La angustia en un puñado de ceniza
I de VI
Publicada en Barcelona,
en noviembre de 1979, por Editorial Planeta, con un tiraje de 153 mil
ejemplares, Los mares del Sur,
novela negra del polígrafo español Manuel Vázquez Montalbán (nacido en la
Ciudad Condal el 14 de junio de 1939 y fallecido en Bangkok el 18 de octubre de
2003), “obtuvo el Premio Planeta 1979, concedido por el siguiente jurado:
Ricardo Fernández de la Reguera, José Manuel Lara, Antonio Prieto, Carlos Pujol
y José María Valverde.” Quien, curiosamente, en Poesías reunidas 1909-1962, volumen de T.S. Eliot publicado en
Madrid, en 1978, por Alianza Editorial, tradujo (y anotó) “La Tierra Baldía” (The Waste Land, 1922), de cuyo primer
poema el asesinado Carlos Stuart Pedrell había extirpado y transcrito un verso
en inglés: I read, much of the night, and
go south in the winter. Que Pepe Carvalho, el detective que investiga el trasfondo
de su desaparición y muerte, traduce “mentalmente: Leo hasta entrada la noche/ y en invierno viajo hacia el sur”.
Mientras que Valverde lo hizo así: “Yo leo, buena parte de la noche, y en
invierno me voy al sur.” En este sentido, no asombra que el verso traducido por
Valverde del Premio Nobel de Literatura 1948: “te enseñaré el miedo en un
puñado de polvo” (I will show you fear in
a handful of dust), Sergio Beser —el políglota ratón de biblioteca que
consulta Carvalho— lo traduzca así, diciéndole: “Es el verso que más me gusta
de todo el poema: Te enseñaré la angustia
en un puñado de ceniza.”
Alianza Tres núm. 40, Alianza Editorial Tercera edición, Madrid, 1981 |
La novela Los mares del Sur —la cuarta de la Serie Carvalho— comprende 43 breves capítulos sin números ni rótulos, signados por un epígrafe del poeta italiano Salvatore Quasimodo, Premio Nobel de Literatura 1959: più nessuno mi porterà nel sud (ya nadie me llevará al sur). En este sentido, vale observar que al cadáver del cincuentón y riquísimo empresario barcelonés Carlos Stuart Pedrell, presuntamente asesinado a cuchilladas y aparecido, en enero de 1979, “en un descampado de la Trinidad”, “Le habían vaciado los bolsillos” y sólo le dejaron un papel, según se entera el detective (y el desocupado lector) en la primera entrevista que, un día de marzo, tiene con el abogado Jaime Viladecans Riutorts (“voz de lord inglés con acento de pijo de la Diagonal”) y Mima, la viuda (“una mujer de cuarenta y cinco años que hizo daño en el pecho a Carvalho”): “La viuda había sacado del bolso una arrugada hoja de agenda erosionada por mil manos. Alguien había escrito sobre ella con un rotulador: più nessuno mi porterà nel sud.” Cuyo sentido y ubicación bibliográfica en un viejo poemario de posguerra de Salvatore Quasimodo: La vita non é sogno (La vida no es sueño, 1949), le es vertida a Pepe Carvalho por el parlanchín, erudito e histriónico Sergio Beser, cuyo piso en San Cugat es una enorme, nutrida y alta biblioteca (“Parecía un Mefistófeles pelirrojo con acento valenciano”), quien hace un gastronómico, teatral y etílico dúo dinámico con un tal Enric Fuster, su compinche y paisano del Maestrazgo.
Salvatore Quasimodo (1901-1968) Premio Nobel de Literatura 1959 |
La trama
detectivesca de Los mares del Sur —ganadora
en París del Prix International de Littérature Policière 1981— gira en torno al hallazgo del acuchillado
cadáver del empresario Carlos Stuart Pedrell tras un año de su misteriosa y
paradójica desaparición (pues nunca salió de España ni de Barcelona), tanto del
ámbito familiar (dejó esposa y cinco pirrurris: un joven en Bali aún
dependiente, dos chavales que hacen trial de montaña, un pequeño a punto de ser
expulsado de un colegio jesuita, y una erógena adolescente en crisis existencial
y ebullición erótica), como del alto pedorraje donde se movía con su estigma de
donjuán irredento, pues según el testimonio de Francesc Artimbau, su pintor de cámara, los Stuart Pedrell
“Podían cenar ahí donde estás tú [aplatanado y bebiendo en el estudio del
artista], conmigo y con mi mujer algo que yo había guisado, o recibir en su
casa a invitados como [Gregorio] López Bravo o [Laureano] López Rodó [distinguidos
trepadores franquistas], o cualquier ministro del Opus, ¿entiendes? Eso da
mucho poso. Esquiaban con el rey [Juan Carlos] y fumaban porros con poetas de
izquierda en Lliteras.” (De ahí que entre los recortes de periódicos que Pepe Carvalho
observa entre los libreros del despacho preferido del occiso se lean, pegadas
con chinchetas, casi de cachetito: “las declaraciones de [Santiago] Carrillo
sobre el abandono del leninismo por el PC español” y “la noticia de la boda de
la duquesa de Alba con Jesús Aguirre, director general de Música”, sonoro y
rimbombante bodorrio de nota rosa y de la chismografía del corazón, sucedido el
16 de marzo de 1978.) Urdimbre narrativa no exenta de peliculescos episodios de
violencia: el preliminar robo de un auto de alta gama (no falta allí la chica
noctámbula que se sopla “el flequillo a lo Oliva Newton-John”) y la trepidante
persecución policíaca; la pela callejera que confronta Pepe Carvalho con tres
mozalbetes cuchilleros de la barriada de San Magín; y el subrepticio y cruel
degollamiento de Bleda, su perra, en
su casa particular en Vallvidrera, donde el investigador privado, proclive a
los excesos de la buena mesa, del buen tabaco y del buen alcohol, se dedica a
condenar y a extinguir, en el fuego de la chimenea, los libros de su
biblioteca.
Premio Planeta 1979 Autores Españoles e Hispanoamericanos, Editorial Planeta Primera edición, Madrid, noviembre de 1979 |
No obstante, inextricable a lo ameno, a los matices del léxico y de cierta oralidad, a la erudición no sólo literaria, pictórica, melómana, etílica y gastronómica, al registro social, idiosincrásico y político de las postrimerías del franquismo, de la reciente transición (aún consolidándose entre soterradas nostalgias dictatoriales después de “las elecciones de junio de 1977”) y del afán democrático de la época (marcado por los asesinatos de la ETA y de los GRAPO), se advierte sobremanera que el nom plus ultra que trasmina cada página es una pulsión lúdica y libertaria, de popular y docto contador de cuentos en la plaza pública, lo cual se transluce en el gozoso divertimento que marca la tónica y el modo de narrar, que comprende no sólo la conducta sexual y desinhibida de Pepe Carvalho, y, desde luego, la manera desembarazada, un tanto informal e hilarante en que investiga, observa, conjetura e interactúa con los otros, en particular con Biscuter, su escuálido y conmovedor cocinero y asistente que subsiste en la estrechez de su despacho; con su recién adquirida perra; con Charo, la puta del Barrio Chino con la que sostiene un eventual vínculo erótico y afectivo que ya lleva ocho años; e incluso con Yes, la adolescente rubia de ojos grises, hija de los Stuart Pedrell, consumidora de mota y cocaína, que prácticamente se arroja sobre el detective para que la desnude y con quien sostiene un breve y entreverado desliz lascivo, que le hace recordar un episodio de su otrora espionaje para la CIA en los Yunaites: “Una vez en su vida se había acostado con una muchacha así, en San Francisco, veinte años atrás. Era una puericultora a la que él estaba vigilando en relación con la infiltración de agentes soviéticos entre los primeros movimientos contraculturales norteamericanos.”
Manuel Vázquez Montalbán |
Paralelo a la investigación del caso Stuart Pedrell, el detective privado, por solicitud de un panadero, compungido y llorón que acude a su despacho en el ámbito de las Ramblas, localiza, en un tris, a su mujer, huida con un vasco a la Pensión Piluca; y de un modo locuaz y bufo, en el mugriento baretucho Jou-Jou (“Vengo de parte de la ETA”, le canta), incide en el alejamiento del hercúleo amante (quien para salvar el pellejo huye timorato y castañeteando la quijada) y en el regreso de ella al hogar, dulce hogar, donde la esperan sus dos niñas abandonadas, el lacrimoso cornudo, y las actividades domésticas de la panadería.
Por influjo del
abogado Viladecans y de los intereses empresariales de la familia y de sus poderosos
socios (el estrambótico, homosexual y setentón marqués
de Munt y el cincuentón Isidro Planas Ruberola, candidato y luego vicepresidente
de la Patronal, la CEOE), la policía hizo mutis ante el acuchillado cadáver de
Carlos Stuart Pedrell y por ello no dio con el presunto asesino o asesinos.
Según el testimonio de un policía que dizque indagó el caso (contactado por
Viladecans para que en privado hable con Carvalho): “La familia ha hecho lo
imposible para que no siga. Dejó un tiempo prudencial y luego se movió para
detener las cosas. El prestigio familiar y todo ese rollo.” Pero tres meses
después del hallazgo del cadáver en un descampado de la Trinidad, Mima, su
viuda, quien es la que paga al detective privado, quiere saber, le dice: “Qué
hizo mi marido durante un año, durante ese año en que le creíamos en los mares
del Sur y estaba quién sabe dónde y quién sabe qué burradas hacía.” Y sobre el
presunto asesino, el abogado Viladecans le indica: “Bueno. Si sale el asesino,
pues venga el asesino. Pero lo que nos interesa es saber qué hizo durante ese
año. Comprenda que hay muchos intereses en juego.”
Autorretrato (1893) Paul Gauguin |
Gauguin en 1891 |
Vale resumir que lo primero que Pepe Carvalho escucha sobre Carlos Stuart Pedrell es su obsesión por la vida y obra de Gauguin y su mítico y legendario viaje a los mares del Sur. “Él quería ser Gauguin”, le dice Mima. “Dejarlo todo y marcharse a los mares del Sur. Es decir, dejarme a mí, a sus hijos, sus negocios, su mundo social, lo que se dice todo.” Así que a través de diversos testimonios el detective constata esa obsesión; incluso al inspeccionar su despacho preferido: el “santuario” donde se recluía “A escuchar música. A leer. A recibir amigos intelectuales y artistas.” Donde observa, “pinchadas sobre las tablas [de los libreros], tarjetas postales con reproducciones de Gauguin. Y en la pared, alternados los cuadros de firma, mapas oceánicos, un inmenso Pacífico lleno de banderillas de alfiler, jalonando una ruta soñada.” Y en su abigarrado y singular escritorio de supuesto dibujante y calígrafo, además de que localiza algunos reveladores apuntes poéticos sobre esa obsesión, halla entre los “recortes de artículos”, “un poema recortado de una revista poética: Gauguin. [Que] Cuenta mediante verso libre la trayectoria de Gauguin desde que abandona su vida de burgués empleado de banca hasta que muere en las Marquesas rodeado del mundo sensorial que reprodujo en sus cuadros”. De ahí que pretendiera que el pintor Francesc Artimbau realizara un mural en su finca de Lliteras, donde “quería que le pintara algo muy primitivo, con el falso candor de Gauguin cuando pintaba a los canacos, pero trasladado a todo lo aborigen del Empordà, donde está Lliteras.” Y que en su recámara de “solitario” (desde “Hace tres años”), en la regia mansión familiar de fines del siglo XIX (heredada de una tía, incluido el elegante, flemático y culto mayordomo, conservador del inmueble que semeja un lujosísimo museo que resguarda valioso mobiliario y costosísima decoración y una repleta biblioteca de libros antiguos), exhibiera, sólo para él y su ombligo, “una excelente reproducción pintada de ¿Qué somos? ¿Adónde vamos? ¿De dónde venimos?”, óleo sobre lienzo de Gauguin: D’où venos-nous? Que sommes-nous? Où allons-nous? (1897). Lo cual explica que la portada del libro editado por Planeta reproduzca un detalle de ese cuadro, datado así en la página legal: ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos?, de Paul Gauguin, Museo de Bellas Artes, Boston (foto Oronoz)”.
¿Qué somos? ¿Adónde vamos? ¿De dónde venimos? (1897) Paul Gauguin |
Pero además de la idílica ruta soñada y marcada con banderas en el mapa del océano Pacífico: “Abu Dhabi, Ceilán, Bangkok, Sumatra, Java, Bali, las Marquesas...”, la secretaria de ese despacho preferido, con su disfraz “de ex alumna de monjas”, le informa que su patrón tenía planeado “Un viaje a Tahití.” “A través de Aerojet. Una agencia.” Y que incluso había “solicitado cheques de viaje por una cantidad muy importante”, que “cubría los gastos de un año o más fuera del país”.
IV de VI
Pepe Carvalho
descubre, en su indagatoria de sabueso rastreador y callejero, que el empresario
Carlos Stuart Pedrell —miembro de la “Sociedad Anónima Tablex,
dedicada a la producción de contraplacado, Industrial Lechera Argumosa,
Construcciones Ibéricas S.A., consejero del Banco Atlántico, vocal de la cámara
de Comercio e Industria, consejero de Construcciones y Desguaces Privasa...” y
de “Quince sociedades más”—, al que se le “atribuían
un buen puñado de especulaciones, pero sobre todo la de San Magín, barrio de”, llevó, oculta, una marginal vida de topo gris
con el nombre de Antonio Porqueres, precisamente en La ciudad satélite de San Magín, inaugurada por Franco el 24 de junio de 1966. Según ve
mientras avanza a pie: “San Magín crecía al fondo de una calle desfiladero
entre acantilados de edificios diferenciables, donde coexistía el erosionado
funcionalismo arquitectónico para pobres de los años cincuenta con la colmena
prefabricada de los últimos años.” Se trata de una “urbanización de doce
manzanas iguales, diríase que colocadas por el prodigio de una grúa
omnipotente.” Y según lee en “el libro que le había prestado el morellense”
Sergio Beser: “A fines de los años cincuenta, y dentro de la política de
expansión especulativa del alcalde Porcioles, la sociedad Construcciones
Iberisa (ver Munt, marqués de, Planas Ruberola, Stuart Pedrell) compra a bajo
precio descampados, solares donde se ubicaba alguna industria venida a menos y
huertos familiares del llamado camp de
Sant Magí, zona dependiente del municipio de Hospitalet. Entre el camp de Sant Magí y los límites urbanos
de Hospitalet quedaba una amplia zona de terreno libre con lo que se demuestra
una vez más la tendencia anular de la especulación del suelo. Se compra terreno
urbanizable situado bastante más allá de los límites urbanos para revaluar la
zona que queda entre las nuevas urbanizaciones y el anterior límite urbano.
Construcciones Iberisa construyó un barrio entero en Sant Magí y al mismo
tiempo adquirió también a bajo precio los terrenos que quedaban entre el nuevo
barrio y la ciudad de Hospitalet. En un segundo plan de construcciones, esa
tierra de nadie también fue urbanizada y multiplicó por mil la inversión
inicial de la Constructora...” “San Magín fue mayoritariamente poblado por
proletariado inmigrante. El alcantarillado no quedó totalmente instalado hasta
cinco años después del funcionamiento del barrio. Falta total de servicios
asistenciales. Reivindicación de un ambulatorio del seguro de enfermedad. De
diez a doce mil habitantes. Menuda pieza estabas hecho, Stuart Pedrell.”
Comenta para sí el reflexivo detective, que también evoca un episodio de su humilde
infancia cuando la topografía de la zona era un rústico territorio de
contrabandistas de comestibles (y de quizá algo más).
En su indagatoria en el barrio de
San Magín, Pepe Carvalho descubre que ese mujeriego y sibarita de la alta
burguesía que participó (y sacó provecho) del hacinamiento y de las
deficiencias de la urbanización franquista, con la falsa identidad de Antonio
Porqueres vivió en uno de esos patéticos departamentuchos, donde todavía están
las cosas que dejó y por ende el detective las examina y olfatea, e incluso
duerme allí una noche. Que al local de las Comisiones
Obreras de San Magín —no muy distante de la iglesia donde cunden
los “carteles petitorios de ya inutilizadas y superadas amnistías” (quizá entre
ellos el que reza: “Libertad para Carrillo”) y “un cartel en italiano anunciado
Cristo se detuvo en Éboli” (1979)— el tal Antonio Porqueres
solía acudir con una joven del barrio; que allí le decían el Contable (porque hacía la contabilidad en el almacén “casa
Nabuco”); y que a esa joven (activista, antinuclear, contestaria) y obrera del metal
en la SEAT, le dijo que “Él estaba en contra de los Pactos de la Moncloa”. Y
pese a que físicamente esa joven, bajita y cuerpo de uva, es la antípoda de las
bellísimas féminas de clase alta que solía seducir y frecuentar (entre más
jóvenes, mejor), ella, Ana Briongos, que allí en San Magín comparte
departamento con dos amigas, todavía está embarazada del que creía se llamaba
Antonio Porqueres y que pese a que por Carvalho se entera de su dramático
asesinato y de que en realidad era “el constructor de San Magín”, ella ya,
desde antes, estaba dispuesta a prescindir del apoyo económico y filial de él:
“Yo soy la madre y el padre”, le canta sobre su notorio embarazo.
Y, desde luego, allí en el laberinto de San Magín, el
detective da con la identidad del par de rijosos ejemplares del
lumpemproletariado que acuchillaron al tal Antonio Porqueres, amante de Ana
Briongos y progenitor del bebé nonato. Pero, ojo, no lo mataron ni tiraron su
cadáver “en un solar, en la otra punta de la ciudad”: “Nadie le dejó tirado en
ningún solar. Lo dejamos malherido y él se fue.” Puntualiza el lidercillo. Y
por ende, Pepe Carvalho, quien es muy ducho para atar cabos, barajar hipótesis
e inferir, supone que tal vez solicitó auxilio por teléfono. Y entre varias
posibilidades opta por la más sonada de sus amantes: Lita Vilardell —acaudalada
y treintañera belleza ojiazul de rancia y legendaria ascendencia esclavista—, con quien sostuvo una relación de casi diez años. Por
ende, a eso de las tres de la madrugada, Carvalho la llama y de manera
perentoria le solicita hablar con ella en ese preciso momento, quien, ¡oh
sorpresa!, está en la cama nada menos que con Jaime Viladecans Riutorts, el elegante
y exquisito abogado de la familia Stuart Pedrell, otrora condiscípulo y amigo
del occiso.
Mujeres en la playa (1892) Paul Gauguin |
Y en la charla con el detective, Lita Vilardell suelta la sopa, pese al reparo del abogado: “No se podía hacer nada”, dice. “¿Qué más da? Lo sabe todo y no sabe nada. Es su palabra contra la nuestra. No se ha equivocado en nada [...] Estábamos juntos. En la cama por más señas cuando llegó su llamada. Si me hubiese llamado desde los mismísimos mares del Sur no me habría parecido una llamada más lejana, más absurda. Primero no quise ir. Pero su voz era preocupante. Fuimos los dos a buscarle. No quería ir a ningún hospital. Le hicimos la oferta de dejarlo en la puerta y que nos diera tiempo de marcharnos. No quiso. Pedía un médico amigo. Pensamos a quién podíamos llamar. No nos dio tiempo. Se murió.”
Mujeres tahitianas con flores de mango (1899) Paul Gauguin |
Así que entre ambos, compinchados para eludir el escándalo mediático que podría salpicar su imagen pública y sus intereses individuales y sociales, acordaron abandonar el cadáver acuchillado (ya desangrado) en un solar de la Trinidad y dejarle en las ropas (que no eran las suyas) esa enigmática e irónica línea en italiano: più nessuno mi porterà nel sud (ya nadie me llevará al sur: ¿la escribió Lita o Viladecans?), que quizá implique un resentimiento y una venganza personal que encubre algo comprometedor (tal vez lo dejaron morir o se les murió al no actuar con la prontitud y la decisión que requería la gravedad del herido), pues Lita Vilardell le dice al detective, en corto y cuando el abogado Viladecans ya se ha ido (luego de que proponerle un pago a cambio de que los borre de la historia): “Tal vez le sorprenda. Pero una amante puede sentirse más humillada que la mujer propia cuando se convierte en la olvidada y vieja concubina de un harén.”
Pepe Carvalho
redacta y le entrega su informe a Mima, la viuda. (Vale puntualizar que el
detective privado nunca accede al informe forense de la policía y sólo se
entera que a Stuart Pedrell “Le clavaron varios navajazos. Parecían haber
actuado dos manos. Una mano blanda, indecisa. Una mano firme, asesina.” Lo cual
más o menos embona con la confesión del medio hermano de Ana Briongos: “El Quisquilla, el chiquito al que usted le
rompió el brazo, le dio una cuchillada. A mí de pronto se me escapó el brazo y
le di otra.” No obstante, no se sabe en qué partes del cuerpo le encajaron las
hojas, si fueron sólo dos cuchilladas o más, si tocaron órganos vitales y si
murió por esas heridas que nadie atendió: ¡ni
siquiera el herido!, o por otra
negligencia o daño colateral.) Y además de los pormenores que le resume de
manera oral (donde salen a relucir los hechos clandestinos de Adela Vilardell y
del abogado Viladecans), le dice sobre el cobro: “Hay una factura razonada en
la última hoja. En total trescientas mil pesetas y a cambio tiene usted la seguridad
de que nadie va a tocarles ni un céntimo del patrimonio.” Y esto parece que se
lo dice como si hubiera pactado, por una buena cantidad, el silencio de Ana
Briongos embarazada de Carlos Stuart Pedrell, media hermana del imprudente
cuchillero principal, un mozalbete que empezó su carrera delictiva a los 14
años con el robo de una moto. Delincuente juvenil de poca monta y atavismos
machistas, cuya media hermana y padre, “acomodador de un cine en La Bordeta” (cuya
esposa hace la limpieza en el mismo lugar) y vecino de la barriada de San Magín,
tratan de protegerlo de la policía (y del probable juicio y condena) durante la
indagatoria del detective privado.
“—Es un
buen negocio [le dice la viuda a Carvalho], sobre todo si la chica no reclama
la paternidad de mi marido.
“—No reclamará por la cuenta que le trae. A no ser que
usted quiera poner este informe en manos de la policía y vayan en busca de su
hermano. Entonces saldrá todo.
“—Es decir...
“—Es decir que si quiere tener la
fiesta, la honra y la fortuna en paz tendrá que dejar impune este crimen.
“—Aunque
no hubiera aparecido lo de la chica, yo no habría movido ni un dedo para que la
policía encontrara al asesino.”
Maria Montez |
Jeanne Moreau |
Pero quizá lo más llamativo de ese diálogo es que la viuda (con un “parecido compartido por Maria Montez y Jeanne Moreau”) le anuncia que viajará a los mares del Sur (en Bali aún está el mayor de sus hijos gastándose lo que ella le envía), que hará la ruta que su marido dejó trazado en el mapa. “Y en una agencia de viajes. El recorrido estaba muy bien estudiado. Conseguí que se me pasara a mí el abono y así salvé el anticipo.” Y la lúbrica cereza del pastel es que invita a Pepe Carvalho a viajar con ella. Viaje que él rechaza (pese a las comuniones onanistas donde la convoca) y que implica que no pocas féminas aprecian en él algún tipo de atractivo y refuerzo afrodisíaco. “Pon un poco de Gary Cooper en tu vida, chica, pensó Carvalho”, espejeándose en la estrella de cine al saludar de mano a la hija de los Stuart Pedrell por primera vez.
Gary Cooper |
Recuérdese, por ejemplo, la entrega sexual y el asedio de la adolescente Yes en busca de la incestuosa figura paterna (“¿sabes que se te parece?”, le dice hojeando unas fotos de su progenitor al que supone víctima sobre todo de su odiada madre, a quien no duda en quemarle su libro favorito: La balada del café triste); o la ansiosa, desesperada y neurótica cachondería de Charo; o a Teresa Marsé, quien luego de verlo entrar en su boutique en busca de información, colgó sus “brazos del cuello de Carvalho y le introdujo la lengua hasta la campanilla”. Teresa Marsé, además de la lengua de tirabuzón y de proporcionarle algunos rumores, datos y detalles, le habla de la época en que ella “era una virtuosa esposa de honrado industrial” y asistía, al igual que el acaudalado matrimonio Stuart Pedrell, “a reuniones de matrimonios católicos dirigidos por un tal Jordi Pujol”, el célebre político y luego corrompido presidente de la Generalitat de Cataluña entre el 8 de mayo de 1980 y el 20 de diciembre de 2003.
Jordi Pujol |
VI de VI
Vale observar que
el curso de los acontecimientos y de la indagatoria de la muerte de Carlos
Stuart Pedrell sugiere varios interrogantes: ¿por qué su instinto de
autoconservación y sobrevivencia no funcionó y no fue, motu proprio, a un hospital? ¿Por qué, siendo un pachá
extraordinariamente rico, sibarita y libertino, no contaba con un médico de
confianza que lo auxiliara, tras bambalinas, con urgencia y discreción? ¿Ese
semental y promiscuo cincuentón estaba exento del miedo a la muerte, a los
padecimientos venéreos y a la crónica enfermedad? “Tenía demasiado tiempo de
contemplarse el ombligo e ir de aquí para allá detrás de las mujeres”, le
testimonia el marqués de Munt, el socio más opulento e incisivo de la triada
(Munt-Planas-Stuart Pedrell) desde hace un cuarto de siglo, y al igual que
Planas, muy interesado en que la indagatoria y el informe del detective no los
raspe ni salga a la luz pública. ¿Por qué no hizo ese viaje soñado a los mares del Sur, si era su obsesión existencial de
larga data y lo tenía todo meticulosamente planificado? ¿Por qué llevar esa
subterránea vida gris, de topo de alcantarilla, en el paupérrimo barrio obrero
de San Magín? Pues, al parecer, durante esa incógnita estancia de un año no
hizo ninguna labor reivindicativa ni filantrópica. Y en ese último renglón, en
la indagatoria inicial de sus actividades empresariales en más de quince
sociedades, sólo descuella, como escuálidos y paupérrimos frijolillos en la
sopa de letras catalanas, lo que Pepe Carvalho les comenta a Biscuter y a Charo
durante la cena en el Túnel: “Lo más sorprendente es que dos de ellas son
editoriales de mala muerte: una se dedica a los libros de poemas y la otra a
una revista de la izquierda cultural. Por lo visto, le gustaban las obras de
caridad.” Labor que el pintor Artimbau le matiza: “Stuart Pedrell ayudaba a dos
editoriales de mala muerte, pero no demasiado. Cubría los déficits anuales. Una
miseria para él.” Pero además le dice: “Me consta que escribía versos que nunca
publicó”. ¿Acaso sería el verdadero autor del citado poema Gauguin, “recortado de una revista poética”, “cuyo nombre no le
dijo nada a Carvalho”?
Paul Gauguin Autorretrato (1893) |
Pese a la íntima planificación del viaje soñado, quizá en un momento decidió no hacerlo por cierta frustración (y quizá implícita angustia) que la novela no ahonda pero sí toca brevemente, al parecer, pues el detective Pepe Carvalho, al entrevistar a Nisa Pascual —“la última teenager [adolescente] en la vida conocida de Stuart Pedrell”, quien toma una “clase de Meditación Artística” y es alta y rubia, “delgada y pecosa, con una larga trenza que le llegaba hasta las raíces del culo y un candor de virgen en los ojos grandes y azules rodeados de tantas pecas que eran pura mancha”—, le dice que Carlos no se puso en contacto con ella durante su desaparición, que ella creía que se había ido de viaje a los mares del Sur... “y luego apareció muerto”. Y no contactó con ella porque, le dice:
“[...] La verdad es que estaba muy enfadado conmigo.
Me propuso que la acompañara y me negué. Si hubiera sido un viaje corto, de dos
meses, yo habría ido. Pero era un viaje por tiempo indefinido. Yo le quería
mucho. Era tierno, desvalido. Pero no entraba en mis planes buscar el paraíso
perdido.
“—Cuando usted no quiso acompañarle, ¿varió
el proyecto?
“—Llegó
a decir que no se iba. Pero de pronto desapareció y supuse que finalmente se
había decidido. Necesitaba aquel viaje. Era su obsesión. Había días en que era
inaguantable [...]”
Manuel Vázquez Montalbán, Los mares del Sur. Premio Planeta 1979. Autores Españoles e Hispanoamericanos, Editorial Planeta. Primera edición: noviembre de 1979. Barcelona, 288 pp.
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