de 1991 en Barcelona) incluye la novela homónima y el cuento “Moonlight Shadow”, el cual escribió para ilustrar su tesis de licenciatura. Se dice que en Japón el libro obtuvo de inmediato críticas favorables y dos premios muy cotizados: el Kaien y el Izumi Kyoka; y lo que es más sorprendente: “¡más de seis millones de lectores!” 
Banana Yoshimoto
Tal vez en japonés la novela y el relato sean algo extraordinario y Banana Yoshimoto un monstruo narrativo a la altura de la precocidad y el talento del legendario narrador y suicida Yukio Mishima (1925-1970). Sin embargo y pese al bombo y platillo con que se anuncia y dora la píldora: es “hija del crítico literario Ryumei Yoshimoto, auténtico gurú de la literatura nipona en los años 60”, la traducción del japonés al español que hicieron Junichi Matsuura y Lourdes Porta exhibe un libro simplote, de ínfima calidad. Esto inclina a suponer que Kitchen, en el Japón, fue un fenómeno de ventas, una efímera burbuja, un best seller inflado por la exacerbada publicidad.
(Tusquets, 1ra. reimpresión mexicana,  1991)
Kitchen es el relato que hace Mikage Sakurai, una jovencita que abandona sus estudios de fotografía para emplearse de ayudante de una famosa maestra de cocina (la Chepina Peralta del Japón, con programa televisivo y viajes por el país). Sus padres fallecieron. Creció con sus abuelos. El abuelo murió cuando ella iba en la secundaria y la abuela acaba de morir. Es por esta dolorosa y elegíaca acumulación de pérdidas que su condición de solitaria y huérfana se agudiza y traduce en un continuo lloriqueo y sentimentalismo. Como padece de reminiscencias uterinas y umbilicales, se consuela y refugia en la cocina, especie de vientre y seno materno, puesto que siente que la alimenta, protege, arrulla y cobija con el calor y el zumbido que emite el refrigerador. Sólo allí puede dormir. 
Inducida por su nostalgia y búsqueda inconsciente opta por convertirse en cocinera, primero amateur y luego profesional. 
El desarrollo de Kitchen es poco atractivo. Se pierde en excesos melodramáticos: la conmiseración que la protagonista siente por sí misma, su martirio de soledad, su desasosiego existencial, el sentimentalismo, todo enmarcado por descripciones paisajísticas y atmosféricas de tarjeta postal que no envidiaría National Geographic
Su melodrama es parecido al de Eriko y Yuichi, dos personajes que durante seis meses se la llevan a su departamento para que no esté tan solita y se rehabilite. Eriko es el padre de Yuichi; pero cuando su esposa murió de cáncer y ante el dolor que implicó la pérdida del ser amado, renunció a ser hombre, se operó para convertirse en mujer y estableció un bar gay que funciona en la noche. 
Eriko, pese a que regresa a casa en la madrugada y con aliento alcohólico, es una madre modelo, responsable, educada, guapa, femenina, limpia, ordenada y amorosa. Y Yuichi, su hijo, es también un modelo de rectitud y buenas costumbres, no tiene problemas edípicos ni de identidad y se distingue por su actitud noble y gentil. Y así como observa una relación sana y aséptica con su madre transexual, del mismo modo la establece con Mikage Sakurai: se respetan en todo momento, guardan distancia, se quieren como hermanitos consanguíneos y se comportan como si no tuvieran impulsos ni deseos sexuales. Poco después, en el bar, un enamorado infeliz mata de una cuchillada a Eriko; y entonces es Yuichi el que padece la muerte de su padre-madre.
       Kitchen denota que Banana Yoshimoto podría ser una excelente guionista de agringados melodramas televisivos clasificación “B”. Fuera de la singularidad de Eriko, la obra no es maldita ni tiene intriga ni nada de morbosa maledicencia ni de vertientes eróticas iconoclastas. Es una noveleta aséptica que Eriko no utilizó para confesar su intríngulis o lo que escondía tras la metamorfosis transexual, y en cambio Mikage Sakurai se dio vuelo con sobredosis de afectación y cursilería. 
Hay en ella dos momentos que pretendieron ser mágicos y poéticos: uno es el hecho de que Mikage y Yuichi se encuentran en un mismo sueño que tuvieron por separado, arquetípica confluencia onírica que Borges desarrolló y varió más de una vez, por ejemplo, en sus cuentos “El otro” e “Historia de los dos que soñaron”. El otro momento es cuando por pura intuición, Mikage adivina el cuarto del hotel donde Yuichi se halla.
Banana Yoshimoto
       “Moonlight Shadow”, por su parte, es el relato de Satsuki, otra muchachita de veinteañera que, sin haber leído La separación de los amantes de Igor Caruso, padece insomnio e incertidumbres existenciales tras la muerte de su novio, su ser querido. Al igual que Kitchen, “Moonlight Shadow” chorrea lágrimas y elegiaca sensiblería. Y tanto en una narración como en la otra los electrodomésticos y las alusiones a las costumbres, hábitos de consumo, poses y utensilios que publicitan e instituyen los mass media no son más que pinceladas sociológicas sobre la estandarización y masificación de la conciencia y de la cultura, ineludibles e híbridas, puesto que ocurren en el industrializado Japón actual del entonces. 
“Moonlight Shadow” es o quiere ser una neovariación de un antiguo mito chino que la voz narrativa llama “fenómeno de Tanabata”, y que los traductores en un pie de página ilustran y resumen así: “Kengyusei y Shokujosei, dos amantes condenados a vivir separados por la eternidad, uno a cada lado de la Vía Láctea (en japonés, literalmente: ‘río del cielo’), pueden encontrarse una vez al año, la noche del 7 de julio. Por ello, esa noche se celebra en Japón la fiesta de la adoración de las estrellas, o fiesta de Tanabata”. En este sentido, en “Moonlight Shadow”, Urara, una joven de unos 25 años que se aparece como fantasma, es una especie de pitonisa que guía a Satsuki a un puente, el mismo donde ésta se encontraba y se despedía de Hitoshi, su fallecido novio, y donde lo vio por última vez; allí, bajo las favorables circunstancias cósmicas que ocurren una vez cada cien años, acuden a una hora precisa revelada por Urara. Ocurre el milagro, y Satsuki y Urara, cada una en un ámbito distinto, pueden ver por unos instantes a sus respectivos ex novios, quienes agitando la manita les dicen bye, bye desde el otro lado del río, antes de retornar al ámbito del más allá. 
Al mismo tiempo, pero en otro punto topográfico y sin que él sepa de qué alquimia celeste se trata, Shu, el hermano menor de Hitoshi, puede ver a Yumiko, su novia tenista que perdió la vida en el mismo accidente donde murió Hitoshi. El espectro o ectoplasma de Yumiko entra en la recámara de Shu, abre el armario y se lleva el vestido de marinero que usaba cuando vivía y que Shu, para no olvidarla y como para conjurar su regreso, solía usar ante el asombro o la incomodidad de quienes lo veían vestido de mujer. Pero nuevamente, fuera de estos interesantes rasgos sobrenaturales, el relato es un melodrama ramplón donde una serie de adolescentes y jovenzuelos escenifican su aprendizaje sentimental.
       Los traductores de Kitchen optaron por el español ibérico e incluyeron una serie de pies de página que contribuyen a la comprensión de ciertos vocablos y expresiones del japonés; sin embargo, les faltó anotar el significado de un buen número de palabras, sobre todo las que se refieren a la singular comida japonesa.


Banana Yoshimoto, Kitchen. Traducción del japonés al español de Junichi Matsuura y Lourdes Porta. Colección Andanzas (151), Tusquets Editores. 1ª reimpresión mexicana. México, noviembre de 1991. 208 pp.