jueves, 12 de mayo de 2016

La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro

Entre chismitos y chismes de conventillo

La biografía que el borroso James Woodall escribió en inglés sobre Jorge Luis Borges: The man in the mirror of the book, apareció por primera vez en Londres, en 1996, editada por Hodder & Stoughton. Y la primera traducción de ésta al español, de Alberto L. Bixio, fue impresa en Barcelona, en marzo de 1998, por Editorial Gedisa, con el título La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro
(Gedisa, Barcelona, 1998)
        Según James Woodall: “En octubre de 1995, María Kodama anunció que catorce biógrafos estaban trabajando sobre Borges. De esos biógrafos sólo ocho la entrevistaron y ella piensa que sólo uno está produciendo algo que le parece realmente interesante”. Dice, además, que su biografía es una de las catorce; que la entrevistó tres veces (pero no le precisó la fecha de su nacimiento en Buenos Aires: marzo 10 de 1937); y que su libro “no es el que cuenta con su aprobación”. No obstante, el biógrafo se muestra muy agradecido por las atenciones que recibió de María Kodama y de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges que la viuda creó en Buenos Aires el 24 de agosto de 1988 (en una casa ubicada en Anchorena 1660 que colinda con la casa donde los Borges vivieron entre 1938 y 1943), e incluso desde el inicio plantea un vínculo ideal entre ella y Borges (pese a que luego dice que no hubo sexo): “María es el monumento vivo de Borges, la destinataria del amor que el escritor buscó durante toda su vida y encontró finalmente en ella sólo en edad avanzada”. 

María Kodama, la Yoko de Borges
  Quizá por ello no le interesó ahondar en los legendarios equívocos y controversias que suscitó la relación amistosa (y amorosa a partir de su mutua declaración en abril de 1971 en Islandia) que María Kodama sostuvo con Borges, desde mediados de los años 60 hasta su muerte, ocurrida el sábado 14 de junio de 1986 en un departamento entonces recién adquirido en Ginebra, Suiza, ubicado en un edificio en la Gran-Rue 28. Y más aún: menciona, pero no bosqueja, la leyenda negra que desencadenó el súbito matrimonio exprés (casi dos meses antes del fallecimiento del anciano, ciego, enfermo y desahuciado poeta), celebrado desde Europa, por poder, el 26 de abril de 1986 en Colonia Rojas Silva, un oscuro y remoto pueblo del Chaco paraguayo, y la modificación del testamento de Borges a favor de ella. En el testamento de 1979, dice Woodall, María Kodama y Fani (Epifanía Uveda de Robledo), la criada de Borges y su madre desde 1947, se dividirían la herencia; pero en el testamento de noviembre de 1985, María Kodama figura como la única heredera y a Fani sólo le corresponden dos mil dólares. Que James Woodall diga que Borges no quería a la sirvienta y que no le gustaba su cocina, no explica que primero la heredara y luego la desheredara. 

Borges y Fani, la criada, en el departamento B del sexto piso de la
calle Maipú 994 (Buenos Aires, inicios de los años 80).
Foto en El señor Borges (Edhasa, 2004)
  Con el entrevistador y amanuense auxilio de Alejandro Vaccaro, Fani revela algo de tales oscuros intríngulis en El señor Borges (Edhasa, España, 2004), lo cual puede complementarse y contrastase con lo que Juan Gasparini argumenta y exhibe en su minucioso y polémico libro-reportaje Borges: la posesión póstuma (Foca, Madrid, 2000). Pero tal sórdido embrollo de culebrón telenovelero María Esther Vázquez lo había bosquejado de otro modo en su biografía Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, Barcelona, 1996), quien según James Woodall fue quien organizó a los abogados que intentaron modificar el testamento a favor de Fani, pero sólo la llevaron a la pérdida, incluidos los dos mil dólares. Para María Esther Vázquez, Borges sí apreciaba a Fani y se entendía y sobreentendía con ella con palabras y hábitos vueltos costumbres domésticas y cotidianas, quien, dice, “todavía conserva como si fuera una reliquia”, un zapatito de cuero gamuzado y felpilla que el bebé Georgie usó en 1902 y que durante 66 años su madre, doña Leonor Acevedo de Borges, guardó y luego regaló a Fani poco antes de morir, a los 99 años, el 8 de julio de 1975; la cual, si hubiera querido, pudo haberlo rematado a través de la Casa Sotheby’s de Nueva York o de Londres, si se piensa en los casos de personas que, cita James Woodall, han especulado (y especulan) con manuscritos y objetos de Borges. 

   
El bebé Georgie en 1902
Foto en Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, 1996)
         Pero ante el pleito contra Fani y frente al juicio que la viuda María Kodama les ganó a los sobrinos de Borges: Luis y Miguel, hijos de su hermana Norah y del escritor español Guillermo de Torre (cómplices, además, apunta Woodall, en un lejano y nauseabundo robo: “En 1979, Luis, con la connivencia de Miguel, extrajo fondos de la cuenta bancaria de Borges para financiar la compra de una propiedad”), el biógrafo refrenda y proclama a los cuatro pestíferos vientos de la globalizada y recalentada aldea su índole de heredera universal, para que así nadie dé paso sin guarache y sin mirar quién es quién en los tejemanejes y negocios de la aldea global: “María Kodama es la única heredera de Borges y controla sus derechos de autor en todas las lenguas y en todos los lugares del mundo en que se publique a Borges, se lo lea, se lo adapte al cinematógrafo y se lo cite en la prensa, durante toda su vida” [...] “desde el punto de vista financiero, legal y textual, ella es la única propietaria.”
     
Borges y María Kodama
       Remontándose a 1993 cuando empezó a trabajar en su biografía, James Woodall dice que en el “actual mundo angloparlante” “personas de las que cabía esperar que conocieran algo sobre Borges” solían hacerle dos preguntas: “¿cuándo irá a visitarlo? y, segundo, Borges escribió Cien años de soledad, ¿no es así?” Entre los hispanoparlantes quizá sólo las analfabetas funcionales y los teleadictos (de los monopolios mexicanos) le harían tales preguntas. Pero lo que transluce e implica la anécdota de James Woodall es el hecho de que su biografía está pensada a imagen y semejanza de un manual (tipo Reader’s Digest) para ser digerido, sobre todo, por un lector medio de habla inglesa que quiere acceder a ciertas minucias y menudencias de la vida y obra de Jorge Luis Borges. 
    Y es en tal meollo e intríngulis donde se localiza una de las principales desavenencias con las que tropieza un lector de la presente traducción. James Woodall leyó en inglés cuentos y poemas que Borges escribió en español, y libros sobre éste en inglés originalmente escritos en castellano, como es el caso de Borges a contraluz (Espasa Calpe, Madrid, 1989), memorias de Estela Canto (1916-1994); pero a la hora de armar la versión del libro en español no se transcribieron, en muchas citas, los fragmentos de poemas y cuentos tal y como Borges los escribió en el idioma de Cervantes, sino que fueron traducidos del inglés al castellano, lo cual implica notorias diferencias —incluso de sentido— entre las presentes versiones y lo originalmente escrito y publicado por Borges, Estela Canto y otros autores. 
   
Borges y Estela Canto paseando por la Costanera (1945)
Foto en Borges a Contraluz (Espasa Calpe, 1989)
       Todo indica que James Woodall es un ferviente lector y devoto de la obra de Borges, más que nada de la narrativa, en la que sitúa en el pináculo los cuentos de Ficciones (1944) y de El Aleph (1949), muy por encima de sus ensayos y poemas. También es un investigador que suele acreditar sus fuentes; pero no deja de ser parcial y discriminatorio, de modo que aderezó sus páginas con rumores y chismes no del todo cotejados o sin pruebas fehacientes. Así, sino lastima a María Kodama ni relata que ésta le extirpó la dedicatoria al “Poema de los dones” (cosa que por obvias razones sí hizo María Esther Vázquez), en otros casos, como no queriendo la cosa, sí desliza fétidos y venenosos chismes de lavadero de vecindario. 
   
Fragmento del  “Poema de los dones dedicado a María Esther Vázquez
Página del tomo Obras completas (Emecé, 14ª ed., Buenos Aires, 1984)
      Por ejemplo, en la página 141 al aludir el legendario donjuanismo de Adolfo Bioy Casares, dice de Silvina Ocampo (su esposa desde el 15 de enero de 1940 hasta la muerte de ella el 14 de diciembre de 1993): “Silvina, que era mayor que Bioy, parecía expresar un interés sexual más intenso por las mujeres; hasta se ha sugerido que mantenía una relación con la madre de Bioy, Marta”. 
 
Silvina Ocampo y Marta Casares (Mar del Plata, 1953)
Foto en Las reglas del secreto (FCE, 1991),
antología de Silvina Ocampo editada y anota por Matilde Sánchez
     
Marta Casares y Silvina Ocampo (Mar del Plata, 1953)
Foto en Las reglas del secreto (FCE, 1991)
        Otros chismes son inocuos y hasta simpaticones, como el hecho de que Esther Zemborain de Torres Duggan, quien fue secretaria y colaboradora de Borges en Introducción a la literatura norteamericana (Columba, Buenos Aires, 1967), estuviera “casada con un vasco borrachín algo violento”; o que Victoria Ocampo, la célebre dueña y directora de la revista Sur, apodara la flor azteca a Alfonso Reyes; o que Carlos Fuentes dijera de éste que “era de baja estatura, como una albóndiga”.
     
Alfonso Reyes con cántaro
(Victoria Ocampo lo apodaba La flor azteca)

Foto en Alfonso Reyes. Iconografía (FCE/CN, 1989)
     
Alfonso Reyes y el actor Jock Mahoney 
(Tepoztlán, 1957)
Alfonso Reyes 
era de baja estatura, como una albóndiga”, Carlos Fuentes dixit
Foto en Alfonso Reyes. Iconografía (FCE/CN, 1989)
        Quizá lo que más o menos justifique el total del intrincado menjurje de chismes, genealogía, datos, reseñas, ataques, anécdotas librescas y de viajes, amores y desamores, padecimientos y exultación, controversia y ceguera ante ciertos acontecimientos políticos y sociales, etcétera, es el hecho de que la íntima cotidianidad de una persona (donde se engendran las obras) es más o menos así: un inextricable tejido (a veces insondable) que implica y denota la contradictoria índole de la condición humana, siempre vulnerable y proclive a un sinnúmero de errores, miserias, defectos y desdichas. Por ello y por más, Borges solía decir: “Un libro no es menos íntimo que las manos y los ojos”.
En el incesante universo de los libros, la biografía de James Woodall es una más de las muchas biografías que se han escrito, se escriben y se escribirán sobre Jorge Luis Borges, autor de “uno de los más grandes legados literarios del siglo XX”. 
Para James Woodall, Jorge Luis Borges. A literary biography (Dutton, 1978), de Emir Rodríguez Monegal, es un libro “plagado de errores”; y según él se propuso corregir los “por lo menos sesenta errores” que ciertos “laboriosos borgeanos de Buenos Aires han contado”. Pero en el remoto caso de que los haya corregido es fácil advertir que él incurrió en un abrumador número de yerros y metidas de pata. Objeta, además, que Monegal “no mantuvo una relación íntima con Borges” y que “asume un punto de vista obsesivamente psicoanalítico al abordar al hombre”. 
 
Emir Rodríguez Monegal y Jorge Luis Borges
       Pero además de que James Woodall tampoco fue íntimo de Borges (Monegal lo aventaja sobremanera por el hecho de que sí lo conoció, habló e intimó con él), en el capítulo 6 de su biografía aventura un pseudopsicoanálisis de los supuestos “efectos psicosexuales” que pudo originar el error del padre al llevar al jovencito Georgie (tímido e inseguro) a un burdel para que con una furcia tuviera su primera experiencia sexual. Con su bagaje freudiano y lacaniano, dice Woodall, Monegal “al abordar al Borges niño y al Borges joven, produce una imagen parcial de él, no un verdadero retrato”; pero él también produce imágenes parciales, matizadas y manidas, y no verdaderos retratos. Dice que “la prosa de Rodríguez Monegal carece de todo rasgo humorístico, un pecado capital cuando se trata con un hombre tan ingenioso como era Borges”; pero la prosa de James Woodall, fuera de los jocosos chismes y algunos chistoretes, carece de humor e ingenio (pese al acopio de información y a ciertos análisis). 
El adolescente Georgie con sus padres y su hermana Norah (1915)
Foto en El factor Borges. Nueve ensayos ilustrados (FCE, 2000).
de Nicolás Helft y Alan Pauls
       Pero además de que James Woodall no leyó el Borges. Una biografía literaria, que es la versión de la biografía de Emir Rodríguez Monegal que Homero Alsina Thevenet tradujo del inglés al español y que el FCE editó en México, en marzo de 1987, misma que contiene una serie de modificaciones que el autor hizo ex profeso antes de morir de cáncer el 14 de noviembre de 1985 y que no se hallan en la versión inglesa, su deuda con el libro de Monegal es enorme: una y otra vez lo cita y lo sigue a pie juntillas. Basta cotejar, para advertirlo, la cronología de ésta o la del Ficcionario (FCE, México, 1985) —son casi las mismas— con lo que Woodall argumenta en sus capítulos. 

   
(Contraporada)
Foto: Eduardo Comesaña
      Sin embargo, su deuda es mayor con An autobiographical essay de Jorge Luis Borges, que Norman Thomas di Giovanni (traductor al inglés y secretario de Borges entre 1968 y 1972) armó, en calidad de amanuense y entrevistador, para The Aleph and other stories 1933-1969 (Jonathan Cape, London, 1971) —previamente publicado en la revista The New Yorker el 19 de septiembre de 1970 con el título Autobiographical notes y luego en la edición neoyorquina de tal antología narrativa editada en octubre de ese año por Dutton—, cuya traducción al español Borges nunca quiso realizar ni consentir, pese a que sus biógrafos solían citarlo y traducir pasajes; no obstante, según registra Marcos-Ricardo Barnatán en la cronología de su libro Borges. Biografía total (Temas de Hoy, 2ª ed., Madrid, 1998), en octubre de 1971, “en La Gaceta de México” (se infiere que la editada por el FCE) se publicó una versión traducida por José Emilio Pacheco; y el 17 de septiembre de 1974, en Buenos Aires, en el periódico La Opinión, se publicó “una traducción anónima del texto” titulada “Las memorias de Borges”. Pero en 1999, con motivo del centenario del nacimiento del escritor, María Kodama, la viuda y heredera universal de sus derechos de autor, autorizó que fuera coeditado en Barcelona, por Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores y Emecé, con prólogo y traducción al español de Aníbal González, más un epílogo de ella y una rica iconografía en sepia y en blanco y negro.

James Woodall, La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro. Iconografía en blanco y negro. Traducción del inglés al español de Alberto L. Bixio. Editorial Gedisa. Barcelona, 1998. 384 pp. 

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jueves, 5 de mayo de 2016

La traición de Borges



 Al mundo le falta un tornillo


En 2005 el chileno Marcelo Simonetti (Valparaíso, 1966) ganó en España el VI Premio Casa de América de Narrativa con su novela La traición de Borges, impresa en “agosto de 2005”, en Madrid, con el número 104 de la Colección Nueva Biblioteca de Ediciones Lengua de trapo.
     
Borges estrechando la mano a monseñor
        Pese a lo aparentemente amarillista e iconoclasta del título, la trama de La traición de Borges implica un homenaje y un tributo al escritor que “fue capaz de meter el universo en una cajita de cerillos” (para decirlo con palabras de Eugenio Montale), pero una pleitesía lúdica, irreverente, paródica y bufa, con suficientes fantaseos y libertades, más una buena dosis de desfachatez.

VI Premio Casa de América de Narrativa
(Lengua de trapo, Madrid, 2005)
       En Santiago de Chile, Antonio Libur, un oscuro narrador y plagiario, lee en una revista una nota sobre el encarcelamiento de un Borges apócrifo: “un chileno fue detenido frente a la Casa Rosada, en pleno corazón de Buenos Aires, haciéndose pasar por el célebre escritor argentino fallecido hace una semana”. Esto y otros datos son suficientes para que Antonio Libur intuya y deduzca que con el falso Borges se encuentra Emilia Forch, una veinteañera a quien no ve desde hace casi un año y a quien añora en frecuentes remembranzas y desahogos onanistas, cuyas minucias quizá resulten eróticas para ciertos lectores, pero para otros tal vez no.


Marcelo Simonetti
       Antonio Libur, con escasos recursos monetarios, emprende el viaje a Buenos Aires con el propósito de recuperar a Emilia Forch. En este sentido, los 79 capítulos de la novela de Marcelo Simonetti se desglosan en dos direcciones alternas y paralelas. Por un lado se trazan los pormenores del trayecto y del rastreo que en la capital argentina realiza Antonio Libur, entreverado por sus íntimas digresiones evocativas e imaginativas y por sus personales vivencias, entre las que destaca su reencuentro con Adriana Honcker, una hermosa bióloga recién conocida en el autobús que los trasladó de Santiago a Buenos Aires, en cuya casa subrepticiamente él se topa con los manuscritos de una novela inédita (al parecer escrita por el padre de ella, ya fallecido), los cuales roba y aspira a publicar como obra suya, cosa que ya hizo, sin pena ni gloria, con dos novelas de su tío Custodio de los Ángeles Libur (también muerto).

Por otro lado se bosqueja la azarosa acuñación y construcción del personaje pergeñada por el paupérrimo, mediocre y bufonesco actor chileno Julio Armando Borges y cómo éste, seducido e inducido por la locura de Emilia Forch, acomete la megalómana y delirante tarea de anunciarle a toda la aldea global que Jorge Luis Borges no murió en Ginebra el sábado 14 de junio de 1986, ni está enterrado allá en el Cementerio de Plainpalais, sino que con 86 años a cuestas está vivito y coleando en Buenos Aires, dispuesto a publicitarse con locuaces actos públicos (e ineludiblemente chuscos, inverosímiles y grotescos) que dizque demuestren y den fe de que él es el único y auténtico Borges. 
Es el caso de la conferencia que brinda ante estudiantes universitarios que frenéticamente berrean y corean: “¡Borges está vivo, Borges inmortal; ningún hijo de puta lo podrá enterrar!”; o la reunión que se efectúa en el departamento de Adolfo Bioy Casares, la cual termina con Borges apoteósicamente paseado en hombros por las calles circunvecinas, manifestación deglutida por las avalanchas de alharaquientos hinchas que súbitamente se arrojan a las vertientes de la urbe porteña a celebrar sin freno el triunfo y la deificación de Maradona y de la selección argentina tras la final ganada en el Estadio Azteca de la Ciudad de México, cuya polimorfa masa de “reptil de lupanar” evoca la descripción del fútbol hecha en Los dos Borges (Hermes, 1996) por el chileno Volodia Teitelboim al referir su brote durante la primera estancia de Borges en Europa (entre 1914 y 1921): “un monstruo de cien mil cabezas creció bullicioso y copó buena parte del horizonte argentino”.
Borges y Maradona
        Si bien son cuatro los personajes principales de la novela: el falso Borges, Antonio Libur, Emilia Forch y Adriana Honcker, contrasta el hecho de que Marcelo Simonetti sólo en lo que concierne a los dos varones entrevera intromisiones que dan luz sobre su vida intrínseca y mental (historial clínico, fobias, fantasías, debilidades, reflexiones).

Pero lo que cobra mayor énfasis es el hecho de que la historia de un actor que en Buenos Aires intenta suplantar a Borges (recién fallecido en Ginebra) sólo es posible en los ámbitos teatrales y literarios, pues además de que en la vida real lo tildarían de loco y quizá iría directamente al manicomio, en La traición de Borges sobran los mil y un detalles inverosímiles (hilarantes o grotescos) que indican que tal Borges no es Borges, amén de que es improbable que personas que conocieron al Georgie de carne y hueso y tras bambalinas se traguen la píldora de que el impostor es nada menos y nada más que el auténtico Borges; tal es el relevante caso de Adolfito: Adolfo Bioy Casares, quien no podría ser tan locuaz y tan tonto como para apadrinar al falso Borges y creer a pie juntillas en el embuste de éste y sólo discernir el engaño tras la lectura del libelo desenmascarador que Antonio Libur publica en La Nación); o el caso de Fani (Epifanía Uveda de Robledo), la llevada y traída criada de los Borges (a quien en la novela de Marcelo Simonetti tampoco le va nada bien), la cual, en El señor Borges (Edhasa, 2004), con Alejandro Vaccaro de amanuense, cuenta lo que quiso contar y maquillar sobre su estancia, por más de 30 años, en el célebre departamento B del quinto piso de la calle Maipú 994 donde Borges vivió con su madre, Leonor Rita Acevedo de Borges, quien murió allí el 8 de julio de 1975 a sus 99 años, y donde él guardaba sus objetos y libros más queridos, como fueron los inveterados tomos de su Encyclopedia Britannica de 1911.
Borges frente a una biblioteca en el comedor de su casa de Maipú 994.
Su figura oculta los tomos de la Enciclopedia Británica, cuya edición
de 1911 era muy querida por el escritor. Enero de 1979. Fotografía tomada
por Marciano Saucedo
”.


En Borges, sus días y su tiempo (Punto de lectura, 2001),
libro de entrevistas de María Esther Vázquez.
        Ahora que si bien el falso Borges en su caracterización solía trastocar los poemas y cuentos del verdadero Borges y ciertos episodios de su biografía, esto da pie para que Marcelo Simonetti, si metió la pata, tales minucias no trasciendan o se justifiquen, pues se trata de una novela y no de un riguroso y sabiondo ensayo sobre la vida y obra del autor de “El Aleph”. Sin embargo hay varios yerros que descuellan por su inexactitud; por ejemplo, el craso error que quizá sea un lapsus pendeji del falso Borges o del propio novelista, pues todo borgeseano de hueso colorado no ignora que Victoria Ocampo, la controvertida mecenas y directora de la revista Sur, murió (aquejada de un cáncer de garganta) en su casa de San Isidro “la noche del 27 al 28 de enero de 1979”, y que la esposa de Adolfo Bioy Casares no fue Victoria sino la hermana de ésta: la escritora Silvina Ocampo, con la cual se casó el 15 de enero de 1940 y entre cuyos testigos estuvo Borges, con quien además el 24 de diciembre de ese año publicaron, con el número uno de la Colección Laberinto de la Editorial Sudamericana, la celebérrima Antología de la literatura fantástica. Pues bien, durante el episodio de la fiesta en el departamento de Bioy (el día que lo pasean en hombros y la Argentina gana el mundial de fut), dice del falso Borges la omnisciente y ubicua voz narrativa: “Otra vez habría de apostar a la intuición, a sus recuerdos, a su autónoma memoria. E iba a abrazar a Silvina Ocampo, a quien le suponía una belleza aristocrática y una elogiable salud, y lo mismo esperaba hacer con Victoria, la mujer de Bioy...”   

Día de la boda de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares
Las Flores, enero 15 de 1940
Detrás, los testigos:
Jorge Luis Borges, Enrique Drago Mitre y Oscar Pardo
         Otro yerro se halla en el “Epílogo”. Este dizque lo escribió un tal Marcelo, que obviamente es Marcelo Simonetti en calidad de personaje de su novela. Allí, en la página 215, dice al inicio que el “23 de marzo de 2003” estuvo con su mujer en Puerto Deseado, un pequeño pueblo argentino no muy distante de La Patagonia, donde se hospedaron en una pensión de sonoro y elocuente nombre: La memoria de Shakespeare, cuya patrona, de unos 38 años, resulta ser Emilia Forch, ya viuda (del falso Borges), cuyos cuartos no tienen números, sino nombres de los cuentos del auténtico Borges; y en la carta del comedor se ofrecen cosas como “el desayuno Serrano 2134”, “la dirección de la casa en la que Borges vivió sus primeros años”, anota Marcelo, lo cual, por ejemplo, no coincide con lo que apunta Ricardo-Marcos Barnatán en la cronología que se lee en Borges. Biografía total (Temas de hoy, 1995): “calle Serrano 2135/47”; ni tampoco con lo que se lee en la cronología de Un ensayo autobiográfico (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores/Emecé, 1999), de Borges, “edición del centenario”, “ilustrado con imágenes de su vida”, con “prólogo y traducción de Aníbal González” y “epílogo de María Kodama”, pues en ésta se dice que el número era “2135”, en Palermo, “una casa de dos plantas, con jardín, patio y molino”. 

Pero además la doble numeración que apunta Barnatán está en consonancia con un breve pasaje que se lee en Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, 1996), la biografía de María Esther Vázquez que “en septiembre de 1995” obtuvo “el VIII Premio Comillas de biografía, autobiografía y memorias”: “Al lado de Serrano 2135, en el número 47 había un terreno baldío; los Borges lo compraron, agrandaron el jardín, y la casa, de dos plantas, quedó en el centro”. Asimismo, esto no riñe del todo con un fragmento de Alejandro Vaccaro que se lee en Una biografía en imágenes. Borges (Ediciones B, 2005): “En 1901 [el año en que nació Norah, la hermana de Georgie] la familia Borges se mudó a la casa de Fanny Haslam [la paterna abuela británica del escritor] ubicada en Serrano 2135, al tiempo que se iniciaba la construcción de una casa de estilo art noveau en el terreno lindero”. Y en un pequeño recuadro se observa una reproducción fotográfica de la solicitud manuscrita que el adolescente “Jorge Borges” hizo en febrero de 1913 para ingresar al Colegio Nacional No. 6 Manuel Belgrano en donde dice vivir en “Serrano 2147”.
Los hermanos Norah y Georgie en el Jardín Zoológico
Buenos Aires, junio de 1908

Foto en Un ensayo autobiográfico (GG/CL/Emecé, 1999)
        Se puede deducir, entonces, que en tal ámbito es donde estuvo la legendaria biblioteca del padre de Georgie, “de ilimitados libros ingleses”, donde aprendió a leer y a escribir y donde la abuela paterna Fanny Haslam o la británica institutriz Miss Tink, a él y a su hermana Norah les leían o les contaban historias en inglés, y de la que Borges llegaría decir que nunca salió de ella, pese a que dejó de verla a partir del primer viaje a Europa que la familia de Georgie inició “el 3 de febrero de 1914”. La estancia de los Borges en el viejo continente se prolongó hasta el 4 de marzo de 1921, día que zarparon de Barcelona rumbo a Buenos Aires; y según Vaccaro, la casa de Serrano 2147 (de la que también ofrece un minúsculo detalle fotográfico) la tenían rentada y sólo regresaron a ella hasta fines de 1922.

Y bueno, la equivocación radica en que Marcelo, en la página 217, dice: “en el verano de 2002 volví a Puerto Deseado esperando hallar a Emilia Forch, pero tal como ella lo había anunciado, no quedaba rastro suyo ni de La memoria de Shakespeare”, pues el obvio seguimiento temporal implica que no debió leerse “2002”, sino una fecha posterior a “2003”, lo cual se confirma en la siguiente página cuando el narrador sostiene: “han pasado más de dos años desde que me hospedé en La memoria de Shakespeare”.   


Marcelo Simonetti, La traición de Borges. Colección Nueva Biblioteca núm. 104, Ediciones Lengua de trapo. Madrid, 2005. 224 pp.



martes, 3 de mayo de 2016

Edward James y Las Pozas

De hedonista por la vida

I de V
En 2006, en Nueva York, editado por Princeton Architectural Press, apareció en inglés el ensayo de Margaret Hooks: Surreal Eden: Edward James and Las Pozas; y, con traducción al español de Gabriel Bernal Granados, en noviembre de 2007 fue publicado en México por Turner con el título: Edward James y Las Pozas. Un sueño surrealista en la selva mexicana. En contraste con los yerros del ensayo de Margaret Hooks, se trata de un vistoso y cuidado volumen de pastas duras forradas en tela y sobrecubierta con solapas (ilustrada con una foto a color de Mariana Yampolsky de la “Avenida de las serpientes” de Las Pozas de Xilitla), buen papel y buen tamaño (27 x 24.07 cm), con diseño de Daniela Rocha y asistencia de diseño de Ana de la Serna; en cuya iconografía a color y en blanco y negro se aprecian imágenes de Sally Mann, Lourdes Almedia, Avery Danziger, Luis Félix, Gabriel Figueroa Flores, Plutarco Gastélum, Graciela Iturbide, Christopher Rauschenberg, Michael Schuyt, Liba Taylor, Jorge Vértiz, Mariana Yampolsky, Robert Ziebell, Man Ray, René Magritte, Salvador Dalí, Kati Horna, Leonora Carrington, Edward James, Margaret Hooks y anónimos. 
(Turner, México, 2007)
Foto de Mariana Yampolsky
(Detalle de la sobrecubierta)
     
Margaret Hooks
          Precedido por los “Agradecimientos” y el “Prefacio” de Margaret Hooks firmado en “Villa Saudade, Miami, Agosto de 2004”, su ensayo se divide en diez capítulos con títulos: “La ciudad amurallada de un niño”, “Poeta y mecenas”, “Entre los surrealistas”, “La magia de México”, “La nieve cae sobre las orquídeas”, “Constructor de sueños”, “La casa con alas”, “‘El inglés’ en Xilitla”, “Luz en el bosque” y “El triunfo del tiempo”. Más la “Bibliografía” (que comprende el registro de dos documentales) y un conjunto de fichas curriculares sobre trece de los fotógrafos que documentan Las Pozas y el hábitat de Edward James en Xilitla, pueblo de la Huasteca potosina, aproximadamente a 350 km de la ciudad de San Luis Potosí, capital del homónimo estado. 

El título del libro y la anécdota que Margaret Hooks narra en el “Prefacio” sobre el frío día de noviembre de 1945 en que Edward James (con dos amigos) arriba por primera vez a Xilitla a pie y envuelto en papel higiénico, bosquejan que el tema medular del volumen es el célebre y riquísimo mecenas y coleccionista de arte (excéntrico y despilfarrador en extremo desde su juventud) y las construcciones surrealistas, conocidas como Las Pozas, que erigió entre 1962 y 1984, tan legendarias que no extraña que se hable de ellas en Wikipedia y en simposios internacionales del surrealismo, que hordas de turistas y académicos auspiciados con el erario las visiten en busca de un escalafonario doctorado, que la World Monument Fund (con sede en Nueva York) las cuente entre la centena de paisajes culturales más amenazados del planeta, que Natalia Tubau las registre en su compendio global para viajeros incontinentes (u obsesos sojuzgados al delirante síndrome de “Los cautivos de Longjumeau”): Guía de arquitectura insólita (Alba, Barcelona, 2009), y que la Secretaría de Turismo de México el 12 de diciembre de 2011 haya declarado Pueblo Mágico a Xilitla. Por su parte, en el presente libro, Margaret Hooks bosqueja Las Pozas y Xilitla mediante un esbozo biográfico, cargado de anécdotas e ilustrado con imágenes, cuyos marcos temporales van del nacimiento de Edward Frank Willis James el 17 de agosto de 1907 “en Greywalls, la casa veraniega de la familia en Escocia”, hasta su muerte en un asilo de San Remo, Italia, “el 2 de diciembre de 1984”; a lo que se añade una vaga pizca de su póstumo legado (incluidas las deudas) y de su dispersa fortuna y disperso acervo. 
Edward James soñando al atardecer 
(en su particular Edén de Las Pozas)
Foto de Michael Schuyt con anotaciones de Edward James
  Según narra Margaret Hooks, Edward James supo de Xilitla en “el verano de 1945” cuando en “el pueblo de Ciudad Valles”, impresionado con las orquídeas del motel, un jardinero le informó que podría hallar orquídeas salvajes en Xilitla, que dizque florecían en noviembre. Un año antes, en 1944, dice, Edward conoció a Plutarco Gastélum Esquer, nacido en Álamo, Sonora, en 1914, empleado “en la oficina de telégrafos de Cuernavaca”, de quien se hizo amigo y convirtió en su guía en viajes por el territorio mexicano (“compré dos sacos de dormir y viajé por el país, en compañía de Plutarco”, cita) y de quien al parecer se enamoró  a primera vista: 

   
Plutarco Gastélum 
      
Me encontré a un indio guapísimo, Plutarco Gastélum, dormido encima de una montaña de cartas”, dijo sobre la primera vez que lo vio en la oficina de correos en Cuernavaca, según evoca Pedro Friedeberg en “Hijo bastardo de un rey”, el capítulo 050 del volumen De vacaciones por la vida (Trilce/CNC/UANL, 2011), dizque sus “Memorias no autorizadas” “Relatadas a José Cervantes”. Así que Plutarco Gastélum, y un tal Carl Walter, fueron los dos amigos con los que Edward James llegó a Xilitla en noviembre de 1945 en busca de las orquídeas salvajes, que no hallaron porque florecían en junio. Pero al mecenas le fascinó el lugar. Y “A principios de 1947, Edward había persuadido a Plutarco de que dejara su empleo en Cuernavaca y trabajara para él en la creación de su ‘Jardín del Edén’, cerca de Xilitla”. Luego de un viaje por Europa en que lo llevó a París y a West Dean, la regia mansión en West Sussex, Gran Bretaña, heredada de su padre, el magnate William Dodge James, Edward, a través y bajo el testaferro nombre de Plutarco Gastélum, “Hacia diciembre de 1948” compró la finca cafetalera La Conchita, en las inmediaciones de Xilitla, a la que sumaron otras tierras “adyacentes y hacia marzo de 1949, Edward había comprado más de setenta y cinco acres de bosque semitropical que con los años se convertiría en Las Pozas, que recibió su nombre en honor de la albercas idílicas que formaban las caídas de agua que alimentan el río Huichihuayan, tributario del Santa María” (causa de postreros litigios vecinales y comunales para acceder al vital líquido). 
     
Detalle de Las Pozas
Foto de Jorge Vértiz en

Arquitectura vegetal. La casa deshabitada y el fantasma del deseo (1997)
     
El Castillo y la calle Ocampo de Xilitla
Foto: Margaret Hooks
      
Entrada al Castillo con las huellas de Edward James
Foto: Jorge Vértiz
       “En 1952”, Plutarco, con el dinero de Edward James, se empeñó en comprar “una casa que estaba en venta en Xilitla”, en la calle Ocampo, que era “una imponente casa colonial de un piso, con patio y un elegante pórtico arqueado”, que con el tiempo y los añadidos ideados por Edward y Plutarco sería conocida como El Castillo, donde éste, en calidad de administrador de don Eduardo, ya vivía cuando en 1956 se casó con Marina Llamazares, lugareña de Xilitla (él con 42 años y ella con 20), quienes tuvieron tres hijas: Leonora, Gabriela e Inés, y un hijo: Plutarco, alias Kako, ahijado de Edward James, quien pagó la fastuosa boda (a la que asistieron los pueblerinos) y se convirtió en “el tío Eduardo” para los niños, a quienes brindó costosos regalos, juguetes, fiestas de cumpleaños, poemas escritos para ellos en fino papel, viajes y educación en Europa. Y lo mismo sucedió con el tratamiento médico de Plutarco cuando el Parkinson comenzó a atacarlo en 1972; largo y triste preludio de su muerte en 1991, en Xilitla, mientras que Marina Llamazares había fallecido de cáncer en 1983. 
Plutarco Gastélum y Marina Llamazares el día de su boda en 1956
  Al principio, Edward James destinó terrenos de Las Pozas al cultivo de orquídeas, bromelias y otras flores, además de conformar un azaroso recinto para proteger y poseer cierta fauna, cuyos ejemplares él solía adquirir en sus viajes por México. Pero en 1962 una inusual nevada acabó con todo. Según Margaret Hooks: “En una noche se arruinaron cerca de dieciocho mil orquídeas. James, enloquecido y furioso, en un arrebato melodramático muy a lo ‘Scarlet O’Hara’, agitando el puño metafóricamente hacia el cielo, juró que las próximas orquídeas y plantas tropicales que trajera a Xilitla nunca se verían expuestas a semejante destino. Más tarde, a la pregunta de cómo había llegado a crear las estructuras que construyó en la selva, respondió: ‘Decidí que haría algo que no pudiera sucumbir a un clima extremo, de modo que empecé a construir (en concreto) cosas que parecían flores y plantas’.”

     
Detalle de las construcciones de Las Pozas (2007)
Foto de Jack Seligson en

Edward James y Plutarco Gastélum en Xilitla. El regreso de Robinson (2011)
       En la construcción (muchas veces inconclusa, inútil y absurda) de esos ornamentales caprichos de concreto que Edward James abocetaba en papel (“Si me preguntara a mí mismo, en mi corazón y conciencia, sobre el incentivo detrás de la construcción de una torre, tendría que admitir que se trata de pura megalomanía”, dijo), Margaret Hooks destaca como administradores a Plutarco Gastélum y a su esposa Marina Llamazares (más aún en los impredecibles períodos de ausencia de Edward) y al maestro carpintero José Aguilar Hernández como el hacedor de los laboriosos moldes de madera para las figuras. “Se levantó un taller de carpintería para José Aguilar y sus asistentes en los terrenos de Las Pozas, y don José comenzó a construir las formas. ‘La primera cosa que hice fueron los tréboles’, recordó; ‘nos llevó uno o dos meses hacer cada uno, a pesar de que contaba con cinco asistentes’. También casi a diario Edward lo importunaba con ideas e incluso la petición de formas nuevas, así como con la explicación de cómo las quería: ‘A veces llegaba muy temprano en la mañana, complacido con una nueva idea que tenía y nosotros solíamos bromear diciendo: ‘¡Seguro que ha soñado eso!’ Luego se iba a caminar por Las Pozas con su cuaderno de apuntes en mano y de repente se paraba y empezaba a hacer un boceto. No podías interrumpirlo cuando estaba haciendo uno.’” [...] 

El taller del maestro carpintero José Aguilar y moldes de varios elemento de Las Pozas
Fotos: Christopher Rauschenberg
  “Cuando los detalles estaban claros, don José y sus asistentes se entregaban al tedioso proceso de hacer formas de madera. Primero redefinían las dimensiones de las curvas, y dibujaban individualmente los patrones. Para cada molde, se hacía un costillar externo cortando piezas de tablas de pino, ensamblándolas y ajustándolas en su sitio. La forma interna se hacía cortando innumerables tablillas de madera y clavando una por una al interior del costillar externo. El molde para el capitel ornamental de una columna podía requerir hasta seiscientas tablillas individuales. Una imponente columna aflautada de diez metros de alto se construía por secciones, con moldes diseñados por separado, cada uno de los cuales requería una docena o más de incisiones curvas de veinte tablillas individuales cada una, generando alrededor de mil piezas de madera cortadas individualmente para la columna entera.

El taller del maestro carpintero José Aguilar y moldes de varios elemento de Las Pozas
Fotos: Christopher Rauschenberg
  “Era una labor hercúlea que debía llevarse a cabo sobre una base de moldes diversos para columnas colosales con capiteles ornamentales, arcos complicados, curvas cóncavas y convexas, así como formas de plantas, hombres y animales. Muchas eran de forma clásica, otras estaban influidas por detalles arquitectónicos moriscos o hindúes que Edward había visto en sus viajes y enviado de regreso a Xilitla, junto con indicaciones para Plutarco o don José sobre cómo preparar estas nuevas formas.” [...]

Carta de Edward James sobre las construcciones de Las Pozas
“Había también formas caprichosas [apunta Margaret Hooks], como aquellas diseñadas para un contrafuerte que debía ir colocado contra un muro de piedra de contención, en forma de un par de piernas humanas extendidas, nalgas al aire y pies anclados a tierra, como para impedir que la pared cayera en el sendero de abajo. A lo largo de los años, Aguilar perfeccionó estas técnicas de fabricar moldes y se convirtió en un maestro del trabajo curvilíneo. El autor y arquitecto británico John Warren, amigo de Edward, adecuadamente describió sus moldes como esculturas y obras de arte por derecho propio.”

Moldes del maestro carpintero José Aguilar (2007)
Museo Edward James
Fotos de Jack Seligson en

Edward James y Plutarco Gastélum en Xilitla. El regreso de Robinson (2011)

II de V
Según dice Margaret Hooks en su ensayo, “Cuando el proyecto [de Las Pozas] estaba en su apogeo, sesenta y ocho familias tenían un ingreso muy por encima del que ofrecían otros patrones en el área” de Xilitla. Cifra idéntica a la que Xavier Guzmán Urbiola y Jaime Moreno Villarreal apuntan en La habitación interminable (UAM-Xochimilco, 1986). No obstante, Edward James no era, del todo, un patrón modelo e ideal, ya que cuando andaba de viaje (en la Ciudad de México, en la provincia mexicana, en Los Ángeles, California, en Europa o en otra parte del mundo), a veces no enviaba el dinero (al parecer por mezquino y descuidado) y el trabajo se interrumpía y los jornaleros, indígenas otomíes y huastecos, se iban tras otros modos de proveerse ingresos y la familia Gastélum, sus administradores e hijos, tenían problemas de subsistencia. Y más aún: Edward James poseía el irascible carácter de un reyezuelo insular que repartía insultos y súbitos despidos que le causaron conflictos en juzgados y resentimientos entre los asalariados (“El ejemplo más atroz fue el instantáneo despido de un trabajador por haber tenido la audacia de interrumpirlo cuando estaba ‘hablando’ con un flor”, cita); y al parecer, una década después de adquirida la finca, fue un albañil rencoroso, “que trabajaba en las terrazas”, quien hizo rodar un tronco, colina abajo, que le causó una “severa fractura espinal” y el posterior empleo, primero de una parihuela en la cual “cuatro trabajadores lo subían y bajaban por los empinados senderos de Las Pozas, uno a cada lado del palanquín. La escena [dice la ensayista e ilustra con una foto de Michael Shuyt] era verdaderamente insólita: una silla curva de color amarillo canario con cuatro trabajadores transportando a ‘a don Eduardo’, enfundado en su viejo blazer de Eton y con un guacamayo de opulento plumaje en cada hombro, yendo sendero arriba y sendero abajo entre la exuberante maleza”. Y luego el perpetuo uso de un bastón, su cetro.
Edward James transportado en Las Pozas
Foto: Michael Schuyt
       
Edward James en Las Pozas
Foto: Avery Danziger
     Dice Margaret Hooks que “El número total de las estructuras que se construyeron a lo largo de los años es todavía incierto, dada la naturaleza de su diseño arquitectónico. Mientras que el número de los edificios a los que se les dio un nombre se calcula en alrededor de cuarenta, existen docenas de construcciones más pequeñas y aisladas difíciles de detectar debido a que la densidad de la maleza tiende a oscurecer su presencia. Un riguroso estudio de 1998, que realizó por motivos de conservación Bud Goldstone, un ingeniero de Los Ángeles que estaba entre los líderes del movimiento para salvar las torres Watts, descubrió 228 construcciones individuales.”

 
(Artes de México/CONACULTA, 1997)
Vista desde las torres de Edward James (1994),
óleo sobre tela de María Sada.
Foto: Carlos Ysunza
  En este sentido, vale transcribir el fragmento que Margaret Hooks transcribió de “Ruinas y bosques”, ensayo que Lourdes Andrade publicó en el número 35 de Saber Ver (julio-agosto, 1997) —extinta revista editada por la Fundación Cultural Televisa—, el cual ilustra sobre la inestabilidad de la naturaleza en el ámbito de las construcciones de Las Pozas: “Mientras que las pinturas y las fotografías [de los artistas surrealistas] permanecían fijas, inmutables, siempre encerradas dentro de sí mismas, los espacios diseñados por James se transformaban constantemente. El jardín no sólo cambia día con día conforme la vegetación se apropia del lugar, invadiendo los elementos arquitectónicos y cubriéndolos con su verdor y humedad, sino que cambia de acuerdo con la estación del año. A veces muestra una fachada paradisíaca, bañada por el sol, mitigada por el suave murmullo de las cascadas, el trino de las aves y el vuelo de las mariposas, con una luz opaca que se filtra a través de las ramas y crea un delicioso y contrastante claroscuro. Otras veces el entorno se vuelve hostil, frío y agorero bajo la niebla. A diferencia de los dibujos, las pinturas y las imágenes fotográficas, la construcción de James es ‘penetrable’, se experimenta con todo el cuerpo. Se vive con los sentidos de la vista, el oído, el olfato, el tacto e incluso el gusto, si uno estira la mano para agarrar una fruta silvestre. Es una experiencia integral que ocurre en el espacio y el tiempo —el tiempo que toma caminar por ahí.”

Edward James en su Jardín del Edén
Foto de Michael Schuyt en
 Para la desorientación general.
Trece ensayos sobre México y el surrealismo
 (1996)
Detalle de Las Pozas
Foto: Lourdes Almeida


III de V
Vale puntualizar y subrayar que a largo del ensayo de Margaret Hooks descuella cierta ligereza y falta de rigurosidad en el manejo de algunos datos. Por ejemplo, no apunta el día del nacimiento de Edward James, pero sí el de su muerte. A la mayoría de las fotos les falta datación. Para explicar el entorno natural y social que Edward James encontró por primera vez en Las Pozas y en Xilitla, entre las páginas 106 y 107 alude, como “un factor importante”, el supuesto “surrealismo innato de México, una ‘sensibilidad’ nacional, como la definió el escritor mexicano Octavio Paz”. Aseveración genérica que no fundamenta con una cita bibliográfica, que resulta impropia del autor de “Mariposa de obsidiana” (poema en prosa publicado en francés, en marzo de 1950, en París, en el Almanach surréaliste du démi-siècle, número especial de la revista mensual La Nef) —su primera colaboración con el grupo surrealista— y de Estrella de tres puntas. André Breton y el surrealismo (Vuelta, 1996) y que ineludiblemente remite a la celebérrima y retórica frase de André Bretón, pontífice del surrealismo: “México tiende a ser el lugar surrealista por excelencia”, dicha en una entrevista durante su estancia en territorio mexicano, entre el 18 de abril y el 1° de agosto de 1938, y que Rafael Heliodoro Valle publicó el mes de junio de ese año en la Revista de la Universidad.  
André Breton (México, 1938)
Foto de Manuel Álvarez Bravo en
El surrealismo entre Viejo y Nuevo Mundo (1990)
  Algunos yerros se leen en líneas que sorprenden. Por ejemplo, en la página 42 dice: “La Primera Exposición Internacional Surrealista tuvo lugar en Londres en julio de 1936.” Pero la primera fue un año antes, en Copenhague. Y en la página 103, al hablar de las influencias en las construcciones de Las Pozas, cita “Una postal, enviada desde la India” por Edward James a su carpintero: “‘Querido don José’, escribió. ‘Aquí puede ver la forma de un capitel muy complicado pero uno (que podemos) hacer en Xilitla’. No estaba exagerando la complejidad de la estructura [comenta Margaret Hooks]: ¡la foto de la postal representaba un gran e intrincado capitel tallado del famoso templo de Fatehpur Sikri en Diwan!” Pero además de que Diwan no es un pueblo o una ciudad, los antiguos y turísticos vestigios arquitectónicos de Fatehpur Sikri (la ciudad de la victoria) —en 1986 declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO—, entre ellos la “Jama Masjid, una de las mezquitas más grandes de la India”, fueron una impresionante metrópoli amurallada erigida por orden del emperador mongol Akbar —Yalaluddin Muhammad Akbar (1542-1605)— en la segunda mitad del siglo XVI (ubicados en el actual “distrito de Agra, a unos 35 km de esta capital, en el estado de Uttar Pradesh”) y por ende fue sede de su imperio por más de una década (“inviable por falta de agua” y posible causa de su abandono).

Postal de Edward James enviada a su carpintero José Aguilar
En 
Edward James y Plutarco Gastélum en Xilitla. El regreso de Robinson (2011)
 
Detalle  del interior de la Jama Masjid de Fatehpur Sikri
Agra, India
  Otros desaciertos de Margaret Hooks se localizan en pequeños episodios, como cuando en la página 65 bosqueja el encuentro, en la Ciudad de México, de Edward James y Leonora Carrington, de quien él, en 1945, se convirtió en su primer coleccionista y promotor para que ella, en 1948, tuviera su primera muestra individual en la Galería Pierre Matisse de Nueva York: “Entre él y Carrington había algo más que arte y literatura en común: ambos se habían rebelado en contra de sus orígenes familiares. Ella también había nacido en el seno de una familia británica de gran riqueza y había pasado su niñez separada de sus padres, en la fría vastedad de la finca de la familia, en Lancashire. Cuando era todavía una adolescente que asistía a la escuela de arte en Londres, conoció y se enamoró del pintor Max Ernst, muchos años mayor que ella, y huyó con él a París. Oyó hablar por primera vez de Edward James como coleccionista de arte en la época de la exposición de Max Ernst en Londres, poco después de la exposición surrealista de 1936.”

Edward James (1937)
Foto de Man Ray en
El sabotaje de lo real. Fotografía surrealista y de vanguardia (2009)
  Es decir, varias semblanzas biográficas de la pintora desvelan las imprecisiones en que incurre Margaret Hooks en ese breve pasaje. Puede ser el volumen iconográfico Leonora Carrington, la realidad de la imaginación (Era/CONACULTA, Singapur, 1994), con ensayo preliminar de Whitney Chadwick y “Cronología” de Lourdes Andrade; y/o el analítico ensayo de Susan L. Alberth: Leonora Carrington. Surrealismo, alquimia y arte (Turner/CONACULTA, China, 2004), el primero complementado con la entrevista que Paul de Angelis le hizo a la artista (traducida del inglés por María Corniero), publicada en el número 17 de la revista española El Paseante (Siruela, Madrid, 1990) y que líneas abajo Margaret Hooks cita, también, con ligereza: “Décadas más tarde, en una entrevista para la revista española El Paseante, Carrington señaló que ‘Después de la exposición en la galería Matisse, los críticos me tomaron en cuenta. Inés Amor, dueña de una galería, se interesó en mí gracias a la prensa y se encargó de hacerme mucha propaganda.” Vale decir que se trata de la Galería de Arte Mexicano en donde en 1940 se había celebrado la IV Exposición Internacional del Surrealismo, coordinada por el austríaco Wolfgang Paalen y el peruano César Moro, y que la muestra individual de Leonora Carrington se efectuó allí en 1956 y fue la segunda individual que tuvo en México, pues en 1950 expuso en la Galería Clardecor, que era una mueblería.

En el sentido de las agujas del reloj:
Lee Miller, Ady Fidelin, Leonora Carrington y Nusch Eluard (1937)
Lam Creek, hacienda en Cornualles, Inglaterra
Foto: Roland Penrose
El Paseante núm. 17 (Siruela, 1990)
Crookhey Hall (1947)
Caseína sobre masonite de Leonora Carrington
Foto en Leonora Carrington, la realidad de la imaginación  (1990)
         Pero el caso es que Leonora no pasó su “niñez separada de sus padres, en la fría vastedad de la finca de la familia, en Lancashire”, es decir, en Crookhey Hall, la mansión gótica que ella transfiguró en un fantasmagórico cuadro homónimo datado en 1947, donde vivió con sus padres, sus tres hermanos y la nana irlandesa contadora de historias, entre sus tres y diez años, pues en 1927 la familia se mudó a Hazelwood, otra mansión, menos aparatosa, pero cercana al mar. Mas la infantil separación de sus padres ocurre cuando, por rebelde e indomable, entre sus ocho y nueve años, la internan en dos conventos de monjas donde sucesivamente la expulsan: el Holy Sepulchre, en Chelmsford, Essex, y en el Saint Mary, en Ascot. Circunstancia revulsiva que se prolonga en su temprana adolescencia: primero es internada en el colegio de Miss Penrose, en la Piazza Donatello, en Florencia, donde enferma de apendicitis y por ende la operan en Berna y regresa a Gran Bretaña. Luego, en París, donde sucesivamente la internan en dos estrictos colegios: del primero la expulsan y del segundo se escapa. Y unos años después, cuando “conoció y se enamoró del pintor Max Ernst”, quien en 1937 expuso en la Galería Mayor en Londres, ya no era una adolescente, sino una joven de 20 años (él tenía 46), quien ya había hecho estudios de pintura, primero en la Chelsea School of Art en Londres y luego en la pequeña academia de Amédée Ozenfant en West Kensington. De hecho, aún era alumna de Ozenfant cuando a través de su condiscípula Ursula Goldfinger conoció a Max Ernst en una cena de recepción y se desencadenó l’amour fou (el amor loco). 

Leonora Carrington y Max Ernst
St. Martin dArdèche, Francia, 1939
Foto: Lee Miller
Crookhey Hall, exterior
Foto en Leonora Carrington. Surrealismo, alquimia y arte (2004)
       
West Dean en la década de 1920
Foto en Edward James y Las Pozas (2007)
         Vale decir, no obstante, que West Dean, la regia mansión donde Edward James vivió de niño con cuatro hermanas mayores y que a la postre heredaría, evoca la mansión Crookhey Hall. Pero la rebelión familiar de Edward se focaliza contra su desdeñosa y desamorada madre: Elisabeth Evelyn Forbes, mientras que en el caso de Leonora sobre todo se focaliza contra su todopoderoso y prepotente padre: Harold Wilde Carrington, quien falleció en 1946 y a quien nunca volvió a ver desde que en 1937 se fue a París, y quien en 1940 ordenó y orquestó su reclusión en una clínica psiquiátrica de Santander, España, cuya traumática experiencia allí es el quid de Memorias de abajo, (cuyo primer borrador se extravió, en tanto que la primera versión publicada apareció en Nueva York, en febrero de 1944, en el número 4 de la revista VVV, traducida al inglés por Victor Llona de la versión que Leonora en 1943 le dictó en francés a Jeanne Megnen, la cual en 1946 fue publicada en París por Éditions Fontaine; luego, en 1987, fueron revisadas y establecidas en inglés por la autora con la colaboración de Marina Warner y Paul de Angelis; mientras que la traducción al español de Francisco Torres Oliver, cotejada con Leonora, se publicó en 1991, en Madrid, por Siruela, y un año después en México por Siglo XXI). Según narra Margaret Hooks, William James, el padre de Edward, enfermó de cáncer de vejiga cuando él tenía cuatro años; entonces, “lo enviaron con un pariente anciano y en marzo de 1912, seis meses antes de su quinto cumpleaños, le dijeron que su padre había fallecido.” Y con ello se agudizaron sus problemas, pese a que era el “príncipe” heredero de una descomunal fortuna.

Edward James (c. 1914)
      “A los ocho años, Edward fue despachado al primero de una serie de espantosos internados que aborreció por completo [en esto coincide con Leonora]. Se quejaba de las bravatas, las palizas y la terrible comida. Los maestros estaban obsesionados con la puntualidad e imponían sobre los estudiantes un régimen espartano con condiciones sanitarias deplorables. En uno de estos colegios, una mañana, ochenta muchachos apresurados sacaron al tímido y menudo Edward a codazos del baño donde sólo había ocho retretes; los chicos también tenían que bañarse con la misma agua, ya gris y revestida de heces si se tenía la mala fortuna de ser el último.

“Para escapar de su fracturada vida familiar y de los horrores de estos colegios, comenzó a fantasear con una ciudad amurallada de ensueño, en la cual pudiera refugiarse mágicamente. Inspirado en la pintura de un pueblo medieval que colgaba de la pared de su cuarto, bautizó a este fantástico lugar secreto como ‘Seclusia’, y ese sueño lo acompañó a través de los años.”
 
Detalle de Las Pozas
Foto: Lourdes Almeida

IV de V
Otro pasaje, algo ligero, se lee en “Luz en el bosque”, noveno capítulo del ensayo de Margaret Hooks, donde bosqueja la incorporación de la luz eléctrica, en 1979, en las construcciones de Las Pozas, asunto que Edward James comenzó a gestionar en 1977 en San Luis Potosí cuando Plutarco Gastélum y Marina Llamazares, sus administradores, estaban entusiasmados con montar en Xilitla una fábrica de conservas que les generara ingresos para ser autosuficientes. Según se lee en la página 160, Edward James “disfrutaba de las visitas de sus amigos, a quienes solía recibir con su viejo blazer de Eton, parodiando a los caballeros ingleses. Con un colorido guacamayo posando en su hombro, los guiaba por los senderos de su mágico jardín en un mundo donde las fronteras entre la fantasía y la realidad se habían borrado. Los invitados de México eran pocos, aparte de Leonora Carrington y otros amigos del grupo surrealista de México, en especial Kati y José Horna, Remedios Varo y Pedro Friedeberg, que colaboraba con James en sus monumentales esculturas de manos en Las Pozas.” 
     
José Horna elaborando la maqueta de la casa de Edward James (Ciudad de México, 1960)
Foto en el volumen homónimo de la fotógrafa: Kati Horna (2013)
         Es decir, si en su ensayo Margaret Hooks alude al grupo de exiliados europeos con quienes Edward James trabó amistad en la Ciudad de México a mediados de los años 40 y antologa la foto de Kati Horna en la que se observa a José Horna construyendo la maqueta para las ampliaciones y modificaciones del Castillo (que es la susodicha casa de la calle Ocampo que Plutarco se empeñó en adquirir en Xilitla en 1952), más otra foto de la misma Kati Horna (sin crédito) donde se aprecia una angular perspectiva de la “maqueta de la casa” ya terminada (ambas sin fecha), muy probablemente, si Remedios Varo y José Horna visitaron Las Pozas y la casa de Xilitla en los años 50 o a principios de los 60, no conocieron o casi no conocieron las fantasías de concreto abocetadas y construidas por Edward James a lo largo de los años, pues éstas, según apunta la misma Margaret Hooks, empezaron a germinar (en papel y en concreto) después de la citada nevada caída en el invierno de 1962 y Remedios Varo y José Horna murieron en 1963: ella el 8 de octubre y él el 4 de agosto.

Edward James
Foto dedicada a Remedios Varo (junio, 1956)
Maqueta de la casa de Edward James hecha por José Horna
Foto de Kati Horna en Edward James y Las Pozas (2007)
          Las visitas de Leonora Carrington a Las Pozas, en cambio, se refrendan en el quinto capítulo, “La nieve cae sobre las orquídeas”, donde en el total de la página 84 se aprecia una fotografía a color de Lourdes Almeida en la que se observa una híbrida figura femenina que la artista pintó en un muro de la casa de Xilitla, en la calle Ocampo, contigua a un pasaje (en la página 85) donde se ve la citada foto de la “maqueta de la casa”, tomada por Kati Horna, elaborada por su marido José Horna, en donde Margaret Hooks dice sin precisar la fecha: 

Mural de Leonora Carrington en El Castillo de Xilitla
Foto: Lourdes Almeida
  “Las visitas de Leonora a Xilitla eran un verdadero deleite para Edward y Plutarco, quienes disfrutaban enormemente de su compañía. Ella amaba Las Pozas y lo consideraba un lugar mágico. La primera vez, Plutarco había conseguido sacarla de la ciudad de México y llevarla en coche hasta la casa de la calle Ocampo, donde sus largos tapices y pinturas más recientes adornaban las paredes. Cuando su estancia tocaba a su fin, Leonora quiso retribuir las atenciones de ambos, de modo que pintó dos murales de enormes y fantásticas criaturas con tetas y colas enroscadas en color ocre, que parecían reclinarse desdeñosamente contra las columnas del otro lado del pórtico. Éstas guardaban un parecido asombroso con una escultura del surrealista húngaro José Horna [en realidad era español de Jaén; la húngara de Budapest era su mujer Kati Horna, cuyo nombre real era Katalin Deutsch Blau], El minotauro. Desgraciadamente, a Plutarco no le gustaron los dibujos; los colores le parecieron ‘muy feos’ y toda vez que Leonora hubo partido, dijo que los iba a retocar un poquito. Edward se opuso, recordando la reacción de Leonora cuando él había modificado sus cuadros [se enojó y lo corrió de su casa], y seguramente acabó por imponerse ya que los murales parecen estar intactos.

Leonora Carrington pintando en El Castillo de Xilitla
Foto en Universo de familia (2005)
  “Plutarco, aparentemente, tampoco aprobó la maqueta que Edward pidió a José Horna; aunque algunos elementos sí se incorporaron a la construcción, como las columnas del segundo piso, el resultado guardó poco parecido y fue más el resultado de una visión fantástica.”  


V de V
En cuanto a la colaboración del por entonces joven Pedro Friedeberg, de 26 años, en “las monumentales esculturas de manos en Las Pozas” que Margaret Hooks alude en la página 160 del volumen, vale decir que el propio Pedro Friedeberg (Florencia, enero 11 de 1936) lo refiere en el citado libro De vacaciones por la vida, dizque sus “Memorias no autorizadas” —pero profusamente ilustradas por él— “Relatadas a José Cervantes”, precisamente en el susodicho capítulo 050, “Hijo bastardo de un rey”, repleto, como todo el libro, de sabrosos chismes, humor, datos, anécdotas y no pocos yerros. 
     
Pedro Friedeberg y Antonio Souza (Ciudad de México, 1962)
Foto en el volumen homónimo de la fotógrafa: Kati Horna (2013)
         He aquí uno: “James realizaba acciones filantrópicas. Por ejemplo, subvencionó la revista Snob [sic], una publicación pequeña pero muy bien hecha y divertida, donde escribían Elena Poniatowska, Salvador Elizondo, Alejandro Jodorowsky y Antonio Souza, entre otros notables.” 

       
Revista S.NOB núm. 1 (junio 20 de 1962)
Foto de la portada:  Kati Horna
     
Revista S.NOB núm. 7 (octubre 15 de 1962)
Dibujo de la portada:  Leonora Carrington
        Es decir, la lúdica revista S.NOB —dizque “hebdomadario”—, dirigida por el narrador Salvador Elizondo y auspiciada por el productor de cine Gustavo Alatriste en los primeros 6 números y por Edward James en el último, sólo publicó 7 números en 1962: el primero data del “20 de junio” y el último del “15 de octubre”. Si bien en 6 números colaboró Jodorowsky, no lo hizo Elena Poniatowska ni el galerista Antonio Souza. 

   
Artículo autobiográfico de Edward James en la revista
S.NOB núm. 7 (octubre 15 de 1962)
Foto: Kati Horna
         Y, curiosamente, en el número 7, mayormente dedicado a las drogas, hay un largo artículo autobiográfico de Edward James: “Cuando cumplí cincuenta años” —su única colaboración en S.NOB—, ilustrado con un retrato fotográfico sin crédito perteneciente a una serie que Kati Horna le hizo, en 1962, en el Hotel Francis de la Ciudad de México, más un dibujo de José Horna, dos de Leonora Carrington y una pésima reproducción del Cristo muerto (c. 1431) de Andrea Mantegna, donde profusamente habla de su experiencia con los hongos alucinógenos en tierras mexicanas. Tema del que también habla Pedro Friedeberg en sus memorias e incluso Margaret Hooks en la página 69 alude un mal viaje que Edward James tuvo en el citado Hotel Francis: “A finales de los cincuenta y principios de los sesenta, Edward experimentó con los ‘hongos mágicos’ en varias ocasiones. Una de ellas, en el Hotel Francis de la ciudad de México, tuvo horribles alucinaciones y mucho miedo. El gerente del hotel llamó a uno de los abogados mexicanos de Edward, Miguel Escobedo, ya que pensó que el huésped se moría. Cuando llegó, Edward estaba tendido en la cama, catatónico, y su loro gritaba a todo pulmón en el baño, donde Edward lo había encerrado cuando el pájaro comenzó a ponerse nervioso debido al extraño comportamiento de su amo.”

Edward James en el Hotel Francis (Ciudad de México, 1962)
Foto en Kati Horna. Recuento de una obra (1995)
Bona Tibertelli de Pisis, Leonora Carrington, Gilberte,
André Pieyre de Mandiargues, Edward James y su lorito.
Foto en Universo de familia (2005) 
      Y a propósito del patrocinio del séptimo número de S.NOB que hizo Edward James (en la página 1 se anunció que ahora la periodicidad de la revista tendría un “carácter menstrual”), vale transcribir, por curiosidad y divertimento, una entrada de los póstumos Diarios 1945-1985 (FCE, 2015) de Salvador Elizondo —editados por la fotógrafa Paulina Lavista— donde el escritor habla de ello:

Salvador Elizondo con el lorito de Catemaco (junio 29 de 1970)
Foto: Paulina Lavista 
  “5 de agosto de 1962.

“De una manera o de otra me está llevando la chingada. No tengo ni un centavo. El S.NOB se vino abajo y estoy sin trabajo y sin ninguna perspectiva. No sé qué voy a hacer. Mañana tenemos que reunirnos para ver si podemos seguir haciendo el S.NOB. Estoy pasando una de las épocas más pinches de mi vida. No hay absolutamente ninguna perspectiva. Ahora estoy escribiendo una novela pornográfica que se llamará Punta di Bellagio. La estoy escribiendo en inglés para ver si la puedo publicar en París con la Olympia Press. Es posible que en noviembre vaya a París. Por ahora estoy tratando de arreglar esto. A ver qué tal sale. He entablado buena amistad con Gironella. Le voy a escribir la presentación para el catálogo de su próxima exposición. Es un pintor, por lo demás, que siempre me ha interesado y creo que puedo escribir algo bastante interesante. Acabo de terminar un ensayo magnífico que se llama ‘Morfeo o la decadencia del sueño’. Es sobre la significación de las drogas y el alcoholismo. Era para el No. 7 de S.NOB. A ver si todavía se puede publicar ahí [se pudo y se lee de la página 2 a la 9]. Hay un tipo que se llama Edward James que parece estar interesado en el S.NOB y nos quiere dar dinero para que siga saliendo. Mañana lo voy a conocer, a ver qué tal se porta. Recibí carta de Helena. Por lo viso no se ha enterado de lo que hubo con su hermana.”    
Pedro Friedeberg disfrazado de cebra (1968)
Foto: Kati Horna
          Pero el caso es que en el capítulo 050 de sus memorias, Pedro Friedeberg dice que conoció “al excéntrico y millonario Edward James” “en 1962” en la Ciudad de México (no recuerda si “en casa de Leonora Carrington, de Kati Horna o de Antonio Souza”). Pero quizá sea un tanto injusto cuando afirma que Edward nunca le dio crédito a su colaboración en las monumentales manos, pues la alusión de Margaret Hooks implica que sí fue y era acreditado y que es consabida su histórica y legendaria participación. Y más aún: si bien la ensayista o los editores no precisaron su crédito en un pie, se ven en la segunda foto elegida dentro de libro, tomada por Lourdes Almeida y datada en 1997. 

     
Las manos de Las Pozas
Foto de Lourdes Almeida datada en 1997
En Edward James y Las Pozas (2007)
     Pedro Friedeberg lo cuenta así:

“Las manos gigantescas hechas en concreto que hay en la entrada de Las Pozas son diseño mío, aunque nunca me dio crédito de autor. Yo se las dibujé a Edward en una servilleta del restaurante Napoleón, un lugar en la Plaza Popocatépetl al que íbamos a cenar todas las noches de sus visitas a la ciudad. A James ya lo conocían y siempre le servían el mismo vino y el mismo platillo. Pese a esta familiaridad, creo que les dejaba de propina algo así como cinco centavos, porque era tacaño. Aunque tenía millones en el banco, siempre se le ‘olvidaba’ su cartera, y en aquel lejano 1962 todavía no se conocían del todo las tarjetas de crédito.”
Edward James en Monkton House con su abastecimiento de Kleenex.

Según  dice Pedro Friedeberg en sus memorias, Edward James 
“Viajaba mucho
fuera del país y, cuando visitaba la ciudad de México, llegaba al hotel Francis,
en el Paseo de la Reforma. Allí rentaba tres cuartos y destinaba uno para alojar
a sus cobras 
—o boas— y a sus cotorras, que siempre lo acompañaban. Otro
cuarto le servía para lavar dinero.Él lavaba el dinero, pero con agua y jabón,
como hacen los butlers ingleses. Cada noche echaba todos los billetes a la
tina, los limpiaba, los sacaba, los extendía sobre la cama para secarlos y,
al final, los planchaba con gran cuidado. Decía: 
No soporto el dinero sucio
y aquí en México no hay nadie que me lo lave 
’ 
(esto era mucho antes de que
los narcos se encargaran de ello).
       Vale observar que la criticona y humorística perspectiva de Pedro Friedeberg, inextricablemente aunada a sus anecdóticas mistificaciones, no deifican a Edward James ni a las construcciones de Las Pozas; según dice, “Este lugar pocos lo conocen, pero actualmente está abierto al público y no vale la pena visitarlo”. Y su desenfada y corrosiva imagen de la casa de Xilitla (el llamado Castillo de la calle Ocampo) se contrapone al orden decorativo que alude Margaret Hooks en el pasaje citado líneas arriba:

“Con Edward fui posteriormente dos o tres veces a Xilitla. Él se aprovechaba de mí por mi coche y mi función de chofer. En una de esas ocasiones nos detuvimos en Tamazunchale para comprar fruta. Cuando Edward levantó una papaya del piso, el vendedor le tiró con su machete un mandoble que hizo caer la fruta de sus manos. Ambos quedamos muy sorprendidos por la reacción del hombre, pero lo que sucedía era que bajo la papaya había una gran tarántula que no habíamos viso. A Edward esto le pareció maravilloso, muestra del ‘verdadero México’.
“La casa que tenía James en el poblado de Xilitla —y que creo más bien propiedad de Plutarco— era todo lo opuesto a la que Brígida Tichenor poseía en Michoacán —personaje y lugar a los que más adelante me referiré—, una casa primitiva pero muy cómoda, un palacio con muchos servicios. En cambio, la de Xilitla era una casa a la que le faltaban los vidrios de las ventanas y donde, apoyados en el piso y recargados en las paredes, había cuadros de Magritte, Miró y Dalí. Entre esas obras, hacinadas y sin ninguna protección, se escabullían los ratones, las cucarachas y otras alimañas peores.
“Había además unos veinte cuadros de Leonora Carrington, otros de Tchelichev, de la Fini y algunas pinturas de los surrealistas ‘de segunda’, también con ratas corriendo entre ellos y con el fatal clima de Xilitla entrando por las ventanas rotas. Además, los niños de Plutarco, en sus triciclos remendados, tripulaban velozmente entre todas esas maravillas. Un caos muy surrealista también.
El tío Eduardo, doña Marina y sus hijas en el comedor del Castillo
Foto: Michael Schuyt
     “La casa estaba decorada con murales hechos por Leonora y fue diseñada por el propio Edward; pretendía tener un carácter surrealista, aunque el diseño estaba muy influido por el Royal Pavilion de Brighton, pues él era gran admirador del estilo Regency.”

Edward James con su tucán
       En otro pasaje —otra perla—, Pedro el memorioso reitera su testimonio de la avaricia y regatero que teñía la personalidad de Edward James, que también constató de manera particular, según narra, en torno al diseño de una casa descrita en el poema de Edward James: “La casa del cabo Rododendro”, con un estudio, “en la parte superior”, “con forma de alcachofa o de loto”, “cuyos pétalos, que eran las paredes y los techos, se abrían”, que él pintó en un cuadro, dice, que el mecenas no recogió y que luego vendió “a Ivoire Freidus, una gran coleccionista que vive en Long Island”. Pero también da testimonio de la póstuma intervención con pintura en algunas de las construcciones de Las Pozas, meollo que se observa en varias de las fotografías a color antologadas por los editores y Margaret Hooks, pese a que ella no lo glosa en su ensayo:

Detalle de Las Pozas
Foto: Lourdes Almeida
          “Yo fui a Las Pozas cuanto estaba en proceso de construcción; después regresé a principio de los años noventa. Más tarde me enseñaron unas fotos del lugar, tomadas con motivo de la visita que había efectuado al sitio un ballet japonés. En ellas vi que habían alterado algunas de las esculturas pintándolas de colores. Cuando Leonora Carrington se enteró por esas fotos casi cae desmayada, ya que le pareció un sacrilegio haber modificado así esas obras; pero, por otro lado, le dio gusto porque odiaba un poco a Edward, y dijo: ‘Se lo merece por mezquino y por los chistes malvados que le gustaba hacer’. Ciertamente tenía razón. Pese a su enorme riqueza, James era bastante miserable. O se hacía el pobre o no tenía tanto dinero como creíamos. A Leonora le compró como cuarenta cuadros, pero cada día le bajaba el precio por pagar: ‘Te compro esto y esto y esto por mil quinientos dólares’. Al día siguiente: ‘No, me das éste y éste y además me regalas este otro. Pero nada más te puedo dar mil doscientos dólares’. Y cada día iba bajando un poco, hasta que Leonora lo echó de su casa. Al tercer día, él se daba cuenta de que su actuación no había sido muy correcta y rectificaba.” 



Detalle de Las Pozas
Foto: Luis Félix



BIBLIOGRAFIA
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