miércoles, 20 de julio de 2016

Colección de arena



El libro de los mil y un granos de arena


El escritor italiano Italo Calvino nació el 15 de octubre de 1923 en Santiago de Cuba. Su madre, Evelina Mameli, era profesora de botánica de origen sardo, y su padre, Mario Calvino, era agrónomo y botánico de origen ligur. Pero como sus padres se trasladaron a San Remo, Italia, a dirigir “una estación experimental de floricultura”, Italo Calvino vivió entre los dos y los veinte años de edad en tal lugar, donde recibió “una educación primordialmente laica y mazziniana”. Dada su envergadura y celebridad como narrador, ensayista e intelectual, Italo Calvino, el 6 de junio de 1984, fue invitado por la Universidad de Harvard para dictar la cátedra Norton Lectures o Charles Eliot Norton Poetry Lectures, misma que cubriría con seis conferencias durante el ciclo académico 1985-1986. “Las Charles Eliot Norton Poetry Lectures, que se iniciaron en 1926 [apunta Esther Calvino], fueron confiadas a personalidades como T.S. Eliot, Igor Stravinsky, Jorge Luis Borges, Northrop Frye, Octavio Paz. Era la primera vez que se invitaba a un escritor italiano.” Sin embargo, Italo Calvino no pudo darlas, puesto que el 6 de septiembre de 1985 “tuvo que ser ingresado en el hospital Santa María della Escala de Siena, donde falleció de hemorragia cerebral en la madrugada del día 19 de dicho mes”. 
Italo Calvino con su hija Giovanna y su mujer Esther
Festival de Cine de Venecia (1981)
    No obstante, bajo el título Seis propuestas para el próximo milenio (Siruela, Madrid, 1989), Esther Calvino, a partir de los manuscritos del autor (redactados en italiano y con el título general en inglés: Six Memos for the Next Millennium), hizo publicar las cinco conferencias que hasta entonces Italo Calvino había concluido, cuyos rótulos aluden “(algunos) valores literarios que deberían conservarse en el próximo milenio”: “Levedad”, “Rapidez”, “Exactitud”, “Visibilidad” y “Multiplicidad”.
Aura Bernárdez y Julio Cortázar
  Aurora Bernárdez, una de las célebres mujeres de Julio Cortázar, fue quien tradujo al castellano tal libro, así como el título Colección de arena (Siruela, Madrid, 1998), de Italo Calvino, cuya primera edición en italiano data de 1984, el año que fue invitado a Harvard. Colección de arena reúne una serie de reseñas, notas y ensayos editados en la prensa (la mayoría) que constituyen una especie de bitácora o diario de viaje, cuyas páginas puntualizan a Italo Calvino como un voraz y ferviente viajero y conocedor de la cultura del orbe, signado por su ámbito, lengua e idiosincrasia italiana, por su erudición literaria, visual e histórica (incluida la del arte), por su excelencia narrativa, y por su intuición y sensibilidad estética-poética-filosófica. Pero aunque se trata del registro de vivencias y experiencias individuales contadas en primera persona, no es un egocéntrico ni un ególatra ni un egotista a ultranza; no relata cuestiones íntimas o privadas, ni anécdotas o secretos autobiográficos, sino que en calidad de paseante solitario se concentra, reflexiona y narra (y a veces se interroga) alrededor de su objetivo, que puede ser el bosquejo de una exposición en un museo parisino, el argumento y/o las imágenes de un libro, ciertas ruinas arqueológicas, detalles arquitectónicos o pictóricos, un viaje interior a bordo de un tren japonés, algunos paseos por los jardines imperiales de Kioto, ante el milenario Árbol del Tule y los vestigios mayas de Palenque, o dentro de las mezquitas y de los templos zoroástricos de Irán, por decir algo. 
En la portada: el dibujante, uno de Los tres Droz
(Siruela, Madrid, 1998)
   Colección de arena se divide en cuatro capítulos. El primero: “Exposiciones-exploraciones”, incluye diez textos. El segundo: “El rayo de la mirada”, incluye ocho textos. El tercero: “Exploración de lo fantástico”, cinco textos. Y el cuarto: “La forma del tiempo”, comprende tres secciones: “Japón”, nueve textos; “México”, tres textos; e “Irán”, tres textos. En Colección de arena, además de que al término de cada escrito de los capítulos I, II y III figura el año de su redacción, al inicio del conjunto hay una nota donde más o menos se precisa el medio y el lapso en que fueron escritos o se dieron a conocer: 
  “Los textos incluidos en las partes I, II y III aparecieron todos en el diario La Repubblica entre 1980 y 1984, con excepción de los siguientes: ‘Colección de arena’, en el Corriere della Sera, 25 de junio de 1974; ‘Qué nuevo era el Mundo Nuevo’, comentario hablado para una transmisión de la RAI-TV, diciembre de 1976; ‘La enciclopedia de un visionario’, en FMR, núm. 1, marzo de 1982. 
  “La parte IV, ‘La forma del tiempo’, comprende páginas sobre Japón y sobre México, de 1976, en parte publicadas en el Corriere della Sera, y en parte inéditas, y páginas sobre Irán, inéditas, de los apuntes de un viaje hecho en 1975.”
  En los artículos de la primera parte de Colección de arena, Italo Calvino reseña sus visitas a singulares exposiciones efectuadas en museos de París. En el primer texto, homónimo del libro, refiere una muestra de colecciones raras. Allí, al aludir “un cajón con tapa de vidrio, lleno de simples carpetas de cartón atadas con cintas, en cada una de las cuales” la femenina mano de Annette Messager rótulo títulos como “Los hombres que me gustan, Los hombres que no me gustan, Las mujeres que admiro, Mis celos, Mis gastos diarios, Mi moda, Mis dibujos infantiles, Mis castillos, e inclusive Los papeles que envolvían las naranjas que comí”; cita, además, unas palabras de ella que, para el caso, semejan una declaración de principios del propio Italo Calvino, lo que implica una óptica cognoscitiva mucho más profunda: 
Italo Calvino
(Nueva York, 1959)
  “Trato de poseer, de adueñarme de la vida y los acontecimientos de que me entero. Durante todo el día hojeo, recojo, ordeno, clasifico, selecciono y lo reduzco todo a la forma de álbumes de colección. Estas colecciones se convierten así en mi vida ilustrada”.
  “Los propios días [comenta el autor], minuto por minuto, pensamiento por pensamiento, reducidos a colección: la vida triturada en un polvillo de corpúsculos: una vez más, la arena.
  “Vuelvo sobre mis pasos, hacia la vitrina de la colección de arena. El verdadero diario secreto que hay que descifrar está aquí, entre estas muestras de playas y de desiertos bajo vidrio.”
   Esto último lo dice Italo Calvino porque en esa exposición de colecciones raras donde se vieron, por ejemplo, “colecciones de cencerros de vaca, juegos de lotería, cápsulas de botella, silbatos de terracota, billetes ferroviarios, trompos, envolturas de rollos de papel higiénico, distintivos colaboracionistas de la Ocupación, ranas embalsamadas, [...] máscaras antigás”, alguien, una mujer, presentó una colección de frasquitos con arena recogida en distintos y distantes puntos del globo terráqueo. 
Italo Calvino y Jorge Luis Borges
(Roma, 1983)
   Borges, el personaje homónimo de “El libro de arena” —cuento que abre El libro de arena (Emecé, Buenos Aires, 1975)— recuerda “haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque”. Así, decide esconder el libro infinito, el libro monstruo, en uno de los anaqueles de la Biblioteca Nacional, es decir, difuminado entre sus “novecientos mil libros”. En este sentido, si a simple vista no hay mucha diferencia cromática y combinatoria entre la arena de los diversos frasquitos y si cada texto de la Colección de Calvino semeja un reloj de arena con el tiempo congelado y el conjunto una serie de dobles bulbos de cristal en monturas de madera que comprimen, cada uno, mil y un minúsculos granos minuciosamente elegidos durante sus recorridos de paseante solitario por museos, libros, cuadros, dibujos, jardines, meditaciones poéticas y filosóficas, calles, episodios históricos, edificios antiguos, lecturas iconográficas, etcétera, todo indica que el solitario y silencioso paseo interior por cada página de arena es el único modo de intentar descifrar el secreto, el trasfondo y lo esencial que cifra la escritura y el orden de los capítulos de este diario de viaje escrito con las formas, las transfiguraciones y la sustancia del tiempo. 
    “Descifrando así el diario de la melancólica (¿o feliz?) coleccionista de arena [anota Italo Calvino], he llegado a preguntarme qué hay escrito en esa arena de palabras escritas que he alineado en mi vida, esa arena que ahora me parece tan lejos de las playas y de los desiertos del vivir. Quizá escrutando la arena como arena, las palabras como palabras, podamos acercarnos a entender cómo y en qué medida el mundo triturado y erosionado puede todavía encontrar en ellas fundamento y modelo.”
     En “El templo de madera”, una de sus notas sobre su paseo interior entre los imperiales jardines-poemas y las antiguas construcciones de madera de Kioto, dice: “En la visita de los edificios pluriseculares de Kioto, el cicerone indica cada cuántos años se procede a sustituir este o aquel pedazo de la construcción: la caducidad de las partes realza la Antigüedad del conjunto. Surgen y caen las dinastías, las vidas humanas, las fibras de los troncos; lo que perdura es la forma del edificio, y no importa si cada pedazo de su soporte material se ha quitado o cambiado innumerables veces, y si los más recientes huelen a madera apenas talada. Así el jardín continúa siendo el jardín diseñado hace quinientos años por un arquitecto poeta, aunque cada planta siga el curso de las estaciones, de las lluvias, del hielo, del viento; así los versos de un poema permanecen en el tiempo mientras el papel de las páginas en las cuales será sucesivamente transcrito se convierte en polvo.”
    Casi sobra decir que con las páginas de Colección de arena ya ha sucedido y está sucediendo algo semejante, puesto que en la presente transcripción y traducción al castellano sólo circula y late la esencia, el efluvio linfático e inefable de las experiencias estéticas-poéticas-y-cognoscitivas de Italo Calvino. Así, habrá que recorrer su paseo y lectura histórica y literaria de los casi inaccesibles bajorrelieves de la antigua Columna Trajana, en Roma; los trasfondos iconográficos e históricos que pergeña a partir de las imágenes de La libertad guiando al pueblo, pintura de Delacroix que pertenece al Louvre; la reseña de las minucias y láminas del Codex Seraphinianus, raro y fantástico libro de Luigi Serafini editado por Franco Maria Ricci; el relato de la exposición sobre “Las maravillas de la crónica negra” vista en el parisino Museo de Arte y Tradiciones Populares; la crónica de la muestra de “Dibujos de escritores franceses del siglo XIX” montada en la Maison de Balzac, en París; el relato de su evocación escrita tras el accidente automovilístico que borró del mapa a Roland Barthes; el relato de “Las aventuras de tres relojeros y de tres autómatas” (construidos en el siglo XVIII en Neuchâtel), sugerido por su lectura de “un insólito volumen iconográfico” editado por Franco Maria Ricci: Androidi, le meraviglie meccaniche dei celebri Jaquet-Droz, con textos de Roland Carrera y Dominique Loiseau, y por una visita al Museo de Neuchâtel, Suiza, donde con “un minucioso trabajo de restauración mecánica” se exhiben Los tres Droz: el escribiente, el dibujante y la clavecinista; y etcétera, etcétera, etcétera.


El escribiente y El dibujante, dos de los tres autómatas
construidos entre 1773-1774 por Pierre-Jaquet-Droz (1722-1790)
y su hijo Henri-Louis Droz (1752-1791)
y su hijo adoptivo Jean-Frédéric Leschot (1746-1824)


Museo de Arte e Historia de Neuchâtel, Suiza


Italo Calvino, Colección de arena. Traducción del italiano al español de Aurora Bernárdez. Iconografía en Blanco y negro. Serie Los libros del tiempo (97),  Ediciones Siruela. Madrid, 1998. 256 pp.

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Enlace a un corto donde se ve en acción al escribiente, uno de Los tres Droz: http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=ux2KW20nqHU
Enlace a un corto donde se ven Los tres Droz:
http://www.youtube.com/watch?v=u8u93VQfHmw&feature=related
Enlace a un corto sobre Los tres Droz:
http://www.youtube.com/watch?v=WofWNcMHcl0&feature=related
         




sábado, 16 de julio de 2016

El umbral. Travels and Adventures



  El raro entre los raros

Dedicada “A la memoria de mi hermano Jordi, que deambula por los libros”, cada minucia de la barroca escritura de El umbral. Travels and Adventures (Era, 1993), novela fantástica de Ana García Bergua (México, octubre 8 de 1960) da fe de cierto síndrome de sonámbula por las leyendas y los libros de los románticos europeos; pero también (al parecer) de médium de su hermano Jordi García Bergua (1956-1979), quien unos años antes de suicidarse escribió Karpus Minthej (se dice que a los 17 años), novela precoz y póstuma editada en 1981 por el Fondo de Cultura Económica, que según Christopher Domínguez Michael es la “muy tardía obra maestra en prosa del decadentismo mexicano”; quien añade en el segundo tomo de su Antología de la narrativa mexicana del siglo XX (FCE, 1991): “Una sorprendente novela que [...] encarna la vida de un personaje siguiendo las coordenadas del viaje byroniano. La alegoría decadentista, el humor fantástico y la elegancia de su prosa hacen de esta novela un extraño caso de la imaginación mexicana.” 
(FCE, México, 1981)
         De ahí la precocidad de Julius, el héroe de El umbral. Travels and Adventures, que no tarda en convertirse en un anacrónico y decimonónico “adolescente de principios de siglo, un joven fitzgeraldeano”, con vestuario de dandy y poses de snob decadente, que lee a Shelley, a Byron, a Keats, a George Sand, novelas de viajeros y de piratas; que escucha a Mahler y a Brahms; que galantea a las muchachitas de la prepa leyéndoles en voz alta a Heine; que les envía poemas con el nombre de Julius Schemler (un antepasado de Baviera del siglo XVII); y aprende, para ellas, a pronunciar el alemán, pese a no comprenderlo. En su sinuoso anecdotario no faltan las pinceladas orientalistas, el aprendizaje esotérico, las revelaciones oníricas, la telepatía, la magia, lo visionario, lo pesadillesco, la morbidez, la melancolía, la soledad, la locura, lo insólito y su destino trágico impreso en su carácter y estigma de elegido.

       
Ana García Bergua
        Los padres de Julius son unos inmigrantes españoles, de esos que salieron de España cuando el dictador Francisco Franco sentaba sus reales, cuyos modelos parecen ser los progenitores de Ana García Bergua —ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz de Literatura 2013 por su novela La bomba de San José (UNAM/Era, 2012)—, pues ella (con Jordi y la poeta Alicia García Bergua) es hija del notable crítico e historiador del cine mexicano Emilio García Riera, nacido en Ibiza, España, el 17 de noviembre de 1931; quien a los 8 años llegó exiliado a México; muerto a las 8 de la mañana del 11 de octubre de 2002 en su casa de Zapopan, Jalisco. 

Tres años menor que su hermana Natividad, Julius, desde pequeño, es un raro: observa una conducta muy distinta a la normal. Además de disciplinado y obsesivo lector, es sujeto de una serie de apariciones que protagoniza un hombre de negro y de una serie de indicios visionarios que le hacen comprender que él es un elegido; por ejemplo, en un libro de primaria halla “frases crípticas y extraños grabados de animales fantásticos”, mensajes “que a veces se mezclaban con los textos infantiles de un modo ridículo: Mi mamá me mima/ Yo mimo a mi mamá/ Yo soy un elegido/ Yo busco más allá.”
       Julius tiene doce años; y al ir a la Biblioteca Central en busca de unos datos sobre la Francia del siglo XIX, se topa con el hombre de negro, ahora impreso en la portada de un libro, cuyo autor es un tal Henri Lamine. A los 17 años, en un sueño, se le aparece un ángel de “aterciopeladas y aterradoras alas negras”. Con el ángel vive una comunión coral, un éxtasis que incluye su dosis erótica. A imagen y semejanza de una irrefutable prueba de Coleridge, el ángel onírico le deja pluma negra. Julius la atesora; un fetiche que luego vincula con Monsieur Lamine, el hombre de negro, el Ángel Azrael, miembro de una secta con poderes mágicos y telepáticos, el demiurgo que lo educa y guía su condición de elegido. 
(Era, México, 1993)
       Poco después del sueño, las señales lo guían a la Biblioteca Central. En el camino recuerda la “Historia de la Biblioteca” que otrora le narró un agente de tránsito (inequívoco instrumento parlante de la secta). Tal historia es un cuento fantástico que Ana García Bergua inserta en su novela y no es fortuito. En la Biblioteca lo orienta una mujer mimética. Julius toma el primer volumen de una enciclopedia. Salida del libro, “una zarpa de bronce le arañó la cara”. Pero lo más relevante no se reduce al título de éste: Travels and Adventures (una “vieja edición de historias para niños en inglés”, pariente de Kipling, sin duda, y quizá semejante a algún volumen de la paterna “biblioteca de ilimitados libros ingleses” donde el pequeño Georgie aprendió a leer en Buenos Aires durante la primera década del siglo XX) y a la suerte del explorador que figura en el grabado de la portada, sino que también implica otra secuencia de mensajes en clave. Entre éstos, la contraseña de la secta y un recorte que le sugiere adquirir un libro de viejo: “el Rapport sur la disparution de l’âme dans les objets, de M. Henri Lamine, catedrático de la Académie de Sciencies Ocultes et Esoterisme, en Toulouse”.

      Como intuye el perseverante, infinitesimal y subterráneo lector, la laberíntica urdimbre en que Julius se halla atrapado habla de una poderosa y misteriosa organización, que si acaso es benévola, no excluye lo perverso y maldito. Su red de redes, en muchas lenguas y razas, se extiende por todo el globo terráqueo. Posee innumerables espías y mensajeros, quienes vigilan y llevan los crípticos mensajes a los elegidos. La secta es capaz de interferir las mentes de los simples mortales; por ejemplo, puede provocarles amnesia, automatismo, pesadillas, locura, o en un diálogo (sin que lo perciban ni lo adviertan) hacerlos recitar ciertas palabras. Al reclutar a los mensajeros, les prometen un salario vitalicio, viajes, salud y vida hasta los 80 años. 
Cercado por mensajeros, espías y poseídos que lo asedian en su casa y en la agencia de bienes y raíces que dirige desde la muerte de su padre, Julius recibe un libro: Tratado ético del mago moderno
    Entre estiras y aflojas, prosigue su formación esotérica. Sin embargo, ignora el trasfondo y el fin de su estigma de elegido.
       El bibliotecario ciego de la Biblioteca le platica a Julius de un oscuro rito que se celebra cada 20 ó 30 años. Los monstruosos animales convertidos en estatuas de bronce por fray Antonio de Maguncia en el siglo XVII, según se supo en la “Historia de la Biblioteca” que narró el agente de tránsito, cobran vida y celebran un festín en medio de los anaqueles transformados en una exuberante selva de extraña vegetación. Lo que devoran es una estoica víctima, previamente aderezada “con el gusto macerado de una educación vasta y llena de delicadezas”. 
“Al día siguiente prevalece la calma en el espíritu de la ciudad. Según toco los periódicos —dice el ciego— veo que los problemas se arreglan y los desastres parecen más lejanos que nunca. La paz reina, las distancias parecen acortarse y en el corazón de todos palpita, por un día, una felicidad absurda, invaluable, que es como un prolongado éxtasis, como una primavera.” 
En las clarividentes y reveladoras palabras del ciego bibliotecario, Julius advierte su inequívoco destino. Trata de eludirlo. Sin embargo, después de varios avatares —un experimento, un crimen, su hermana Natividad involucrada y perseguida por la secta, la demencia de la Abuela y del propio Julius—, ante una terrible inundación (un llamado), no elude dirigirse a la Biblioteca, infestada de gritos y aullidos y, motu propio, se acuesta en el altar de piedra. 
Ana García Bergua
      Todo esto ocurrió hace años. Y ahora la hija de Natividad observa que el cazador que ilustra la portada de Travels and Adventures responde a los familiares y consanguíneos rasgos de su tío Julius.




Ana García Bergua, El umbral. Travels and Adventures. Ediciones Era. México, 1993. 128 pp.


jueves, 9 de junio de 2016

Borges en Sur

Érase el hombre invisible en Buenos Aires

Nacido el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires, Argentina, Jorge Luis Borges murió el 14 de junio de 1986 en Ginebra, Suiza. Editado en Buenos Aires por Emecé, en marzo de 1999, dentro del contexto de las celebraciones mundiales del centenario de su nacimiento, Borges en Sur, con nueve mil ejemplares, es una antología de las colaboraciones con que Borges, entre 1931 y 1980, participó en Sur, la revista fundada por Victoria Ocampo, gracias al entusiasmo y a la persuasión de Waldo Frank y de Eduardo Mallea, pero bautizada por Ortega y Gasset “en una casi legendaria conversación telefónica” que éste y Victoria Ocampo sostuvieron entre Buenos Aires y Madrid, según cuenta María Esther Vázquez en su biografía: Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, 1996): “Llamar a larga distancia en aquellos días no era fácil ni barato. Pero ella había hecho antes y haría después cosas bastante más difíciles.”

 
Victoria Ocampo
Foto: Man Ray
       Borges en Sur
es una miscelánea. La edición, con visibles erratas, fue “cuidada” por Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Socchi, autoras, al parecer, del acopio, exclusión, orden, notas y manualidad del libro, lo cual comprende dos prólogos sin firma: una “Nota del editor” y otra “Sobre la revista Sur”, que preceden las 101 colaboraciones antologadas, divididas en seis apartados: “Artículos” (que cierra con “Variación”, poema de Borges “no incluido en libro alguno”), “Traducciones”, “Notas”, “Cine”, “Los libros” y “Miscelánea”. 
   Vale recordar, entre paréntesis, que Sara Luisa del Carril es la autora del exhaustivo acopio y anotación del póstumo tomo: Jorge Luis Borges. Textos recobrados. 1919-1929 (Emecé, 1997); y con Mercedes Rubio de Socchi de los siguientes dos títulos que completan la trilogía: Jorge Luis Borges. Textos recobrados. 1931-1955 (Emecé, 2001) y Jorge Luis Borges. Textos recobrados. 1956-1986 (Emecé, 2003). 
   
Jorge Luis Borges en 1943
Foto: Gisèle Freund
(Emecé, Buenos Aires, 1999)
        En Borges en Sur cada colaboración incluye, al pie, la ficha de la revista donde fue publicada (número anual, número de serie, fecha), más la referencia (si es el caso) de otro título donde la misma colaboración fue incluida, lo cual, en gran parte, se limita a tres rarezas bibliográficas: Borges y el cine (Sur, 1974), antología de artículos de Borges con un ensayo de Edgardo Cozarinsky; Páginas de Jorge Luis Borges seleccionadas por el autor (Celtia, 1982), con un prefacio de Alicia Jurado; y Jorge Luis Borges. Ficcionario. Una antología de sus textos (FCE, 1985), con edición, introducción, prólogos, notas y cronología de Emir Rodríguez Monegal. A esto se añaden tres notas intermedias y los índices: el “Indice temático”, dividido en 14 grupos; el “Indice cronológico”, con una nota preliminar, que desglosa las fichas bibliográficas de las 189 colaboraciones de Borges en la revista Sur, de 1931 a 1980, indicando, con un asterisco, las 101 antologadas en el presente libro; el índice de los textos de Sur publicados en los libros reunidos por Borges en el legendario volumen de sus Obras completas (Emecé, 1974), con otra nota preliminar, y que en buena parte son los textos excluidos de Borges en Sur; y, por último, el “Indice general”. 
Obras completas (Emecé, 14a. ed, Buenos Aires, 1984),
cuya primera edición data de 1974.
        En la anónima “Nota del editor” se informa que 75 de las colaboraciones de Borges en Sur han sido publicadas en el citado tomo de las Obras completas de Borges. Que 33 se hallan en las susodichas antologías: la de Edgardo Cozarinsky, la prologada por Alicia Jurado, y la editada y anotada por Emir Rodríguez Monegal. Que 65 son inéditas “en forma de libro”, lo cual se reitera en el cintillo publicitario que rodeaba al libro aún sin abrir e implica el énfasis de la rimbombante novedad, y el hecho de que ahora los lectores de diversas latitudes del orbe pueden acceder, en un solo volumen, a tales rarezas de la arqueología borgeana, lo cual no era fácil, incluso para los argentinos, si se considera lo que se apunta al término de la misma nota: 

       “Agradecemos a Irma Zangara que nos facilitó parte del material.
   “Agradecemos especialmente a la Librería Aquilanti [en Buenos Aires] que con toda     generosidad nos ha permitido consultar la colección completa de Sur en reiteradas oportunidades.” 
   
Cintillo de Borges en Sur (Emecé, 1999)
          Cabe observar, que Irma Zangara —recopiladora de Borges en Revista Multicolor. Obras, reseñas y traducciones inéditas de Jorge Luis Borges. Diario Crítica: Revista Multicolor de los Sábados 1933-1934 (Atlántida, 1995)— fue vicepresidenta de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, fundada en Buenos Aires, “el 24 de agosto de 1988”, por María Kodama —se dice en su página web—, la viuda y heredera universal de los derechos de autor de la obra de Borges. “La fundación ocupa el edificio de la calle Anchorena 1660, próximo a la casa en que Borges vivió con su familia a fines de la década de 1930. María Kodama la adquirió después de algunas dificultades e indecisiones en 1994 [sic]. Compró la propiedad, la renovó e inauguró la Fundación en la primavera de 1995 [sic]. Contiene la biblioteca de Borges y fotografías suyas, varios adornos y objetos pertenecientes al escritor y además un banco de datos para uso de estudiantes e investigadores.” Apunta el escurridizo James Woodall en su controvertida biografía: La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro (Gedisa, 1998). 
Iniciadores de la revista Sur en 1930:
En la fila de atrás (de pie y de izquierda a derecha): Eduardo J. Bullrich, Jorge Luis Borges, Francisco
Romero, Eduardo Mallea, Enrique Bullrich, Victoria Ocampo y Ramón Gómez de la Serna; sentados
(de izquierda a derecha): Pedro Henríquez Ureña, Oliverio Girondo, Norah Borges de De Torre,
María Luisa Olivier, Carola Padilla, Ernest Ansermet y Guillermo de Torre. La fotografía que
aparece en la mesita de la derecha es de Ricardo Güiraldes.


Foto en La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro (Gedisa, 1998)
        Borges estuvo en el primer comité de Sur. Y Guillermo de Torre —autor de Literaturas europeas de vanguardia (Caro Raggio, 1925) y de los tres tomos de Historia de las literaturas de vanguardia (Guadarrama, 1971), quien en 1928 se casó con Norah, hermana de Borges, y correligionario de éste en la vanguardia ultraísta (primero en España y luego en Buenos Aires)—, fue el primer secretario de redacción de la revista. La primera colaboración de Borges en la revista Sur, publicada en el número 1, en enero de 1931, fue el ensayo “El coronel Ascasubi” —no antologado en Borges en Sur—, luego reunido, con el título “La poesía gauchesca”, en la edición de 1957 de Discusión (Gleizer, 1932); libro que también incluye “El Martín Fierro”, la tercera colaboración de Borges en la revista, tampoco incluida aquí, publicada en el número 2, en mayo de 1931. Y la última, editada en el número 347, de julio-diciembre de 1980, fue una “Carta de Borges a Victoria Ocampo”, que no figura en Borges en Sur.

   
Victoria Ocampo
     
Sur número 1
(enero de 1931)
       En este sentido, la colaboración más antigua de Borges antologada en Borges en Sur es la cuarta, aparecida en el número 2, en mayo de 1931, que comprende tres poemas de Langston Hughes traducidos al español por Borges, precedidos de los originales en inglés. Y la menos vieja de las antologadas es la 188 (que cierra el libro): “Homenaje a Victoria Ocampo”, impresa en el número 346, de enero-junio de 1980, y es el póstumo discurso que Borges dijo el “15 de mayo de 1979” en la sede de la UNESCO, en París, pues Victoria había muerto de un cáncer de garganta el 27 de enero de ese año. En el texto (una forma del brindis), Borges glorifica e idealiza el cosmopolitismo de Victoria Ocampo. Con su previsible cortesía y humor, refiere, entre otras cosas, el hecho de que nunca fueron amigos íntimos y que siempre estaban en desacuerdo; no obstante, Victoria lo reconoció y tributó con la edición del legendario e iconográfico Diálogo con Borges (Sur, 1969) que ella ex profeso, y en torno a su 70 aniversario, sostuvo con él. Pero también Borges bosqueja su elección para la revista Sur y la diligencia de Victoria para su nombramiento, en 1955, como director de la Biblioteca Nacional de la Argentina: 
 
Victoria Ocampo entre Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges
Mar del Plata, marzo 17 de 1935
        “El recuerdo de Victoria Ocampo me acompañará siempre. Yo no era nadie, yo era un muchacho desconocido en Buenos Aires, Victoria Ocampo fundó la revista Sur y me llamó, para mi gran sorpresa, a ser uno de los socios fundadores. En aquel tiempo yo no existía, la gente no me veía a mí como Jorge Luis Borges, me veía como hijo de Leonor Acevedo, como hijo del Dr. Borges, como nieto del coronel, etc. Pero ella me vio a mí, ella me distinguió cuando casi no era nadie, cuando yo empezaba a ser el que soy si es que soy alguien todavía, porque a veces tengo mis dudas, a veces creo que soy una superstición de ustedes y ustedes me han inventado, sobre todo Francia me ha inventado. Yo era el hombre invisible de Wells en Buenos Aires y luego recibí aquel premio internacional. Bueno, ahí votó por mí Roger Caillois y entonces empezaron a verme en Buenos Aires, se dieron cuenta que yo estaba allí y todo eso lo debo también a Victoria Ocampo. Fui nombrado director de la Biblioteca Nacional después de los años aciagos de la dictadura de cuyo nombre no quiero acordarme y debo eso a la iniciativa de Esther Zemborain de Torres y de Victoria Ocampo. A ellas se les ocurrió que yo podía ocupar el sillón de Groussac y de Mármol. A mí me pareció que eso era imposible. Les dije: ‘Quien mucho abarca poco aprieta, yo preferiría dirigir la Biblioteca de Lomas de Zamora’, que es un pueblo que está al sur de Buenos Aires. Victoria me dijo: ‘No sea idiota’. Efectivamente, ocupé el sillón de Groussac. Yo dirigí aquella biblioteca y descubrí que se cumplía en mí un hecho que voy a recordar ahora. El hecho es éste: Groussac había sido ciego y había dirigido la biblioteca. A mí me dieron un tiempo los 900.000 volúmenes (habrá menos ahora, habrán robado muchos sin duda, digamos unos 800.000 ahora) de la Biblioteca Nacional y descubrí que estaba ciego, apenas podía descifrar las carátulas y los lomos de los libros. Entonces escribí un poema, pero una vez que escribí esos poemas sobre Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche, descubrí que esa dinastía era triple, ya que José Mármol, el olvidado novelista argentino, que ha fijado para todos los argentinos y quizás para toda América la imagen no sé si más fiel pero sí la más vívida del tiempo de Rosas, había sido también ciego. De modo que parece algo misterioso, parece que es muy peligroso ser Director de la Biblioteca, porque uno corre el albur de ser ciego, pero como yo soy el tercero, quizás sea el último. El número tres tiene una significación. Si me piden un recuerdo de Victoria, es curioso, yo recuerdo que nunca estábamos de acuerdo y que siempre nos queríamos mucho, y no nos poníamos de acuerdo, pero éste es un rasgo grato, el hecho de poder estar en desacuerdo con alguien es mucho y ya que estoy en Francia, quiero recordar también a un hombre a quien recuerdo siempre, Pierre Drieu La Rochelle. Yo lo conocí, Victoria lo había invitado, fue uno de los dones que Victoria hizo a nuestro país, y recuerdo que salimos a caminar por los arrabales de Buenos Aires. No sé si era por Chacarita, por el puente de Alsina, por Barracas, no recuerdo muy bien dónde, pero de pronto sentimos la gravitación de la llanura. Habíamos dejado las casas y estábamos entrando en el campo, entonces Drieu dijo una cosa que no recogió en ningún libro, pero que es la definición de la llanura, que todos los escritores argentinos hemos buscado, con la cual no hemos dado. Fue necesario que aquel normando viniera y nos la dijera. Dijo: ‘Vertige horizontal’, es la expresión magnífica, una hermosa metáfora.
   
Victoria Ocampo y Pierre Drieu La Rochelle
      “Pues bien, a Victoria le interesaba la literatura francesa, pero no sólo los autores ilustres sino los escritores medianos, por ejemplo si yo hacía una alusión a Gide, Victoria la conocía desde luego. Si yo aludía al Sr. Sherlock Holmes y su amigo el Dr. Watson ella indudablemente los conocía también. Frecuentaba a Leroux también, y me parece que el hecho de conocer a los escritores menores, de conocer el slang de los diversos idiomas, esa es la verdadera intimidad con un país. Y ahora sólo me resta decir que es importante honrar a Victoria, pero que es más importante ser dignos de aquella alta memoria de Victoria Ocampo. Debemos tratar de continuar su labor, debemos tratar de interesarnos no en un solo país, en un solo proceso histórico, sino iniciar esa aventura imposible y generosa de la humanidad, debemos interesarnos en el universo. Muchas gracias.” 
José Bianco
(1908-1986)
       Entre 1938 y 1961, José Bianco estuvo en la redacción de Sur, primero como secretario y luego como jefe. “Fueron sin duda los años más fecundos de Sur”, se reitera aquí. Su novela Las ratas (Sur, 1943) fue reseñada por Borges en el número 111, de enero de 1944, reseña incluida en Borges en Sur. Luego de que cierta Comisión Nacional de Cultura no otorgó el Premio Nacional de Literatura a El jardín de senderos que se bifurcan (Sur, 1941) , José Bianco, en el número  94 de Sur, de julio de 1942, publicó el legendario “Desagravio a Borges”, conjurado por él y Eduardo González Lanuza. Bianco murió el 24 de abril de 1986 y Borges el 14 de junio del mismo año. Pero como indicios del afecto que los vinculó, pueden leerse dos textos: el prólogo que Borges fechó en “Buenos Aires, 18 de septiembre de 1985”, ex profeso para Ficción y reflexión, volumen antológico de la obra de Bianco editado en México, en 1988, por el FCE. Y en tal tomo, entre las páginas donde José Bianco recuerda a Victoria Ocampo, a la revista Sur, y a Borges, hay una crónica memoriosa de 1986 titulada “Borges”. Allí, Bianco evoca:  

   
(FCE, México, 1988)
       “Mi relación con Borges se hizo más asidua a través de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Tantas veces he comido con Borges en casa de ellos, primero en Coronel Díaz, después en Santa Fe, después en Aguado, y por último en Posadas, donde viven actualmente, en la misma casa donde lo conocí. Cuando entré a trabajar a Sur, en mayo de 1938, pocas cosas me daban más alegría que las colaboraciones de Borges. Me parecía, en cierto modo, que justificaban la revista. Recuerdo que a consecuencia de una operación en la que estuvo a punto de morir (en aquella época no existían los antibióticos) Borges temió por su integridad mental. Durante la convalecencia y después, ya curado, decidió abordar un género nuevo, escribir algo completamente distinto de lo que había hecho hasta entonces; que no se pudiera decir: ‘Es mejor o peor que el Borges de antes.’ Así nació su primer cuento fantástico de inspiración metafísica: ‘Pierre Menard, autor del Quijote’. Borges estaba tan preocupado por el texto que acababa de entregarme —quizá ni él mismo se daba cuenta clara del resultado de su talento—, que a la mañana siguiente me llamó para saber qué me había parecido. Le dije la verdad: ‘Nunca he leído nada semejante’, y me apresuré a publicarlo, encabezando el número 56 de Sur.” Número correspondiente a mayo de 1939 y cuento que Borges compiló en su citado libro: El jardín de senderos que se bifurcan (Sur, 1941), luego integrado como primera sección de Ficciones (Sur, 1944). 


Jorge Luis Borges, Borges en Sur. 1931-1980. Antología y edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Socchi. Emecé Editores. Buenos Aires, marzo de 1999. 360 pp.  


martes, 7 de junio de 2016

Borges oral

Todos es una abstracción y cada uno es verdadero

Coeditado por primera vez en Buenos Aires, en 1979, por Emecé Editores y la editora de la Universidad de Belgrano, Borges oral fue incluido póstumamente, por María Kodama, en el tomo IV de las Obras completas de Jorge Luis Borges, volumen impreso en 1996, en Barcelona, por Emecé Editores; y luego, en 2005, en el tomo 4 de las Obras completas de Jorge Luis Borges, “al cuidado de Sara Luisa del Carril”, editadas por Emecé en Buenos Aires.
(Emecé, 1ª ed., Barcelona, 1996)
  Cada una de las cinco conferencias que integran Borges oral presenta, al término, la fecha en que fue expuesta: “El libro”, mayo 24 de 1978; “La inmortalidad”, junio 5 de 1978; “Emanuel Swedenborg”, junio 9 de 1978; “El cuento policial”, junio 16 de 1978; y “El tiempo”, junio 23 de 1978. 

(Emecé, 3ª ed., Buenos Aires, 2005)
  Y si la edición de Borges oral en el tomo IV (y también en el tomo 4) de las póstumas Obras completas incluyó el breve prólogo que el autor fechó en “Buenos Aires, 3 de mayo de 1979”, donde llama “clases” a sus conferencias, se eliminó tanto el prefacio del doctor Avelino José Porto —entonces rector de la Universidad de Belgrano—, la anónima “Semblanza biográfica” sobre el expositor y la postrera nota de Martín Müller en la que refiere algunas minucias de la vida de Borges referentes a su ceguera y a sus inicios como conferencista, más algunos detalles sobre las “cinco clases” y sobre las corregidas transcripciones de lo grabado en las cintas magnetofónicas, que él transcribió ex profeso.          Pero también, Martín Müller alude la condición de elegido que Borges solía infundir en más de hechizado y boquiabierto escucha: “Quienes asistieron a este ciclo pueden hoy atestiguar la gran capacidad de Borges para lograr esa cálida comunicación que permite a cada espectador sentirse único y solo, tan único como si Borges sólo se dirigiera a él, como si lo hubiera elegido como único interlocutor entre todos los presentes.” Circunstancia que el conferencista refirió en un pasaje de “El libro”: “quiero que sea como una confidencia que les realizo a cada uno de ustedes; no a todos, pero sí a cada uno, porque todos es una abstracción y cada uno es verdadero”.

(Emecé/EB, 5ª impresión, Buenos Aires, 1997)
  Tal comunión coincide o parte de una consabida y legendaria estrategia del propio Borges, en el sentido de que al principio de su labor de conferencista (en 1946, en el Colegio Libre de Estudios Superiores), para vencer su miedo a la multitud, tras bambalinas, solía darse un trago de guindado y pensar que se dirigía a una sola persona, única y exclusiva. Pero sólo en sus comienzos, se deduce, pues luego y como se sabe, disfrutó ese trabajo que lo hizo ganar montañas de dinero a la Rico MacPato y viajar por el interior de la Argentina, del Uruguay, de Estados Unidos, de Gran Bretaña, de Europa, de América Latina, por el Medio Oriente y el Japón. “Georgie, que era tan callado, cuando se largó a hablar, no lo paró nadie”, dijo doña Leonor Acevedo, su madre, según consigna María Esther Vázquez en su biografía: Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, 1996).

Borges y su madre
       El conferencista Borges, dada su íntima e individual experiencia, solía decir que el autor no elige los temas de sus cuentos y poemas, sino que éstos lo eligen a él. También decía que no sólo el individuo elige el libro que va a leer, sino que éste lo elige a él. Planteamiento borgeano que se puede encontrar, por ejemplo, en un fragmento del magnético prefacio (o especie de declaración de principios) que antecede a cada prólogo de 72 de los 75 libros que componen la legendaria serie Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, que éste seleccionó ex profeso con el auxilio de María Kodama: 

   “María Kodama y yo hemos errado por el globo de la tierra y del agua. Hemos llegado a Texas y al Japón, a Ginebra, a Tebas, y, ahora, para juntar los textos que fueron esenciales para nosotros, recorremos las galerías y los palacios de la memoria, como San Agustín escribió.
“Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamada belleza, ese misterio que no descifran ni la psicología ni la retórica. La rosa es sin por qué, dijo Angelus Silesius; siglos después, Whistler declararía El arte sucede.”
Borges y María Kodama
  “El libro”, la primera de las cinco conferencias, es una especie de exultante oda al libro, dadas sus inherentes bondades como “extensión de la memoria y de la imaginación” y del conocimiento, y dado el consubstancial hecho de que el autor lo veía “no menos íntimo que las manos y los ojos”. Borges —después de una somera reflexión y análisis sobre ciertos libros sagrados, mitológicos, filosóficos e históricos— siguiendo a Emerson y a Montaigne, dice allí “que debemos leer únicamente lo que nos agrada, que un libro tiene que ser una forma de la felicidad”. Sugerencia y planteamiento ideal y hedonista que parece único (quizá lo sea) para que surja y se viva la experiencia estética; mismo que a lo largo de los años repitió ante mil y un escuchas de distintos ámbitos y de diferentes latitudes e idiomas. 

Se puede estar en desacuerdo, o más o menos en desacuerdo, con una frase que el sofista Borges le cita a San Anselmo: “Poner un libro en manos de un ignorante es tan peligroso como poner una espada en manos de un niño”, y contraponerle un aforismo de Lichtenberg: “Un libro es como un espejo: si un mono se asoma a él no puede ver reflejado a un apóstol.” Pero también se pueden discutir algún comentario del propio Borges que el lector puede localizar a su antojo; por ejemplo, dice: “un periódico se lee para el olvido, un disco se oye asimismo para el olvido, es algo mecánico y por lo  tanto frívolo. Un libro se lee para la memoria.” Lo cual recuerda las palabras que Alejandro Ferri, en “El Congreso” —su cuento con matices autobiográficos—, dizque le oyó decir a su colega y poeta José Fernández Irala: “que el periodista escribe para el olvido y que su anhelo era escribir para la memoria y el tiempo”. Pues pese a que ningún hereje o acólito de hueso colorado se traga por completo la píldora que estipula el conferencista, el individual y efímero diálogo del lector con las notas y reportajes periodísticos —más aún si se trata de un medio impreso (o electrónico en la era digital) que no excluye distintas y antagónicas vertientes de análisis y de crítica— enriquece la discusión y difusión de las ideas y la memoria personal, e ineludiblemente contribuye al enriquecimiento de la memoria social, política, democrática, histórica e idiosincrásica (¿o para qué se edifican y alimentan las descomunales hemerotecas y los laberínticos archivos públicos?). En este sentido, casi resulta tautológico recordar que los mass media no sólo inciden en la cosificación, masificación y manipulación industrial de las conciencias (diría Hans Magnus Enzensberger) a las que son tan proclives los centros neurálgicos, rectores y manipuladores del poder político, económico e ideológico, transnacional y nacional. 
CD: Borges por él mismo (Visor, Madrid, 1999)
Contraportada
  Asimismo, ante la consabida sordera de Borges (no en lo que concierne a las palabras y a la poesía), la música grabada en un disco también puede ser una forma de felicidad, de vivir y revivir la individual (o compartida) experiencia estética las veces que se quiera y no sólo una desenfrenada eclosión de frívolas emociones, que tampoco son prohibitivas ni excluyentes. “Todo tiene su tiempo”, suele repetir la sabionda vox populi, comulgue o no con Eclesiastés. Hay tiempo para oír y tiempo para leer y desentrañar el misterio: “Tomar un libro y abrirlo guarda la posibilidad del hecho estético [dice Borges]. ¿Qué son esos símbolos muertos? Nada absolutamente. ¿Qué es un libro si no lo abrimos? Es simplemente un cubo de papel y cuero, con hojas; pero si lo leemos ocurre algo raro, creo que cambia cada vez.” ¿Qué es un disco si no lo oímos?, diría el volátil demiurgo menor. Es simplemente una cosa circular con un orificio en el centro; pero si lo escuchamos sucede algo extraño y magnífico, creo que nadie desciende a las mismas aguas. 

CD: Borges & Piazzolla (1997)
 
Contraportada
         Casi al término de Borges: la posesión póstuma (Foca, 2000), Juan Gasparini bosqueja lo ocurrido el 27 de noviembre de 1985 en Buenos Aires (un día antes de que con María Kodama volara a Europa para siempre), precisamente en la pequeña librería de libros antiguos y modernos de Alberto Casares, día que se inauguró una exposición de primeras ediciones de Borges: “107 piezas, valuadas en 70 mil dólares”. Evento para curiosos, borgeanos y bibliófilos. “No me interesan los libros físicamente (sobre todo los libros de los bibliófilos, que suelen ser desmesurados), sino las diversas valoraciones que el libro ha recibido”, apostrofa Borges en la primera conferencia de Borges oral (por ende pensaba “alguna vez, escribir una historia del libro”); aseveración que remite a la onerosa primera edición de sus Obras completas, editadas por Emecé en 1974, en Buenos Aires, “en un grueso volumen único encuadernado y en papel biblia”; y a un dato, sin duda para bibliófilos con parné, que se lee en la “Cronología” que María Esther Vázquez incluyó en su compilación de entrevistas Borges, sus días y su tiempo (Punto de lectura, 2001): “En mayo [de 1974] aparece en Milán la más lujosa edición que se haya hecho hasta el presente de una obra de Borges. Se trata del cuento El congreso, editado por Franco María Ricci, en la colección ‘I segni dell’uomo’. Es un volumen encuadernado en seda (35 por 24), con letras de oro, ilustrado con casi medio centenar de miniaturas de la cosmología Tantra a todo color y pegadas. Se imprimió en caracteres bodonianos sobre papel Fabriano, hecho a mano. Fueron tirados tres mil ejemplares numerados y firmados. El volumen tiene 141 páginas y se completa con una entrevista, una cronología y una bibliografía realizadas por la autora de este libro, especialmente para esa edición.” Pero el caso es que uno de los entrevistados por Juan Gasparini fue “Arturo Eiras, un librero ambulante que se ufana de guardar en su archivo 700 entrevistas de prensa a Jorge Luis Borges”; lo que también evidencia que no todo lo que se lee en los periódicos “se lee para el olvido”. Más aún si en las efímeras páginas de La Nación o de la revista The New Yorker se leía, por primera vez, un poema de Borges, un ensayo de él, su Autobiographical essay o un cuento suyo, inéditos hasta entonces.

Borges, Adolfo Bioy Casares y Alberto Casares en la librería de éste
Buenos Aires, noviembre 27 de 1985
  Fani (Epifanía Uveda de Robledo), la célebre sirvienta del escritor y su madre desde 1947, cuenta en El señor Borges (Edhasa, 2004) —libro urdido a través de Alejandro Vaccaro—, que su patrón no toleraba los periódicos ni su tufillo: “sentía el olor de los diarios” y “los tiraba por el balcón”. “A la señora Leonor, en cambio, le encantaba leer las noticias, estaba siempre muy actualizada de todo. Ella tenía en su habitación un caramelero de cristal y debajo ponía el diario. Una vez, mientras la señora estaba medio dormida en la cama, él entró despacio y quiso sacarlo, pero tropezó con el caramelero y lo rompió. Ella le gritó: ‘¿Adónde va, ladrón de diarios?’. Desde entonces nunca más al señor se le ocurrió volver a tocarlos.”

Borges en su departamento de Maipú 994
  Borges, por prohibición médica, en 1955 dejó de leer y escribir con su puño y letra, año en fue nombrado director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires (lo fue hasta 1973); sin embargo, con auxilio de sus sucesivos secretarios y amanuenses (empezando por su madre) no dejó de leer y escribir y de publicar libros, por lo que a lo largo de los años en su porteño y minúsculo departamento B del sexto piso de la calle Maipú 994 no dejaron de arribar sus propios títulos en español y en otras lenguas y los libros ajenos que solían regalarle con desenfreno y en abundancia. No obstante la biblioteca de su casa era limitada y elegida por su omnisciente dedo flamígero; es decir, él solía regalar a sus amigos (y a ciertos visitantes) buena parte de los libros que le llegaban: los suyos y los libros de los otros, por lo que hay quienes se precian de coleccionar varios libros de Borges en diferentes idiomas que tal vez ignoren (Roy Bartholomew, por ejemplo); o simplemente, le hacían un bultito con ellos o los metía en una bolsa para abandonarla por allí, misión que también le tocó desempeñar a Fani, según lo cuenta en El señor Borges: “En una ocasión salió con otro paquete —un paquete grande— para la Biblioteca Nacional y paró para tomar algo en un café al paso que estaba en Tucumán y Florida y dejó los libros olvidados como al descuido, debajo de la silla. Como los mozos ya lo conocían, a media tarde vino al departamento uno con el paquete de libros para devolverlo creyendo que él se los había olvidado. Era el método que usaba para deshacerse de ellos.”

Fani, la criada de Borges, en el departamento de Maipú 994
  Sin embargo, pese a su ceguera y a tal jocoso desprendimiento, Borges gozaba de la amistosa gravitación de los libros, según lo dice en otro pasaje de la primera conferencia de Borges oral: “Yo sigo jugando a no ser ciego, yo sigo comprando libros, yo sigo llenando mi casa de libros. Los otros días me regalaron una edición del año 1966 de la Enciclopedia de Brokhause. Yo sentí la presencia de ese libro en mi casa, la sentí como una suerte de felicidad. Ahí estaban los veintitantos volúmenes con una letra gótica que no puedo leer, con los mapas y grabados que no puedo ver; y sin embargo, el libro estaba ahí. Yo sentía como una gravitación amistosa del libro. Pienso que el libro es una de las posibilidades de felicidad que tenemos los hombres.” 

    Entre lo que Borges cita y argumenta en “La inmortalidad” —la segunda conferencia de Borges oral—, expresa su rechazo y escepticismo ante la idea de la vida más allá de la muerte que pregonan y repiten ciertas religiones, ciertas teologías y ciertas cosmogonías; incluso desde una perspectiva neurótica, individual y existencialista: “Tenemos muchos anhelos, entre ellos el de la vida, el de ser para siempre, pero también el de cesar, además del temor y su reverso: la esperanza. Todas esas cosas pueden cumplirse sin inmortalidad personal, no precisamos de ella. Yo, personalmente, no la deseo y la temo; para mí sería espantoso saber que voy a continuar, sería espantoso pensar que voy a seguir siendo Borges. Estoy harto de mí mismo, de mi nombre y de mi fama y quiero liberarme de todo eso.” Mazazo que ya había dicho antes: “yo no quiero seguir siendo Jorge Luis Borges, yo quiero ser otra persona. Espero que mi muerte sea total, espero morir en cuerpo y alma”. Lo cual evoca un recurrente fragmento que se lee (y escucha) en “Borges y yo”: “Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere se piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy”.
Pero también —después de un breve y arbitrario repaso sobre ciertos conceptos filosóficos, teológicos y literarios que abordan la inmortalidad—, impregnado de un aura de vidente y de una especie de agnosticismo, alude su creencia en una “inmortalidad”, en una suerte de metempsicosis y por ende inescrutable, cuasi panteísta e infinitesimal: “Seguiremos siendo inmortales; más allá de nuestra muerte corporal queda nuestra memoria, y más allá de nuestra memoria quedan nuestros actos, nuestros hechos, nuestras actitudes, toda esa maravillosa parte de la historia universal, aunque no lo sepamos y es mejor que no lo sepamos.” Y esa insondable “inmortalidad” se logra y se vive (cuasi efímeros y evanescentes médiums de huitlacoche) a través de la escritura de obras trascendentales para la humanidad y de la alteridad del lector al producir la comunión y el instante de la vivencia estética: “Cada vez que repetimos un verso de Dante o de Shakespeare, somos, de algún modo, aquel instante en que Shakespeare o Dante crearon ese verso. En fin, la inmortalidad está en la memoria de los otros y en la obra que dejamos. ¿Qué puede importar que esa obra sea olvidada?” Planteamiento que repite y varía: “Cada uno de nosotros es, de algún modo, todos los hombres que han muerto antes. No sólo los de nuestra sangre.”   
Emanuel Swedenborg
(1688-1772)
  Las minucias que Borges resume en su conferencia sobre Emanuel Swedenborg (1688-1772) repiten y varían buena parte de lo que escribió, con mayor contenido y precisión, en su prefacio a Mystical Works (s.f.), libro de Swedenborg impreso en Nueva York por la New Jerusalem Church, ensayo compilado por el autor en Prólogos con un prólogo de prólogos (Torres Agüero, 1975), libro que compila 39 prólogos escritos entre 1923 y 1974, reunido, también, en el citado póstumo tomo IV de sus Obras Completas (y por igual en el susodicho tomo 4). Lo que Borges narra en su conferencia parece extraído de un cuento fantástico, ya por lo que refiere de las futuristas indagaciones y sobre el fantaseo de Swedenborg en las ciencias aplicadas, por su habilidad artesanal e incluso política; pero sobre todo por lo que concierne a su vida mística, pues se supone que Jesús lo visitó encarnado en un desconocido, quien le dijo “que él tenía el deber de renovar la Iglesia creando una tercera iglesia, la de Jerusalén”. Empeño al que se entregó los últimos 30 años de su vida; primero estudiando durante dos años la lengua hebrea con tal de leer los textos originales y luego escribiendo en latín su voluminosa obra, mientras hacía viajes al más allá: iba a los cielos y a los infiernos y conversaba con los ángeles y con los demonios. Todo ello destinado a cumplir su misión divina, de elegido por el todopoderoso, omnisciente y ubicuo dedo flamígero: fundar la Nueva Jerusalén, la “nueva iglesia que sería al cristianismo lo que la iglesia protestante fue a la Iglesia de Roma”; y más aún: renovaría las iglesias en todos los sitios del orbe. 

No fue así, claro está. Y sobre sus vestigios Borges dice: “Creo que en algún lugar de Estados Unidos hay una catedral de cristal”. Lo que quizá es tan asombroso como el hecho de que tal Iglesia tenga “algunos millares de discípulos en Estados Unidos, en Inglaterra (sobre todo en Manchester), en Suecia y en Alemania”, al parecer seducidos por el pensamiento de Swedenborg, lo que comprende, se infiere, la fe en el relato de sus viajes a las regiones del más allá, su visión de éstas y el supuesto y necesario equilibro que implican, y las éticas prerrogativas para salvarse, merecer los cielos y una espléndida inmortalidad personal: mediante un comportamiento signado por la justicia, la virtud y la inteligencia, a lo que hay que añadir el “ser un artista”, según Blake. Pero todo esto semeja un efluvio, un nanopedúnculo umbelífero, una visión evanescente e inasible, de ahí que no sea difícil pensar, con Borges, que todo ello “pertenece a ese destino escandinavo que es como un sueño”, donde “parece que todas las cosas sucedieran como en un sueño y en una esfera de cristal”. 
Borges en la tumba de Edgar Allan Poe
(Baltimore, 1983)
  En “El cuento policial”, la cuarta conferencia de Borges oral, el expositor argumenta —con avizor ojo cáustico e irónico— lo que muchas veces dijo y varió en torno a la obra poética y narrativa de Edgar Allan Poe (1808-1849), iniciador del género policíaco de índole intelectual, clásico, en el orbe occidental. En este sentido, bosqueja y cuestiona la composición de su poema “El cuervo” y las presuntas pretensiones intelectualistas de Poe. Y reseña las principales pautas de la narración policial inaugurada por él, y ciertas coincidencias y diferencias con otros practicantes del género, entre ellos Conan Doyle, Chesterton y Wilkie Collins.

Portada de la primera serie
(Emecé, Buenos Aires, 1943)
Portada de la segunda serie
(Emecé, Buenos Aires, 1952)
  Georgie y Adolfito, es decir, el dúo dinámico de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, como se sabe, fueron hedonistas y entusiastas lectores y traductores del género policíaco, de ahí que ambos hayan urdido la legendaria antología Los mejores cuentos policiales, cuya primera serie fue editada en 1943 por Emecé, en Buenos Aires, e incluyó “La muerte y la brújula”, cuento de Borges —vale apuntar que entre las páginas 340-341 de Borges. Una biografía intelectual (FCE, 1987), Emir Rodríguez Monegal la reseña; y en la segunda serie, editada en 1952 por Emecé, los antólogos eligieron “Las doce figuras del mundo”, cuento firmado por ambos, que había aparecido en Seis problemas para don Isidro Parodi (Sur, 1942), libro atribuido al fantasmal H. Bustos Domecq. Pero a la postre tales colecciones modificaron la selección de cuentos y su orden, de modo que la segunda serie pasó a ser el libro 1 y la primera serie, con notorios cambios, pasó a ser el libro 2, que es el coeditado en Madrid, en 1983, por Emecé y Alianza Editorial, con un prólogo firmado por los antólogos en “Buenos Aires, 19 octubre de 1981”, y que resume el ideario de Borges sobre la narración policíaca y su génesis. En este sentido, Borges y Bioy colaboraron a cuatro manos en la confección de la narrativa policial del susodicho H. Bustos Domecq y de B. Suárez Lynch, sus lúdicos seudónimos. Y dirigieron El Séptimo Círculo (“título sugerido por el Infierno de Dante”), la legendaria colección de novelas policíacas editadas en Argentina por Emecé, donde el 8 de agosto de 1946 dieron cabida a Los que aman, odian, la única novela que Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares escribieron juntos, y que en sí es una exploración narrativa que, como un juego de la inteligencia, recurre a los preceptos clásicos del género policial que bosqueja Borges en su conferencia y en el susodicho prólogo que firmó con Bioy. 

(Emecé, Buenos Aires, 1946)
Asimismo, ante la avanzada de la novela negra —repleta o desbordante de violencia, sangre y sexo—, Borges expresa su nostalgia por las virtudes clásicas e intelectuales de relato policial (un ingenioso e imaginativo juguetito para armar y raciocinar: con su principio, su medio y su fin, todo ello aderezado con los consabidos giros sorpresivos, vueltas de tuerca y el imprescindible final inesperado o asombroso). Y en el mismo sentido, frente a los devaneos de ciertos vanguardismos y pseudovanguardismos trasnochados, dice que la novela policial “está salvando el orden en una época de desorden”.
  En cuanto a su conferencia “El tiempo”, la quinta y última de Borges oral, baste reproducir las ondinas de un incesante fragmento donde el lector puede entreverse o reconocerse: “En nuestra experiencia, el tiempo corresponde siempre al río de Heráclito, siempre seguimos con esa antigua parábola. Es como si no se hubiera adelantado en tantos siglos. Somos siempre Heráclito viéndose reflejado en el río porque han cambiado las aguas, y pensando que él no es Heráclito porque él ha sido otras personas entre la última vez que vio el río y ésta. Es decir, somos algo cambiante y algo permanente. Somos algo esencialmente misterioso.” 
Jorge Luis Borges
(1899-1986)
  Reflexión que recuerda y coincide con un fragmento dicho en “El libro”, la primera conferencia: “Heráclito dijo (lo he repetido demasiadas veces) que nadie baja dos veces al mismo río. Nadie baja dos veces al mismo río porque las aguas cambian, pero lo más terrible es que nosotros somos no menos fluidos que el río. Cada vez que leemos un libro, el libro ha cambiado, la connotación de las palabras es otra. Además, los libros están cargados de pasado.”



Jorge Luis Borges, Borges oral. Prólogo de Avelino José Porto. Postrera nota de Martín Müller. Emecé Editores/Editorial de Belgrano. 5ª impresión. Buenos Aires, 1997. 142 pp.